La tristeza de los últimos días solo la puedo combatir con la literatura. El desolador panorama que va a quedar en las comunidades autónomas y ayuntamientos que continuarán gobernados por el PP, con la herencia de la corrupción y el clientelismo, se deberá a la complicidad de Ciudadanos. A una estrategia inspirada por Alberto Carlos, el franquiciante de la marca naranja, que ejecuta de manera obediente y sin mácula los franquiciatarios de turno. Uno actúa como dueño del producto partidario, de la marca en toda regla, del servicio a los gobiernos en los que perviva el modelo de negocio político del centro derecha. Los otros, como receptores del producto a explotar. Y en medio de ellos, en muchos casos, junto a esos hijos que siempre estuvieron en la casa de los padres y en los últimos tiempos habían querido buscar su camino por su cuenta. Pero al fin y a la postre, quien siempre pone la cazuela al centro son los progenitores. Por eso ha sido tan fácil recuperar la habitación que habían dejado provisionalmente desocupada.

A la tristeza se le une el pasmo por la estrategia seguida. Aún no termino de entender a quienes pretendían dar el adelantamiento por el flanco derecho y, casi de un día para otro, apuntalen ahora a sus presuntos adversarios. Menos mal que las historias de Art Keller, el agente de la DEA creado por el escritor norteamericano Don Winslow en su trilogía de El poder del perro, El Cartel y La Frontera, son capaces de hacerme olvidar el sinsentido, la falta de la palabra dada y la mediocridad en la que se ha instalado la política pre y post electoral. El culmen es ese “gatopardismo” que ejecutan los Villegas, Hervías o la propia Arrimadas, cuando tratan de hacernos comprender (más bien imponer) a estos mortales que no sabemos nada de nada ya que, en realidad, el cambio que pregonaban en campaña no es otra cosa que su franquicia pueda ocupar algunos sillones. ¡Piltrafillas, ignorantes, que no tenéis ni idea!, vienen a decirnos.

Sin destripar la trama de estos geniales relatos novelados, espero tener mejor suerte que el protagonista de las batallas contra el narcotráfico mexicano y la complicidad de Estados Unidos desde los 80 hasta la actualidad. Me temo que seré incapaz de practicar el tancredismo al que parecen invitarnos esos convidados al festín del reparto de la tarta institucional. No podemos cerrar los ojos y esperar a que llegue el toro y colocarle las banderillas como hacía Don Tancredo López, aquel banderillero español que efectuaba una suerte consistente en subirse a un pedestal esperando impasible la salida del bovino.

Algo se nos escapa. De verdad. Porque si no es así, ¿cómo se puede explicar que cuando había llegado el momento de que el PP pasase a la oposición en comunidades autónomas y ayuntamientos donde la gente joven no conoce a otros gobernantes, se les haya mantenido al frente de los gobiernos? Si quieres explicárselo a cualquier europeo medio te dirá que en España somos diferentes. Diferentes y tontos, muy tontos, que es como se nos ha quedado la cara ante el tacticismo operado por estos regeneradores de la nada, de estos liberales de la nada. Al final va a tener razón un amigo que afirma que cómo se le puede hacer caso a quien tiene el honor de llamarse ‘naranja’, cuando el naranja es el color de la precaución, del que hay que estar atento y detenerse porque te puede venir alguien de lado y estamparse contra ti. Eso ha pasado. Como ya le ocurrió al Partido Reformista Democrático de Miquel Roca, aquel de “La otra forma de hacer España”. Su color era el mismo. El naranja. Quien avisa no es traidor.