Además de la escuela, las consultas de Pediatría son la ITV donde a diario podemos comprobar el estado de nuestros niños, los más pequeños de la casa. Tengo una amiga pediatra que hace unos días concluía una reflexión sobre lo que ve día tras día en su trabajo con la frase que encabeza este artículo. Si en la película de los Cohen, Ethan y Joel, un Javier Bardem conmueve al espectador al bordar el papel de un asesino a sueldo, esa perturbación la podemos trasladar al malestar que produce ser testigo de lo que los críos están viviendo en esta sociedad que camina al colapso, como nos advierte Carlos Taibo.

La situación podría resumirse así: nuestros niños están abandonados. Sí, como suena. Un abandono infantil en el que intervienen numerosos factores, pero que hay uno por encima de todo: nuestro mercado laboral. Hablamos de precariedad, jornadas interminables, pobreza aunque haya empleo. Un cóctel explosivo al que se suma otros elementos como la situación de debilidad de los lazos familiares. Bienaventurados los que tiene abuelos y abuelas cerca que puedan atender a esos nietos, porque aquellos que carecen de ellos andan bien servidos.

Una tableta, una tele de plasma o unos teléfonos móviles en sus manos no son capaces de cubrir las horas y horas en las que nuestros niños conviven con la soledad, sin apenas referentes de padres y madres, o bien confundidos por quién juega ese papel. Lo de la conciliación es mucho más que un buen deseo o una declaración de principios, porque la situación a la que hemos llegado es casi explosiva. Mantenerla a flote es una odisea, puesto que se da la paradoja de que por apostar por ciertos niveles de bienestar (eso sí, siempre asociados al consumo desmedido) o la simple supervivencia (porque un puesto de trabajo no es garantía de ingresos suficientes) estamos pagando el precio de jugar con la salud física y mental de los más pequeños, los más débiles, los más indefensos.

Una salud mental que también afecta a los abuelos, puesto que a muchos de ellos les ha llegado sobrevenida la imposición de una nueva etapa de crianza ante la que parecen no tener elección. ¿Qué capaz de resiliencia tendremos ante una infancia infeliz? La mala conciencia y la culpa campan a sus anchas, ante los escenarios que invaden los hogares. Y es la pescadilla que se muerde la cola. Si hemos llegado a esta situación, algo habremos tenido que ver nosotros, se preguntan nuestros mayores, porque los hijos son nuestros, los hemos querido tener, pero los nietos nos llegan sin apenas tener posibilidad de deliberación.

Habrá que pararse, ¿no les parece? No es posible que miremos a otro lado. Apelar a un sentido de la responsabilidad de la que nadie podemos permanecer ajenos es un primer paso. Una responsabilidad que afecta al mundo de la política, la de los recursos públicos. ¿O es que alguien piensa que los recortes en sanidad, educación o servicios sociales no llevan aparejados graves consecuencias para los más vulnerables? Y además resulta que, como todo en la vida, está en nuestras manos poder dar los primeros pasos. Preguntarnos si queremos seguir en esta vorágine de vivir sin freno y control, o pensar de verdad en los niños que traemos al mundo y cómo invertimos tiempos, afectos y compromisos para lograr un país y un mundo mejor para ellos. Que nosotros también lo fuimos.

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Imagen: AstridWestvang via Foter.com / CC BY-NC-ND

 

Amparo Marzal, presidenta de Unicef en Murcia, comparte al hilo de este artículo un demoledor estudio sobre el impacto de cinco años de guerra en los niños sirios y en su infancia. Aquí puedes descargarlo:

No es lugar para niños – Informe de Unicef