Tiempo de agradecimientos

Tiempo de agradecimientos

Hace unos días fui testigo de un hecho singular. En un acto de graduación de policías locales tuvo un especial protagonismo un joven músico cartagenero, Miguel Alcantud, que interpretó al arpa unas piezas musicales en distintos momentos del programa. Miguel es ciego. Al nacer tuvo unos problemas médicos que le causaron problemas de movilidad, tanto en sus manos como en sus pies. Se desplaza en sillas de ruedas. Es una persona dependiente y, de manera autodidacta, ha encontrado en la música una forma de expresión de su carácter para superar cualquier tipo de limitación. Sus interpretaciones conmueven. 

Resulta que, al término de la ceremonia, Miguel quiso dirigirse a los nuevos agentes de la Policía Local. Y lo hizo tras la fotografía oficial con un agradecimiento y una petición. Esta última tenía que ver con la invitación a que, en su trabajo diario, estuvieran muy pendientes de las personas con discapacidad. Las gracias eran extensivas a todos los servidores públicos que cuidan, especialmente, a quienes tienen limitaciones físicas o mentales. No quería dejar pasar su gratitud anticipada a estos nuevos policías locales con el fin de que sean sensibles a quienes se enfrentan a diario a sus carencias.

Es tiempo de dar gracias a quienes luchan por la paz y la solidaridad, por su compromiso encarnado, porque son ejemplo y modelo para seguir, como así lo fue Jesús de Nazaret

Cuánto nos cuesta agradecer y qué poco reclamar o maldecir. Incluso en este tiempo que tenemos por delante, en el que a menudo reblandece la condición humana, resulta difícil escuchar palabras de reconocimiento a los otros, a los prójimos. De ahí que, frente a la sempiterna algarabía de luces y cenas, compras compulsivas y emociones desbocadas, sea el momento para expresar desde aquí una mirada correspondida, en estos días turbulentos, a muchas buenas gentes que pululan en mitad de nuestras vidas. 

Ocuparse por la paz

Es tiempo de dar gracias a quienes luchan por la paz y la solidaridad, por su compromiso encarnado, porque son ejemplo y modelo para seguir, como así lo fue Jesús de Nazaret. La mirada de los niños y niñas gazatíes, ucranianas, africanas y de cualquier otra parte de la tierra es motivo suficiente para ocuparse por la paz. 

Es momento de dar gracias a quienes se afanan procurando esperanza en esta vida, sobre todo a las personas que más sufren, las excluidas y afectadas por la pobreza, las personas inmigrantes no acogidas, las mujeres víctimas de actitudes machistas, las mayores que son apartadas y la infancia a la que no se le da futuro. Gracias por acompañarlas y darles esperanza.

Conmover los corazones

Es instante de dar gracias a quienes sonríen y contagian la risa, porque su alegría es el alimento que nos impulsa a las personas creyentes a transmitir el mensaje de Jesús nacido en Belén. Una sonrisa es capaz de conmover a los corazones más duros, más golpeados y rígidos. Ese cosquilleo merece de verdad la pena.

Es circunstancia de dar las gracias por las voces de quienes denuncian la injusticia y, a su vez, anuncian la utopía de otro universo, de que otro reino es posible, porque con su voz nos hacen sentir de manera consciente de que es posible construir otro mundo, alejado, eso sí, de la maldad, de la iniquidad.

Iluminar el mundo

Es un período para dar gracias por el planeta, por esta tierra que tenemos, por su belleza, por sus recursos que nos nutren. Gracias, porque siga siendo ese padre y madre que acogen a sus criaturas. Ese lugar, esa casa, que precisa de nuestro cuidado.

En definitiva, es comienzo sentido y grato para dar gracias por el amor de ese Jesús de Belén, que es la luz que vino a iluminar este mundo y nos colma de alegría y de buen humor. A creyentes y a quienes no lo son. A judíos y a gentiles. A cada quisque. Que aquí hay grandeza desbordada, de la que contagia a propios y a extraños. A personas nativas y a quienes llegan de otras tierras. Es tiempo de manos anudadas, de brazos extendidos y de corazones ardientes repletos de generosidad para repartir a raudales. 

Es Navidad.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
Utopía compartida… en el tajo

Utopía compartida… en el tajo

Tres curas acaban de escribir y publicar dos libros. De esos tres sacerdotes, dos están casados. Uno ha sido cura obrero, otro está empeñado en no dejar escapar la oportunidad de visibilizar su opción por los más pobres aquí en la Región de Murcia y con los refugiados en diversas partes del planeta. Y todos ellos decidieron en algún momento de su vida que su ministerio sacerdotal había que derramarlo en medio del mundo, alejado de oropeles y del boato, de un cometido que no fuera el de encarnarse en realidades que habitualmente parecen destinadas a otro tipo de personas. Una utopía compartida… en el tajo.

Amigos y compañeros

Hablar de Joaquín Sánchez Sánchez (Vilanova de Sau, Barcelona, 1962) y de Fernando Bermúdez López (Alguazas, Murcia, 1943) es hacerlo de dos amigos y compañeros en mil batallas por la solidaridad y el compromiso. Habitualmente aparecen en medios de comunicación, bien como destacados columnistas o como activistas frente a los desahucios, concentraciones en favor de las personas refugiadas, los derechos humanos y la cercanía a quienes son descartados del sistema. Joaquín Sánchez es la bondad personificada, portador de un corazón tan grande para amar que a veces le juega una mala pasada, capellán de prisiones y de centros de salud mental o de mayores. Fernando Bermúdez, con su barba cana, es la imagen de quien un día llegó a América Latina y se enamoró de su pobreza y rebeldía, de su pasión para vivir la fe de otra manera distinta a la que estaba acostumbrada en estas tierras. Y para dialogar entre las religiones desde una posición de igual a igual.

Diálogo epistolar

En La utopía compartida (Alianza Con-Vida 20, 2023) ambos entablan un diálogo epistolar repleto de reflexiones sobre todo aquello que les inspira en sus diferentes opciones de vida. Desde el sentido de la acción sociopolítica a la crisis de la ética, desde la conversión y el sentido de la propia vida a la corrupción y, paradójicamente, a los signos de esperanza o al Reino de Dios. Del diálogo interreligioso a preguntarse si las religiones sirven para algo. Por supuesto, sin dejar pasar la Iglesia que sueñan, los retos ante la vida y la declaración de principios de que el amor vence los discursos de odio.

Y para culminar este libro escrito a cuatro manos, un regalo tras este intercambio de cartas: su credo. Una confesión repleta del alimento de la fe y la esperanza de que este mundo tiene sentido, bajo el impulso de la utopía en la búsqueda de nuevos horizontes. Desde sentir a Dios como una fuerza espiritual, trascendente, en el corazón del Universo, infinitamente mayor que cualquiera de las religiones que lo hacen suyo. Una declaración de fe en Jesús de Nazaret, de su encarnación en los últimos y de su anuncio de la buena noticia y esperanza para las personas empobrecidas. Una proclama acerca del Reino de Dios en la historia presente que es capaz de convertir los corazones agrietados de los hombres y mujeres en semillas de liberación, en una Iglesia nueva soñada que ama a María que «sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes».

Mantener la memoria

El tercero de los autores es Pedro Castaño Santa (Yecla, Murcia, 1940), cura obrero afincado desde los comienzos de su ministerio en Cartagena y del que hace unos meses dimos cuenta de La otra cara de la Catedral Antigua (2022), un retrato de lo vivido en la parroquia de Santa María la Antigua entre los años 1967 y 1976, en los que estuvo adscrita a la Diócesis de Cartagena. Su anterior trabajo, en el que en sus poco más de cien páginas, logra cumplir el principal objetivo que le llevó a remover recuerdos y a recopilar documentos y fotografías de esos años: mantener viva la memoria de lo que allí aconteció.

Pedro Castaño acaba de publicar En el tajo. Avatares de un cura en su trabajo (octubre 2023), prologado por el historiador y secretario comarcal de CC.OO. José Ibarra Bastida, en el que se narra todo su periplo vital como cura obrero desde sus tiempos de seminarista, atravesado por el impulso que estos testimonios de encarnación en el mundo del trabajo llevaron a cabo los curas obreros franceses. Una inspiración que le llegó de la mano de los grupos de Jesús Obrero, la experiencia de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y de la presencia de Guillermo Rovirosa, primer promotor de la HOAC, y del sacerdote Tomás Malagón, en el propio Seminario Mayor de Murcia.

Encarnación en el mundo obrero

A lo largo de sus páginas podemos conocer los diferentes lugares de trabajo que este yeclano conoció desde adolescente, en su pueblo, y ya de joven, en la vendimia francesa. Su verdadero bautismo como cura obrero, como él mismo reconoce, en Unión Explosivos Río Tinto, ya en Cartagena, en empresas auxiliares, en la Refinería de Escombreras, su posterior despido, el paso por la cola del paro hasta llegar a una empresa auxiliar de Bazán, para luego emplearse en otra de jardinería. Un periplo como estibador frustrado, pescador, reparador de barcos de recreo, librero en Espartaco durante unos meses y miembro de una cuadrilla de yesaires o yeseros en Zamora y Cocentaina (Alicante), así como en La Palma, hasta recalar en Correos, donde conoció diferentes destinos hasta su jubilación. Un recorrido vital en el que ha primado siempre su deseo de encarnación en el mundo obrero. Desde su condición sacerdotal, aunque en un momento de su vida decidiera unirse a Rosa, su mujer, con la que ha tenido dos hijos y nietos.

Dos libros que son unos nuevos hijos para estos jóvenes inquietos, ministros de la utopía, la dignidad y el compromiso. De la esperanza que no desfallece.

Banderas, aniversarios y pecados de juventud

Banderas, aniversarios y pecados de juventud

Nunca he sido un gran forofo de las banderas. Es verdad que en mi etapa escolar me gustaban esas hojas satinadas de los diccionarios en las que aparecían, por orden alfabético, las insignias de todos los países. Al menos de aquellas que venían del último siglo, junto a las que correspondían a naciones surgidas tras las dos guerras mundiales y los procesos descolonizadores de los años 60. Las había unas que eran fácilmente reconocibles (entre ellas, la francesa o la portuguesa y, por supuesto, la de los Estados Unidos de Norteamérica, que identificábamos por las películas del Oeste y las bélicas). También otras muy exóticas que pertenecían a las antiguas colonias de las grandes potencias, tras haber culminado sus respectivos caminos hacia la independencia. A quienes fuimos a la EGB (y no digamos, a nuestros predecesores) nos pasaba con las banderas como con los ríos o las capitales de provincia: que las memorizábamos con tal interés, como si nos fuera la vida en ello).

Bandera y 23-F

Solo una vez en la vida he colocado una bandera en el balcón de mi casa. Fue un día como el de hoy del año 1981. Y todo por el amago de golpe de Estado, el del 23-F, que estuvo a punto de cargarse la naciente democracia española en el tardofranquismo. Quienes vivieron esos días saben lo que había detrás de un hecho de esas características y cada uno y cada cual retiene en su cabeza los recuerdos de ese acontecimiento.

Quienes me conocen con más detalle saben de mi creencia en que las cosas nunca suceden por casualidad. De mi gusto por la anécdota y la fábula de las que podemos extraer de acontecimientos aparentemente anodinos y que, desdichas del destino, nos colocan a cada uno en el lugar de la historia que nos toca vivir.

Constitución y procés

No me negarán que no tiene su gracia que quien coordinó el operativo de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que trató de evitar la celebración del referéndum de independencia de Cataluña de 2017, el coronel Diego Pérez de los Cobos, alumno de COU en el Instituto J. Martínez Ruiz ‘Azorín’, en Yecla, estuviese en la puerta del centro de bachillerato esa tarde del 23-F, ataviado con su camisa azul junto a un destacado falangista amigo suyo, hijo de otro médico como su padre, dirigente de Fuerza Nueva. Una escena que se nos quedó grabada a quienes acabábamos de hacer un examen de Griego y salíamos del instituto camino de nuestra casa, con las primeras noticias del asalto al Congreso de los Diputados. Tiempo después supimos de su trayectoria en la Guardia Civil, en la lucha antiterrorista, en su asesoramiento a ministros del Interior del PSOE y del PP y, sobre todo, de ser el principal garante de la Constitución en Cataluña en esos fatídicos tiempos del procés.

Pero estos recuerdos no acaban aquí. Algo menos de tres años antes, casi en la misma puerta del instituto, junto al bar Los Tambores, otro joven estudiante de bachillerato, hermano mayor de Diego, rompió en pedazos un ejemplar de la Constitución que había recibido en clase de manos de la profesora de Literatura, María Martínez del Portal, sobrina-nieta del escritor del Monóvar que da nombre al centro. No olvidemos que el gobierno de la UCD de entonces distribuyó miles de ejemplares de la Carta Magna por toda España en su campaña de difusión, incluyendo, creo recordar, su encarte en los periódicos. Un amigo que fue testigo del hecho me lo recordaba ayer como si hubiera sucedido hace pocos días.

Tolerancia y sentido del deber

Ese estudiante que protagonizó su rechazo a la incipiente Ley de Leyes cursó Derecho en la Universidad de Valencia y se especializó en Derecho del Trabajo en la Unión Europea. En el año 2005 fue el encargado de leer el discurso oficial del acto conmemorativo del Día de la Constitución en Yecla, cuyo ayuntamiento organiza este evento de manera ininterrumpida desde 1989. Un servidor se encargó de presentar al jurista Francisco Pérez de los Cobos, entonces catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Complutense de Madrid, y posteriormente, magistrado desde 2011 hasta 2017 y presidente del Tribunal Constitucional de España de 2013 a 2017.​​

Podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente

La vida es capaz de presentarnos acontecimientos como los descritos y poder recordarlos en la distancia como el mejor ejemplo de que las personas tenemos muchos rostros, gozamos de la capacidad de cambiar y de poder lograr el entendimiento entre diferentes. Siempre, eso sí, desde el mayor respeto ante las posiciones que defendemos en determinados momentos de nuestra historia personal y política. Ahí radica la democracia, la tolerancia y el sentido del deber. Y quizá, por qué no, podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente. Con la pasión que no ha sido obstáculo para que hoy, todos juntos, todas juntas, podamos compartir el deseo de seguir viviendo en paz, en justicia y en libertad.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
La vida por delante

La vida por delante

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

En el instante en el que una joven universitaria me llamó de usted al finalizar una clase descubrí que había empezado a ser mayor. Fue un zasca en toda la boca frente a la creencia de que todo el mundo es bueno y que somos todos lo mismo. Cuando se recurre al pronombre en cuestión es que la persona que tienes delante te merece respeto o está poseída de una cierta autoridad. O que la coronilla ya es patente. Se había acabado el tiempo de percibirme uno más en los ambientes de la calle. Hubo un tiempo, una vez, en que siempre fui el más joven en los lugares donde deambulé.

Desde niño recorrí los espacios de los adultos. Y me sentía cómodo. Creo que les sorprendía que un pipiolo hablase como ellos y coincidiera en sus gustos, lecturas, preocupaciones y demás. Hasta que años después descubrí que, en realidad, no había tenido infancia. Al menos de una manera consciente. Adoraba a los mayores en busca de una identidad que no era capaz de configurar.

Nuevo escenario

Al cabo de los años he descubierto que en el camino hacia la vejez se transita por un territorio repleto de circunstancias salvables y que merecen toda nuestra atención. Asimismo, constato que hay un nuevo escenario en el que no me siento cómodo. No es otro que aquel en el que se alcanza la edad en la que ya todo parece entrar en la recta final para que quien se sitúa en ella. Esto es, que quienes vienen por detrás empiezan a desbrozar su camino apartando todo lo que presenta por delante. Es una mezcla de la práctica del adanismo por jóvenes generaciones que carecen de memoria con el ejercicio, por el contrario, de una tácita descalificación hacia quienes nos han precedido.

Para quienes despliegan el apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio.

Bien es verdad que en este itinerario aparecen aquellos que sufren el síndrome de Peter Pan, ya que son incapaces de asumir las obligaciones propias de la edad adulta. Pero no se trata de eso. Es más. Se ríen de quienes les han precedido en los escenarios en los que ahora son protagonistas. Bien sean en el mundo de la política, la empresa, la enseñanza o de cualquier otro ámbito de la sociedad civil. Además de la sorna, la ironía o la simple descalificación, ejercen la segregación de los espacios en los que se toman decisiones de cualquier signo.

Aprender de otros

Para quienes despliegan ese apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio. Mujeres y hombres de la actividad política presentados como carcamales, actrices y actores que no encuentran papeles que representar, maestros y maestras relegadas a los peores horarios, empleados y empleadas públicas que se llevan tras su jubilación todo su bagaje y conocimientos sin haber tenido la oportunidad de desarrollar un relevo generacional en condiciones. Qué decir de aquellos artesanos que ven desaparecer sus habilidades y recursos por no encontrar quién siga sus pasos o aquellas profesionales que pasan de un día a otro a la monotonía de una vida carente de sentido.

Cuánto nos queda por aprender de esas culturas tradicionales en las que la edad es un valor añadido para el presente y el futuro de nuevas generaciones. No hay que irse a un poblado africano para comprobar que la persona anciana merece toda la consideración. En la cultura gitana, sin ir más lejos, es fácilmente comprobable esto que les hablo. Abuelas que, como gallinas cluecas, son capaces de garantizar el día a día de hijos y nietos llenando la olla de forma misteriosa, o patriarcas que son atendidos hasta el final de sus días por toda la prole, sin que les falte el cariño y la preocupación.

Final del camino

Entre un extremo y otro hay un lugar en el que cuidar el tránsito de una etapa de construcción de la persona adulta hacia otra en la que la madurez y la experiencia se convierten en valores añadidos. El final del camino, por suerte o por desgracia, nunca se sabe cuándo va a llegar. De ahí que sea imprescindible el respeto al presente. De quien lleva poco tiempo y de quienes nos han precedido.


Ofertas de sentido

Ofertas de sentido

Con lo de las ofertas del ‘Black Friday’ me pasa como con la lotería de Navidad: que una vez decides que te sales del juego, ya no tienes problema alguno para que te afecte el ruido continuo de las propuestas de compras de todo tipo que te llegan por múltiples canales. De poco sirven los intentos de que caigas en aprovechar, siempre supuestamente, alguna ocasión de ser el objeto de gangas. No hay mala conciencia si has dejado pasar esa oportunidad que parecía reservada exclusivamente para ti. Que paren el mundo, que yo me bajo. Porque hallas la manera de entender que la sinrazón es la guía de los comportamientos de quienes te rodean.

Ideas erróneas

Cuando, además, descubres que el Viernes Negro es el día siguiente al de Acción de Gracias, y que todo viene del otro lado del Atlántico, el cabreo pasa a ser mayúsculo. Entonces te das cuenta de que su único interés es el de tratar de convertirte en una marioneta. Es más, aciertas en revelar que quienes manejan los hilos no son otros sino los que embotan tu conciencia de ideas erróneas sobre lo que verdaderamente tienes necesidad. Vamos, que te convierten en una persona sin control y solo dejada de la mano de sus impulsos más primarios. Eso sí, para engrosar la cuenta de resultados de empresas dispuestas a cubrir sus necesidades pecuniarias. Aquí ya no vale inteligencia humana alguna. En el juego aparecen otras inteligencias, especialmente la artificial, siempre y cuando el mercado sea el auténtico protagonista.

Juicio fácil

Darte cuenta de que estás en manos del calendario que otros programan es una experiencia que, en ocasiones, puede llevarnos a caer en la indiferencia. En especial, cuando sientes que las riendas de tu vida las llevan personas o elementos ajenos a tu voluntad. Sucede algo parecido cuando nos dejamos contaminar por el mal ambiente o la toxicidad del momento social o político que atravesamos. O cuando se pierde la perspectiva para la escucha, la comprensión y poder ofrecer una respuesta que no sea la descalificación, el juicio fácil o la simple reacción a la defensiva.

Despertar al mundo de la consciencia, del presente sin más, de la realidad repleta de pluralidad sin caer en el prejuicio, en lo previsible o en el discurso simplista de lo blanco o lo negro, es el gran reto que está ahí afuera.

Nuevo escenario

Al sacudir el polvo que contamina la realidad es cuando el panorama sombrío deja de serlo para entrar en una nueva dimensión. Las peleas, los gritos, los desacuerdos, los conflictos o los enfrentamientos apenas te pasan factura. Porque son meras ramas que impiden ver el bosque de las emociones, esas que son capaces de movilizarnos hasta extremos insospechados. La irascibilidad da pie a un territorio en el que te permites sentir como pasan a tu lado las tensiones, los aprietos o los trances que hasta entonces poblaban toda la existencia.

La capacidad de encontrar un nuevo escenario en el que desenvolverse es más sencillo de lo que parece. En ello debemos poner el empeño si queremos dar el paso para no tropezar cien y mil veces en la misma piedra. Y mira que los humanos parecemos estar hechos de una manera defectuosa, ya que caemos y recaemos en los mismos errores, incluso en diferentes etapas de la vida. La meta está en desbrozar todos aquellos obstáculos que surgen y desaparecen como si fueran las pruebas a superar de cualquier videojuego que se precie. 

Deseo de cambio

No hace falta aplicar defensas, eliminar enemigos o buscar alianzas contra natura, porque la calzada quedará expedita simplemente con la aplicación voluntariosa de desear el cambio. Es más fácil de lo que creemos. Simplemente hay que emplearse en ello y no decaer si aparece alguna dificultad. El resultado merece la pena.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
La última puntada

La última puntada

ILUSTRACIÓN | EVA VAN PASSEL GAMBÍN

En plena vorágine a causa de la polarización política, las preocupaciones por el encendido de luces navideñas, los sobresaltos por la subida de los precios y los bombardeos de los ‘single days’, ‘Black Friday’ y demás zarandajas consumistas, se asoma la cotidianidad. Esa que lleva consigo los pequeños acontecimientos de la vida que conforman el verdadero relato de la actualidad de la gente común. Esa que no termina de completar el cambio de temporada en los armarios y lleva un lío de ropa de mil demonios. La que empieza a preguntarse dónde cenará en Navidad. La que ansía en que finalicen las obras en su ciudad o la que se sorprende del porqué de esa proliferación de tiendas de productos y accesorios para uñas, bien sean de gel, acrílico, polygel, de esmaltado permanente o decoraciones. Un sinvivir, ya lo ven.

Irse del mundo

La muerte se cruza en esa ruta de la normalidad y, en algunos casos, en silencio y sin llamar la atención. Como la que he vivido este pasado fin de semana con la marcha de la hermana Catalina Mediola, ‘Cati’, una religiosa de la orden Concepcionista Franciscana de la comunidad del convento de Santo Antonio, en Murcia. Una marcha que ha sido la confirmación de que nos vamos de este mundo, en buena parte de las ocasiones, como hemos transitado por él. En su caso, calladamente, de manera imperceptible, rodeada de las personas con las que ha compartido cercanía en su opción de vida y con tiempo suficiente para la despedida de familiares y amigas. Una muestra de que el paso a otra dimensión se puede recorrer desde la contemplación amorosa a su nuevo estado.

Sencillez y humildad

Cuando la velaba en el silencio de la capilla monacal, repasaba aquellos valores que habían sido su sello a lo largo de más ocho décadas de vida. Cualidades necesarias que cobraban especial sentido en estos días donde el ruido, el odio, los insultos y las descalificaciones sin más se han convertido en moneda común. Tanto es así que estamos contagiados de una irascibilidad imperdonable frente a la búsqueda del bien común.

En el inventario rememorado ante las imágenes de Clara de Asís y Antonio de Padua destacaba la humildad, ese conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo a aquel. Por supuesto, ser una persona agradecida. También la sencillez para actuar sin pretensión, dobles intenciones ni vanidad, sino de modo sincero, espontáneo o natural. O el cuidado de cada detalle, emocionar con pequeños gestos, pensar con qué sorprender a cada persona, dedicar un poquito de su tiempo.

Don de la escucha

Que Cati fuese una artista de lo minucioso dan fe las innumerables piezas de frivolité o de encaje de bolillos que elaboró a lo largo de su vida. Pendiente de cada pormenor humano de quien se cruzase en su vida, ha sido el más vivo ejemplo de que no podemos pasar por la existencia de las personas sin conmovernos ante sus historias, ante sus ilusiones y desvelos. Incluso para intentar una última puntada a la ropa de quienes han sido sus cuidadoras en los últimos días. Un botón a punto de desprenderse o una costura suelta eran motivo suficiente para una invitación a bordarlos.

Las religiosas contemplativas tienen ese don especial para no dejar escapar ese pespunte, ese dobladillo, ese hilvanado. Es el don de la escucha, de captar lo que se esconde detrás de unos ojos, de una mirada, de un gesto. Seducidas por la gracia de quien nos quiere por encima de todo, la vida contemplativa está repleta de una actividad que trasciende los muros de un monasterio. Poseen la fuerza incontenible que les permite la capacidad de alcanzar la esencia del corazón de quienes deambulamos en el proceloso mar de la vida ordinaria. Una fortaleza que llega de quien nos trasciende y que se hace vida en la oración, verdadero alimento que no sufre de altas y bajas de precios, que no es pasto de especuladores ni de índices bursátiles. Cati, como el resto de sus hermanas, nunca da puntada sin hilo.


De izquierda a derecha, Concha, Cati y Maribel, junto a otra hermana de la orden concepcionista franciscana, en el Obrador Convento San Antonio (calle Zarandona, 4, en pleno centro de Murcia), donde se venden los productos artesanos elaborados por esta comunidad religiosa.

Cati es una de las tres últimas religiosas de la orden Concepcionista Franciscana que mantvieron abierta la comunidad del Monasterio de La Encarnación en Yecla (Murcia). Junto a sus hermanas Concha y Maribel se trasladó hace unos años al Convento de San Antonio, en Algezares (Murcia), donde falleció el pasado viernes 10 de noviembre. Desde niño he estado siempre muy ligado a esta comunidad contemplativa. En su convento de Yecla participé en sus encuentros de oración, además de meditación zen. Fui testigo de su cercanía a la gente, desde la clausura, y su iglesia está ligada a celebraciones familiares y parroquiales. El ejemplo de vida y de ejntrega generosa a la contemplación siempore están presente en mi vida y en la de mi familia.

A cara de perro

A cara de perro

Ilustración | NANA PEZ

Percibo en los últimos tiempos un constante empeoramiento en cómo nos relacionamos los humanos. Tenemos la piel muy fina en el trato, de tal manera que saltamos a la primera de cambio

Quien tiene o ha tenido un perro sabe que, por muy dócil y obediente que sea, hay otros canes que les provocan un enfurecimiento tal que son difícilmente controlables. No se conoce muy bien la razón de por qué se alteran de tal manera que pierden el sentido cuando se cruzan por la calle o se advierten desde un balcón, una puerta de garaje o en un encuentro fortuito en el pipicán. Despiertan su lado más fiero y no consiguen calmarse hasta que ya están a una prudencial distancia… aunque siempre ojo (y olfato) avizor.

Algo similar ocurre con las personas, pero de una forma más habitual que los singulares casos de los cánidos. Percibo en los últimos tiempos un constante empeoramiento en cómo nos relacionamos los humanos. Tenemos la piel muy fina en el trato, de tal manera que saltamos a la primera de cambio, nos erizamos y sacamos la parte más salvaje del género humano. Imagino que se han fijado ustedes en que nos hablamos con un volumen de voz muy alto, estallamos ante cualquier comportamiento de alguien que no se ajusta a lo que esperamos de ella. La tolerancia la dejamos a un lado y nos colocamos en posición de combate como si nos fuera la vida en ello.

Afrenta y duelo

Que alguien se nos cuele en la fila del autobús o del Mercadona lo consideramos como una afrenta merecedora de un duelo a pistola en toda regla. Si delante de nuestro coche llevamos otro vehículo que va un poco más lento de lo que consideramos correcto, su conductor merece un correctivo que empieza con el insulto y acabaría en el paredón. Si se nos cruza una bici o un patinete, aunque vayan por su carril correspondiente, les soltamos un estufido. No soportamos que la persona que atiende al público en cualquier oficina lleve un ritmo más pausado que el que para nosotros tendría que ser el ideal. Nos saltamos el semáforo cuando acaba de ponerse en rojo, y lo que es más grave, lo justificamos a nuestros acompañantes.


A lo sumo, somos capaces de reconocer que la polarización y el enfrentamiento son la tónica dominante

Molestan los gritos de los niños que están en la mesa de al lado en el restaurante. Nos irrita sobremanera que la camarera no nos limpie la mesa al instante en el bar o que el repartidor de Amazon llegue media hora más tarde de la prevista. Ni qué decir que la conexión de internet vaya lenta, que no nos respondan al instante un mensaje de WhatsApp o que la foto o el vídeo de marras no se abra a la orden de ya. Maldecimos al entrenador de nuestro hijo porque no lo saca de titular en el primer equipo y nos ponemos de los nervios si nuestra pareja nos coloca frente a nuestras contradicciones o incumplimientos de promesas. Y suma y sigue, despropósito tras despropósito.     

No seamos ingenuos

Vivimos un tiempo en el que, a lo sumo, somos capaces de reconocer que la polarización y el enfrentamiento son la tónica dominante. Eso sí, la culpa siempre la tienen otros, especialmente los políticos, que son los causantes de todos los males del mundo mundial que nos aquejan. Bien es verdad que sus comportamientos, en numerosas ocasiones, dejan bastante que desear. La reciente investidura fallida ha sido una muestra. Miedo me da la que se avecina, aunque el clima político arrastra un deterioro desde hace demasiado tiempo. Ya sabemos que cuando la derecha no gobierna se cae el mundo encima. Y que gobierno Frankenstein es todo aquel en el que no esté alguno de los partidos salva patrias.  

Pero no seamos ingenuos. No nos engañemos. De lo que estamos hablando es de que aquí cada quien y cada cual tiene su parte de responsabilidad. No escabullamos el bulto. La irascibilidad no entiende de fronteras ni de personajes, ideologías o colores. La cólera es patrimonio común de quien no es capaz de respirar con serenidad, de evaluar consecuencias, de serenar el ánimo y de ejercitar la santa paciencia. De cultivar más el silencio en esta tierra seca en la que hemos convertido nuestras monótonas vidas. 

Dueño de los silencios

La máxima aristotélica de que cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras debería de ser la principal norma de comportamiento en estos estridentes tiempos. Seguro que nos ayudaría a templar el ambiente si ponemos en práctica contar hasta diez, o hasta cien, quién sabe, antes de escupir una respuesta o una simple reacción ante algo que nos altere. Al menos nuestros hijos o nietos tendrán un referente distinto al que ven a diario en las actitudes de sus mayores. No olvidemos tampoco la desconexión digital y de que el mundo no se hizo en un día. Demos tiempo al tiempo y practiquemos.


(In)movilidad urbana y ciudadanía

(In)movilidad urbana y ciudadanía

Hace casi dos semanas denuncié a través de redes sociales el estado en el que se encuentra un carril bici que atravieso a diario. Más que una vía para ciclistas y conductores de patinetes parece la senda de una jungla en mitad del asfalto. Lleva meses sin que algún servicio municipal de vía pública o mantenimiento de jardines de Murcia vele porque esté despejado para el tránsito de velocípedos.

En la denuncia puse de manifiesto que este aviso lo había tramitado ante los correspondientes canales de comunicación ciudadana (teléfono 010, aplicación TuMurcia y la propia Oficina de la Bicicleta). La única respuesta que obtuve vino de una atenta y preocupada empleada pública del Ayuntamiento: me confesó que el problema era que no había contrato de mantenimiento en vigor para la limpieza de los carriles bici. La patata caliente se la pasan de un departamento a otro cuando llegan las quejas de quienes usamos la bici como medio de transporte para desplazarnos por la ciudad. De Parques y Jardines pasa a Vía Pública y viceversa… y vuelta a empezar. Aquí paz y después gloria.

Anuncios y promesas

Imagínense lo que se me pasa a menudo por la cabeza cuando veo las ruedas de prensa en las que nuestros representantes municipales anuncian a bombo y platillo las actividades de la Semana de la Movilidad, como la que hemos vivido recientemente. O cuando se les llena la boca de anuncios, más anuncios, promesas y más promesas, con aquello de hacer una ciudad más sostenible, habitable y cien mil zarandajas más. Pero eso sí, ninguno de ellos acude a trabajar en bici, ni se mueve con frecuencia en transporte público por la ciudad. No caeré en la crítica demagógica de que presuman acerca de su preocupación por el medio ambiente y el cambio climático, con aquello de que el coche oficial que usan es híbrido, y con ello ya asumen su cuota de reducción de la huella de carbono. Pero no crean que no me quedo con las ganas de echarles en cara de que así nos va.

Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera

Qué decir de quienes se han opuesto a las obras de movilidad en Murcia o en otras ciudades de la Región y de provincias cercanas. Es lo de siempre. Que si se eliminan plazas de aparcamiento, que si se peatonalizan calles, que si cierran ‘su’ barrio, que si los comercios van a la ruina. Mentiruscas atás con piedras, que diría José Mota. Cuando conoces lo que ha pasado en otros lugares como Pontevedra o Bilbao, donde ahora son los comerciantes del centro de la ciudad los que reclaman más calles peatonales, te das cuenta de que la ignorancia es muy temeraria, además de sectaria e interesada. Si además le sumas que los intereses electorales de algunos tienen la mirada muy corta, ya tenemos el cóctel perfecto.

Contramanifestaciones

Es verdad que algo se habrá hecho mal en todo este batiburrillo de las obras en el centro, con las manifestaciones y contramanifestaciones que han puesto el grito en el cielo para llegar a situaciones como las vividas meses atrás. Que quizá haya faltado pedagogía para explicar lo que se iba a hacer. Que no se emplease el tiempo necesario para buscar alianzas con determinados colectivos afectados. Todo lo que quieran. Pero los hechos demuestran que no cierran tiendas por la peatonalización o la reducción del paso de vehículos privados de calles y plazas. Que movilizaciones de este tipo no las hubo nunca cuando se promovieron grandes centros comerciales en el extrarradio. Y que en ningún sitio está escrito que somos mejores padres o madres si dejamos en coche a nuestros niños y niñas en la puerta misma del cole. Por cierto, hay progenitores que parece que se quedarían tranquilos si los metieran ellos mismos al aula y les apartasen las sillas. Menuda sobreprotección. Son carne de inmadurez cuando podrían ganar autonomía si llegasen solos al cole en bici o a través de rutas escolares seguras y saludables.

Vuelvo al principio. Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Respeten las señales, porque conducen un vehículo. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera. Sin tanta prisa y estrés. Disfrutando de lo que les ofrece la ciudad. Reclamen que los carriles estén limpios, despejados y no invadidos por otros vehículos (y si lo están, sean pacientes si se trata de furgonetas de reparto, que ya se desgastan bastante también estos trabajadores). Con las bicis en su vida, su cuerpo y su mente se lo agradecerán. De verdad, se lo dicen un ciclista urbano y la ciclista que ilustra esta página.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
Fraternidad política

Fraternidad política

Llámenme blando, flojeras o cobarde. Lo que quieran. A estas alturas de la película ya apenas me afecta. Nunca he llevado bien la mentira, la hipocresía, las medias verdades o las promesas que se lanzan a sabiendas de que no se cumplirán. Incluso cuando un servidor, oh pecador, ha caído en ellas. He sido testigo privilegiado de muchas de esas actitudes y comportamientos en diferentes etapas en las que estuve embarcado en la política institucional. Como también de lo contrario, ¿eh? De la generosidad, la bondad y el trabajo por el bien común. Pero ese lado oscuro en la gestión de los asuntos públicos me genera tal desasosiego que, a veces, las ramas del polarizado debate político nos impiden ver el bosque de las decisiones que afectan a la vida de la gente.

Individualismo indiferente

No resulta difícil aceptar que décadas de políticas neoliberales han socavado los fundamentos de la democracia y provocado una grave crisis política. La política se ha sometido a la lógica inmisericorde de la rentabilidad económica, reduciendo su función a la adaptación de las personas y la sociedad a las exigencias de la rentabilidad. Por otra parte, se ha fomentado un individualismo indiferente que ha conducido a muchas personas a buscar solo lo que consideran sus intereses y conveniencias. Esto es grave, puesto que se olvida la responsabilidad que tenemos hacia los demás y hacia el mundo que habitamos. Aunque suene muy fuerte, ambas dimensiones son destructivas para la vida social y para el valor humano de la política. Si trasladamos esto de lo que les hablo a algunas de las reivindicaciones que escuchamos estos días para la investidura del presidente del Gobierno de España… la suerte no está echada.

La explicación de que se hayan extendido los movimientos políticos de extrema derecha, tanto en nuestro país como en el resto de Europa y del mundo, tiene que ver con el crecimiento de la desafección hacia la vida política. Una inquina que, precisamente, viene generada por los efectos nocivos de las desigualdades sociales que han generado las políticas neoliberales y las dificultades de las instituciones políticas para afrontarlas. No olvidemos, sobre todo, sus consecuencias en las personas y familias vulnerables, empobrecidas y excluidas. De ahí que no sorprenda, por ejemplo, el importante apoyo que Vox ha cosechado en muchos de nuestros barrios olvidados.

Precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad

De lo que se trata, en realidad, es de una forma de neoliberalismo autoritario que enmascara con su demagogia la pretensión de someter la vida de las personas y de la sociedad a la rentabilidad económica, con un desprecio absoluto del bien común. Y aquí los discursos se superponen entre determinadas fuerzas políticas y poderes empresariales, culturales y mediáticos. Es una realidad muy peligrosa para la convivencia social y, particularmente, para la vida de las personas y familias empobrecidas, porque desvía la atención de los problemas sociales que necesitamos afrontar.

Recuperar la política

Llegados a este punto me sumo a defender una política para la fraternidad, la de “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”, tal y como la señala el papa Francisco. Porque no me negarán ustedes que precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad. Una verdadera reconquista que pasa por colocar en primer lugar las necesidades y derechos de las personas y familias empobrecidas, esencia del bien común. Es el único camino para que las personas sean siempre lo primero, para el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona. En la Región de Murcia, basta con ponerles rostro a las familias que se han visto privadas de las becas-comedor o las que padecen los problemas del transporte escolar o que sus hijos e hijas den clase en barracones.

Ausencia de diálogo

En la vida política, como en cualquier otro ámbito de la existencia, debe darse un diálogo auténtico y eficaz orientado a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. Cuánto se echa en falta ese diálogo en todos los debates que tenemos sobre la mesa. Desde nuestros colectivos, pueblos y ciudades, y no digamos en la política nacional e internacional.

Se trata de asumir la responsabilidad que todas las personas tenemos en la vida social y política, colaborando a caminar hacia la justicia y la fraternidad. Un compromiso que tiene que llevarnos a romper la dinámica de la creación de enemigos y de la permanente confrontación que descalifica a los demás. Y, por supuesto, al empeño en construir un diálogo desde la diversidad para avanzar en amistad social. Esa es la vida política en la que creo, la que recupera su sentido humano y humanizador. Aquí ya no hay cobardía que valga. Es tiempo de valientes.


Ilustración | NANA PEZ
Este artículo está inspirado en la Resolución «Una política para la fraternidad», aprobada en la XIV Asamblea Geneal de la HOAC, celebrada del 12 al 15 de agosto de 2023
Diez lecciones del 23J

Diez lecciones del 23J

Una vez transcurridas poco más de setenta y dos horas desde que vivimos la noche electoral quizá sea un buen momento para hacer un repaso de algunas lecciones que podemos aprender del 23J. Bien es verdad que, a menudo, olvidamos muy pronto el argumento defendido un tiempo atrás para subirnos al carro de un nuevo análisis y lanzar así una opinión que siente cátedra. Somos fieles seguidores del sesgo de retrospectiva, que no es otro que el prejuicio definido como un sesgo cognitivo que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos en favor del resultado final. En la pandemia tuvimos tiempo de ejercerlo, pero es que desde el mismo domingo por la noche la opinión publicada (que no la opinión pública) este fenómeno se ha repetido. Sirvan estas notas para un humilde análisis de lo ocurrido.

Lección 1: Hasta el rabo, todo es toro. 

La sabiduría del refranero español nos enseña que hasta el final de un hecho o acontecimiento no hay que confiarse, sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. Nunca hay que dar nada por hecho, nada por perdido, nada por ganado… Y, en nuestro caso, nunca hay que dar por derrotado a Pedro Sánchez, al sanchismo o como lo que quieran llamar. Eso lo sabe muy bien Mariano Rajoy, Pablo Casado, Albert Rivera, y, si me apuran, hasta Susana Díaz y Pablo Iglesias. El propio Feijóo le ha visto las orejas al lobo y ya se espera a la siguiente candidata.

Lección 2: Las encuestas son solo eso, encuestas. 

Y, sobre todo, nada neutrales, porque salvo raras excepciones siempre se nos ofrece una interpretación de sus resultados a partir de los datos recogidos en bruto (eso que se llama la cocina de la encuesta). Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que nos saturan con informaciones sobre predicciones, tendencias, trackings, porcentajes, oleadas, etcétera, etcétera. ¿De qué han servido tantos y tantos gráficos sobre el reparto de escaños por bloques, partidos, coaliciones? Y, sobre todo, ¿qué interés había en dar por hecho que la victoria del PP y Vox era inevitable? ¿O que la experiencia del Gobierno de coalición había sido negativa por el apoyo de los separatistas catalanes y los filoetarras vascos? Este fenómeno demoscópico está ligado, inexorablemente, a la siguiente lección.

Lección 3: Los medios de comunicación no son neutrales.

Nunca lo han sido, desde que el mundo contemporáneo comenzó a contar la actividad comercial de las principales ciudades del capitalismo naciente a través de las hojas de avisos. Pero a veces se nos olvida y parece como si necesitásemos que alguien nos confirmase nuestras opiniones por encima de las propias intuiciones o criterios objetivos. Los grandes grupos de comunicación siempre toman partido en un escenario de confrontación política y lo hacen a través de sus programas informativos o de entretenimiento, da igual, y, desgraciadamente, por medio de sus profesionales que, salvo excepciones, son la voz de su amo. En esta campaña lo han hecho y tenemos en la mente casos muy sonados.

Lección 4: La agenda de lo que se habla no es la de los problemas cotidianos.

Unida a la anterior, podemos aprender que muchas veces hablamos sobre los temas que alguien nos marca y que, coincidirán conmigo, no tienen que ver con los graves problemas que afectan a la ciudadanía. Cogemos el “que te vote Txapote” y no debatimos sobre la precariedad, la vivienda, la falta de futuro, de las verdaderas dificultades de las familias, al menos los que se juegan en el presente y en el medio plazo. O en el ámbito de la izquierda, por ejemplo, nos enredamos en temáticas que afectan a la identidad sexual y absolutizamos las posiciones de una parte del feminismo y las convertimos en lugares excluyentes frente a otros debates en los que tendríamos que incidir en este conflicto cultural en el que nos encontramos.

Lección 5: Las ramas de la superioridad moral no deben ocultar el bosque.

O lo que debe llevarnos a ser más humildes en los análisis y en la defensa de nuestras convicciones. Si una parte de la clase obrera se siente identificada con las posiciones que defiende Vox, sin ir más lejos, como pasa con otras fuerzas de la ultraderecha europea o americana, debemos preguntarnos, cuando menos, a qué se debe este fenómeno. El conflicto cultural debe de estar en el centro de la acción política. De ahí que partidos, organizaciones sindicales y asociaciones de todo tipo que trabajan por el cambio social deben de cuidar todos aquellos aspectos que tienen que ver con la formación de la conciencia.

Lección 6: La pureza de principios puede esconder intereses personales.

Relacionada con alguna de las anteriores otra enseñanza que nos ofrece el 23J es que, a menudo, se utilizan argumentos sobre la pureza ideológica y de principios cuando, en realidad, entran en juego los factores personales que tienen que ver más con los egos, protagonismo, envidias y posiciones antagónicas que forman parte de la tradición de la izquierda. La incompatibilidad de las familias que vienen del socialismo o del comunismo, con las mezclas que en su interior han ido fraguándose a lo largo de los años, se han agudizado en estos tiempos líquidos de la inmediatez y de las redes sociales, que ofrecen una militancia que, en ocasiones, se mueve pisando poco la realidad de la calle y mucho la virtualidad de los me gusta, retuits y número de seguidores.

Lección 7: Las emociones dominan la acción política. 

La movilización en las semanas previas al 23J ha sido determinante para que la ciudadanía más concienciada acudiera a votar, por encima de todo. Una movilización a la que han contribuido los sindicatos, con su apelación a que el mundo del trabajo se jugaba mucho. Al lobo neoliberal se le han visto por fin las orejas y lo que podía traer aparejada la coalición PP-Vox una vez conocidas sus posiciones mantenidas hasta ahora sobre la reforma laboral, pensiones, salarios, sanidad o educación. Si en la campaña de las municipales y autonómicas del 28 de mayo triunfaron los argumentos viscerales contra el denominado sanchismo, con los pactos con Bildu y ERC, la tolerancia a la ocupación de viviendas y el apoyo de la inmigración irregular, ahora se le ha dado la vuelta a ese mantra frente al peligro de lo que se avecinaba.

Lección 8: Las campañas electorales, a veces sirven. 

Si los resultados de la campaña del 28M dieron al traste con buenos gobiernos municipales y autonómicos –con alcaldes y alcaldesas de lujo– porque el foco estuvo en otro sitio, la del 23J ha permitido enseñar que en dos semanas la tendencia de los votos puede cambiar el escenario. Al equipo de campaña de Feijóo, sin ir más lejos, aún deben de estar pitándole los oídos por no haber tenido resuelta la comunicación de crisis frente al caso del narco Marcial Dorado. O cómo afrontar la prepotencia de su candidato frente los periodistas que ejercen como tales (caso de Silvia Intxaurrondo, de TVE), o la animadversión frente a los medios públicos por la soberbia de no haber querido asistir al debate de RTVE y los ataques de miembros de su equipo de campaña a la radiotelevisión pública, como hizo González Pons. Esta presunta derecha moderada se mostró como realmente es. La campaña empezó de una manera y acabó de otra.

Lección 9: España tiene un problema territorial. 

Los pactos postelectorales vuelven a traer al escenario de la actualidad y la agenda política el conflicto entre territorios que, más temprano que tarde, habrá que afrontar. Eso sí, siempre que haya madurez y altura de miras de querer trabajar por el bien común (todas las partes) y no hacer batalla de la identidad nacional por encima de todo. Cataluña y Euskadi, especialmente, deben encontrar su acomodo en un Estado federal, por ejemplo, para el que se deben sentar bases comunes de compromiso solidario en el encaje de las identidades, los sentimientos y la equidad territorial y la solidaridad en el reparto de los recursos existentes. Paradójicamente, estas semanas de calor deberían enfriar un poco los ánimos para llegar al final del verano y comienzos del otoño con los primeros acuerdos. Las opciones no son sencillas y no descarten un verdadero bloqueo, porque el PSOE no puede pagar un precio alto. Hay que escuchar mucho lo que tiene que decir el PSC de Salvador Illa.

Y Lección 10: La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. 

Esto es, que lo que aquí se juega afecta a toda la ciudadanía. Por lo tanto, que, una vez metidos nuestros votos en las urnas, no podemos retirarnos para que se lo jueguen todo solo unas pocas personas o grupos interesados. Los partidos o coaliciones deben impulsar la participación de la militancia y del resto de la sociedad, porque los profesionales de la cosa pública no son los únicos que deben ejercer este papel. Como tampoco de los asesores de comunicación, esos supuestos expertos y politólogos que pecan, en buena parte de los casos, de una parcialidad palmaria. Es verdad que hemos delegado en los primeros para que actúen con responsabilidad, pero el futuro también depende de que no nos retiremos a los cuarteles de invierno. De todo se aprende.

Superioridad moral

Superioridad moral

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Una de las pocas imágenes que pude ver en televisión el domingo por la noche fue la salida del equipo de campaña de Feijoo, ataviado de blanco ibicenco, al balcón de la sede Génova. Tras casi dieciséis horas de jornada como apoderado en dos colegios electorales, y tras conocer los resultados, las únicas ganas que me quedaban eran para contemplar los rostros de quienes se creían vencedores desde hace meses. Me costó contener la risa al intentar seguirle el ritmo a González Pons, un superviviente del prepotente y corrupto PP valenciano, el mismo que fue el encargado de crucificar a RTVE por una entrevista en la que los periodistas ejercieron de lo único que se les pide: ser periodistas. Lo sigo un poco más que a otros porque me une que somos compañeros de la generación del 64, como Javier del Pino, Jorge Drexler, Pepa Bueno, Sandra Bullock o, sin ir más lejos, alguien que quizá les suene, Javier Lorente, el artista y colaborador de este diario.

Caras de póquer

Pues bien, como les decía, en esa aparición estelar de los primeros componentes del aparato popular dominaba el blanco nuclear, salpicado con algún gris marengo, aunque la nota del verdadero color en el desfile la puso Isabel Díaz Ayuso (no es para menos). Iba acompañada del pequeño alcalde de Madrid, con ese rojo comunidad y una fingida sorpresa cuando la aclamaban como lo que, más temprano que tarde, parece llamada a ser: aspirante a presidenta del Gobierno. El candidato a ocupar la Moncloa, también de blanco, trataba de esbozar un discurso sentido. Pero la procesión iba por dentro. Las caras de póquer, eso era lo que yo buscaba. Las caras de póquer.

Tengo que reconocerles que no sé de dónde sacan esa fortaleza quienes se dedican a la política del primer nivel para aguantar lo que aguantan. Defender con empeño una cosa y la contraria. Afirmar una decisión y desdecirse con el mismo temple a las pocas horas No quisiera ser yo una tripa suya. No les digo un corazón, o una simple emoción suya, y poder luego llegar a casa. Soltarme la camisa o la cremallera del vestido. Quedarme en pelota picada, con la desnudez frente al espejo e irme a la cama sin más.

Escrutar perfiles

Sé de lo que les hablo. Al menos de un nivel que nunca he traspasado, pero que me cuesta mucho reconocer como esa dimensión de la gente normal, la que duda, la que sufre y padece, la que se alegra y ríe también, la que pisa el suelo y no tiene una corte de falsos aduladores que dios los mantenga bien lejos.

El tiempo en un colegio electoral pasa muy rápido si vienen votantes. Si no es así, hay oportunidades para escrutar los perfiles de quienes no tienen problema en escoger sus papeletas ante la mirada indiscreta del público objetivo. Entonces llegan las sorpresas o las conclusiones del tipo de que uno debe ser ya viejo a ojos vista de esas jóvenes generaciones que escogen candidaturas del pasado como si transgredieran lo políticamente correcto. O quizá sí es por eso. Porque es lo más transgresor, lo antisistema, ante los argumentos que imponen esos adultos que se preocupan por eso del cambio climático, se empeñaron en vacunarnos y tenernos retenidos en casa y nos miran raros.

Complicarse la vida

Les confieso que esta ojeada trato de no dirigirla desde esa pretendida superioridad moral que algunos esgrimen para todo lo que les molesta. A la izquierda se le acusa de ejercerla cuando habla de la cultura, los derechos humanos, la solidaridad, la justicia o la ecología, mirando por encima del hombro. Estoy seguro de que algunos de ustedes quizá también lo hayan pensado al leer en algún momento estas columnas que, a lo largo de los años, han pretendido ser un mero reflejo de lo que acontece al cabo de la calle. Desde un lado, claro que sí, pero sin impartir doctrina. Si han pensado lanzar la acusación de ejercer esa superioridad moral a quien suscribe no se corten, háganlo. Les prometo que me lo haré ver. Sinceramente.

No les arriendo las ganancias, sin embargo, si persisten en el empeño de querer tropezar una y mil veces con los hábitos de complicarse la vida. De pretender dirigir la mirada y el esfuerzo en algo que es imposible de solucionar. Que el otro tenga que darse cuenta del error, porque siempre será a costa de creerse investido de un poder y de una razón que, a fin de cuentas, solo trae desolación y tristeza. Disfrutemos de estos días de asueto, con calor o, cosa rara, sin él, y recarguemos pilas para lo que está por llegar. Que siempre, lo queramos o no, será mejor y novedoso frente a lo que hayamos vivido.            

Caras de póquer

Caras de póquer

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Declaración de principios: la derecha va ganando la batalla cultural. Esto es: el relato, el discurso, el elefante en la habitación. Derogar el sanchismo, que te vote Txapote, el caradura del Falcon, los que sacan de la cárcel a violadores, los antiespañoles, los que no quieren a cazadores y taurinos, los okupas, los que indultan, quienes abren las fronteras a los indeseables… ¿Alguien da más? Esto un día y otro, y otro, y otro. Un bombardeo contínuo vivido desde hace meses en la mayoría de los informativos, las redes sociales, memes, canales de WhatsApp, programas de entretenimiento, humoristas gráficos, tertulias…

Menudos cansinos, erre que erre. Discursos simples que lanzan un gancho de derecha directamente al hígado, sin pasar por la razón. Las vísceras han pasado a ser el centro de la discusión, del entendimiento, porque del debate, nada de nada. De la razón mejor tampoco hablamos, ¡uf!, qué molesta es, si hay que calentarse la cabeza. Me vale más la propaganda, que a esa no hay que aplicarle un filtro que valga. ¿Qué me mienten? Pues me da igual. Si yo soy el primero que practico las artimañas cuando me tapo los ojos para no reconocer la realidad o niego la mayor cuando me la ponen delante.

Derecho divino

Pues sí. De todo esto va lo del domingo. Lo de las elecciones que parecen ganadas de antemano por una persona que practica el cinismo, amparado por la polarización y el enfrentamiento. Que se cree lo de la democracia a medias, cuando le interesa, y siempre y cuando la sacrosanta derecha se alce con la victoria porque ésta siempre se ha creído que el poder, el gobierno y todo lo demás lo tiene reservado por derecho divino. Cuando los pierde por la soberbia y la corrupción asegura que se los han arrebatado de manera ilegítima, o cuando es incapaz de tejer lazos para alcanzar acuerdos acusa al contrario de vender sus principios. Claro, los suyos, porque las convicciones no tienen precio y, sobre todo, coste, ¿verdad? Puede defender una cosa y la contraria, sin despeinarse. Puede subir a un barco de un narcotraficante y negarlo. Mentir y, a la vez, acusar al oponente de falsear la realidad.

Lo del próximo domingo va, sobre todo, de no caer en el fatalismo y en la melancolía. De no resignarse ante lo que, aparentemente, está perdido de antemano. No, no, mis queridos amiguitos y amiguitas. Que no nos engañen. Que, como bien saben los taurinos, y quienes fuimos educados con refranes, “hasta el rabo, todo es toro”. El propio Instituto Cervantes nos recuerda que nada debe considerarse rematado hasta que no llegue su final. Por eso, no hay que confiarse sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. ¿Se imaginan la cara de póquer que se le quedaría a más de uno y a más una si no se cumplen sus expectativas? Pues yo sí. ¿Y sus lloros y lamentos? Que si debería de gobernar la lista más votada, que si no sería legítimo un nuevo gobierno del felón y la vicepresidenta. Que si patatín, que si patatán. 

Bombardeo de encuestas

Si en otras campañas las propuestas de medidas de gobierno eran las que parecían movilizar al personal, ahora son el bombardeo de las encuestas las que marcan el ritmo. Que si hoy he bajado tres diputados mientras que el contrario ha subido dos. Que si la derecha está a equis puntos de alcanzar la mayoría, que si gana, que si pierde… El objetivo no es otro que desmovilizar al personal, que cansar al respetable… mientras que por la puerta de atrás rascar voto tras voto. La estrategia es ruin, porque discute la esencia de la legitimidad democrática. Para ponerla en cuestión no hay límites. Si hay que sembrar la duda del voto por correo, pues se siembra. Si hay que inyectar la dosis de recuerdo del terrorismo etarra derrotado, pues se inyecta. Las víctimas y la dignidad son lo de menos. Cuando la derecha se pone, se pone a conciencia. No hay excusa que valga.

Lo que no vale, son los lamentos. Los quejíos de lo que puede venir acompañado con las papeletas que pretenden negar la realidad de los últimos años. De los avances sociales, laborales y derechos. De haber afrontado una pandemia desde una posición y no otra. De combatir la inflación con unas medidas que han pretendido paliar las consecuencias entre las personas más vulnerables. De mejorar los salarios, especialmente el mínimo para sobrevivir, o actualizar las pensiones de acuerdo a la subida del IPC. Quienes viven de una pensión o apoyan a los suyos gracias a ellas lo saben. Se trata de esto. No de las tripas. No se pierdan las caras de póquer de quienes se sienten ganadores. Voten y animen a los suyos. Aunque solo sea por el gusto de verlas el domingo por la noche.         

¿Qué hay de nuevo, viejo?

¿Qué hay de nuevo, viejo?

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Quizá sea porque en unos días cumplo años y llego al final de una década. O porque me veo sentado en el sofá mientras pasa la vida. Quién sabe porque en el gimnasio me consuele ver a una octogenaria estirando en la barra. O tal vez porque ya en mi trabajo no sea el más joven y buena parte de las conversaciones tengan que ver con el período que resta de vida laboral. Acaso porque en la lista de Lo que no te puedes perder de Spotify no conozca a la mitad de las artistas o nunca me hayan atraído los videojuegos y me quedase en las máquinas de bolas. O la suma de todos estos elementos. El caso es que el tiempo cobra un nuevo sentido en la medida en que trato de vivir el presente sin permanecer anclado en el pasado ni estar en alerta ante el futuro.

Probablemente esa perspectiva explique de alguna manera el hecho de que tras las próximas elecciones podamos volver al pasado, sin pena ni gloria, y sin más razón aparente que la visceralidad de algo tan líquido o evanescente como un concepto asociado a un apellido. En realidad, no sé si puede servir de algo trazar una línea temporal entre la oscuridad y la luz para entender qué ha podido pasar entre un instante y otro. De lo que apenas cabe duda es que el género humano tropieza mil y una veces en la misma piedra, canto, china o guijarro. Y aquí paz y después gloria. No se trataría de un regreso sin más a una época remota sino a unas fórmulas de abordar la economía y los desafíos medioambientales ya conocidas. Aquellas que tienen que ver con dirigir el foco hacia el sálvese quien pueda. Y ya lo saben, en ese camino hay muchos que se quedan en los márgenes mientras que otros tratan de sobrevivir pagando un alto precio.

Repetir lo aprendido

Cuando nos empeñamos en mirar hacia atrás tenemos la oportunidad de hallar explicación a hechos que, hasta ahora, se habían sumado a la maleta que arrastramos sin apenas enterarnos. Aparece la tentación de repetir lo aprendido porque esa falsa seguridad nos permite creer que estamos en el camino correcto. No obstante, al final volvemos a caer en aquellos errores que, de manera cíclica, nos han impedido avanzar con un paso firme. Giramos sobre el mismo eje en el que se han sustentado, hasta entonces, nuestras convicciones. Y ello sin percibir que estamos otra vez en el mismo punto de partida. Nos conformamos en el autoengaño de haber caído en la cuenta de lo que hasta entonces no tenía razón de ser. Maldito error.

Creemos que son cosas de la edad, pero no es así. Lo fácil es achacar al valor del tiempo las razones de una parálisis en el campo de las convicciones, de los proyectos, de las utopías. Descalificamos a quien no coincide con esta visión del momento presente, del mundo, de sus conflictos y de todo lo que no sea conocido y encorsetado en lo aparentemente idóneo. El resto parece cosas de ilusos, con acusaciones hacia estos jóvenes del tipo de que no saben lo que vale un peine o de que lo han tenido todo muy fácil. Pero, sinceramente, si eso es así, ¿no habrá una gran parte de responsabilidad de todo ello que recaiga en quienes se atreven a lanzar imputaciones a diestro y siniestro?

Mantener el statu quo

No nos engañemos, ni queramos atribuir a cuestiones del calendario las diferencias vitales existentes entre quienes viven a gusto frente al riesgo de cambiar aquello que mantiene el statu quo de este mundo que parece ir al desastre. Hay jóvenes viejunos que parece que nacieron ya cansados, mientras que hay personas mayores que mantienen la frescura del primer día. De estas es el presente y el futuro. De los que no se resignan a enrocarse en lo conocido, en la falsa seguridad que ofrecen las posiciones autárquicas, temerosas de las nuevas identidades, de culturas diferentes, de las nuevas maneras de vivir con lo puesto, de la austeridad, de las nuevas formas familiares y, sobre todo, de quienes se deciden a ser pastores con olor a oveja. En definitiva, de poder responder a la pregunta que titula esta columna con aquello de que lo nuevo, viejo, está por llegar. Casi nada… y casi todo.

El valor de la palabra

El valor de la palabra

ILUSTRACIÓN | EVA VAN PASSEL GAMBÍN

Desconozco el hecho de si la próxima presidenta de Extremadura habrá podido dormir bien en la última semana. Los problemas de sueño son uno de los males que nos acechan en estos tiempos convulsos. El cuerpo es sabio y no entiende de atenuantes que valgan. Podemos estimularlo con productos que alguna vez funcionaron o tratar de sedarlo con relajantes varios, pero a las emociones no hay quien las detenga, ni en el mejor control dispuesto por la Benemérita. No hay quien les dé el alto sin que nuestro organismo sufra algún desajuste.

De ahí que María Guardiola, que así se llama la política extremeña, no sé si habrá podido conciliar el sueño después del espectáculo que ofreció tras jurar y perjurar que no dejaría entrar en su gobierno a quienes niegan la violencia de género o deshumanizan a los inmigrantes. Argumentos que repitió desde ese instante, y días más tarde, en su periplo por programas de televisión y entrevistas en radio y periódicos. Sólo ella sabe lo que habrá tenido que vivir hasta llegar al momento de la firma del acuerdo con los hasta entonces malos malísimos de Vox y afirmar que su palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños. Madre mía. Por nadie pase.

Falsas seguridades

No entiendo qué demonios recorre el interior de determinadas personas que son capaces de afirmar con rotundidad una cosa y, unas horas después, defender lo contrario. Además, impertérritas, con la misma falsa seguridad para aseverar un argumento y su opuesto. ¿Tienen estómago para soportar los mensajes que sus tripas les deben estar enviando a su cerebro en esos momentos? No lo sé, la verdad. Solo me cabe considerar que, o se han sometido a una gastrectomía en toda regla o, cuando menos, a una cirugía bariátrica que en vez de reducir el buche para perder peso sirva para aminorar la vergüenza torera de un sonrojo en toda regla.

Los boomers fuimos educados en el valor de la palabra dada. Muchos recordamos a nuestros padres cuando afirmaban que un apretón de manos, un acuerdo verbal o una mirada directa a los ojos iba a misa y sellaba un pacto o un contrato. Esto es, que esas expresiones tenían igual o más fuerza que una firma en un papel. Es verdad que se le añadía, en ocasiones, una expresión sexista de que eso lo hacían los hombres que se vestían por los pies, pero siempre en el sentido del honor y la dignidad de que los que nos digan que van a cumplir sobre un determinado asunto, lo cumplan. Eso es la palabra dada… salvo causas de fuerza mayor, porque si estas se dieran siempre tratarían de solucionarlo o de hacerlo, cuando las circunstancias se lo permitiesen.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones

Ejemplo de lo que hablo, con la agravante de la firma incluida, lo vivimos hace dos años en la Región de Murcia cuando quienes suscribieron con su rúbrica una moción de censura -que se iba a protagonizar en el parlamento regional- se retractaron a las pocas horas. Bueno, algunas de ellas, ni a las pocas horas. Y aquí paz, y después gloria.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones. Se le atribuye al profesor Enrique Tierno Galván, histórico dirigente del Partido Socialista Popular (luego integrado en el PSOE), la frase de que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas. En realidad, lo que el entonces alcalde de Madrid le dijo a su vicealcalde Alonso Puerta (y así lo atestiguó éste) es lo siguiente: “Mire usted, Alonso, se dice que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas, pero yo le digo a usted que las que nosotros hicimos las cumpliremos”.

Sentir vergüenza

Por tanto, ya está bien de acogerse a una supuesta bula a la que parecen acudir personajes de esa calaña. No, no nos vale que traten de desprestigiar la política como el terreno en el que todo se permite, en el que se puede decir una cosa y la contraria sin consecuencia alguna. ¿Qué mensajes están transmitiendo con ello al resto de la sociedad? ¿Y a sus hijos? ¿O a los hijos de sus hijos?

Sinceramente, estoy seguro de que usted, como un servidor, si protagonizase situaciones como las que conocemos a diario, con promesas incumplidas, acuerdos no respetados, reiteradas mentiras y afirmaciones grandilocuentes que se desvanecen con los hechos de quienes las pronuncian, su reacción sería la de meterse en casa y no salir. La vergüenza que nos produciría incumplir la palabra dada sería la respuesta normal. Porque la mínima ética nos llevaría a reconocer que la mentira no tiene que ver con nosotros. Pues ahora, póngase a recordar aquellos casos y personas que conoce en los que no se produce esto y piense en sus estómagos.


La ilustración de Eva van Passel Gambín está basada en el juicio de Osiris. En la mitología egipcia, el alma de los difuntos pasa por un juicio antes de entrar al paraíso: su corazón, que representa sus buenas acciones, será pesado contra la pluma de la verdad, que representa los malos actos de la persona. Si la pluma pesa más que el corazón, implica que el difunto realizó más acciones inmorales que morales. Si, por el contrario, el corazón pesa más, para los egipcios esa persona fue buena en vida. Al parecer, para los egipcios las “malas hazañas” son cosas como mentir, la hipocresía o la incoherencia, más que ser “malo” en el sentido de hacer daño. El dios Anubis es el que tiene la cabeza de chacal, y Tot, el dios de la sabiduría (entre otras), el de la cabeza de ave.
Deshumaniza, que algo queda

Deshumaniza, que algo queda

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Cuando Vox habla de los menas como un grupo de menores extranjeros a eliminar de nuestras ciudades y pueblos yo veo a Said, que llegó a Murcia en busca de un futuro y ahora es el responsable de una vivienda de acogida de Cáritas. Said recibe y acompaña a nuevos chavales que estudian y tratan de encontrar un empleo para enviar dinero a casa, a Marruecos, Argelia o Senegal. Veo a un ser humano que podría ser mi hijo y que, por el mero hecho de serlo, tiene dignidad y derechos, por lo menos a la vida, a una vivienda, a la educación y a un trabajo digno.

Despojar de humanidad

Cuando alguien de Vox se refiere a estos menores extranjeros no acompañados de una forma tan impersonal pretende despojarles de esa humanidad que toda persona posee de manera intrínseca. Cuando alguien alcanza un acuerdo político con Vox se embadurna de las mismas convicciones y odios que derrama este partido por doquier en sus discursos y proclamas. Por cierto, un partido que nace del seno de este que ahora lo necesita para recuperar alcaldías y gobiernos regionales.

Donde hay un ecologista Vox ve un ecolojeta. Donde hay una feminista, sea mujer u hombre, da igual, Vox ve una feminazi. Donde hay una ministra de Igualdad Vox solo ve una mujer objeto y sumisa al padre de sus hijos. Donde hay un criterio científico sobre la crisis climática, el uso de vacunas o la desigualdad social, Vox solo ve una nueva religión apoyada en la Agenda 2030.

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social.

Eliminar al diferente, a quien se sale de lo que para Vox es la verdad y la naturaleza según sus designios, es el destino universal de quienes se sienten dueños de la razón y lo correcto. Quien le ríe las gracias, lo justifica o se apoya en sus políticas para alcanzar el poder al precio que sea es, cuando menos, cómplice de sus postulados. Todos sobramos. Todos vivimos en el engaño. No profesamos su religión, sus creencias, sus principios. Esto es fascismo. Sí, es fascismo, con todas las letras. Y quien descansa en Vox apuntala una manera de ver el mundo que excluye a quien no comulga con sus axiomas.

Robar la dignidad

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social. Un enfado generalizado que dirige sus dardos hacia dianas que no cuestionan el sistema como tal. Es más, lo centran en el diferente: el extranjero, el rarito, los colectivos vulnerables, en la intelectualidad que genera rechazo o en quienes profesan una religión que no sea la mayoritaria (eso sí, siempre y cuando la mayoritaria no cuestione las injusticias). Para eso tienen a muchos predicadores en la COPE, telepredicadores y tertulianos por doquier. Y si les falta algún enemigo al que robarle la dignidad humana siempre les quedará Pedro Sánchez, como antes trataron de linchar a Zapatero o a Rubalcaba, incluso al propio Felipe González. De lo que se trata es de deshumanizar al rival, convertirlo en un muñeco de feria al que se le pueden lanzar todo tipo de bolas, y no de trapo, precisamente.

Invisibilizar al diferente

Ese proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas pierde o es despojado de sus características humanas no solo está en manos de entidades como Vox. Quienes les jalean con mayor o menor intensidad las encontramos en muchas organizaciones empresariales, entre clérigos, corporaciones de derecho público y miembros de la judicatura, el Ejército o de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Cuando estamos tomando un aperitivo en una terraza o paseamos por la calle y se cruza alguna persona reclamando unas monedas y no somos capaces de mirarle a los ojos estamos invisibilizándola. La convertimos, casi sin saberlo, en bultos que deambulan por la vida con la dignidad por los suelos. Las personas empobrecidas siempre han molestado un montón. Enturbian las conversaciones, nos recuerdan que el supuesto éxito en la vida es discrecional, pero es el triunfo para clasificar al personal entre quienes lo han logrado y los que no se lo merecen. Viva la aporofobia.

Desde el mismo instante en el que descalificamos a la persona diferente, a quien no concuerda con nuestros cánones de pensamiento, religión, visión del mundo o no sigue los colores de nuestro equipo de fútbol, estamos despojándole de las únicas vestimentas que no ha necesitado comprar en este mercado limitado en el que hemos convertido a nuestro mundo. Luchar contra la deshumanización o, mejor dicho, trabajar por la humanización, se convierte en una tarea a conquistar.