Clamaba hace unos días el gerente de la empresa concesionaria del servicio de alquiler de bicicletas de Murcia por el maltrato que sufrían estos vehículos. Una situación que había obligado a cerrar algunas estaciones o que no se encontraran bicis en otras a lo largo del día. Soy uno de esos usuarios que en innumerables ocasiones me quedo con un palmo de narices cuando voy a utilizarlas o aspiro a jugarme la vida si quieres desplazarte con muchas de las que hay por el lamentable estado en la que se hallan.

Al margen de que pueda evaluarse si el servicio de mantenimiento de MuyBici es el más adecuado, lo que resulta innegable es que las mínimas normas cívicas brillan por su ausencia a la hora de usarlas. Parece que como están al alcance de todos en la calle, pues no hay que cuidarlas, ni respetarlas, ni pensar que otras personas las van a utilizar. Algo similar a lo que sucede con el mobiliario urbano de nuestras ciudades y pueblos. Como es de todos… no es de nadie. Y esta máxima se puede trasladar a cualquiera de los escenarios de nuestra vida.

La lista puede ser interminable. Desde las instalaciones de nuestros colegios e institutos, el material que se utiliza en sus aulas, hasta los recursos sanitarios, pasando por la limpieza en nuestras calles y plazas, el uso del agua, los libros de nuestras bibliotecas municipales… y un largo etcétera cuya relación no podría abarcarse en esta página.

Lo jodido del caso, y permítaseme la expresión, es que en los pequeños gestos del día a día podríamos alcanzar cotas inimaginables de cordura, bienestar y buen hacer. Sí, como suena. Pongo un caso que, de simple, dice mucho: aparcar en doble fila. ¿No pensamos que una simple parada con nuestro vehículo puede repercutir en el resto del tráfico, en un atasco, o en generar mala leche a otras personas que se desplazan con sus vehículos? O aparcar en un paso de peatones o en una plaza para personas con discapacidad. “Si es solo un momento” o “si puede pasar sin problemas”, suelen ser los argumentos esgrimidos para justificar lo injustificable. Pero es que la vida puede ser más agradable y armónica sin esos pocos instantes en los que entorpecemos los momentos de los otros.

En definitiva, se trataría de estrechar lazos entre las mínimas normas de urbanidad con el sentido de que lo público, los espacios de convivencia comunes, son de todos. Y que ponerse en el lugar del otro es un buen punto de partida para entender que hacer la vida más agradable al prójimo, y a la prójima, nos llena de mejores sensaciones y nos alimenta de energía para afrontar la vida. Son los pequeños detalles los que construyen nuestra vida social. La respuesta con una sonrisa y no con un estufido, la escucha activa antes de la respuesta reactiva, y sobre todo, ser consciente en si mi pequeño gesto, actitud o comportamiento tiene presente al de enfrente, que no es alguien ajeno sino otra persona como yo que aspira a hacer la vida más agradable a quien tiene al lado.