No sé si les pasará a sus hijos, pero al mío la televisión le produce un efecto de seducción tal que sólo controla un poco la cena, mientras contempla los dibujos animados que nosotros, sus progenitores, le seleccionamos. Si los niños se quedan embobados frente al aparato televisivo de una forma brutal, ¿qué es lo que nos sucede a los adultos? Pues algo parecido. Las conversaciones durante las comidas quedan interrumpidas para otro momento mejor, que desgraciadamente casi nunca llega, porque la tele está encendida en las casas horas y horas. Y este discurso, que se veía venir hace años, se ha convertido ahora en una de las causas que explican determinados comportamientos. Unos, que tienen que ver con los problemas educativos de nuestros chavales. Otros, sobre las pautas de comportamiento y el creciente grado de insatisfacción ante la vida de nuestros adolescentes y jóvenes. La calle ha quedado para el comercio, y poco más, porque resulta más cómodo permanecer en las casas bajo el manto de las 625 líneas televisivas.

En este cambiante mundo de los medios de comunicación nos enfrentamos a unos ciclos tecnológicos muy cortos. Las tecnologías son obsoletas en menos que canta un gallo por una razón muy sencilla: el mercado es el que manda y hay que lanzar productos nuevos para que el consumo no se detenga. También se ha producido un cambio ideológico en los medios de comunicación, porque antes formaban parte de las estructuras de poder, y los componentes ideológicos y políticos han dado paso a un único objetivo: el puramente mercantil. La comunicación se ha convertido en algo accesorio, casi como también la propia información, que era la esencia de los mismos. De la utopía redentorista de antaño, mediante la cual los medios nos iban a liberar de las ataduras del desconocimiento, se ha pasado a la de las realidades sujetas a tarifas, dentro de la lógica del mercado.

Y al periodista, ¿qué papel le toca jugar en todo este entramado? Pues desgraciadamente estar en función de lo que vende. ¿Y qué es lo que vende? Pues si le perspectiva no me falla, los productos degradados. Los de reflexión, no. Comprueben las parrillas de las programaciones televisivas y entenderán de qué les hablo. La vieja noción del debate racional de las ideas, los coloquios, los debates… han quedado superados por los programas espectáculos, el mero entretenimiento, las discusiones y los shows de cualquier tipo.

En medio de todo esto vivimos un proceso de desregulación en los medios que aún tiene que dar mucho que hablar. Unas privatizaciones y unas concentraciones que se realizan sin criterios de amparo, como podrían ser los de tener en cuenta los programas o espacios formativos, la atención a menores y jóvenes, a colectivos excluidos, etc. En definitiva serían unas medidas de salvaguardia que no tienen que ver con las censuras, porque en el terreno de los medios de comunicación se ampara la libertad de información con la libertad de la degradación. Y en esto, desgraciadamente caen casi todos los medios, los privados y también los públicos. Éstos, incumplen la función social para la que están concebidos. De ahí la importancia de recomponer el sentido de lo público frente a sus caídas en los tics comerciales. Se trata, en definitiva, de hacer frente al hedonismo mediático que nos circunda.

Dos vías pueden alzarse en medio de esta maraña de sinsabores. De un lado, las estructuras públicas, que pueden crear espacios temáticos cargados de valores sociales, espirituales, culturales… que se alzan frente a la degradación. Pero para eso hay que creérselo a pie juntillas. No apostar por medios públicos con criterios puramente privados. De otro, estamos los consumidores, los usuarios, que debemos de ser capaces de seleccionar, cuando no de promover, otros medios distintos a los que ofrece el mercado. Desde paradigmas distintos se puede construir otro discurso, recuperando el de la utopía que conduce a la redención o a la liberación. Es difícil, pero no imposible. ¿No parecía acaso imposible que las dos plataformas digitales de televisión se pusieran de acuerdo para repartirse la tarta del fútbol? Pues todo es alcanzable.