Cuando uno no vive como piensa, acabará pensando como vive. Esta frase se la escuché a Rubalcaba durante la campaña electoral del año 2011, aquella en la que se cargó a la espalda el peso de la responsabilidad por las decisiones de Zapatero para evitar la intervención de la economía española, y, por ende, de la hecatombe que arrastraría al PSOE a la oposición y a la travesía del desierto en la que aún se encuentra. Desgraciadamente. Sí, desgraciadamente, porque no olvidemos que hubo una oportunidad para revertir la situación y no estuvieron dispuestos a ello quienes ahora tratan de que aceptemos como normal adquirir una vivienda por 100 millones de pesetas. Los que intentan presentar como modelo el endeudamiento bancario permanente para construir un proyecto vital. ¡Madre del amor hermoso!

La afirmación inicial es de Gabriel Marcet, filósofo francés y padre del existencialismo cristiano o personalismo. Aseveración que, como creencia popular, es respaldada por la neurociencia, según apuntaba la psicóloga Pilar Quijada citando un trabajo publicado en Nature neuroscience que demostraba la adaptación del cerebro a la falta de honradez. ¡Uy, uy, uy! “La falta de honradez es una parte integral de nuestro mundo social, que influye en dominios que van desde las finanzas y la política a las relaciones personales. De manera anecdótica, las transgresiones del código moral a menudo se describen como una serie de pequeñas faltas que crecen con el tiempo”, señalaban los autores del trabajo, en el que proporcionaban “evidencia empírica de una escalada gradual de la falta de honradez en beneficio propio y el mecanismo neuronal que está detrás de esa escalada. En cuanto al comportamiento, se muestra cómo el grado en el que los participantes realizan actos deshonestos que los benefician aumenta con la repetición de estos”, decían.

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De verdad que me resisto a no caer en los escenarios comunes de justificar la falta de coherencia como modelo de vida, pero me resulta muy difícil comprender lo que tiene poca explicación. Por mucha transparencia, declaración de bienes y bla, bla, bla. Al final la coherencia no es una virtud, porque resulta que los más coherentes van a ser los que tienen claro que el mercado todo lo tiene que resolver, que aquí vale la ley del más fuerte, los que justifican la manipulación informativa en RTVE sin medias tintas, el populismo fiscal de la bajada de impuestos o el populismo político frente al independentismo catalán que bordea la xenofobia y el nacionalismo recalcitrante.

Un dicho que siempre me ha gustado desde que se lo oí a uno de mis jefes hace años es el que afirma que “si quieres conocer a fulanico, dale un carguico”. Esto es, pon al individuo o individua en cuestión al frente de una parcela de poder, en la que pueda tomar decisiones sobre la vida de los subordinados o gestione recursos económicos para conocer en su verdadera salsa de que espécimen estamos hablando. Esta expresión murciana es más importante de lo que inicialmente parece. Solo hay que pararse un momento a contemplar quiénes nos gobiernan, gestionan nuestro tiempo laboral o profesional o están al frente de las organizaciones. Al final volveremos al lugar donde comenzaba todo: no me digas lo que piensas, porque tus ideas valen lo justo; dime en qué empleas tu vida, qué consumes y con quién te juegas los cuartos… porque entonces te creeré, o no.