No sé si Pere Sánchez y Joaquim Torra se lo pasaron bien en su encuentro del jueves en el Palau de la Generalitat. Escenas no han faltado, y no precisamente de matrimonio. Más bien de pretendientes a un noviazgo mediático, bendecido por San Severo y San Honorato, que dan nombre a las calles -junto a la de Obispo- entre las que se ubica el antiguo edificio medieval. Un amago de flirteo en el que no estuvo de carabina, menos mal, Cayetana Álvarez de Toledo. Con todo, y con ganas, debió de quedarse Agnès Arrimadas en la galería gótica del Patio Central para lanzarles como hace a menudo esos improperios que ya cansan. No en vano, convertirse en un espectro de lo que fue y pudo haber sido es el precio ante tanto error, por mucho atractivo que creía derrochar.     

También desconozco si el Molt Honorable Senyor disfruta a diario en su trabajo, o el presidente Sánchez hace lo propio en el Palacio de la Moncloa de la Ciudad Universitaria madrileña. Ambos han tenido poco tiempo para aburrirse, aunque sí estoy seguro de que en sus respectivas sedes laborales compartirán su tiempo con personas tóxicas que practican a diario el muy noble arte de intentar joderle a la vida a los demás. No hay que ser muy avezado en materia de recursos humanos para descubrirlas. Ya se encargan ellas de que te enteres de lo que vale un peine, y dos… y tres… Con entrenamiento a diario y realimentación imprescindible cuando menos lo esperas. Es lo que tiene huir de uno mismo para alcanzar un clímax necesario que les permita levantarse cada día.

Huyo de quienes intentan edulcorar la precariedad y la explotación pura y dura con esos mensajes artificiosos que invitan a encontrarle sentido a lo que hacemos

No descubro nada si advierto que pasamos al menos un tercio de nuestra vida allí donde trabajamos, en aquellos lugares en los que dedicamos una actividad profesional que nos permite el sustento. Un tiempo en el que andamos empeñados en cumplir o responder, cuando menos, a los cometidos que forman parte de las tareas productivas de bienes o servicios mediante los cuales obtenemos un salario, una paga o estipendio con el que subsistir. Esa tercera parte de la vida se queda corta a menudo cuando se incrementa con las preocupaciones que nos llevamos a casa o a los pocos espacios de ocio que tenemos. Inquietudes o desvelos que, a menudo, acrecientan los escenarios que deberían de estar vacíos de todo aquello que tiene que ver con el mundo laboral. De ahí que cada vez sea más necesario cultivar los momentos para estar presentes, para detener este mundo del que estás tentado a bajarte en ocasiones.  

No se confundan, por favor. Pretendo huir de esa filosofía líquida de quienes intentan edulcorar la precariedad y la explotación pura y dura con esos mensajes artificiosos que invitan a encontrarle sentido a lo que hacemos. O los que tratan de seducirte con los planes para escudriñar en tu interior en busca de lo mejor de ti mismo. En el fondo, el objetivo último es machacar a quienes tienes al lado, porque en la jungla de poderes los más débiles se quedan en las cunetas. Por lo que sí apuesto, al menos, es por recuperar una cultura del encuentro (si me permiten esta expresión) en la que establecer lazos perdurables en el tiempo, repletos de complicidades que permitan restañar heridas, aunar fuerzas y forjar alianzas con las que hacer la vida más agradable a ese compañero a quienes apenas miras, a esa compañera a la que eludes, a quienes comparten contigo mesa, taller, despacho, aula, oficina, cabina de camión o hilera en el campo.

En el fondo queremos pasar de esa idea preconcebida acerca de la supuesta maldición bíblica del trabajo por otra en la que éste sea fuente de realización personal. Sobre todo, encontrar un sentido a lo que hacemos en busca del bien común. Alcanzar, en definitiva, un punto intermedio en el que no perder de vista cada día lo que se cimenta, lo que se idea, lo que se realiza, lo que se crea, lo que se produce, lo que se sirve. Traspasar una mirada de resignación a otra que se activa, dispuesta, repleta de cariño, aunque la tarea pueda parecer ínfima o accesoria. La creatividad está a la vuelta de la esquina, y con ella, la ilusión por lo que construimos.

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