ntes de sumergirme en la prensa del día, porque las tertulias radiofónicas de incomunicación las dejo aparte, me gustaría compartir mi visión sobre el debate que protagonizaron anoche los dos candidatos a la Presidencia del Gobierno de España, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. El primer hecho destacable es que mis dos hijos, de 15 y 12 años,  no se retiraron a sus habitaciones cuando acabaron los capítulos respectivos de Los Simpson y de American Dad, sino que se quedaron conmigo a seguir la primera parte de la emisión. Y además con criterios propios y comentando cada una de las intervenciones de los candidatos.

La verdad es que a la previsibilidad de los planteamientos de cada uno de ellos se unió el hecho de la imagen que pretendían reflejar a sus respectivos electorados -especialmente en el caso de Rajoy- y a los indecisos, donde aquí jugaba con más fuerza el candidato socialista. ¿Que uno parecía ya el presidente y el otro era un simple candidato que actuaba de pegador a la fuerza? Pues quizá, pero no hay que olvidar que pese a las trayectorias políticas más o menos comunes, uno de ellos es la tercera vez que se presenta a unas elecciones generales como candidato a la Presidencia. No lo olvidemos, por favor, porque aquí enseguida nos flojea la memoria. Y el otro, es la primera vez que lo hace, como candidato de un partido que ha gobernado en los últimos ocho años y que ha sufrido, lo está y posiblemente lo estará en los próximos meses la culpa de una de las crisis cíclicas del capitalismo -aunque ahora con más dureza-, agudizada por un mundo globalizado en el que la clase dominante ha conseguido una victoria donde más duele, que es en el plano cultural, de los valores y de la propia conciencia colectiva. Gramsci ya nos lo advirtió hace años.

Pues con estos antecedentes nos enfrentamos anoche a ser testigos de un debate en el que desde el principio el PP y Mariano Rajoy marcaron las pautas. En primer lugar, porque el debate se ha celebrado de esta manera porque ellos lo han querido así. Marcan la agenda, los modos y maneras ante los medios de comunicación, comparece ante los medios de comunicación sin preguntas y veta a RTVE, con la soberbia propia de quien tienen un concepto del pluralismo político e informativo alejado de toda realidad que no sea la suya. Y además, consentida por la inmensa mayoría de los medios de comunicación y de sus profesionales, auténticos mercenarios que son muy liberales en economía, en costumbres y en supuestas libertades, pero que cuando se trata de debatir, de dialogar, de confrontar opciones políticas y valores, siempre se quedan agazapados en lo accesorio.

No hay lógica

Así las cosas, Rajoy las vio venir y no sin cierta flema se limitó a poner sobre la mesa y en la imagen de la audiencia la cruda realidad del paro y de la crisis económica. No le hizo falta ningún tipo de análisis sobre las causas porque lo tiene muy claro desde hace meses: la responsabilidad es exclusiva de los sucesivos gobiernos de Rodríguez Zapatero. La lógica de la razón no cuenta ya, puesto que en el inconsciente colectivo se ha asentado esa única responsabilidad, por mucho que la realidad siempre tenga muchos matices, aristas y perspectivas. No hay lógica que valga, y ese inicio de querer equiparar a Rubalcaba con Zapatero, en un burdo juego de palabras propio de asesores de comunicación de fin de semana, pretendía situar el mensaje desde el inicio. La cruda realidad, como digo, de 5 millones de parados, es tan evidente que sobran los discursos.

La gente, los ciudadanos, parece que ya no espera/esperamos nada más que no sea un cambio de la situación, volver a la ‘ilusión desconocida’ de finales de los 90 y principios de este siglo en el que ilusoriamente nadábamos en la abundancia. Y yo creo que esa es la clave que Rajoy intentó mantener en todo el debate, sin perder el guión preestablecido de no querer entrar a trapo de cualquier propuesta o cuestión planteada por su adversario. Daba igual que diera la sensación de no conocerse su programa electoral -¿qué son hoy los programas y para qué sirven?, podemos preguntarnos-, que bajara la mirada continuamente en busca de sus papeles y que mostrara su peinado con tinte nuevo y una supuesta actitud de que parecía que lo de anoche no iba con él.

Expectativas cumplidas

Y Alfredo Pérez Rubalcaba se mostró seguro de sus convicciones y de que le tocaba jugar el papel de a quien persiguen las encuestas, la gestión del Gobierno y la necesidad de movilizar al hipercrítico e insaciable electorado progresista y de izquierdas. No lo tenía fácil, por mucho que su imagen de buen comunicador y orador le precedieran. Las expectativas eran demasiado elevadas como para no reconocer que para una buena parte de la gente de izquierdas le faltara un remate final, especialmente en el bloque anterior al cierre del debate.

Eché de menos también algo de autocrítica. ¿No hubiera sido un buen comienzo para desde ahí construir un juicio y un capítulo de propuestas? Es cierto que reconoció no haber pinchado la burbuja inmobiliaria antes (en este terreno las comunidades autónomas y los ayuntamientos fueron también cómplices de la situación, en mayor o menor medida y al margen de colores políticos) pero como ctitud ante la vida nunca está de más reconocer en lo que se ha fallado. Es una posición que honra a la persona o institución que lo practica y, sobre todo, la ciudadanía es capaz de comprender y perdonar.

Pero no me negarán que dejó claro que hay dos modelos, dos formas de ver la realidad y dos posiciones ante la situación política y, por supuesto, ante las elecciones del 20N: por una parte, la de quien espera desde hace ocho años conquistar un poder político que se le vio arrebatado por una oleada de cambio que no toleró la soberbia de la segunda legislatura de Aznar, la guerra y la mentira; por otra, la de quien desde la socialdemocracia europea se enfrenta a una oleada conservadora y prepotente, con la complicidad de los mercados -esos que tienen nombres y apellidos, instituciones concretas, bancos y medios de comunicaicón y de opinión pública-, y que necesita la complicidad de muchos más actores políticos que hoy no se sienten representados en los partidos tradicionales de la izquierda.

Europa debe mojarse

Esa corbata inclinada de la primera intervención, la voz seca y entrecortada, esa interrogatorio continuo con la constante intención de querer dejar claro que su oponente no se moja en nada porque no quiere perder nada, son algunas de las formas empleadas en el debate. Un debate que Rubalcaba preparó bien, que no pretendía arañar ningún voto de los que ya tienen decidido su apoyo a Rajoy, sino que dejó clara sus propuestas y la evidencia de que de la situación no podemos salir solos, que Europa tiene que mojarse, y que un simple cambio de gobierno no es garantía de nada, por mucho que la derecha española lleve trabajando esta idea en los últimos tres años.

¿Y del papel del moderador? Creo que no se puede pedir más. La profesionalidad de Manuel Campo Vidal está fuera de duda. Facilitó el debate, se ajustó a lo establecido y aportó la mesura y lo que se le debe de pedir a un mediador en un espectáculo de estas cartacterísticas. Puesta en escena sobria. Buena iluminación e interferencias, las mínimas.

Nada está decidido hasta el final. Bien lo sabemos en la historia electoral española (véanse las elecciones de 1993 o de 2004, sin ir más lejos). El debate de anoche fijó posiciones. Creo que centró a cada uno de los candidatos. A uno más que a otro. Y a los respectivos programa y no programa. La fidelización de los electores será el hecho que marque los acontecimientos de dentro de doce días. Y aún hay partido por jugar.