Los hijos del “baby boom” de mediados de los 60 no entendemos prácticamente nada. Nacimos cuando el Madrid paseaba sus glorias por Europa con media docena de trofeos que, para mayor gloria de los que somos merengues, ahora hemos vuelto a conquistar. Observamos a nuestros vecinos de generación apuntarse a los deseos de cambios políticos y sociales, y hemos tenido que ir a remolque de sus lúcidas visiones de lo que era políticamente correcto. Ahora estamos hechos un  lío, con este mar de dudas sobre lo que es o no es la actividad pública. En realidad llevamos ya varios años intentando comprender el porqué nos meten en un saco para el que no hemos sido llamados. Es decir, conocer de verdad las razones mediante las cuales se alzan en nuestra representación pública sin apenas habernos dejado decir “esta boca es mía”.

Desde finales de los 70 han variado muy poco las caras de nuestros políticos y representantes varios. No sólo en el ámbito nacional, sino en el regional y local. También podemos decir casi lo mismo en las diversas instituciones de la cultura, la economía, las finanzas y todo lo que tiene que ver con la “cosa pública”. Nosotros no hemos cambiado casi nada. Ellos, mejor dicho, algunos de ellos, han sido capaces de, o bien defender posiciones que antes criticaban, o cambiar hasta de partido, institución y de siglas sin sonrojarse. Eso sí, después de haber alcanzado algún puesto allí donde están. Cumplen perfectamente aquello de “si quieres conocer a fulanico, dale un carguico”. ¡Y mira que resulta difícil hacerles llegar el mensaje de que ya está bien!

Cuando menos, intentan contentarnos con dejar pasar a alguno de nosotros a disfrutar las mieles del reconocimiento público. Algo sucede así en la literatura. Pero dentro de una esfera marginal, fruto de estos tiempos y sin proyección de futuro. Y lo más grave de todo ello es que los recambios están ya algo caducados. Apatía, desinterés, cuando no fatalismo, son rasgos que podrían definir el futuro a corto plazo. No es pesimismo, no, lo que pretendo transmitir con esta breve reflexión, sino realismo del puro. De ese que permite observar la realidad desde una cierta distancia pero con deseos de que levantemos la voz para gritar que ya es hora de que demos un paso hacia delante. De transmitirles el mensaje de que ya no hablen más de nosotros con su actitud paternal.

Los hijos descarriados tenemos que ejercer como tales. Que no nos sigan engañando con sus batallas dialécticas en los medios y sus acuerdos de salita de estar. Que no hablen de renovación y regeneración  mientras no practiquen de manera palpable una retirada a tiempo. Que  no nos bombardeen de lo que bien que va todo, mientras una de cada tres familias sigue apretándose el cinturón para llegar a fin de mes. Que se dejen de monsergas y de prepararnos un futuro apacible, y sean incapaces de dar un salto adelante a la hora de construir una democracia más participativa en todos los niveles de la vida. Que, en definitiva, no continúen creyéndose poseedores de las verdades absolutas cuando muestran sus debilidades hasta en las esferas más íntimas de su propio ser.