En mi doble condición de afiliado al PSOE y al sindicato Comisiones Obreras ando estos días terriblemente afectado por las noticias que vamos conociendo sobre el uso de las denominadas ‘tarjetas black’ o ‘tarjetas opacas’ por parte de miembros de alguno de los consejos de la antigua CajaMadrid o posteriormente Bankia. Personas que fueron propuestas por los partidos políticos con representación en la Asamblea de Madrid (PP, PSOE e Izquierda Unida) o por los sindicatos más representativos en la entidad (CC OO y la Unión General de Trabajadores), además de los propios directivos de la caja.

Estos consejeros -por llamarles de algún modo- se asemejaban a esos niños que les dicen a sus padres que les compren algún videojuego y paguen con la tarjeta, que eso no cuesta dinero, porque en su infantil ingenuidad no llegan a comprender que además de los billetes y monedas existe un producto con soberanía propia que permite acrecentar el patrimonio, dar rienda suelta a las aficiones y necesidades más primarias y, sobre todo, a comprar voluntades, que al parecer eso es lo que perseguía el presidente de la entidad a la hora de repartir ese dinero de plástico entre los ávidos consejeros.

Pero a esa doble condición de miembro de unas organizaciones que, en su declaración de principios coinciden mis principios éticos y de compromiso con el cambio social y la defensa de los más desfavorecidos, se alza una posición superior: la de simple ciudadano que trata a diario de vivir con coherencia una moral de ayudar a construir una sociedad más justa, fraterna, solidaria, ecológica y donde el principio del bien común marque cualquiera de nuestros comportamientos. Los públicos y los privados. Los del ámbito familiar y los de los restantes en los que desarrollamos nuestra vida (laboral, profesional…).

Mirar a otro lado

De lo que hablamos no es otra cosa que de corrupción. Y especialmente en la acepción que señala que «en las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores». Corrupción como práctica más extendida de lo que pensamos, y ante la que en ocasiones miramos hacia otro lado. Porque corrupción es hacer uso indebido de medios y de recursos que están destinados a otros fines,  y cada cual puede mirarse a sí mismo en lo cotidiano si es honrado o no, especialmente en el ámbito de los servicios públicos.

Quienes hicieron uso de las ‘tarjetas black’ aseguran que no tenían conciencia de hacer nada ilegal. ¡Vamos, anda! Cuando alguien siente que está por encima de los otros, o que tiene derecho a disfrutar de prebendas por el cargo que ocupa, ha traspasado la línea del sentido común y de la honradez. Y en esto no valen los apellidos que le damos a la función desempeñada, ni el nombre de la entidad en el que lo hacemos. Encima cuando se trata de justificar lo injustificable se demuestra que han alcanzado la cima del cinismo, de que el fin justifica los medios, y de que todo está permitido. Que quien se corrompe en la medida de las posibilidades que tiene para corromperse está en el mismo nivel, bien sea un consejero de caja de ahorros, un empleado que no cumple su horario, un cliente o un autónomo que no declara el IVA, un empresario que no paga lo establecido en salarios o en impuestos, o quien simplemente no cumple ante los demás el compromiso adquirido al desempeñar un trabajo o función del tipo que sea. Tan corruptos son unos como otros. O somos unos como los que criticamos en cualquier barra de bar o en tertulias varias.

Incoherentemente coherentes

Cuando era más joven, al ser educado en ambientes eclesiales, no cabía en mi imaginación que personas que se declaraban creyentes o aquellas que habían elegido la vida religiosa o el sacerdocio pudieran vulnerar los principios más elementales de la fe cristiana. O que no fueran coherentes con los valores emanados del Evangelio. Cuando trabajé en la oficina de prensa de un Obispado y conocí sus interioridades me llevé más de una sorpresa. O cuando ejercía el periodismo no cabía en mi imaginación que hubiera profesionales que mintieran, se dejaran sobornar por el poder o no lucharan contra viento y marea en defensa de la libertad de expresión y de una prensa independiente y al servicio de los ciudadanos. Qué voy a contarles cuando llegué al mundo de la política y pude comprobar de primera mano que hay personas que son capaces de ‘matar’ por un puesto en una lista electoral o un simple cargo institucional. Y beneficiarse de su puesto, sea del partido que sea, como en la Administración Pública, donde hay gente que sólo ha perseguido su enriquecimiento personal, beneficiando a los poderosos, o el provecho de los recursos que son de todos.

Hay pocas verdades que sean absolutas, pero sin caer en el nihilismo o en la simple ideología neoliberal, que se convierte en un modelo de ver la vida, constato que cada día hay que alimentar la ética de principios para no caer en esa moral de plástico que llega a través de cantos de sirena cuando menos te lo esperas. Que las organizaciones, por el mero hecho de tener una historia o un apellido concretos, no llevan aparejada la limpieza absoluta de las personas que forman parte de ellas. Que el ser humano está tentado continuamente a sucumbir a los principios del capitalismo depredador, y lo que es más grave, a justificarlos en nombre de unos supuestos derechos adquiridos por haber tomado en algún momento determinadas decisiones. Que hay que estar siempre en alerta, sin agobios y susceptibilidades, porque vivir es formidable, siempre hay posibilidades de caer en la cuenta de los errores que podemos cometer, y que en el caso de confesar una religión liberadora, tener presente que la mirada hacia los últimos es la que te permite no dejar de tener los pies en la tierra.

Y sobre todo, descubrir que por encima de las sombras que llaman nuestra atención hay muchas luces de gente, de muy buena gente, que trata de vivir cada día con principios de honradez, buen hacer, sentido común y pensando en los demás. Que no lo pregonan y que raras veces son noticia, pero ejemplos de competencia profesional, personal, laboral, social y política los tenemos repartidos por todos nuestros mundos. Ejemplos de que hay una moral de carne y hueso que es capaz de echar esas tarjetas al contenedor amarillo. ¡A reciclar toca!

P.D. En mi calidad de miembro del Consejo de Administración de Radio Televisión de la Región de Murcia, elegido en junio de 2011 a propuesta del PSRM-PSOE, he firmado el Código Ético que ha elaborado el PSOE para los cargos públicos y orgánicos. Aquí lo tienes íntegro: Código Ético completo.