En episodios como los vividos en los últimos días a consecuencia de las complicadas condiciones atmosféricas ha vuelto a destacar el papel que juega el personal empleado público para que nuestra actividad funcione con normalidad. Hablamos de quienes están incluidos en la vasta categoría del funcionariado al servicio del bien común, a los que hemos visto en plena faena y en las condiciones más adversas: guardias civiles, policías locales, bomberos, empleados de los servicios de mantenimiento de las carreteras y las vías públicas, sanitarios? Personas que hacen de su actividad laboral la expresión más palpable de trabajar porque la cosa funcione.

Hablamos de unos tipos y de unas tipas que están ahí, desde los primeros instantes que llegamos a este mundo. ¿Quién ha palpado nuestro cuerpo por primera vez tras enganchar nuestra cabezota y hacernos llorar para nuestro bien? Pues una comadrona o un comadrón que, fíjate tú, resulta que son empleados públicos. Como quienes permiten que el hospital funcione, que haya sábanas en una cama, que siguen nuestra evolución, curen nuestras dolencias, nos faciliten los desplazamientos, nos atiendan durante el período escolar y funcionen los diferentes servicios públicos asociados a nuestra actividad cotidiana.

Empleados de lo público de todo tipo y condición que, en su inmensa mayoría, se comprometen con su labor, apuestan por lo de todos y quieren ser felices en su trabajo. Como todo hijo de vecino. Personas que cada día lo quieren hacer mejor. Docentes que se emplean por formar a nuestros hijos e hijas (lo sé por experiencia, porque soy hijo de maestra entregada toda la vida a la causa de la educación), sanitarios, administrativos, operarios en mil tareas, licenciados y graduados en innumerables especialidades. Embarcados en diferentes administraciones, desde la más cercana, la local, hasta pasar por la autonómica y la del Estado, en nómina de entidades públicas y empresariales? Gente que en muchísimos casos ha tenido que preparar unas oposiciones, que superar unos complicados procesos selectivos -mejorables, por supuesto- pero a la que nadie le ha regalado nada.

También los hay con morro, no lo niego, porque quien más o quien menos conoce algún espécimen de esta calaña que considera que puede hacer de su capa un sayo con la filosofía de que «como es de todos, no es de nadie». Pero son los menos, se lo aseguro.

Aunque si hablamos de hocicos, hay una estirpe especialmente singular: la de quienes atacan lo público poniendo el punto de mira en el eslabón de su personal y descalificando a las administraciones. Pero eso sí, intentando vivir de ellas cuando tienen oportunidad. Qué curioso resulta escuchar a estos defensores del liberalismo más extremo y cuando se les brinda la ocasión de gestionar desde la política institucional se benefician de lo público para auxiliar a sus empresas de procedencia para las que trabajan o a las que van a recalar. Por no hablar de quienes viven en una esquizofrenia permanente al ser empleados públicos, cobrar de lo público y ocupar temporalmente cargos públicos? pero no tienen en lo público su punto de mira, sino que se afanan para esos detractores que no se sonrojan al poner el cazo y la mano al buscar la salvación ante sus fracasos empresariales. Lo paradójico del asunto es que, al final, también lo público está para ellos. Ahí estamos.