Cuentan que Veremundo de Irache llevaba alimentos a los peregrinos que pernoctaban en el hospital del Monasterio de Irache, pero como los donativos estaban regulados, lo hacía a escondidas, ocultándolos bajo su hábito de monje benedictino. Cuando era descubierto por otros frailes, la comida que le era arrebatada se transformaba en flores o leña. ¡Qué emoción! ¿En qué se van a convertir los euros que nos arrebata día sí, día también, nuestro amado Cristóbal Montoro? Pues en simple pago de intereses y deuda de nuestros amadísimos bancos a sus hermanos alemanes, aquellos que les prestaron en pleno boom y locura inmobiliarias.

Si Veremundo fue abad del Monasterio de Irache tras morir su tío Muri allá por el año 1052, Montoro lo ha sido en 2011 tras la gran gestión en el FMI y en Bankia de su mentor Rodrigo Rato. Pero no creo que siga los pasos del patrón del Camino de Santiago en Navarra, porque está ganándose a pulso ser el brazo ejecutor de una política económica, fiscal y financiera que no nos lleva a ninguna parte. Bueno, en realidad sí. A ese país de nunca jamás en el que todos -o casi todos- somos paganos de los excesos de este sistema.

No caí ayer en la cuenta en el día que era en el que Montoro comparecía en el Congreso de los Diputados y ayudaba a la confianza en nuestro país diciendo aquello de que los funcionarios debemos estar calladitos, porque sabemos que no hay pasta per tutti, como diría nuestro amado presidente murciano, Ramón Luis Valcárcel (ahora embarcado en dar lecciones a todos los jefes de las regiones y los entes locales europeos, casi nada, mariamanuela, en el CDR). Pues eso, que no me dí cuenta de que era el 18 de julio, la fecha del glorioso Alzamiento Nacional, y gracias al cual en este país se estipuló tal efeméride ligada a la extra de verano. Esa paga del 18 de julio era la que permitía a la incipiente clase media española de poder coger el 600 y tirar hacia la playa, con suegra y jaula del canario incluidas. Una paga ligada a la sangre de los golpistas que desembocó en la Guerra Civil española de 1936.

Y si ayer a Montoro sólo le faltó declarar festiva de nuevo esta jornada, y una vez que no consiguió meter miedo, hoy nos encontramos con la convocatoria veraniega del 19J, en la que saldremos a la calle para decir que así no, mariano, así no. Que no dejáis títere con cabeza: dependientes, parados, estudiantes, empleados públicos, jubilados, inmigrantes, enfermos… En esta segunda etapa, de las de verdad, en este nuevo año, me sumo a esta tarde de protesta, aunque sea desde la distancia.

El eco de esta jornada ha recorrido todo nuestro trayecto desde Puente la Reina hasta Estella, la cuna del carlismo y de dos acontecimientos históricos recientes del nacionalismo vasco: el Estatuto de Estella de 1931 y el Pacto de Estella de 1998. El primero, el proyecto de Estatuto de Autonomía conjunto para las provincias de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya en el que jugaron un papel esencial la mayoría de los ayuntamientos vasco-navarros gobernados por los carlistas o por los nacionalistas, y que se reunieron el 14 de junio de 1931 en esta ciudad. El segundo, la firma del Pacto de Estella, firmado el 12 de septiembre de 1998 por PNV, EA, HB, IU, EKA, Batzarre, siete sindicatos y nueve organizaciones sociales y promulgaba el diálogo y la negociación política como única solución al «conflicto», invocando como referente el «Acuerdo de Viernes Santo» («Acuerdo de Stormont«) en Irlanda del Norte en abril de 1998.

El recorrido hasta aquí ha estado intercalado con la ruta que atraviesa los municipios de Mañeru, Cirauqui (curioso el paso por uno de los que atraviesa el Ayuntamiento de esta ciudad medieval bien conservada), el tramo de una calzada romana y la llegada a Lorca, del mismo nombre que la nuestra, la castigada por el terremoto del 11 de mayo de 2011 y desde esa fecha por la incompetencia y la mala gestión de las administraciones regional y municipal. Camino que sigue hasta Villatuerta, donde cada cinco años descansan los restos de San Veremundo de Irache, y los cinco siguientes lo hacen en Arellano, ya que no está claro su localidad de nacimiento. Y así todos contentos.

La ermita de San Miguel, en lo alto de un cerro, nos despide los últimos kilómetros hasta llegar a Estella, donde acaba esta etapa. Por cierto, hemos preferido alojarnos en Ayegui, a dos kilómetros de la ciudad, y patria de Javi Martínez, el defensa central del Athletic Club de Bilbao. Toca visita a Estella, que celebra su Semana Medieval, recorrer sus calles y visitar el Museo del Carlismo. Y mañana, a La Rioja.