Quienes acudan este fin de semana a sus parroquias o participen en cualquier misa dominical se encontrarán con las duras experiencias que atravesaron en su devenir los llamados profetas. No lo tuvieron fácil, porque eran esos pepitos grillo que denunciaban a los cuatro vientos las tropelías de quienes gobernaban esa parte del planeta de donde arranca la cultura occidental judeocristiana. Jeremías fue uno de ellos y sufrió persecución. Vamos, que se la jugó. Lo gracioso del tema del evangelio de Lucas del domingo (si es que acaso tiene alguna) es que cuando a Jesús le tratan de subir el ego en la sinagoga tras su predicación va el chaval y les suelta aquello de que “ningún profeta es aceptado en su pueblo”, los pone frente al espejo de sus contradicciones nacionalistas y de nación supuestamente elegida y el público se cabrea de lo lindo: ni cortos ni perezosos lo sacan de la ciudad con intención de despeñarlo en un precipicio. Lindezas del momento.

Salvando las distancias, estas referencias bíblicas vienen al caso con la tristeza que me produjo leer la entrevista que Francisco Sánchez le hizo hace unos días a la eurodiputada cartagenera de Podemos, Lola Sánchez, en las páginas de este periódico. De su relato pude entrever un gran desánimo y una profunda decepción sobre su experiencia política de estos casi cinco años en el Parlamento Europeo. Especialmente porque no había sido profeta en su tierra, al menos en su tierra política, en su organización. Ese lamento ante la falta de reconocimiento a su trabajo por parte de quienes dirigen el cotarro es una muestra evidente, a mi juicio, de la falta de empatía y de afectos que existen en el seno de las organizaciones. Amén de la ausencia de una verdadera democracia interna, por mucho que se nos llene la boca de la participación, la gente, la militancia, los círculos, las agrupaciones.


Lola Sánchez pone sobre el tapete una evidencia: que la democracia lleva consigo mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucha entrega y muchos riesgos.

Lola Sánchez pone sobre el tapete una evidencia: que la democracia lleva consigo mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucha entrega y muchos riesgos. Que el modelo leninista de partido, sea presuntamente nuevo o viejo, es el que triunfa porque hay una élite que sabe lo que es mejor para el mundo mundial. Por eso establece una red clientelar de alianzas ciegas (o conmigo o contra mí) para seleccionar a componentes de la organización o de las listas electorales que no cuestionen a los dirigentes que están por encima de todo. ¿No resulta increíble que se organizara una consulta por el chalé de Galapagar y Errejón diera la espantada sin llevar sus posiciones a los órganos del partido, como dijo la eurodiputada? ¿No parece que con ese tipo de actitudes han secuestrado las ilusiones y esperanzas de quienes creían posible otra manera de acercarse a la política, a los asuntos públicos?

Todo es más complejo que estas simples aproximaciones a los retos que deparan los modelos y sistemas de representación política. También el debate sobre si los partidos sirven hoy, tal y como están, para los desafíos de una sociedad del conocimiento, de la desigualdad, de la inteligencia artificial, la cadena de bloques y el reto medioambiental. No olvidemos el desprecio y la prepotencia que muchos miembros de Podemos han demostrado a lo que no representaban ellos, bien fuera en ámbitos de Izquierda Unida o del PSOE. Una actitud de machos alfas, como destaca Lola Sánchez, que les está llevando hacia el abismo. De ahí que los y las profetas, las de verdad, sigan siendo imprescindibles para alzar sus voces ante tanto ruido. Sin gritar, sin dar espantadas, sin condenar. Solo denunciando y poniendo ante el espejo a quienes se sirven del resto para que nada cambie. O muy poco.