Tuve mis primeras noticias de estas mujeres diferentes en la fila de preescolar, cuando en su colegio nos pinchaban en el hombro y a cambio recibíamos un terrón de azúcar. Los rastros de las vacunas quedaron para siempre, como pequeños cráteres en la piel, y los lucíamos cual tatuajes guerreros durante la EGB. Fue en Ibi, en la provincia de Alicante, hace ya cincuenta años.

Acabé la adolescencia en Yecla practicando zen junto a ellas en una pequeña estancia de su convento y fui testigo de su compromiso con la realidad de la calle, a pesar de su clausura, cuando prepararon comida y un refresco para unos trabajadores del calzado encerrados en una fábrica en protesta por su despido. Eran ‘las encerrás’, en el monasterio del Sagrado Corazón del Camino Real, y lloré con ellas cuando tuvieron que cerrarlo hace dos años. Quedaron atrás vínculos, emociones, recuerdos y, sobre todo, vivencias personales y familiares. Esos lazos se mantienen ahora a escasa distancia de casa, en el Convento de San Antonio, con las que compartimos oración y dulces, celebraciones y vida.

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En el ecuador de lo vivido experimenté en Buenafuente del Sistal con otras, las Cistercienses, en la comarca del Alto Tajo de Guadalajara, lo que supone el silencio. El silencio de amor del que habla San Juan de la Cruz, que es un silencio Fecundo, / no hacen falta las palabras, / todo se dice en silencio, / es un silencio de Amor. / (…) El alma se siente perdida, / añora la voz del Amado / como en los días de fiesta y teme no estar a su lado, / pero el Amado está allí como escondido, dormido / en el corazón del alma, / en un silencio de Amor.

Qué decir de aquellas que se juegan la vida a diario ejerciendo el feminismo hasta las últimas consecuencias. Son las que apuestan para que África se escriba con nombre de mujer. He convivido con ellas en Mali y en Kenia, en sus centros de promoción de la mujer, en sus dispensarios, en sus colegios y hospitales… Hijas de María Auxiliadora, Combonianas, Misioneras de la Consolata. Qué más da. Todas ellas con un fin nítido y claro: hacerse una más entre aquellas, entre las mujeres africanas que sacan adelante a sus familias, las que crean cooperativas, las que pelean para que sus hijas estudien, las que rechazan el machismo que no conoce países ni continentes.

Y aquí, más cerca, las tenemos en las cárceles, acogiendo a mujeres inmigrantes, a mujeres explotadas y prostituidas. También las conozco implicadas en su compromiso en barrios obreros con la dura realidad del mundo del trabajo y en proyectos de desarrollo, atendiendo las necesidades más básicas o denunciando los desahucios con la PAH. Colaborando en parroquias o en iniciativas de Cáritas y otras realidades del mundo de la pobreza y, casi siempre, en favor de otras mujeres.  Desde la acción y la contemplación. Y además con la experiencia de vivir en comunidad.

También mantengo vínculos con monjas a través de la red, como ocurre cada semana con las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que difunden desde hace años, fieles a la cita, el Comentario del Evangelio del teólogo José Antonio Pagola.

Estos últimos días me he acordado mucho de todas ellas, con sus diferentes carismas, porque acabamos de enterrar a una monja de bandera, la hermana Antonia Gallego. Una religiosa de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, congregación que primero en España, pero también en América y África, se dedica a la promoción social y humana en zonas urbanas y rurales donde la pobreza campa a sus anchas, arrasando a quienes pilla a su paso. Su fortaleza, confianza, generosidad, entrega y sentido del humor son rasgos compartidos por otras muchas mujeres, monjas como ella que, desde una decisión personal, han apostado por entregar su vida en favor de otros, de los más débiles y necesitados. Y, además, inspiradas por un hombre que hace ya dos mil años desafió al poder político y religioso del momento, porque lo hizo por ellas, por las mujeres y con mujeres.


Foto de entrada del post, tomada en www.elperiodicodeyecla.com

Puedes conocer con más detalle la vida de la religiosa inspiradora de este artículo, en la siguiente entrada: La hermana Antonia Gallego ya descansa