Sostiene mi hijo Ángel que la culpa en el retraso en las obras de construcción que podemos ver en nuestras ciudades la tienen los jubilados, ya que están de allá para acá transportando a los nietos al cole o a las actividades extraescolares y no pueden ejercer una de las grandes tareas que contribuyen al desarrollo económico del sector: supervisar las obras detrás de las vallas, a prudente distancia de los operarios. Una distancia que, eso sí, no les impide hacer un seguimiento al milímetro de la evolución de los trabajos que, ríete tú del examen de cualquier técnico de control de calidad. Reconozca, querido lector, que esta función no está reconocida, y ya va siendo hora de que vuelvan a una actividad que nunca debieron dejar por mucho que a los críos les haga ilusión ver a los abuelos a la salida del colegio o la academia.

Es la misma ilusión que sentirán muchas familias cuando recuperen a ese político, varón para más señas, que renunciará a estar en una lista electoral estos días porque necesita dedicarles a los suyos el tiempo que les ha robado durante el ejercicio de la noble actividad pública. ¡Anda ya! Menuda panda. He visto soltar lágrimas en despedidas para tratar de ocultar que brotaban por un cese en toda regla, o una exclusión, o una defenestración, como quieran llamarla, y la razón esgrimida era la de que a continuación iban a centrarse en su familia. En prestar atención a los hijos o a sus parejas, cuando en realidad el asunto en cuestión era el de no cuadrar en los planes de quienes tienen la potestad de hacer una lista o nombrar a cargos públicos. Procesos selectivos, en definitiva, que no tienen que ver solo en el mundo de la política. También los encontramos en el deporte, la universidad, la dirección de las empresas y en diferentes tipos de entidades.

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El escenario electoral que nos espera provoca muchos revuelos a la hora de escoger a quienes van a estar en las listas que concurran a los comicios de las próximas semanas. Es el momento de comprobar quiénes han sido buenos chicos y buenas chicas, se han portado bien con los líderes, no los han cuestionado, han sido fieles seguidores de sus posiciones, se han dejado la piel en la campaña y asumen de facto el compromiso de una entrega total para los próximos cuatro años. Es el tiempo de constatar hasta qué punto las fidelidades son los elementos primordiales para contar y formar parte de esa élite que regirá los destinos de las organizaciones políticas. Unas, en los espacios de gobierno. Otras, en el frío invierno de la oposición.

De ahí que los procesos de selección de quienes pueblan las listas en los comicios sigan siendo, en una buena parte de los casos, asignaturas pendientes en los partidos políticos a la hora de cumplir los supuestos de su presunta democracia interna. Algo similar al problema que tienen las administraciones públicas en el momento de escoger al personal directivo, en el que suelen brillar los criterios profesionales. La transparencia se arguye por doquier, pero hasta el momento, y mientras no se demuestre lo contrario, un selecto grupo de personas es el que escoge y da brillo a la oferta. Cuando no son determinados grupos de poder económico quienes determinan los carteles electorales, véase especialmente en el ala derecha de las candidaturas. En definitiva, tiempos convulsos para tratar de responder a la pregunta del millón.