La inesperada muerte del alcalde de mi pueblo, de Yecla, ocurrida en la tarde de ayer, y un reciente encuentro con Paqui Guirao, una joven viuda que perdió a su marido hace poco más de dos años, me ha vuelto a remover interiormente. Juan Miguel Benedito tenía 54 años, casi la misma edad de mi padre cuando un infarto lo dejó fulminado en la cocina de mi casa hace ya dieciocho años. Cinco meses después le tocaría el turno a mi hermano Pablo, afectado de la misma miocardiopatía que entró en mi familia y que nos ha llevado a vivir con esa enfermedad como una compañera de viaje más. Paqui Guirao vio morir a su joven marido hace poco más de dos años, y ahora es la promotora de Familiares Afectados por Muerte Súbita (FAMS), un grupo de trabajo de la asociación Todo Corazón Murcia, que ayuda a afectados con cardiopatías congénitas, así como a sus familiares.

Anoche, en la capilla ardiente instalada en el salón de plenos del Ayuntamiento de Yecla, aparecieron de nuevo las emociones, los recuerdos y los sentimientos ligados a la muerte, a la desaparición de personas queridas, y a todo lo que tiene que ver con todos aquellos elementos con los que sustentamos nuestra vida. Rememoraba con antiguos compañeros de estudios, testigos del fulminante fallecimiento del propio padre del alcalde, profesor de Bachillerato y en pleno acto académico. Allí experimentamos muchos de los jóvenes adolescentes, en directo y por vez primera, la llegada de la muerte. Ahora me siento unido a su familia, a su mujer, a sus hijos, a su madre, a su hermano y hermanas. Por encima del político está el ser humano.

La relatividad de los supuestos grandes proyectos de futuro, o los condicionamientos del pasado, son circunstancias que a menudo nos impiden vivir plenamente el presente, el ahora. Por eso, cuando nos toca atravesar momentos de dolor, de ausencia, de encuentro con el hecho de la muerte -tan cotidianos y tan faltos de poderlos vivir con normalidad- siempre podemos aprovechar esta realidad para hacer un alto en el camino. Volver la mirada a nuestro interior, reconciliarnos con nuestros miedos, saborear cada detalle del instante presente, retomar esas asignaturas pendientes que todos tenemos y acercarnos con ternura a quienes forman parte de nuestra vida y a los que no prestamos toda la atención que merecen.

Como afirmaba ayer en una entrevista en La Vanguardia el maestro de vedanta Swami Parthasarathy,   «si fundas tu existencia en la responsabilidad y la generosidad de dar, recuperas el control sobre tu propia existencia. Porque dar depende sólo de ti; recibir te pone a merced de los demás. Si fundas tu familia sólo para recibir amor y derechos, nunca obtendrás bastante y acabarás abandonándola». Una responsabilidad y una generosidad que pueden nacer de una experiencia traumática o dolorosa, o simplemente tras haber alcanzado un grado de madurez si cultivas el silencio, la mirada profunda… y no pasas por la vida sin ser consciente de lo que tienes a tu alrededor.