Hace ya casi una década participé en un curso de Comunicación Política impartido por expertos que habían trabajado para líderes políticos del PSOE y del PP. Me sorprendió que en aquel contexto, un destacado director de Comunicación de un dirigente popular que llegó a ser vicepresidente de uno de los Gobiernos de José María Aznar explicase con pelos y detalles algunas de las causas que motivaron la pérdida de las elecciones (con candidato interpuesto, Mariano Rajoy) en marzo de 2004. Nos habló de la prepotencia del entonces líder de la derecha española, de su soberbia y del hecho de estar fuera de la realidad, factores que intervinieron en crear las condiciones para la derrota, días después de los atentados del 11-M.  A su juicio «la boda de la niña» fue el exponente gráfico de aquél estilo autoritario e imperial. La boda de la hija de José Mª Aznar y de Ana Botella con el prometedor yerno y financiero Alejandro Agag en el Monasterio del Escorial, el símbolo de Felipe II de una España que fue.

Es verdad que ese evento fue la imagen del despropósito, agrandado posteriormente por el famoso paseíllo de la trama Gürtel, invitados de honor a la ceremonia de la sinrazón. La actitud ante el desastre del Prestige, las mentiras de las armas de destrucción masiva y nuestra alianza con los impulsores de la Guerra de Irak, y el engaño en la gestión de los atentados de Madrid del 11 de marzo, pusieron la guinda para aquel cambio en el gobierno que reclamó de forma mayoritaria la gente en las urnas. Amén del resto de despropósitos de unas políticas neoliberales, como la venta de empresas públicas a los amigos del régimen o leyes depredadoras, como la del suelo, que sentaron las bases de la ‘burbuja inmobiliaria’ que habría de venir. Por cierto, al ser preguntado el Gobierno por parte de la oposición sobre cuánto costó la boda la respuesta fue que no había supuesto gasto alguno para el erario público. Luego supimos lo que la Gürtel había aportado al evento y conocemos parte de lo que las Administraciones Públicas han aportado a aquélla.

Mentiras y victimismo

Mientras todo eso ocurría en la política nacional, en nuestro virreinato de la Región de Murcia, Ramón Luis Valcárcel y la red clientelar tejida por el Partido Popular a lo largo y ancho de la sociedad civil campaban por sus anchas. El engaño y la mentira, con una propaganda financiada por los poderes públicos y sus aliados (entre ellos las organizaciones empresariales y las cajas de ahorros que actuaban en connivencia con los amigos del poder), hacían creer a los murcianos que el agua para todos era la solución para esta tierra. A esa gran mentira se sumaron otras, como el victimismo del que ya he hablado en anteriores ocasiones. Las excusas de mal pagador, porque siempre eran y son otros los culpables de la situación a la que nos han llevado. Y en medio de esta situación, las voces que denunciaron en mayor o menor medida la corrupción del sistema político, económico y social, desde el PSRM-PSOE y su grupo parlamentario, a los grupos ecologistas, IU y otros sectores de la izquierda, eran condenadas al ostracismo al ser descalificados con la acusación de ser antimurcianos. ¡Vamos!

De izquierda a derecha, Juan Carlos Ruiz, Valcárcel, Alberto Garre, Cámara y Pedro Antonio Sánchez se dan la mano cerrando el capítulo sucesorio. | Foto: G. Carrión

De izquierda a derecha, Juan Carlos Ruiz, Valcárcel, Alberto Garre, Cámara y Pedro Antonio Sánchez se dan la mano cerrando el capítulo sucesorio, en marzo de este año. | Foto: G. Carrión

Esa ‘boda de la niña’ como imagen de que el cambio de un ciclo, de una época, era un hecho imparable, lo podemos traducir ahora con las revelaciones periodísticas de lo que hasta ahora había sido un secreto a voces: los presuntos casos de corrupción política, urbanística y, sobre todo, social, en medio de una sociedad que miraba hacia otro lado, que no quería reconocer lo evidente, o que se le ocultaba de tal manera con otros temas de la agenda oficial que impedían ver lo que estaba ocurriendo. Y a esas revelaciones, contestadas por sus protagonistas como fruto de una conjura político-judicial-maléfica-judeomasónica y periodística, se le suma el incidente protagonizado por el delegado del Gobierno, ex diputado al Congreso, ex senador, ex parlamentario regional y, sobre todo, ex consejero de varios gobiernos de Valcárcel en los que jugó un papel esencial, amén de su especial cometido en el engranaje electoral y económico del aparato del Partido Popular de la Región de Murcia.

Como bien sabe todo el común de los mortales, y no es cosa únicamente de los expertos en comunicación política, la mentira nunca se puede contar bien. Y las excusas, las justificaciones, la búsqueda de que otros sean los que puedan defender lo indefendible, las mentiras… tienen las patas muy cortas.  Bien sea que una empresa farmacéutica sea invitada a explicar los inexplicables viajes de placer del presidente regional, señora (funcionaria entonces de la Administración autonómica) y cohorte de estómagos agradecidos. O bien que se quiera someter a un mando del Benemérito cuerpo a explicar lo inexplicable de lo sucedido una madrugada en un control de alcoholemia, donde lo más suave que se puede calificar al respecto es de que podemos estar ante un presunto abuso de autoridad frente a quien realizaba su trabajo, y donde, al parecer, consiguieron el objetivo de no ser sometidos al susodicho control.

Algo se mueve

Los hechos de las últimas semanas marcan un antes y un después de lo que ha venido aconteciendo en esta tierra. Los fantasmas conspiratorios ya no se los cree nadie. Sus amenazas y presiones, en ocasiones veladas y, las más, directas y sin pudor, han dado paso a la constatación de que algo está pasando. Quien ha ejercido el poder y la autoridad empieza a sentirse débil. Esta clase de dirigentes políticos está quedando en evidencia con sus modos y maneras, sus connivencias con quien ha manejado los hilos del poder económico, financiero y empresarial… mientras esta Región, sus gentes, sus sectores de la población más débiles iban empobreciéndose y endeudándose. La complicidad dominante hasta ahora parece que puede tambalearse. Porque me pregunto: ¿No hay gente honrada en el Partido Popular, entre sus afiliados, votantes y cargos públicos, que se sonrojen cuando salen a la luz cómo han crecido los patrimonios de algunos de los suyos, cómo se comportan y reaccionan cuando ‘salen en los papeles’ retratados en asuntos, cuando menos turbios, donde se roza presuntamente el delito? Conozco a mucha gente honrada del PP que calla por fidelidad, pero que está empezando a ver que se le ha engañado. ¿Y qué dicen las jóvenes generaciones? ¿Los que aún quedan sin imputación judicial alguna?

Tardará más o menos tiempo. El sistema electoral amortiguará las consecuencias visibles en la confrontación en unas elecciones. Apretarán las tuercas (como lo han hecho a lo largo de veinte años para amordazar a periodistas, medios de comunicación, sectores de la Universidad, organizaciones sociales y políticas), intentarán asustar a la población más humilde con supuestas llegadas de alternativas desestabilizadoras, exigirán que se les devuelvan los favores prestados y muchos mirarán ahora hacia otro lado diciendo que ellos no han hecho nada, que ellos no sabían nada, como si pudiera pasar de rositas este tiempo de ignominia al noble arte de la política, de la gestión de los asuntos públicos. Lo que empieza a vislumbrarse de forma cada vez más clara es quién pagó ‘la boda la niña’ de la prepotencia, la soberbia y el ejercicio caciquil del poder en esta tierra. Es tiempo de quebrar las complicidades. De construir, a partir de que haya una verdadera regeneración moral de la política y del buen gobierno. Desde la honradez y del trabajo en común para tratar de resolver los problemas de la gente, de la ciudadanía, especialmente de quien sufre las consecuencias de estos oscuros y ficticios años de especulación y de corrupción.