Sí, sí. Jodida muerte, inevitable compañera, adherida a la vida y constante hasta el extremo. Erre que erre. Cuando te la esperas y cuando no. En soledad y en compañía, odiada y deseada, llorada y reída, que de todo hay. Rememorada cada año por estas fechas, ensalzada hasta el extremo frente a la existencia. Representada con ese espectro armada con una guadaña igualitaria por mucho empeño en dejarla pasar hacia quienes ocupan el estrato inferior porque en la cúspide se vive bien. Ya lo saben, los ricos también lloran. Es interclasista, aunque llegue con demora, un retraso prolongado con saludos y bagatelas.

Jodida muerte de andar por casa. Salpicada por multitud de formas y colores. Asociada a la pobreza y a la precariedad. A los conflictos en cien mil escenarios dispersos por el mundo, golpeando sin piedad a los más pequeños, a los más viejos y a ellas. Tan habitual en algunos lugares que se le saluda al pasar, se le da la bienvenida y se le acompaña en busca de nuevos frentes abiertos en rincones dispersos donde haya algo de vida, donde arraigue un soplo de savia derramada.

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Jodida muerte que anida en algunas familias como Pedro por su casa. De generación en generación, violenta o serena, provocada o eludida a lo largo de una vida, quién sabe cuándo y cómo llega. Amiga del dolor y la tristeza, consorte de la desesperanza, salpica en el inesperado instante del cuarto oscuro de la existencia. Realidad que explica el arte, la literatura y el resto de las manifestaciones irracionales del ser humano. Viajera incansable por escenarios vacíos de sentido y caminos insondables, aventurera en indescifrables vías y arracimados destinos mundanos.

Jodida muerte causante del dolor de los demás que tan cautivadora y emocionante manera ha retratado Miguel Ángel Hernández en el drama de adolescencia que le tocó pasar. Protagonista del sufrimiento de los otros, es capaz de agazaparse en cada esquina, en cada rincón de la huerta, en una calle sin salida del arrabal sirio, en cualquier tienda del campo de refugiados griego, en el descaso de la columna de los hondureños que marchan camino del Dorado o en uno de los múltiples desiertos del planeta.

Maldita muerte que haces tuyo el instante más sagrado del ser humano, ese que anhela sentir el cálido abrazo de los amantes.

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Jodida muerte que hace cinco lustros te llevaste a dos de los míos. Sin piedad, con dosis de recuerdo incluida a los escasos meses de la primera. Que cargas sin clemencia esos fardos camino de quién sabe qué lugar y en qué dimensión. Maldita muerte que haces tuyo el instante más sagrado del ser humano, ese que anhela sentir el cálido abrazo de los amantes. Condenada muerte a la que cantaba hace escasas horas ese “ni vivir, ni morir / ni presente o por venir / nada nos separará / del amor de Dios”.

Jodida muerte, alimentada cada día por múltiples viandas del néctar de la existencia, al final tendré que aceptarte sin más, dejar de pelearme contigo y con tus cómplices para asirme de tu brazo y mirarte de frente. Para hacerte mía, y tuya y nuestra. Sin aspavientos ni alaridos. Con un tenue susurro que te contemple sin odio, sin rencor, sin amenazas. Fundida. Serena. Amiga. Esa eres tú. Jodidamente inevitable.