Respóndame a esta pregunta: ¿es posible que algún ser humano viva sin ser cuidado? Pese a que la contestación parezca obvia, no me negarán que en el noventa y nueve por ciento de los casos al frente de los casos hay una mujer, o varias mujeres, o un grupo de mujeres, que protagoniza una actividad tan poco reconocida como es la que tiene que ver con el trabajo de cuidados no remunerados. Vayamos por partes.

Hablamos de economía de cuidados cuando nos referimos a un tipo de trabajo que tiene lugar en diversos entornos, tanto en la economía formal como en la informal: son los servicios de salud, el cuidado de niños y niñas, la educación de la primera infancia, los dirigidos a las personas con discapacidad y los cuidados de larga duración, así como el de las personas mayores.

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La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó en junio pasado el Informe El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente en el que analiza detalladamente el trabajo de cuidados remunerado y no remunerado y su relación con el mundo de trabajo en transformación. Destaca que un punto central son las persistentes desigualdades de género en los hogares y en el mercado de trabajo, que están vinculadas con el trabajo de cuidados. En total, la fuerza de trabajo en el mundo dedicada a la prestación de cuidados asciende a 381 millones de trabajadores: 249 millones de mujeres y 132 millones de hombres. Unas cifras que representan el 11,5 por ciento del empleo mundial total, el 19,3 del empleo femenino y el 6,6 del empleo masculino mundial.

Cuando hay que atender a los viejos, cuando pierden la cabeza, entran en fase de demencias varias, y en la familia se plantea que hay que cuidarlos, esto parece relegado por designación divina a las hijas o nueras

Si la desigualdad de género es brutal en cuanto a quienes se dedican a este tipo de trabajo remunerado, la brecha alcanza cotas inmensas en cuanto a los cuidados que no se pagan. Sí, resulta también obvio si comprobamos quiénes se dedican a la crianza o a la atención de personas con discapacidad y personas mayores en nuestras casas. Porque no me negarán que cuando hay que atender a los viejos, cuando pierden la cabeza, entran en fase de demencias varias, y en la familia se plantea que hay que cuidarlos, esto parece relegado por designación divina a las hijas o nueras. Esto es, a las mujeres, porque los hombres, ya se sabe, son los que asumen el sostén de la economía que cuenta. La otra, ya se sabe, es menos relevante y parece que ellas la llevan escrita en su ADN.

Si salimos de nuestro pequeño mundo y miramos a la aldea global en la que estamos, no resulta extraño que la OIT advierta de la necesidad de duplicar las inversiones en la economía del cuidado a fin de prevenir una inminente crisis de los cuidados a las personas. Y ello con unas políticas que deberían afrontar la creciente necesidad de cuidados y abordar la enorme disparidad entre mujeres y hombres en las responsabilidades familiares y de atención. Volvemos al principio: las mujeres dedican más de tres cuartas partes del tiempo empleado en el trabajo de cuidado no remunerado. Si salimos de nuestro pequeño mundo y de la agenda de los másteres, independentismo y de si los equipos de fútbol deben de ir a jugar a los EE. UU., aquí tenemos un asunto central para el debate. El global y el de qué hacemos en nuestra casa cuando de cuidados se trata.


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