Cada vez que veo los telediarios me entra mal cuerpo. En especial cuando contemplo los acontecimientos en Oriente Medio, la masacre programada y selectiva del pueblo palestino, en una desigual lucha y ante la aparente -aunque real- indiferencia y/o supuesta incapacidad de Occidente. Indiferencia de los Estados Unidos de George Bush, cuyas televisiones no emiten imágenes duras de la intervención del ejército israelí, aunque sí de lo que cuestan las correas con explosivos de los atentados suicidas. Incapacidad de Europa, que ha empleado parte de sus recursos para la cooperación internacional en inversiones en Palestina y que ahora son arrasadas por los blindados de los militares de Ariel Sharon. Genocidio de una tierra, de sus gentes y de sus esperanzas, en medio de un discurso uniforme y homogéneo sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que es terrorismo y sobre lo que no lo es, sobre el poder y la gloria. Sobre la incapacidad de conmovernos ante el drama del 80 por ciento de las personas del planeta que sufren, mientras el 20 por ciento restante nos enfrascamos en disquisiciones sobre la mejor dieta, el lugar ideal de las próximas vacaciones o dónde comprar más barato.

Cuando nos preguntamos qué hacer ante situaciones como las que viven millares de seres humanos, en cualquier parte del mundo, la primera respuesta es la de contestar que nada o muy poco. Pero es que resulta que nuestros problemas no son sólo nuestros, sino que son una de las muchas caras de los problemas del mundo. Aún hay más. Podemos hacer, transformar, cambiar y ver más de lo que nos imaginamos, porque el primer triunfo de los que deciden en nuestro mundo es que el resto de los mortales caigamos en la desesperanza, una vez que nuestro sistema absorbe, asimila y neutraliza toda propuesta que cuestione el orden establecido.

A quien quiera sumarse al carro de rebelarse ante lo establecido, a unirse a gentes que no se conforman, que están dispuestas a la disidencia, al sano cabreo que no paraliza, a pedir cuentas al rey y a sumarse a nuevas formas de compromiso… van dirigidas estas letras. Ordenadas tras caer en mis manos un cuaderno de Cristianisme i Justicia, centro de estudios promovido por los jesuitas de Cataluña, y firmado por una disidente, Lourdes Zambrana. De malos tiempos para el compromiso hablábamos hace unos días. Ahora se trata de recoger propuestas y contenidos con los que llenar nuestra chaqueta para mirar al frente y tirar hacia delante.

En primer lugar, esta lid requiere de un descentramiento. Esto es, mirar y situarse en el mundo de una manera diferente, del lado de las víctimas, de esos ocho de cada diez ciudadanos terrícolas que lo pasan muy mal a diario. Y esto supone entrar en conflicto, porque comprar el décimo del débil supone posicionarse contra el fuerte y su manera de vivir. Y resulta que nos vamos a encontrar con muchos rostros conocidos, incluso el nuestro. Unida a esa nueva mirada está la de integrar en el proyecto de nuestra vida un estilo de solidaridad disidente, que cuestiona y transforma porque forma parte de nuestro ser.

Estos parámetros para el compromiso, para la acción y para la lucha requieren coherencia y no admiten departamentos estancos. Esto es, no podemos conmovernos con el drama palestino, con la miseria de los parias de la tierra, con la falta de futuro de los jóvenes en precario de nuestra Región, con los inmigrantes ofreciendo su fuerza de trabajo o con los niños sin hogar… mientras que en cada ámbito de la vida apliquemos unos valores y unas actitudes distintas. De ahí el hecho de cuidar la exigencia de personas integradas, con una sola lógica que anime toda la vida, los ámbitos y las relaciones con el mundo. Y partiendo de una situación de lucidez real, aunque esperanzada, que evite las autojustificaciones, porque no siempre podemos ser tan coherentes como nos gustaría. Dónde encontrar esa esperanza viene a ser para muchas personas un don –sobre todo para los que somos creyentes cristianos-, aunque también depende de la propia historia de vida de cada uno y de cada una.

A ese nuevo proyecto de vida hay que dotarlo de contenido, de un modelo de mundo y de relaciones humanas, de valores en los diferentes rincones de la vida, de opciones y situaciones para alcanzar un lugar más humano donde desenvolvernos. Y todo esto no es posible aquí, hoy y ahora, si no edificamos espacios de disidencia donde compartir y discutir todas estas cuestiones. Espacios que arrancan desde la familia, donde aprender y crecer en esta labor diminuta y cotidiana, en la calle, en la plaza pública, y en esos lugares donde van a parar las iniciativas que ya están en marcha y las que pueden inventarse. Ahí es poco.

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Publicado el 5 de abril de 2002