La escena tiene lugar a comienzos de los 90 en un restaurante de Yecla. El escritor Manuel Vázquez Montalbán había sido invitado por la agrupación local del PCE con motivo de la donación que hizo un viejo comunista de una colección completa de Mundo Obrero a la biblioteca municipal, y que había conservado durante los años duros de lucha antifranquista. Hizo el viaje en coche desde Barcelona, no cobró un duro y estaba completamente relajado y ocurrente. Compartía con los comensales algunos de sus recuerdos como miembro de una peculiar célula comunista en la clandestinidad. El padre literario de Pepe Carvalho relató que durante un tiempo el partido lo consideró un infiltrado del régimen. Y todo por un comentario que hizo tras recibir la consigna de que debían de estar preparados para la lucha armada. “Mi célula la formaba una militante coja, un camarada veterano, otro que no oía mucho y un servidor. Y se me ocurrió decir en voz alta que como no viniera Carrillo y su puto cuñado a empuñar las armas, poco teníamos que hacer”, contaba entre risas de los asistentes a la cena, mientras imaginábamos la escena.

La ausencia de Vázquez Montalbán se hace especialmente patente en estos tiempos para quienes hemos disfrutado de su obra periodística y literaria. En ésta no solo destacó la novela sino también la poesía. Echamos de menos sus brillantes análisis como culé ante alguno de los clásicos. ¿Se imaginan lo que hubiera escrito ante los dos últimos choques, la venta de Neymar, los episodios tuiteros de Piqué y la melancolía hipster de Messi? Pero sobre todo la visión que hubiera reflejado del famoso procés català, sobre el que estoy seguro no habría  dejado títere con cabeza.  Bien de manera directa en artículos de opinión o a través de la visión de sus personajes literarios: desde el detective Carvalho, a su ayudante Biscuter y, sobre todo, de Bromuro el limpiabotas. Este sumaría a su teoría de la conspiración sobre el atontamiento de la población gracias al vertido de bromuro en las aguas públicas el de la sinrazón del independentismo sin más, cueste lo que cueste.

Y no digamos si hubiera decidido sumergirse en el personaje del que fuera Molt Honorable Senyor Jordi Pujol y toda la trama familiar de los Pujol-Ferrusola como lo hizo en su momento con el Dictador en aquella memorable Autobiografía del general Franco, a caballo entre el ensayo histórico y la ficción novelesca. Estoy seguro que hubiera contribuido a desdramatizar muchos de los imaginarios colectivos acerca del nacionalismo burgués catalán, ahora que parece aliado con los herederos de aquel anarcosindicalismo violento de los años 20. Salvando, eso sí, las distancias de quienes han jugado un papel diferente en el mundo libertario, como el que desarrollaron figuras del tipo de Ángel Pestaña.

Menos mal que en el panorama europeo del Sur nos quedan escritores como Andrea Camilleri, padre del comisario Montalbano en homenaje a nuestro recordado novelista. Y sobre todo, Petros Márkeris, el escritor de origen turco que a lo largo de la saga de su detective Kostas Jaritos ha dejado testimonio de los años del austericidio y la estafa financiera en Grecia. Una crisis que hemos vivido, eso sí, siempre por encima de nuestras posibilidades, como se encargó de recordarnos en su momento la vicepresidenta Soraya. Corrupción y blanqueo de capitales en la patria griega protagonizan su última novela, Offshore, en un escenario en el que Carvalho o Montalbano se hubieran desenvuelto desde las mismas claves de integridad, profesionalidad y buen hacer que lo hace el comisario Jaritos. Seguro que Vázquez Montalbán esbozará una sonrisa ante la realidad presente, mientras degusta en la cocina celestial ese arroz con boquerones como el que hacía su abuela.