La política en nuestro país se ha convertido en los últimos tiempos en un Juego de Tronos en el que cada uno de los actores tiene claro lo que tiene que hacer el otro, en el que la interpelación a lo correcto preside cada una de las acciones, en donde las jugadas están milimétricamente calculadas, los escenarios no se escogen al azar y los pasos están tan medidos que nadie desvela sus cartas. Y frente a los personajes, una mayoría a la que se le ha preguntado en dos ocasiones, que parece empeñada en nuevos territorios que nadie alcanza a concretar y a la que le cuesta entender todo, pues ve cosas que no se contemplan en su vida cotidiana.

En el contexto actual resulta complicado encontrar el quid de una cuestión salpicada de nuevos actores, instrumentos y realidades. Todo ello aderezado en un bol de elementos de difícil maridaje. Porque todo son vetos, incompatibilidades manifiestas e imposibles acuerdos… pero eso sí, nadie es responsable. Porque en la política, como en la vida, siempre son otros los culpables con tal de no asumir el protagonismo, el control y las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. En el quehacer diario de cualquier votante, en cambio, todo gira en torno a la responsabilidad, entendida como qué no has hecho para que algo no salga, o qué has hecho directamente mal de forma que no sale.

pitonisa_miVayamos por partes. No podemos negar que el PSOE ocupa gran parte del centro del protagonismo tras los resultados electorales del 20-D y del 26-J. Aunque existiese (y aún exista) la voluntad contraria, este escenario era el preferido por muchos al ser el reflejo del final del bipartidismo y el resultado de los nuevos actores en un supuesto eje izquierda-derecha que ya es muy complicado sostener. Su candidato, Pedro Sánchez, ha tenido que bregar con una oposición interna y externa difícilmente imaginables para otro dirigente político que se la jugó en unas primarias como secretario general, que ganó, y que desde el primer momento ha tenido un escaso margen de maniobra.

Ya sabemos que la cultura de izquierdas es cainita con quienes están al frente de las direcciones de los partidos, ya que hasta el militante más alejado del trabajo político (y por supuesto el votante) sabe lo que tiene que hacer el otro. En el caso de los barones o baronesas del partido, qué les voy a contar. No se la jugaron en su momento, pero esgrimen su ascendencia por encima de todo. Piense el lector por qué gobiernan en sus respectivas comunidades, quiénes les apoyan con sus votos o su abstención, y luego traslademos sus reticencias a que para la gobernabilidad de España su secretario general intente el acuerdo con Ciudadanos y Podemos. Mientras que todo el debate queda en el lado de las estrategias, alianzas y combinaciones posibles, sigue pendiente la clave esencial que está detrás: la crisis de la socialdemocracia, y por ende, la construcción de un nuevo discurso político, que no persigue otra cosa que ofrecer una alternativa a la globalización de la desigualdad y la precariedad, con un instrumento político renovado y un discurso diferente al del populismo. Y es que tampoco en la vida de diario los votantes funcionamos en la familia, en el trabajo, con las amistades, tirando de populismo. Éste,  como la falta de responsabilidad, son cosas infinitamente alejadas de lo que nos pasa todos los días y, en cambio, es lo que se nos ofrece…

Porque, desde el máximo respeto y, en algunos casos salvando las distancias, el discurso populista no puede ser el de dar a la gente lo que de manera inmediata, emocional y simple quiere. Y no me negarán que mucho de lo que nos ofrecen hoy Ciudadanos y Podemos se asemeja a ello. Tanto que los vetos mutuos que entre ambos se esgrimen tiene mucho que ver con un discurso compartido en su estructura para acertar con esa parte del electorado que no ve en los partidos tradicionales la solución en estos tiempos complejos. Bien es verdad que en el caso de Podemos entran en juego más elementos. Ha conseguido trasladar al discurso político las emociones y sentimientos que se echaban en falta en los partidos tradicionales de la izquierda (léase en especial, IU, con las notables consecuencias que ello ha supuesto para ésta a la hora de buscar una tabla de salvación en su alianza el 26-J, y que seguro que no será nada fácil de mantener en los próximos meses). Saber captar el estado emocional de la indignación, de la desesperación ante las consecuencias de esta nueva vuelta de tuerca del capitalismo globalizado en nuestro país en forma de crisis y estafa económica, no es suficiente para construir una alternativa en la que tienen que tener cabida muchos más actores.  Lo que no tengo claro es que sus dirigentes estén la altura de las circunstancias para llegar a acuerdos que desbloqueen la situación. Encajar en las estructuras institucionales lleva su tiempo.

Porque al fin y a la postre de lo que venimos hablando tiene que ver, por una parte, con la madurez de quienes lideran y dirigen los partidos políticos que entran en juego, bien en fase de construcción (Podemos) o de reajuste para los tiempos nuevos (PSOE o IU). Y, sobre todo, del discurso político sobre el que construir un proyecto que afronte los estragos causados por los recortes y las políticas neoliberales de la desigualdad y la precariedad. A la combinación de esos dos factores hay que sumar, además, la confianza interna o no de quienes juegan en su organización, así como la disposición a aceptar que en una negociación siempre se cede. Máxime cuando a la vista de los resultados electorales 1 + 1 no es igual a 2, sino a 3… para formar gobierno.

A estos imponderables aún hay que añadir más elementos. De una parte, las elecciones autonómicas en Galicia y Euskadi, cuyas consecuencias empezamos a vislumbrar. De otra, un escenario no resuelto en los últimos cuarenta años: la identidad nacional y territorial, con  el encaje de Cataluña (pero no sólo) con el resto de España, donde el factor  emocional es determinante. De nada ha servido hasta el momento las interpelaciones de CCOO y UGT a quienes tienen en su mano cambiar la situación. Agitemos todo ello en esta coctelera de los asuntos públicos para obtener un cóctel de sabor indeterminado. Y lo que es más grave, de un combinado que no parece que vayan a resolver unas terceras elecciones. Que a ello vamos, si nadie lo remedia, querida y querido lector.