Consumidos los datos móviles por los miles de vídeos, gifs animados e innumerables memes e imágenes de cualquier signo a través de los que nos hemos felicitado las navidades, el Año Nuevo, el Año Viejo y todo lo felicitable, volvemos a partir de hoy a la realidad cotidiana. A esa a la que abrimos un paréntesis hace quince días y que ahora ponemos fin. Una liturgia que repetimos cada doce meses en los que parece que el mundo se acaba… y vuelta a empezar. Y maldita gana de cosechar la continuidad de algo que finaliza y comienza de nuevo para desaparecer tras ese período de buenas y forzadas intenciones.

De los pocos acontecimientos destacables de estas fechas me ha parecido muy significativo que Aporofobia, el neologismo que da nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres, haya sido elegida palabra del año 2017 por la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia Efe y BBVA. Máxime cuando esta voz ya fuera acuñada en el año 1995 por la filósofa valenciana Adela Cortina, tan ligada a estas tierras murcianas donde conserva un numerosos grupo de amigos, antiguos alumnos como profesora de instituto hace varias décadas, y discípulos destacados como el catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia, Emilio Martínez Navarro.

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Tras elegir escrache en 2013, selfi en 2014, refugiado en 2015 y populismo en 2016, el equipo de la Fundación ha optado en esta ocasión por aporofobia, un término relativamente novedoso que alude, sin embargo, a una realidad social arraigada y muy antigua. Bien es verdad que lo que no tiene nombre no existe. Por eso es necesario buscar palabras que ayuden a definir realidades sociales innegables y cotidianas como el miedo, el rechazo o la aversión a los pobres. Coincidirán conmigo en que solo así, dando nombre a esa realidad, podremos hacerla presente en el debate social, conocer sus causas, enfrentarnos a ella, buscar soluciones…

Es necesario buscar palabras que ayuden a definir realidades sociales innegables y cotidianas como el miedo, el rechazo o la aversión a los pobres

La denuncia de Adela Cortina, como la de muchas personas comprometidas en cambiar las estructuras sociales, políticas y económicas, está clara: el problema no es el color de la piel, sino el color del dinero. Bajo muchas de las actitudes racistas y xenófobas que vemos cada día a nuestro alrededor, late una fobia distinta: la que nos producen los pobres, aquellos que en esta sociedad del intercambio, del dar y recibir, no parecen tener nada que ofrecernos. En su libro Aporofobia, el rechazo al pobre (Paidós, 2017), asegura que «no repugnan los orientales capaces de comprar equipos de fútbol o de traer lo que en algún tiempo se llamaban “petrodólares”, ni los futbolistas de cualquier etnia o raza, que cobran cantidades millonarias pero son decisivos a la hora de ganar competiciones. Por el contrario, lo cierto es que las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas. […]  Las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad. El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza», concluye.

Pobreza, desigualdad, injusticia, diferencias sociales, deseos de cambio, lucha contra la corrupción… todo va unido en un bucle necesario para el que no se deben cerrar etapas, ni paréntesis, ni unas malditas rebajas de enero. Por nadie pase.