Banderas, aniversarios y pecados de juventud

Banderas, aniversarios y pecados de juventud

Nunca he sido un gran forofo de las banderas. Es verdad que en mi etapa escolar me gustaban esas hojas satinadas de los diccionarios en las que aparecían, por orden alfabético, las insignias de todos los países. Al menos de aquellas que venían del último siglo, junto a las que correspondían a naciones surgidas tras las dos guerras mundiales y los procesos descolonizadores de los años 60. Las había unas que eran fácilmente reconocibles (entre ellas, la francesa o la portuguesa y, por supuesto, la de los Estados Unidos de Norteamérica, que identificábamos por las películas del Oeste y las bélicas). También otras muy exóticas que pertenecían a las antiguas colonias de las grandes potencias, tras haber culminado sus respectivos caminos hacia la independencia. A quienes fuimos a la EGB (y no digamos, a nuestros predecesores) nos pasaba con las banderas como con los ríos o las capitales de provincia: que las memorizábamos con tal interés, como si nos fuera la vida en ello).

Bandera y 23-F

Solo una vez en la vida he colocado una bandera en el balcón de mi casa. Fue un día como el de hoy del año 1981. Y todo por el amago de golpe de Estado, el del 23-F, que estuvo a punto de cargarse la naciente democracia española en el tardofranquismo. Quienes vivieron esos días saben lo que había detrás de un hecho de esas características y cada uno y cada cual retiene en su cabeza los recuerdos de ese acontecimiento.

Quienes me conocen con más detalle saben de mi creencia en que las cosas nunca suceden por casualidad. De mi gusto por la anécdota y la fábula de las que podemos extraer de acontecimientos aparentemente anodinos y que, desdichas del destino, nos colocan a cada uno en el lugar de la historia que nos toca vivir.

Constitución y procés

No me negarán que no tiene su gracia que quien coordinó el operativo de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que trató de evitar la celebración del referéndum de independencia de Cataluña de 2017, el coronel Diego Pérez de los Cobos, alumno de COU en el Instituto J. Martínez Ruiz ‘Azorín’, en Yecla, estuviese en la puerta del centro de bachillerato esa tarde del 23-F, ataviado con su camisa azul junto a un destacado falangista amigo suyo, hijo de otro médico como su padre, dirigente de Fuerza Nueva. Una escena que se nos quedó grabada a quienes acabábamos de hacer un examen de Griego y salíamos del instituto camino de nuestra casa, con las primeras noticias del asalto al Congreso de los Diputados. Tiempo después supimos de su trayectoria en la Guardia Civil, en la lucha antiterrorista, en su asesoramiento a ministros del Interior del PSOE y del PP y, sobre todo, de ser el principal garante de la Constitución en Cataluña en esos fatídicos tiempos del procés.

Pero estos recuerdos no acaban aquí. Algo menos de tres años antes, casi en la misma puerta del instituto, junto al bar Los Tambores, otro joven estudiante de bachillerato, hermano mayor de Diego, rompió en pedazos un ejemplar de la Constitución que había recibido en clase de manos de la profesora de Literatura, María Martínez del Portal, sobrina-nieta del escritor del Monóvar que da nombre al centro. No olvidemos que el gobierno de la UCD de entonces distribuyó miles de ejemplares de la Carta Magna por toda España en su campaña de difusión, incluyendo, creo recordar, su encarte en los periódicos. Un amigo que fue testigo del hecho me lo recordaba ayer como si hubiera sucedido hace pocos días.

Tolerancia y sentido del deber

Ese estudiante que protagonizó su rechazo a la incipiente Ley de Leyes cursó Derecho en la Universidad de Valencia y se especializó en Derecho del Trabajo en la Unión Europea. En el año 2005 fue el encargado de leer el discurso oficial del acto conmemorativo del Día de la Constitución en Yecla, cuyo ayuntamiento organiza este evento de manera ininterrumpida desde 1989. Un servidor se encargó de presentar al jurista Francisco Pérez de los Cobos, entonces catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Complutense de Madrid, y posteriormente, magistrado desde 2011 hasta 2017 y presidente del Tribunal Constitucional de España de 2013 a 2017.​​

Podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente

La vida es capaz de presentarnos acontecimientos como los descritos y poder recordarlos en la distancia como el mejor ejemplo de que las personas tenemos muchos rostros, gozamos de la capacidad de cambiar y de poder lograr el entendimiento entre diferentes. Siempre, eso sí, desde el mayor respeto ante las posiciones que defendemos en determinados momentos de nuestra historia personal y política. Ahí radica la democracia, la tolerancia y el sentido del deber. Y quizá, por qué no, podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente. Con la pasión que no ha sido obstáculo para que hoy, todos juntos, todas juntas, podamos compartir el deseo de seguir viviendo en paz, en justicia y en libertad.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
Investidura y pluriindividualismos voraces

Investidura y pluriindividualismos voraces

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Tengo que confesarles mi temor a la hora de escribir esta columna. Mira que llevo dándole vueltas al tema desde hace tiempo. He buscado voces más autorizadas que la de este humilde columnista de provincias para contrastar argumentos porque me veo en la obligación moral, si me permiten, de aportar una mirada ante el debate que sobrevuela la actualidad política en los últimos meses.

Cuando alguno de ustedes me ha preguntado qué opino sobre la amnistía, el referéndum y la investidura para un nuevo gobierno de coalición, dejo de mirarlos a los ojos, carraspeo y salgo por peteneras. Algunas de las respuestas que se me ocurren, y según en qué contexto, son las de “uf, es un tema complejo; estoy seguro de que detrás de todas esas declaraciones de independentistas y políticos de distinto signo hay mucho teatro; espero que los socialistas del PSC pongan cordura en el asunto; hay que darle una salida al problema territorial” o “confío en que Pedro Sánchez tenga un as en la manga y vuelva a sorprendernos”.

Problema de España

Menos mal que cuando la oscuridad se cierne sobre cualquier debate siempre hay un jesuita que aporta algo de luz. En este caso, José Ignacio González Faus, quien hace poco más de un mes reflexionaba sobre la amnistía y el futuro de Cataluña (y de España) en Religión digital, una publicación de referencia que dirige un compañero de estudios de Periodismo y Sociología que tuve en el Madrid de los años 80. Del jesuita me quedo con su afirmación de que el problema actual de España no son las plurinacionalidades (como dice Íñigo Urkullu, que ahí se queda corto). El problema de España son hoy las pluriindividualidades: cada cual considera que él es la verdad y el bien absolutos y que quienes no piensan y sienten como él, son simplemente malvados (fascistas, terroristas, separatistas… y todos esos adjetivos que oímos en el Congreso).

Hay que tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación.

A pesar de lo distinto que parecemos ser los españoles, vivamos donde vivamos, hay un rasgo común que nos une y nos iguala a todos: la intolerancia. Ante las diferencias no buscamos respeto, acercamiento y diálogo. Todo lo contrario. Intensificamos los desacuerdos porque así parece que nos sentimos vivos. Así nos va, mientras que también somos astutamente incoherentes, porque en muchas ocasiones decimos en público unas cosas y en la trastienda las contrarias. Contemplamos, asimismo, un rasgo muy humano y que analizamos poco: nuestra forma de querer. En el caso de Cataluña, González Faus constata que muchos independentistas no aman a su tierra y sus gentes, sino que se aman a sí mismos en Cataluña, por eso quieren la independencia ya ahora y como sea. No les vale el ejemplo de Gran Bretaña y su Brexit o que la mitad de la población no la quiera. Porque siempre exigimos a los demás la ética en los comportamientos, pero ¡ay de los nuestros!

Convergencia paralela

Carlos García de Andoín, amigo y compañero de mil batallas políticas y eclesiales, acertaba al señalar hace unos días en Roma, en una conferencia pronunciada en la Universidad La Sapienza, el concepto de la difícil ‘convergencia paralela’ entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Una expresión que pronunció Aldo Moro en 1959 en el congreso de la Democracia Cristiana que se celebraba en Florencia, en su intento de mover un poco a su partido hacia la izquierda. Sorprendió a todos porque lo de las líneas paralelas que convergen no lo habían oído nunca. Este político católico, asesinado por las Brigadas Rojas, trataba de proponer una política de aproximación a los socialistas, un acercamiento entre dos antagonistas aparentemente irreconciliables. Es decir, tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación. Propósito de evitar el drama o el callejón sin salida, como Enric Juliana lo contaba hace unos años.

Me da la impresión de que esta es la figura geométrica que en las últimas semanas están intentado componer el Gobierno de España y las fuerzas independentistas. Es la que sobrevuela en la negociación.

Soberanismo catalán

No olvidemos que todo esto viene de lejos. Bien es verdad que la llave de la negociación es el soberanismo catalán, con la amnistía de los encausados del procés y la autodeterminación de Cataluña. Pero no se puede ocultar que el proceso soberanista arrancó con un pacto de gobernabilidad entre CiU y ERC, la aprobación de una Ley de Consultas, las elecciones de 2015 en la que ganaron esos partidos, pero sin mayoría, el referéndum del 1 de octubre de 2017 y la posterior Declaración Unilateral de Independencia. A cada iniciativa se respondió desde el Estado con un recurso inmediato al Tribunal Constitucional hasta la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Anteriormente se había vivido la crisis del Estatut, a partir de 2004, con un tránsito de las bases de CiU (y cuadros del PSC) del autonomismo al soberanismo, el derecho de decisión y las grandes movilizaciones frente a las políticas de austeridad. Hay que recordar que la autonomía que aplicó de forma más drástica los recortes fue la catalana.

Volviendo al momento presente, creo que es de justicia reconocer que en los dos últimos años se ha desinflado el proceso soberanista. Tienen la culpa el indulto y la excarcelación de sus principales líderes, con la reforma del Código Penal de los delitos de sedición y malversación, junto a la normalización del diálogo institucional entre los gobiernos de España y Cataluña. ¿Cómo se explicaría el liderazgo electoral del PSC-PSOE sino como un reflejo del cansancio de la sociedad catalana con una política inútil?

La oportunidad de un pacto

Llegados a este punto, siguiendo con las tesis de García de Andoín que comparto, y a estas alturas de la película política, el pacto de investidura sigue presentándose como una oportunidad. Por una parte, porque permite pasar página a la judicialización que ahora impide franquear a un nuevo escenario: la reconducción política. Una judicialización que, todo hay que decirlo, fue necesaria para detener el procés frente a la alternativa de la violencia. Por otra, para que Junts aterrice en la acción política ante la que necesita una pista: la amnistía, lograda, no concedida. Como signos positivos tendríamos la renuncia a aprobar una ley de amnistía antes de la investidura, el aplazamiento del tema del referéndum a una mesa de diálogo y la pregunta de la consulta a las bases de Junts sobre si deben bloquear la investidura, lo que legitimaría su apoyo o no.

Hay otros elementos en juego, entre ellos, las dificultades a la hora de explorar un acuerdo sobre la amnistía, como su constitucionalidad (no está expresamente prohibida); la inestabilidad del futuro Gobierno; la competición entre Junts y ERC; la opinión pública española dividida por la mitad o la renuncia a la unilateralidad por parte del soberanismo catalán, al menos de facto. Entre las razones a favor estarían el riesgo de la repetición electoral con un previsible gobierno PP-VOX, la necesidad de pasar página y de construir un acuerdo de convivencia frente al vacío que dejó el recorte al Estatut por parte del Tribunal Constitucional, sin olvidar que la antigua CiU necesita un espacio para reconstruir un partido en condiciones sin Puigdemont en Bélgica.

Continuar preguntando

En mitad de este camino el referéndum de autodeterminación quedaría descartado. Tanto el PSC como el PSOE lo han rechazado de forma categórica. Confronta a la sociedad catalana, presupone la soberanía, aunque gane el no, requiere una democracia más deliberativa que ayude a construir la sociedad y, por supuesto, no cabe la reversibilidad. Eso sí, no olvidemos que se puede plantear una consulta de un nuevo acuerdo. ¿Por qué cerrarse a abrir otras opciones? Un acuerdo necesario, que requiere un diálogo no solo entre España y Cataluña, sino entre los propios catalanes, porque esa sociedad también es plural. El problema sería entonces preguntarse si la Constitución (o sus interpretaciones) permiten ir más allá de aquel Estatut cercenado, que está en el origen del paso del autonomismo al derecho a decidir.

Pero no adelantemos acontecimientos, porque el debate está abierto. Queridos y queridas lectoras, sigan, sigan preguntando y preguntándose. Y no se queden con los mensajes simplistas. Vayan al fondo del asunto.


Dolor y paz en Palestina

Dolor y paz en Palestina

Ilustración | NANA PEZ

Contemplar las imágenes de la destrucción de barrios enteros. Escuchar el llanto de unas madres ante el cadáver de sus hijos. Conocer el testimonio de quien lo ha perdido todo o se encuentra aislado en mitad de la nada. Desconocer el lugar donde puede encontrarse un ser querido. ¿Quién no puede conmoverse ante cualquiera de estas realidades? ¿Cómo es posible que haya personas que muestren una frialdad de tal nivel que les permita mirar para otro lado, justificar lo injustificable o tomar partido por el poderoso?

El desequilibrio que existe en el conflicto palestino-israelí es tan grande que resulta muy complicado no exigir una paz justa, un acuerdo que parece inalcanzable, un respeto mínimo por la vida y un grito desgarrador para que callen las armas. Que el terrorismo y la guerra no conducen a solución alguna deberíamos de saberlo ya. La dolorosa experiencia en el escenario de Oriente Medio, como en otros muchos lugares a lo largo y ancho del planeta, no puede conducirnos a una fatal complicidad con lo inevitable. Hay que tomar partido hasta mancharse las manos con el débil, de uno y otro bando, porque aquí las víctimas no entienden de credos, nacionalidades o razas.

Entrevista: «Como creyentes no podemos permanecer al margen del conflicto»

La geopolítica juega con los intereses de aquellos que sustentan su poder sometiendo a otros. Ya sean pueblos o naciones que exigen su lugar en un mundo complejo e interrelacionado. Donde todo no es blanco o negro, sino que existe una infinidad de tonos grises para los que hay que estar preparados y dispuestos a asumir las consecuencias. En todos los territorios se encuentran escenarios para ajustar cuentas. Aquí, como en cualquier otro ámbito de la vida, no podemos caer en el maniqueísmo simplista de buenos y malos. Se trata de encontrar espacios en el que quepamos todos. Igual que en Europa no podemos cerrarle las puertas al hambre y a la miseria, en lugares como Palestina e Israel tampoco cabe aniquilar al contrario para edificar sobre muerte y destrucción.

Tragedias humanas

Solo una ciudadanía consciente, dispuesta a conmoverse ante cualquier tragedia humana y que a la vez clame y exija en el nivel en el que le toque, será capaz de llegar a la profundidad del corazón de quien tiene en sus manos la posibilidad de resolver un drama como este. Los creyentes lo hacemos desde una actitud de ayuno y oración, junto a otra gente de buena voluntad, a la vez que trabajamos por la paz y la justicia. No podemos mirar hacia otro lado, ni permanecer al margen de un desastre como este y otros que acontecen más allá de nuestras fronteras. 

«Nada de cuanto es humano me es ajeno». Este proverbio latino resuena con fuerza ante los acontecimientos que vivimos desde hace poco más de una semana. Un capítulo más de un genocidio contra un pueblo de manos de otro que ya sufrió algo similar en sus carnes y con especial crudeza en la primera mitad del siglo pasado. Pueblos que intercambian papeles de agresor y agredido, eso sí, en desigual combate, donde ambos parecen haber perdido la esperanza a una solución justa. De poco han parecido servir los acuerdos de paz suscritos en algún momento de la historia reciente. Mientras tanto, los movimientos estratégicos de última hora para sembrar división han desencadenado una espiral de difícil salida. 

Signos de paz

Anhelamos una fina lluvia de signos de paz para sembrar toda esa tierra castigada por el odio, por el ojo por ojo, diente por diente. Qué paradoja que donde surgieron las tres grandes religiones monoteístas sean, desde antaño, lugares de confrontación, disputa, muerte y destrucción. Trabajar por la paz supone una apuesta que va más allá del momento presente. Implica dejarse la piel en la cotidianidad. Desde la serenidad y la contemplación de que otra vida es posible. Con los pies en la tierra.

(In)movilidad urbana y ciudadanía

(In)movilidad urbana y ciudadanía

Hace casi dos semanas denuncié a través de redes sociales el estado en el que se encuentra un carril bici que atravieso a diario. Más que una vía para ciclistas y conductores de patinetes parece la senda de una jungla en mitad del asfalto. Lleva meses sin que algún servicio municipal de vía pública o mantenimiento de jardines de Murcia vele porque esté despejado para el tránsito de velocípedos.

En la denuncia puse de manifiesto que este aviso lo había tramitado ante los correspondientes canales de comunicación ciudadana (teléfono 010, aplicación TuMurcia y la propia Oficina de la Bicicleta). La única respuesta que obtuve vino de una atenta y preocupada empleada pública del Ayuntamiento: me confesó que el problema era que no había contrato de mantenimiento en vigor para la limpieza de los carriles bici. La patata caliente se la pasan de un departamento a otro cuando llegan las quejas de quienes usamos la bici como medio de transporte para desplazarnos por la ciudad. De Parques y Jardines pasa a Vía Pública y viceversa… y vuelta a empezar. Aquí paz y después gloria.

Anuncios y promesas

Imagínense lo que se me pasa a menudo por la cabeza cuando veo las ruedas de prensa en las que nuestros representantes municipales anuncian a bombo y platillo las actividades de la Semana de la Movilidad, como la que hemos vivido recientemente. O cuando se les llena la boca de anuncios, más anuncios, promesas y más promesas, con aquello de hacer una ciudad más sostenible, habitable y cien mil zarandajas más. Pero eso sí, ninguno de ellos acude a trabajar en bici, ni se mueve con frecuencia en transporte público por la ciudad. No caeré en la crítica demagógica de que presuman acerca de su preocupación por el medio ambiente y el cambio climático, con aquello de que el coche oficial que usan es híbrido, y con ello ya asumen su cuota de reducción de la huella de carbono. Pero no crean que no me quedo con las ganas de echarles en cara de que así nos va.

Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera

Qué decir de quienes se han opuesto a las obras de movilidad en Murcia o en otras ciudades de la Región y de provincias cercanas. Es lo de siempre. Que si se eliminan plazas de aparcamiento, que si se peatonalizan calles, que si cierran ‘su’ barrio, que si los comercios van a la ruina. Mentiruscas atás con piedras, que diría José Mota. Cuando conoces lo que ha pasado en otros lugares como Pontevedra o Bilbao, donde ahora son los comerciantes del centro de la ciudad los que reclaman más calles peatonales, te das cuenta de que la ignorancia es muy temeraria, además de sectaria e interesada. Si además le sumas que los intereses electorales de algunos tienen la mirada muy corta, ya tenemos el cóctel perfecto.

Contramanifestaciones

Es verdad que algo se habrá hecho mal en todo este batiburrillo de las obras en el centro, con las manifestaciones y contramanifestaciones que han puesto el grito en el cielo para llegar a situaciones como las vividas meses atrás. Que quizá haya faltado pedagogía para explicar lo que se iba a hacer. Que no se emplease el tiempo necesario para buscar alianzas con determinados colectivos afectados. Todo lo que quieran. Pero los hechos demuestran que no cierran tiendas por la peatonalización o la reducción del paso de vehículos privados de calles y plazas. Que movilizaciones de este tipo no las hubo nunca cuando se promovieron grandes centros comerciales en el extrarradio. Y que en ningún sitio está escrito que somos mejores padres o madres si dejamos en coche a nuestros niños y niñas en la puerta misma del cole. Por cierto, hay progenitores que parece que se quedarían tranquilos si los metieran ellos mismos al aula y les apartasen las sillas. Menuda sobreprotección. Son carne de inmadurez cuando podrían ganar autonomía si llegasen solos al cole en bici o a través de rutas escolares seguras y saludables.

Vuelvo al principio. Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Respeten las señales, porque conducen un vehículo. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera. Sin tanta prisa y estrés. Disfrutando de lo que les ofrece la ciudad. Reclamen que los carriles estén limpios, despejados y no invadidos por otros vehículos (y si lo están, sean pacientes si se trata de furgonetas de reparto, que ya se desgastan bastante también estos trabajadores). Con las bicis en su vida, su cuerpo y su mente se lo agradecerán. De verdad, se lo dicen un ciclista urbano y la ciclista que ilustra esta página.


ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
Fraternidad política

Fraternidad política

Llámenme blando, flojeras o cobarde. Lo que quieran. A estas alturas de la película ya apenas me afecta. Nunca he llevado bien la mentira, la hipocresía, las medias verdades o las promesas que se lanzan a sabiendas de que no se cumplirán. Incluso cuando un servidor, oh pecador, ha caído en ellas. He sido testigo privilegiado de muchas de esas actitudes y comportamientos en diferentes etapas en las que estuve embarcado en la política institucional. Como también de lo contrario, ¿eh? De la generosidad, la bondad y el trabajo por el bien común. Pero ese lado oscuro en la gestión de los asuntos públicos me genera tal desasosiego que, a veces, las ramas del polarizado debate político nos impiden ver el bosque de las decisiones que afectan a la vida de la gente.

Individualismo indiferente

No resulta difícil aceptar que décadas de políticas neoliberales han socavado los fundamentos de la democracia y provocado una grave crisis política. La política se ha sometido a la lógica inmisericorde de la rentabilidad económica, reduciendo su función a la adaptación de las personas y la sociedad a las exigencias de la rentabilidad. Por otra parte, se ha fomentado un individualismo indiferente que ha conducido a muchas personas a buscar solo lo que consideran sus intereses y conveniencias. Esto es grave, puesto que se olvida la responsabilidad que tenemos hacia los demás y hacia el mundo que habitamos. Aunque suene muy fuerte, ambas dimensiones son destructivas para la vida social y para el valor humano de la política. Si trasladamos esto de lo que les hablo a algunas de las reivindicaciones que escuchamos estos días para la investidura del presidente del Gobierno de España… la suerte no está echada.

La explicación de que se hayan extendido los movimientos políticos de extrema derecha, tanto en nuestro país como en el resto de Europa y del mundo, tiene que ver con el crecimiento de la desafección hacia la vida política. Una inquina que, precisamente, viene generada por los efectos nocivos de las desigualdades sociales que han generado las políticas neoliberales y las dificultades de las instituciones políticas para afrontarlas. No olvidemos, sobre todo, sus consecuencias en las personas y familias vulnerables, empobrecidas y excluidas. De ahí que no sorprenda, por ejemplo, el importante apoyo que Vox ha cosechado en muchos de nuestros barrios olvidados.

Precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad

De lo que se trata, en realidad, es de una forma de neoliberalismo autoritario que enmascara con su demagogia la pretensión de someter la vida de las personas y de la sociedad a la rentabilidad económica, con un desprecio absoluto del bien común. Y aquí los discursos se superponen entre determinadas fuerzas políticas y poderes empresariales, culturales y mediáticos. Es una realidad muy peligrosa para la convivencia social y, particularmente, para la vida de las personas y familias empobrecidas, porque desvía la atención de los problemas sociales que necesitamos afrontar.

Recuperar la política

Llegados a este punto me sumo a defender una política para la fraternidad, la de “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”, tal y como la señala el papa Francisco. Porque no me negarán ustedes que precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad. Una verdadera reconquista que pasa por colocar en primer lugar las necesidades y derechos de las personas y familias empobrecidas, esencia del bien común. Es el único camino para que las personas sean siempre lo primero, para el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona. En la Región de Murcia, basta con ponerles rostro a las familias que se han visto privadas de las becas-comedor o las que padecen los problemas del transporte escolar o que sus hijos e hijas den clase en barracones.

Ausencia de diálogo

En la vida política, como en cualquier otro ámbito de la existencia, debe darse un diálogo auténtico y eficaz orientado a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. Cuánto se echa en falta ese diálogo en todos los debates que tenemos sobre la mesa. Desde nuestros colectivos, pueblos y ciudades, y no digamos en la política nacional e internacional.

Se trata de asumir la responsabilidad que todas las personas tenemos en la vida social y política, colaborando a caminar hacia la justicia y la fraternidad. Un compromiso que tiene que llevarnos a romper la dinámica de la creación de enemigos y de la permanente confrontación que descalifica a los demás. Y, por supuesto, al empeño en construir un diálogo desde la diversidad para avanzar en amistad social. Esa es la vida política en la que creo, la que recupera su sentido humano y humanizador. Aquí ya no hay cobardía que valga. Es tiempo de valientes.


Ilustración | NANA PEZ
Este artículo está inspirado en la Resolución «Una política para la fraternidad», aprobada en la XIV Asamblea Geneal de la HOAC, celebrada del 12 al 15 de agosto de 2023
Operación retorno

Operación retorno

Un beso no consentido no es un pico. Un país o una isla en llamas son algo más que un incendio forestal accidental. Un cierre de fronteras a las personas empobrecidas es racismo puro y duro. Y si el retorno a la maldita normalidad viene acompañado de un terremoto que golpea con mayor dureza a quienes ya lo tienen difícil para sobrevivir a diario, ¿qué me dicen? ¿Es buen momento para aterrizar en la cruda realidad del presente? 

Pues eso es lo que viene de atrás en este verano que toca a su fin. No nos hemos privado de nada tras la vuelta a las urnas de finales de julio. Menos mal que no caímos en la apatía ni en la pose melancólica tras la cacareada anticipación de una victoria de las derechas, sean en la versión patria o en la periférica. Todas ellas se estrellaron contra el presente de una sociedad que no es uniforme –líbreme Dios – ni analfabeta –menos mal – sino que resuelve con mucha cordura –claro está- cuando se le reta a dar un paso adelante.

Visión global

La crisis climática, el feminismo y la migración conforman esa tríada de elementos a tener en cuenta a la hora de jugarnos el presente y el futuro de estas nuestras generaciones. Negar cualquiera de ellos es caer en la cuenta de que vivimos fuera de la realidad. De que miramos hacia otra parte sin complejos, mientras nos arriesgamos a un futuro sin soporte de mantenimiento. De ahí que la agenda haya estado salpicada de noticias en ese triple frente abierto a lo largo y ancho mundo que nos circunda. Sin descartar que las prioridades ya no se circunscriben a uno u otro país, sino que las circunstancias alcanzan una dimensión global que nos empequeñecen como seres finitos.  

Los ecos de la victoria de la Selección Femenina de Fútbol aún parecen resonar enmudecidos en la lontananza de lo visto y leído desde aquella fatídica noche de los exabruptos de un machirulo que nos avergonzó a todos, especialmente a quienes nos gusta ese deporte. Ya sabemos que los líos venían de antes, con plante incluido, y que solo saltó la chispa de un fuego que estaba contenido en esta como en otras parcelas de la vida. El interfecto finalmente ha arrojado la toalla y ha dimitido con la boca pequeña, aquella que no supo cerrar en su momento. Sus gestos ya han pasado a formar parte de un imaginario que va a tener más consecuencias que las puramente circunscritas al mundo del balompié y a esos hechos que van a acompañar a las campeonas del Mundial de Australia y Nueva Zelanda.  

Incendios y cierre

Y qué decir de los incendios de Grecia (con el añadido de las lluvias), Hawái y Tenerife, como los de Canadá o California, que siempre están ahí. O los golpes de calor que castigan a quienes se ganan la vida en el exterior y la continua retahíla de noticias sobre récords en altas temperaturas (desde que hay registros, nos especifican) de estos meses de julio, agosto y septiembre. Casi nada. Pero claro, de cambio climático, mejor no hablar. Ni de reducir nuestros niveles de consumo (siempre asociado al mantra del maldito crecimiento), ni de la huella de carbono, ni de las energías limpias o sucias. Consumid, consumid, que el mundo se acaba es el nuevo grito de guerra.

Qué decir de la pérfida Albión, esa prepotente del Brexit, que ha dado lecciones al resto de Europa y del mundo con el cierre de fronteras y el envío a cárceles flotantes de quienes osan cruzar el Canal de la Mancha y buscarse la vida en la isla. Ni qué decir de quienes se atrevan llegar a sus aeropuertos sin permiso previo de trabajo. El Mediterráneo y otros mares del resto del mundo guardan en sus fondos las almas de millares de personas en busca de un futuro. Otras recalan en cárceles-campamentos como refugiadas o se estampan ante muros físicos o mentales de indiferencia de una parte del planeta que les dirige un mensaje para que se queden en su tierra.

Menudo retorno. ¿No les suena que estos escenarios ya los conocíamos antes de habernos ido de vacaciones? Pues eso. Que seguimos a lo nuestro.

Diez lecciones del 23J

Diez lecciones del 23J

Una vez transcurridas poco más de setenta y dos horas desde que vivimos la noche electoral quizá sea un buen momento para hacer un repaso de algunas lecciones que podemos aprender del 23J. Bien es verdad que, a menudo, olvidamos muy pronto el argumento defendido un tiempo atrás para subirnos al carro de un nuevo análisis y lanzar así una opinión que siente cátedra. Somos fieles seguidores del sesgo de retrospectiva, que no es otro que el prejuicio definido como un sesgo cognitivo que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos en favor del resultado final. En la pandemia tuvimos tiempo de ejercerlo, pero es que desde el mismo domingo por la noche la opinión publicada (que no la opinión pública) este fenómeno se ha repetido. Sirvan estas notas para un humilde análisis de lo ocurrido.

Lección 1: Hasta el rabo, todo es toro. 

La sabiduría del refranero español nos enseña que hasta el final de un hecho o acontecimiento no hay que confiarse, sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. Nunca hay que dar nada por hecho, nada por perdido, nada por ganado… Y, en nuestro caso, nunca hay que dar por derrotado a Pedro Sánchez, al sanchismo o como lo que quieran llamar. Eso lo sabe muy bien Mariano Rajoy, Pablo Casado, Albert Rivera, y, si me apuran, hasta Susana Díaz y Pablo Iglesias. El propio Feijóo le ha visto las orejas al lobo y ya se espera a la siguiente candidata.

Lección 2: Las encuestas son solo eso, encuestas. 

Y, sobre todo, nada neutrales, porque salvo raras excepciones siempre se nos ofrece una interpretación de sus resultados a partir de los datos recogidos en bruto (eso que se llama la cocina de la encuesta). Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que nos saturan con informaciones sobre predicciones, tendencias, trackings, porcentajes, oleadas, etcétera, etcétera. ¿De qué han servido tantos y tantos gráficos sobre el reparto de escaños por bloques, partidos, coaliciones? Y, sobre todo, ¿qué interés había en dar por hecho que la victoria del PP y Vox era inevitable? ¿O que la experiencia del Gobierno de coalición había sido negativa por el apoyo de los separatistas catalanes y los filoetarras vascos? Este fenómeno demoscópico está ligado, inexorablemente, a la siguiente lección.

Lección 3: Los medios de comunicación no son neutrales.

Nunca lo han sido, desde que el mundo contemporáneo comenzó a contar la actividad comercial de las principales ciudades del capitalismo naciente a través de las hojas de avisos. Pero a veces se nos olvida y parece como si necesitásemos que alguien nos confirmase nuestras opiniones por encima de las propias intuiciones o criterios objetivos. Los grandes grupos de comunicación siempre toman partido en un escenario de confrontación política y lo hacen a través de sus programas informativos o de entretenimiento, da igual, y, desgraciadamente, por medio de sus profesionales que, salvo excepciones, son la voz de su amo. En esta campaña lo han hecho y tenemos en la mente casos muy sonados.

Lección 4: La agenda de lo que se habla no es la de los problemas cotidianos.

Unida a la anterior, podemos aprender que muchas veces hablamos sobre los temas que alguien nos marca y que, coincidirán conmigo, no tienen que ver con los graves problemas que afectan a la ciudadanía. Cogemos el “que te vote Txapote” y no debatimos sobre la precariedad, la vivienda, la falta de futuro, de las verdaderas dificultades de las familias, al menos los que se juegan en el presente y en el medio plazo. O en el ámbito de la izquierda, por ejemplo, nos enredamos en temáticas que afectan a la identidad sexual y absolutizamos las posiciones de una parte del feminismo y las convertimos en lugares excluyentes frente a otros debates en los que tendríamos que incidir en este conflicto cultural en el que nos encontramos.

Lección 5: Las ramas de la superioridad moral no deben ocultar el bosque.

O lo que debe llevarnos a ser más humildes en los análisis y en la defensa de nuestras convicciones. Si una parte de la clase obrera se siente identificada con las posiciones que defiende Vox, sin ir más lejos, como pasa con otras fuerzas de la ultraderecha europea o americana, debemos preguntarnos, cuando menos, a qué se debe este fenómeno. El conflicto cultural debe de estar en el centro de la acción política. De ahí que partidos, organizaciones sindicales y asociaciones de todo tipo que trabajan por el cambio social deben de cuidar todos aquellos aspectos que tienen que ver con la formación de la conciencia.

Lección 6: La pureza de principios puede esconder intereses personales.

Relacionada con alguna de las anteriores otra enseñanza que nos ofrece el 23J es que, a menudo, se utilizan argumentos sobre la pureza ideológica y de principios cuando, en realidad, entran en juego los factores personales que tienen que ver más con los egos, protagonismo, envidias y posiciones antagónicas que forman parte de la tradición de la izquierda. La incompatibilidad de las familias que vienen del socialismo o del comunismo, con las mezclas que en su interior han ido fraguándose a lo largo de los años, se han agudizado en estos tiempos líquidos de la inmediatez y de las redes sociales, que ofrecen una militancia que, en ocasiones, se mueve pisando poco la realidad de la calle y mucho la virtualidad de los me gusta, retuits y número de seguidores.

Lección 7: Las emociones dominan la acción política. 

La movilización en las semanas previas al 23J ha sido determinante para que la ciudadanía más concienciada acudiera a votar, por encima de todo. Una movilización a la que han contribuido los sindicatos, con su apelación a que el mundo del trabajo se jugaba mucho. Al lobo neoliberal se le han visto por fin las orejas y lo que podía traer aparejada la coalición PP-Vox una vez conocidas sus posiciones mantenidas hasta ahora sobre la reforma laboral, pensiones, salarios, sanidad o educación. Si en la campaña de las municipales y autonómicas del 28 de mayo triunfaron los argumentos viscerales contra el denominado sanchismo, con los pactos con Bildu y ERC, la tolerancia a la ocupación de viviendas y el apoyo de la inmigración irregular, ahora se le ha dado la vuelta a ese mantra frente al peligro de lo que se avecinaba.

Lección 8: Las campañas electorales, a veces sirven. 

Si los resultados de la campaña del 28M dieron al traste con buenos gobiernos municipales y autonómicos –con alcaldes y alcaldesas de lujo– porque el foco estuvo en otro sitio, la del 23J ha permitido enseñar que en dos semanas la tendencia de los votos puede cambiar el escenario. Al equipo de campaña de Feijóo, sin ir más lejos, aún deben de estar pitándole los oídos por no haber tenido resuelta la comunicación de crisis frente al caso del narco Marcial Dorado. O cómo afrontar la prepotencia de su candidato frente los periodistas que ejercen como tales (caso de Silvia Intxaurrondo, de TVE), o la animadversión frente a los medios públicos por la soberbia de no haber querido asistir al debate de RTVE y los ataques de miembros de su equipo de campaña a la radiotelevisión pública, como hizo González Pons. Esta presunta derecha moderada se mostró como realmente es. La campaña empezó de una manera y acabó de otra.

Lección 9: España tiene un problema territorial. 

Los pactos postelectorales vuelven a traer al escenario de la actualidad y la agenda política el conflicto entre territorios que, más temprano que tarde, habrá que afrontar. Eso sí, siempre que haya madurez y altura de miras de querer trabajar por el bien común (todas las partes) y no hacer batalla de la identidad nacional por encima de todo. Cataluña y Euskadi, especialmente, deben encontrar su acomodo en un Estado federal, por ejemplo, para el que se deben sentar bases comunes de compromiso solidario en el encaje de las identidades, los sentimientos y la equidad territorial y la solidaridad en el reparto de los recursos existentes. Paradójicamente, estas semanas de calor deberían enfriar un poco los ánimos para llegar al final del verano y comienzos del otoño con los primeros acuerdos. Las opciones no son sencillas y no descarten un verdadero bloqueo, porque el PSOE no puede pagar un precio alto. Hay que escuchar mucho lo que tiene que decir el PSC de Salvador Illa.

Y Lección 10: La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. 

Esto es, que lo que aquí se juega afecta a toda la ciudadanía. Por lo tanto, que, una vez metidos nuestros votos en las urnas, no podemos retirarnos para que se lo jueguen todo solo unas pocas personas o grupos interesados. Los partidos o coaliciones deben impulsar la participación de la militancia y del resto de la sociedad, porque los profesionales de la cosa pública no son los únicos que deben ejercer este papel. Como tampoco de los asesores de comunicación, esos supuestos expertos y politólogos que pecan, en buena parte de los casos, de una parcialidad palmaria. Es verdad que hemos delegado en los primeros para que actúen con responsabilidad, pero el futuro también depende de que no nos retiremos a los cuarteles de invierno. De todo se aprende.

Superioridad moral

Superioridad moral

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Una de las pocas imágenes que pude ver en televisión el domingo por la noche fue la salida del equipo de campaña de Feijoo, ataviado de blanco ibicenco, al balcón de la sede Génova. Tras casi dieciséis horas de jornada como apoderado en dos colegios electorales, y tras conocer los resultados, las únicas ganas que me quedaban eran para contemplar los rostros de quienes se creían vencedores desde hace meses. Me costó contener la risa al intentar seguirle el ritmo a González Pons, un superviviente del prepotente y corrupto PP valenciano, el mismo que fue el encargado de crucificar a RTVE por una entrevista en la que los periodistas ejercieron de lo único que se les pide: ser periodistas. Lo sigo un poco más que a otros porque me une que somos compañeros de la generación del 64, como Javier del Pino, Jorge Drexler, Pepa Bueno, Sandra Bullock o, sin ir más lejos, alguien que quizá les suene, Javier Lorente, el artista y colaborador de este diario.

Caras de póquer

Pues bien, como les decía, en esa aparición estelar de los primeros componentes del aparato popular dominaba el blanco nuclear, salpicado con algún gris marengo, aunque la nota del verdadero color en el desfile la puso Isabel Díaz Ayuso (no es para menos). Iba acompañada del pequeño alcalde de Madrid, con ese rojo comunidad y una fingida sorpresa cuando la aclamaban como lo que, más temprano que tarde, parece llamada a ser: aspirante a presidenta del Gobierno. El candidato a ocupar la Moncloa, también de blanco, trataba de esbozar un discurso sentido. Pero la procesión iba por dentro. Las caras de póquer, eso era lo que yo buscaba. Las caras de póquer.

Tengo que reconocerles que no sé de dónde sacan esa fortaleza quienes se dedican a la política del primer nivel para aguantar lo que aguantan. Defender con empeño una cosa y la contraria. Afirmar una decisión y desdecirse con el mismo temple a las pocas horas No quisiera ser yo una tripa suya. No les digo un corazón, o una simple emoción suya, y poder luego llegar a casa. Soltarme la camisa o la cremallera del vestido. Quedarme en pelota picada, con la desnudez frente al espejo e irme a la cama sin más.

Escrutar perfiles

Sé de lo que les hablo. Al menos de un nivel que nunca he traspasado, pero que me cuesta mucho reconocer como esa dimensión de la gente normal, la que duda, la que sufre y padece, la que se alegra y ríe también, la que pisa el suelo y no tiene una corte de falsos aduladores que dios los mantenga bien lejos.

El tiempo en un colegio electoral pasa muy rápido si vienen votantes. Si no es así, hay oportunidades para escrutar los perfiles de quienes no tienen problema en escoger sus papeletas ante la mirada indiscreta del público objetivo. Entonces llegan las sorpresas o las conclusiones del tipo de que uno debe ser ya viejo a ojos vista de esas jóvenes generaciones que escogen candidaturas del pasado como si transgredieran lo políticamente correcto. O quizá sí es por eso. Porque es lo más transgresor, lo antisistema, ante los argumentos que imponen esos adultos que se preocupan por eso del cambio climático, se empeñaron en vacunarnos y tenernos retenidos en casa y nos miran raros.

Complicarse la vida

Les confieso que esta ojeada trato de no dirigirla desde esa pretendida superioridad moral que algunos esgrimen para todo lo que les molesta. A la izquierda se le acusa de ejercerla cuando habla de la cultura, los derechos humanos, la solidaridad, la justicia o la ecología, mirando por encima del hombro. Estoy seguro de que algunos de ustedes quizá también lo hayan pensado al leer en algún momento estas columnas que, a lo largo de los años, han pretendido ser un mero reflejo de lo que acontece al cabo de la calle. Desde un lado, claro que sí, pero sin impartir doctrina. Si han pensado lanzar la acusación de ejercer esa superioridad moral a quien suscribe no se corten, háganlo. Les prometo que me lo haré ver. Sinceramente.

No les arriendo las ganancias, sin embargo, si persisten en el empeño de querer tropezar una y mil veces con los hábitos de complicarse la vida. De pretender dirigir la mirada y el esfuerzo en algo que es imposible de solucionar. Que el otro tenga que darse cuenta del error, porque siempre será a costa de creerse investido de un poder y de una razón que, a fin de cuentas, solo trae desolación y tristeza. Disfrutemos de estos días de asueto, con calor o, cosa rara, sin él, y recarguemos pilas para lo que está por llegar. Que siempre, lo queramos o no, será mejor y novedoso frente a lo que hayamos vivido.            

Caras de póquer

Caras de póquer

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Declaración de principios: la derecha va ganando la batalla cultural. Esto es: el relato, el discurso, el elefante en la habitación. Derogar el sanchismo, que te vote Txapote, el caradura del Falcon, los que sacan de la cárcel a violadores, los antiespañoles, los que no quieren a cazadores y taurinos, los okupas, los que indultan, quienes abren las fronteras a los indeseables… ¿Alguien da más? Esto un día y otro, y otro, y otro. Un bombardeo contínuo vivido desde hace meses en la mayoría de los informativos, las redes sociales, memes, canales de WhatsApp, programas de entretenimiento, humoristas gráficos, tertulias…

Menudos cansinos, erre que erre. Discursos simples que lanzan un gancho de derecha directamente al hígado, sin pasar por la razón. Las vísceras han pasado a ser el centro de la discusión, del entendimiento, porque del debate, nada de nada. De la razón mejor tampoco hablamos, ¡uf!, qué molesta es, si hay que calentarse la cabeza. Me vale más la propaganda, que a esa no hay que aplicarle un filtro que valga. ¿Qué me mienten? Pues me da igual. Si yo soy el primero que practico las artimañas cuando me tapo los ojos para no reconocer la realidad o niego la mayor cuando me la ponen delante.

Derecho divino

Pues sí. De todo esto va lo del domingo. Lo de las elecciones que parecen ganadas de antemano por una persona que practica el cinismo, amparado por la polarización y el enfrentamiento. Que se cree lo de la democracia a medias, cuando le interesa, y siempre y cuando la sacrosanta derecha se alce con la victoria porque ésta siempre se ha creído que el poder, el gobierno y todo lo demás lo tiene reservado por derecho divino. Cuando los pierde por la soberbia y la corrupción asegura que se los han arrebatado de manera ilegítima, o cuando es incapaz de tejer lazos para alcanzar acuerdos acusa al contrario de vender sus principios. Claro, los suyos, porque las convicciones no tienen precio y, sobre todo, coste, ¿verdad? Puede defender una cosa y la contraria, sin despeinarse. Puede subir a un barco de un narcotraficante y negarlo. Mentir y, a la vez, acusar al oponente de falsear la realidad.

Lo del próximo domingo va, sobre todo, de no caer en el fatalismo y en la melancolía. De no resignarse ante lo que, aparentemente, está perdido de antemano. No, no, mis queridos amiguitos y amiguitas. Que no nos engañen. Que, como bien saben los taurinos, y quienes fuimos educados con refranes, “hasta el rabo, todo es toro”. El propio Instituto Cervantes nos recuerda que nada debe considerarse rematado hasta que no llegue su final. Por eso, no hay que confiarse sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. ¿Se imaginan la cara de póquer que se le quedaría a más de uno y a más una si no se cumplen sus expectativas? Pues yo sí. ¿Y sus lloros y lamentos? Que si debería de gobernar la lista más votada, que si no sería legítimo un nuevo gobierno del felón y la vicepresidenta. Que si patatín, que si patatán. 

Bombardeo de encuestas

Si en otras campañas las propuestas de medidas de gobierno eran las que parecían movilizar al personal, ahora son el bombardeo de las encuestas las que marcan el ritmo. Que si hoy he bajado tres diputados mientras que el contrario ha subido dos. Que si la derecha está a equis puntos de alcanzar la mayoría, que si gana, que si pierde… El objetivo no es otro que desmovilizar al personal, que cansar al respetable… mientras que por la puerta de atrás rascar voto tras voto. La estrategia es ruin, porque discute la esencia de la legitimidad democrática. Para ponerla en cuestión no hay límites. Si hay que sembrar la duda del voto por correo, pues se siembra. Si hay que inyectar la dosis de recuerdo del terrorismo etarra derrotado, pues se inyecta. Las víctimas y la dignidad son lo de menos. Cuando la derecha se pone, se pone a conciencia. No hay excusa que valga.

Lo que no vale, son los lamentos. Los quejíos de lo que puede venir acompañado con las papeletas que pretenden negar la realidad de los últimos años. De los avances sociales, laborales y derechos. De haber afrontado una pandemia desde una posición y no otra. De combatir la inflación con unas medidas que han pretendido paliar las consecuencias entre las personas más vulnerables. De mejorar los salarios, especialmente el mínimo para sobrevivir, o actualizar las pensiones de acuerdo a la subida del IPC. Quienes viven de una pensión o apoyan a los suyos gracias a ellas lo saben. Se trata de esto. No de las tripas. No se pierdan las caras de póquer de quienes se sienten ganadores. Voten y animen a los suyos. Aunque solo sea por el gusto de verlas el domingo por la noche.         

El valor de la palabra

El valor de la palabra

ILUSTRACIÓN | EVA VAN PASSEL GAMBÍN

Desconozco el hecho de si la próxima presidenta de Extremadura habrá podido dormir bien en la última semana. Los problemas de sueño son uno de los males que nos acechan en estos tiempos convulsos. El cuerpo es sabio y no entiende de atenuantes que valgan. Podemos estimularlo con productos que alguna vez funcionaron o tratar de sedarlo con relajantes varios, pero a las emociones no hay quien las detenga, ni en el mejor control dispuesto por la Benemérita. No hay quien les dé el alto sin que nuestro organismo sufra algún desajuste.

De ahí que María Guardiola, que así se llama la política extremeña, no sé si habrá podido conciliar el sueño después del espectáculo que ofreció tras jurar y perjurar que no dejaría entrar en su gobierno a quienes niegan la violencia de género o deshumanizan a los inmigrantes. Argumentos que repitió desde ese instante, y días más tarde, en su periplo por programas de televisión y entrevistas en radio y periódicos. Sólo ella sabe lo que habrá tenido que vivir hasta llegar al momento de la firma del acuerdo con los hasta entonces malos malísimos de Vox y afirmar que su palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños. Madre mía. Por nadie pase.

Falsas seguridades

No entiendo qué demonios recorre el interior de determinadas personas que son capaces de afirmar con rotundidad una cosa y, unas horas después, defender lo contrario. Además, impertérritas, con la misma falsa seguridad para aseverar un argumento y su opuesto. ¿Tienen estómago para soportar los mensajes que sus tripas les deben estar enviando a su cerebro en esos momentos? No lo sé, la verdad. Solo me cabe considerar que, o se han sometido a una gastrectomía en toda regla o, cuando menos, a una cirugía bariátrica que en vez de reducir el buche para perder peso sirva para aminorar la vergüenza torera de un sonrojo en toda regla.

Los boomers fuimos educados en el valor de la palabra dada. Muchos recordamos a nuestros padres cuando afirmaban que un apretón de manos, un acuerdo verbal o una mirada directa a los ojos iba a misa y sellaba un pacto o un contrato. Esto es, que esas expresiones tenían igual o más fuerza que una firma en un papel. Es verdad que se le añadía, en ocasiones, una expresión sexista de que eso lo hacían los hombres que se vestían por los pies, pero siempre en el sentido del honor y la dignidad de que los que nos digan que van a cumplir sobre un determinado asunto, lo cumplan. Eso es la palabra dada… salvo causas de fuerza mayor, porque si estas se dieran siempre tratarían de solucionarlo o de hacerlo, cuando las circunstancias se lo permitiesen.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones

Ejemplo de lo que hablo, con la agravante de la firma incluida, lo vivimos hace dos años en la Región de Murcia cuando quienes suscribieron con su rúbrica una moción de censura -que se iba a protagonizar en el parlamento regional- se retractaron a las pocas horas. Bueno, algunas de ellas, ni a las pocas horas. Y aquí paz, y después gloria.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones. Se le atribuye al profesor Enrique Tierno Galván, histórico dirigente del Partido Socialista Popular (luego integrado en el PSOE), la frase de que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas. En realidad, lo que el entonces alcalde de Madrid le dijo a su vicealcalde Alonso Puerta (y así lo atestiguó éste) es lo siguiente: “Mire usted, Alonso, se dice que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas, pero yo le digo a usted que las que nosotros hicimos las cumpliremos”.

Sentir vergüenza

Por tanto, ya está bien de acogerse a una supuesta bula a la que parecen acudir personajes de esa calaña. No, no nos vale que traten de desprestigiar la política como el terreno en el que todo se permite, en el que se puede decir una cosa y la contraria sin consecuencia alguna. ¿Qué mensajes están transmitiendo con ello al resto de la sociedad? ¿Y a sus hijos? ¿O a los hijos de sus hijos?

Sinceramente, estoy seguro de que usted, como un servidor, si protagonizase situaciones como las que conocemos a diario, con promesas incumplidas, acuerdos no respetados, reiteradas mentiras y afirmaciones grandilocuentes que se desvanecen con los hechos de quienes las pronuncian, su reacción sería la de meterse en casa y no salir. La vergüenza que nos produciría incumplir la palabra dada sería la respuesta normal. Porque la mínima ética nos llevaría a reconocer que la mentira no tiene que ver con nosotros. Pues ahora, póngase a recordar aquellos casos y personas que conoce en los que no se produce esto y piense en sus estómagos.


La ilustración de Eva van Passel Gambín está basada en el juicio de Osiris. En la mitología egipcia, el alma de los difuntos pasa por un juicio antes de entrar al paraíso: su corazón, que representa sus buenas acciones, será pesado contra la pluma de la verdad, que representa los malos actos de la persona. Si la pluma pesa más que el corazón, implica que el difunto realizó más acciones inmorales que morales. Si, por el contrario, el corazón pesa más, para los egipcios esa persona fue buena en vida. Al parecer, para los egipcios las “malas hazañas” son cosas como mentir, la hipocresía o la incoherencia, más que ser “malo” en el sentido de hacer daño. El dios Anubis es el que tiene la cabeza de chacal, y Tot, el dios de la sabiduría (entre otras), el de la cabeza de ave.
Deshumaniza, que algo queda

Deshumaniza, que algo queda

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Cuando Vox habla de los menas como un grupo de menores extranjeros a eliminar de nuestras ciudades y pueblos yo veo a Said, que llegó a Murcia en busca de un futuro y ahora es el responsable de una vivienda de acogida de Cáritas. Said recibe y acompaña a nuevos chavales que estudian y tratan de encontrar un empleo para enviar dinero a casa, a Marruecos, Argelia o Senegal. Veo a un ser humano que podría ser mi hijo y que, por el mero hecho de serlo, tiene dignidad y derechos, por lo menos a la vida, a una vivienda, a la educación y a un trabajo digno.

Despojar de humanidad

Cuando alguien de Vox se refiere a estos menores extranjeros no acompañados de una forma tan impersonal pretende despojarles de esa humanidad que toda persona posee de manera intrínseca. Cuando alguien alcanza un acuerdo político con Vox se embadurna de las mismas convicciones y odios que derrama este partido por doquier en sus discursos y proclamas. Por cierto, un partido que nace del seno de este que ahora lo necesita para recuperar alcaldías y gobiernos regionales.

Donde hay un ecologista Vox ve un ecolojeta. Donde hay una feminista, sea mujer u hombre, da igual, Vox ve una feminazi. Donde hay una ministra de Igualdad Vox solo ve una mujer objeto y sumisa al padre de sus hijos. Donde hay un criterio científico sobre la crisis climática, el uso de vacunas o la desigualdad social, Vox solo ve una nueva religión apoyada en la Agenda 2030.

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social.

Eliminar al diferente, a quien se sale de lo que para Vox es la verdad y la naturaleza según sus designios, es el destino universal de quienes se sienten dueños de la razón y lo correcto. Quien le ríe las gracias, lo justifica o se apoya en sus políticas para alcanzar el poder al precio que sea es, cuando menos, cómplice de sus postulados. Todos sobramos. Todos vivimos en el engaño. No profesamos su religión, sus creencias, sus principios. Esto es fascismo. Sí, es fascismo, con todas las letras. Y quien descansa en Vox apuntala una manera de ver el mundo que excluye a quien no comulga con sus axiomas.

Robar la dignidad

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social. Un enfado generalizado que dirige sus dardos hacia dianas que no cuestionan el sistema como tal. Es más, lo centran en el diferente: el extranjero, el rarito, los colectivos vulnerables, en la intelectualidad que genera rechazo o en quienes profesan una religión que no sea la mayoritaria (eso sí, siempre y cuando la mayoritaria no cuestione las injusticias). Para eso tienen a muchos predicadores en la COPE, telepredicadores y tertulianos por doquier. Y si les falta algún enemigo al que robarle la dignidad humana siempre les quedará Pedro Sánchez, como antes trataron de linchar a Zapatero o a Rubalcaba, incluso al propio Felipe González. De lo que se trata es de deshumanizar al rival, convertirlo en un muñeco de feria al que se le pueden lanzar todo tipo de bolas, y no de trapo, precisamente.

Invisibilizar al diferente

Ese proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas pierde o es despojado de sus características humanas no solo está en manos de entidades como Vox. Quienes les jalean con mayor o menor intensidad las encontramos en muchas organizaciones empresariales, entre clérigos, corporaciones de derecho público y miembros de la judicatura, el Ejército o de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Cuando estamos tomando un aperitivo en una terraza o paseamos por la calle y se cruza alguna persona reclamando unas monedas y no somos capaces de mirarle a los ojos estamos invisibilizándola. La convertimos, casi sin saberlo, en bultos que deambulan por la vida con la dignidad por los suelos. Las personas empobrecidas siempre han molestado un montón. Enturbian las conversaciones, nos recuerdan que el supuesto éxito en la vida es discrecional, pero es el triunfo para clasificar al personal entre quienes lo han logrado y los que no se lo merecen. Viva la aporofobia.

Desde el mismo instante en el que descalificamos a la persona diferente, a quien no concuerda con nuestros cánones de pensamiento, religión, visión del mundo o no sigue los colores de nuestro equipo de fútbol, estamos despojándole de las únicas vestimentas que no ha necesitado comprar en este mercado limitado en el que hemos convertido a nuestro mundo. Luchar contra la deshumanización o, mejor dicho, trabajar por la humanización, se convierte en una tarea a conquistar.

Problemas de comunicación

Problemas de comunicación

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Que, si no se cumplen las expectativas electorales, la razón está clara: todo se debe a problemas de comunicación. Que una pareja llega a la ruptura, pues ya se sabe qué tiene la culpa: los problemas de comunicación. Que en una organización afloran las tensiones entre la dirección y las personas subordinadas, entre la dirección misma o las propias subordinadas entre ellas, todo se debe a lo mismo: a los consabidos problemas de… comunicación. Faltaría más. Este argumento repetido como un mantra lo he oído en infinidad de ocasiones, convocatoria tras convocatoria, ruptura de noviazgos o matrimonios y crisis organizacionales en empresas, asociaciones o entidades de diverso signo.

Maldita tesis

Recurrir a esta explicación es una de las fórmulas más utilizadas cuando no se quiere analizar en serio las causas que provocan las derrotas en unos comicios, la separación entre quienes comparten durante un tiempo una relación afectiva o las desavenencias en una organización cualquiera. Maldita tesis a la que se abonan supuestos expertos en comunicación política, terapeutas de andar por casa o consultores, coach o entrenadores de lo ajeno. Esos gurús del análisis consiguen hilvanar al principio una serie de ideas que embaucan a las personas afectadas por los resultados de esas expectativas no cumplidas, de las quiebras relacionales en el mundo de los afectos o como miembros de la institución dañada. Las primeras veces parece que dan en el clavo a la hora de explicar las causas de que se trate. Pero cuando se repiten una y otra vez demuestran la pobreza del argumentario esgrimido. Ya les vale.

La excusa de presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos

Las razones que explican este tipo de comportamientos vienen avaladas por una realidad que no se puede eludir. De una parte, por el bombardeo de mensajes que llegan desde todos los frentes. De otra, por los innumerables artilugios que nos hemos dotado para impedir una economía de la atención que facilite la absorción de hechos, noticias, conceptos, ideas y acontecimientos para su análisis sosegado y que permita colocar cada cosa en su sitio. La razón ha sido vencida, en buena medida, por la pasión, los mensajes simplistas, la fuerza de las emociones (especialmente aquellas que emergen desde las tripas) y los prejuicios convertidos en máximas que no escondan un escenario tal y como queremos verlo. Y entenderlo. El que nos anestesie y genere el mínimo conflicto posible.

Vayamos, sin embargo, a esas parcelas de lo concreto. La excusa de esos presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos. Por encima de los análisis simplistas cargados de una supuesta superioridad moral que no se corresponden con los verdaderos problemas del común de los mortales quedan, sin embargo, la ausencia de análisis y la corrección de comportamientos que se repiten sin solución de continuidad. En el fondo, lo que se quiere eludir es un enfrentamiento directo con las carencias personales y partidarias que anidan entre quienes concurren a esos procesos. Lo cómodo es hacer siempre lo mismo, mantener los espacios de confort, frente a los desafíos que generan incertidumbre. Las personas valientes escasean en este ámbito de la política. Predominan, desgraciadamente, las cobardes, las hipócritas. Las que buscan acomodo.

Mantener la distancia

Es el mismo destino de quienes no se la juegan en sus relaciones personales. De las que prefieren mantenerse en la monotonía frente a trabajarse en la intimidad del silencio, de la escucha y de la mirada desde una cierta distancia que incomoda. Esgrimir las razones de esos problemas de comunicación en las relaciones interpersonales solo tendría razón de ser cuando alguna de las partes no quiera asumir las riendas de su vida. Al final, sin embargo, de lo que se trataría es de eludir o no los compromisos adquiridos, la palabra dada, el empeño conjunto en ampliar la mirada y la responsabilidad en un camino iniciado juntos.

Y qué decir a la hora de abordar lo que surge en el seno de las organizaciones. Más que de comunicación estaríamos hablando de abordar la asunción de tareas y cometidos para garantizar el bien común. Se trata de compartir objetivos, interiorizarlos y poner el empeño en el logro de medidas y actuaciones que lleven al puerto que se ha fijado la entidad en cuestión. Ahí entran de lleno los factores personales de cada quien y de cada cual, sin dejar a nadie al margen, y aunando voluntades para alcanzar el logro desde las expectativas puestas sobre la mesa. De unos intereses que no son excluyentes, sino que permiten adecuarse a los fines compartidos.

Por tanto, en todos esos supuestos, la comunicación vendrá como un elemento que se suma a los que ya surgen a cada instante. Es un factor que adiciona al resto de los que entran en el juego, ya sea electoral, afectivo o, simplemente, organizacional. Sin ir más lejos.     

Aprender de la ira

Aprender de la ira

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Mentiría si les dijera que no me afectó la pasada campaña electoral. Por bronca y por no aterrizar en los verdaderos asuntos que afectan a las ciudades y regiones. Ni qué decir los resultados en determinados municipios y comunidades autónomas. Ya les confesé hace un par de semanas que me sentía extraño en medio de este espectáculo político en el que vivimos desde hace unos meses. Que no somos tontos, oiga. Por diversas razones que no vienen al caso intuía que este ciclo iba a pasar factura a la gestión de ayuntamientos y gobiernos autonómicos por los que siento una especial sintonía. Pero eso sí, de las noches electorales ya descubrí hace tiempo (como de cualquier dimensión de la vida) que las enseñanzas que debemos aprender tienen que ver con lo que uno ha hecho. Y que hay que hacerlo con la valentía necesaria para reconocer cuanto antes dónde están los errores con el fin de tratar de enmendarlos. De ello de nada sirve esconder la cabeza o esparcir responsabilidades a diestra (las habituales) y siniestra (las menos).  

Respuesta primaria

De las muchas lecciones que podemos aprender de las circunstancias adversas hay una que me cuesta especialmente gestionar. Es la que tiene que ver con esa sensación interna de molestia, enojo, irritabilidad, fastidio o indignación a causa de la sensación que provoca una situación de desprecio u ofensa. También de injusticia o contrariedad ante una expectativa no cumplida. Hablo de la rabia como emoción que emana de una forma visible de nuestro ser, como expresión de que algo no estamos gestionando de manera adecuada. Es ese mecanismo de respuesta primaria que poseemos los seres humanos como reacción al desprecio individual o colectivo ante un hecho que, aparentemente, no tiene por qué llevar aparejada una réplica que resulte satisfactoria.

No me negarán el hecho de que cuando experimentamos esa emoción nos encontramos a pie de pista, en primera línea de una carrera a punto de comenzar. El punto de mira lo tenemos activado hacia una meta con el fin de restablecer un territorio que consideramos perdido de antemano gracias a la fuerza y a una resistencia envidiable.

Cauces desbordados

En ese camino de restitución de lo extraviado o lo dejado escapar se configuran una serie de respuestas a esa emoción frente a las que podemos situarnos de desigual forma: no expresarla nunca, hacerlo habitualmente o ejercer un control sobre ella. En este último caso, decidir si se muestra o no. De esa tríada de reacciones, la primera es, a mi juicio, la peor. Es la que vivimos a diario cuando nos reprimimos de tal manera que nuestro cuerpo nos pasa factura cual acreedor cansado del engaño de la persona mal pagadora.

Hay que saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor práctica de supervivencia en los recorridos vitales.

La energía que se moviliza no encuentra vía alguna de canalización. Es lo que sucede con esas ramblas invadidas por la construcción en nuestras ciudades que, cuando llegan unas simples lluvias, no hay conductor atrevido que las cruce. Pues aquí nos enfrentamos a esos desbordamientos de cauces sentimentales que arrasan con todo lo que se les pone por delante. Esa supresión nos permite, de manera aparente, llevar una vida considerada como normal, pero las consecuencias están ahí y las conocemos bien.

Equilibrio necesario

Bien es verdad que expresar de manera habitual la ira, por el contrario, resulta más que saludable para el organismo, pero, a nivel social, las repercusiones son negativas en las relaciones de la persona. El equilibrio es necesario porque una expresión desmedida de esa rabia puede conducirnos a la toxicidad y a derramar, por tanto, toda esa bilis generada en el ámbito de los intercambios sociales, y por ende, humanos. De ahí que el control de esta emoción aporta la madurez y las vitaminas necesarias para gestionar el alimento que nuestro cuerpo precisa para afrontar cualquier circunstancia que se nos presente. La vida no es una línea continua, por mucho que nos empeñemos, sino que en el trayecto aparecen continuos cambios de rasante, intersecciones, líneas continuas y pasos de cebra. Saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor práctica de supervivencia en los recorridos vitales.

La noche que besé a Gala

La noche que besé a Gala

Fue un miércoles y el escenario no podía ser otro mejor que la Puerta del Sol madrileña. Frente al edificio que ahora ocupa la futura candidata de la derecha española se ubicaba un escenario de la Plataforma Cívica por la Salida de la España de la OTAN. Desde los balcones del hotel París, en la parte oriental de la plaza, podía verse a los dirigentes de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP). Ambas entidades fueron las que aglutinaron los deseos de paz y distensión que anidaba en los miles de personas que esa anoche acudimos a celebrar el triunfo del no a permanecer en la Alianza Atlántica. Mientras conocíamos los resultados bebíamos sin control aquellas botellas de champaña barato que descorchábamos sin adivinar lo que nos venía encima. O más bien sin querer llegar a creer lo que intuíamos. 

Esa mañana yo había votado en un colegio público del barrio de Usera. La conversación de dos mujeres mayores que iban delante de mí ya aventuraba lo que iba a ocurrir. Citaban las palabras de la entonces líder de las tardes de la radio española, Encarna Sánchez, quien cuestionaba a los supuestos españoles que no quieren la protección militar de los Estados Unidos y sin embargo estaban encantados con las hamburguesas y las coca colas. Ay, Dios mío, que el mensaje ha calado, pensaba yo antes de depositar la papeleta. Entre las homilías de Directamente Encarna y la entrevista de esa semana a Felipe González en la que se preguntaba quién iba a gestionar una posible victoria del no para abandonar la OTAN, las cartas estaban sobre la mesa.

Por cierto, en esa campaña la derecha de entonces, como la de ahora, demostró su falta de sentido de Estado y de convicciones pidiendo la abstención en el referéndum. Es que ni el Manuel Fraga de entonces, ni los José María Aznar, Mariano Rajoy o Pablo Casado que sucedieron al exministro franquista -y no digamos el Núñez Feijoo de ahora- han sido capaces de tener una mirada de altura ya sea frente al fin del terrorismo etarra, la crisis de 2008, el debate territorial del independentismo o la pandemia. En la Alianza Popular de entonces, como en el actual PP, siempre ha primado el más puro interés electoralista y destructivo del adversario político, cuyo origen está en la creencia de que el poder y el gobierno siempre están reservados por derecho divino para la derecha. En ese contexto, la derecha española no era consecuente con sus postulados, y todo con tal de hacer daño a Felipe González y al PSOE de la época. 

Imagen tomada de la web de ABC.

Pero volvamos a esa noche del 12 de marzo de 1986. Quienes habíamos formado parte del movimiento anti-OTAN no queríamos escuchar los resultados del voto por comunidades autónomas, a excepción de los de Canarias, el País Vasco, Cataluña y Navarra. En ellas ganaba el no, y la euforia iba acompañada de la apertura de más botellas de champaña barato. Mientras tanto, en las restantes, los resultados se decantaban por el voto afirmativo promovido por el Ejecutivo socialista con aquellas tres consideraciones para seguir en la Alianza: la no incorporación a la estructura militar integrada; la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares, y la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. Casi nada. Éramos muy jóvenes e ingenuos. Como ahora. Recuerdo que me dirigí a una de las cabinas telefónicas de la plaza y llamé a casa, a Yecla. Había ganado el no por un escaso margen de votos. Nueva botella y nuevos brindis.  

Y en esas que un grupo de fotógrafos y de cámaras de televisión se arremolinan en torno a un grupo de personas que mantenían la sonrisa pese a la desolación que se avecinaba. Entre aquellos rostros iluminados por los flases y los focos estaba Antonio Gala. Era el portavoz de la Plataforma Cívica. Y allí que me dirigí desinhibido por el nivel etílico causado por aquella bebida espumosa que hasta entonces solo probaba en la Nochevieja. 

Don Antonio, don Antonio, suba el ánimo que estamos muy orgullosos de usted, le espeté al insigne intelectual comprometido con el pacifismo. Creo, sinceramente, que no salió de su asombro cuando le estampé un par de besos en sus mejillas en señal de reconocimiento y cariño. Unos besos que siempre he mantenido vivos en el recuerdo de una noche en la que nos dimos de bruces con la realidad. Como a la que en más ocasiones nos hemos enfrentado en esta larga noche neoliberal que atravesamos. Don Antonio, descanse en paz. 

No somos tontos

No somos tontos

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Me siento raro. El momento presente es otro después de casi quince años de haber formado parte de los dispositivos comunes en las campañas electorales. Eran semanas vividas con intensidad e incertidumbre, de escrutar las encuestas y las tendencias de voto, de revisar los lemas, eslóganes, cuñas de radio y spot de televisión, analizar tendencias en redes sociales, la respuesta en mítines o mercados y programar agendas del día a día de candidatos y encuentros sectoriales. La tensión que nace del conflicto en la confección de listas, la planificación de estrategias y el diseño de acciones comunicativas que traen, al fin y a la postre, unos resultados u otros, ha dado paso a sentirme un espectador más del teatro partidista en el que se desarrolla esta parte de la política.

Visión amplia

Al estar ubicado en otro espacio y en otra parte, la de la ciudadanía, el lugar del común de las personas, la visión se amplía hasta el punto de comprobar que la realidad ofrece otra mirada distinta a la de quienes se hayan embarcados en esa operación –muchas veces enloquecida- de caza y captura para arañar votos y quitárselos al rival. Es la mirada del público que cada día trata de entender lo que está pasando, que trabaja y descansa, ríe y llora, disfruta y sufre una y mil veces. Porque de eso se trata, de construir una existencia repleta de matices, de ilusiones y esperanzas, de hacer frente a las adversidades que se presentan de muy diversas formas. De ejercer un derecho a elegir a quienes nos representan en municipios y comunidades autónomas, instituciones creadas para el bien común. Y reclamar que se nos tome en serio.

Hay personas que se creen muy listas. En realidad, son pillas, ya que parten de la base de que la ciudadanía es tonta. Que juegan con la ingenuidad o la bondad innata del ser humano para tratar de alcanzar objetivos innobles. El engaño, la mentira, la falsedad, la trampa o las artimañas no entran en este juego. Porque sí, nos jugamos mucho en cualquier proceso electoral. Máxime en el que tenemos a la vuelta de la esquina, que afecta a los gobiernos de trece de las diecisiete comunidades autónomas y a más de ocho mil ayuntamientos repartidos por toda la geografía nacional. Nos referimos a la política institucional más cercana a la gente, la que decide políticas con las que las familias puedan disfrutar de un nivel de vida digno y servicios públicos de calidad. Que permita luchar contra la desigualdad y el empobrecimiento desde la centralidad del trabajo decente, así como conseguir una educación y una formación pública de calidad.

Lugares habitables

Hablamos de contar con las aportaciones en todos los ámbitos de desarrollo (investigación tecnología, educación, sanidad…) para crear una sociedad más ética y comprometida, al igual que hacer posibles políticas que reviertan la situación de la España vaciada y desarrollar las medidas legislativas aprobadas que faciliten los derechos y la inclusión social de las personas y colectivos más vulnerables. Como hacer de nuestras ciudades y pueblos lugares habitables para las personas, cuidando el medio ambiente y la casa común.

Y para todo ello contamos con muchas pequeñas personas que, con pequeñas decisiones, con pequeños gestos de gratuidad y entrega al servicio público, hacen cosas muy grandes. Son esas concejalas, esos concejales, diputados y parlamentarias que se toman en serio su trabajo, por el bien común, frente a quienes solo lo hacen por intereses ocultos de minorías privilegiadas que buscan el beneficio propio. Y no solo ellas, porque en este empeño debemos estar todos y todas, allí donde vivamos. Con el fondo de nuestros barrios, pueblos y ciudades.

Promesas vacías

Por eso comprenderán que, cuando hay quienes quieren convertir la política en un espectáculo con la descalificación, el insulto y la crispación, les lancemos una serie de preguntas: ¿No tenéis nada mejor que hacer? ¿Es que vuestro mejor proyecto solo pasa por culpar a los otros de lo que hacen? ¿Es que no os dais cuenta de que las ocurrencias de última hora o las promesas vacías de contenido son la muestra de la poca seriedad que le dais a la política? En definitiva, ¿es que os habéis creído que somos tontos? Pues no. Pasen de largo.