Mientras usted lee esta entrada en el blog, la hija de un amigo trabaja en el restaurante de un club elitista de mi ciudad por el módico precio de 3 euros la hora. Es universitaria y no ha sido contratada por el establecimiento porque no hay contrato de por medio. Solo el acuerdo verbal de que tiene que hacer de todo a las órdenes del encargado durante 12 horas al día en estos meses de verano. El primogénito de un compañero, también universitario, está en Francia trabajando en el campo, cerca de Burdeos, con un contrato en regla y recibiendo por hora tres veces más que la chica nativa. ‘Papá, esto sí que es un país’, dice que le cuenta su hijo.

Hace tres décadas, quien esto escribe, empezaba a contar historias y entrevistas de verano en la edición alicantina del diario La Verdad >(tristemente desaparecida) como becario en prácticas. Becario, sí, pero con contrato en regla, alta en la Seguridad Social, dieta y kilometraje incluidos y un sueldo de 20.000 pesetas de las de entonces al mes. Recuerdo con mucho cariño esas ocho semanas de locura en esto del periodismo de provincias y de suplemento de verano.

Crónica del concierto de Isabel Pantoja, tras su regreso a los escenarios. (03/08/1986)

Semanas en las que contamos la vuelta a los escenarios de Isabel Pantoja tras el luto por la muerte de Paquirri. También las actuaciones de Raphael, La Trinca o Alberto Cortez. Los inicios de los Loco Mía y El Último de la Fila… Las miles de fiestas en las discotecas de la costa, los estudios móviles de las emisoras de radio nacionales, elecciones de mises o la estela que dejaban los turistas italianos, entremezcladas con notas culturales de los incipientes cursos de verano de las universidades. No faltaron tampoco las protestas vecinales por la improvisación de muchos municipios ante la escasez de infraestructuras para acoger a las miles de personas que emigraban a la costa en busca de un ocio que les hiciera olvidar los sinsabores laborales.

Han pasado los años y hemos comprobado como la política económica de los 80 y los 90 tenía como objetivo crear mercados libres, pero en lugar de eso crearon un sistema rentista basado en los derechos privados de la propiedad. Ha surgido una nueva clase social, la que Guy Standing bautizó como precariado, la primera clase de la historia que tiene un nivel educativo más elevado que el que requiere el trabajo remunerado que se le ofrece. Aparte de las consideraciones académicas, lo que tenemos más o menos claro es que las diferentes reformas laborales, acompasadas con la crisis financiera y sus consecuencias culturales en los hábitos de vida, están dando con un perfil de nuevo trabajador sin derechos, luchando por hacerse un hueco en este mercado de la desigualdad. Hemos ido hacia un sistema en el que el trabajo duro o el talento no son premiados. Hay cerebros brillantes en el precariado y en cambio gente sin talento que gana millones.

El mantra del crecimiento que machacan desde hace tiempo nuestros gobernantes políticos y financieros no puede ir de la mano de una precariedad que sufren las nuevas generaciones de trabajadores. Generaciones de becarios que ven con normalidad no cobrar, no tener contrato y no exigir derechos elementales, como el de respetar su dedicación y esfuerzo por el trabajo bien hecho. No son Paquirrines, pero sus progenitores no pueden (no podemos) sacarles las castañas del fuego.