Callejón sin salida

Callejón sin salida

Ilustración: NANA PEZ

No sĆ© si fue premeditada, pero en las imĆ”genes de la entrega del ā€˜Informe sobre abusos sexuales en el Ć”mbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes pĆŗblicos’ por parte del Defensor del Pueblo, Ćngel Gabilondo, a la presidenta de las Cortes Generales, Francina Armengol, me llamó la atención un detalle: la cruz que colgaba del cuello de la tercera autoridad del Estado. No creo que la elección fuese por casualidad. Desconozco la intención, pero, como católico, sĆ­ me siento interpelado por el hecho de que haya sido una institución como la del Defensor del Pueblo la que haya tenido que abordar en profundidad, y por vez primera, un asunto tan grave que afecta a la esencia de una institución como la que representa la Iglesia espaƱola, de la que formo parte, como humilde miembro del Pueblo de Dios.

Silencio y vergüenza

El silencio de quienes pudieron hacer mĆ”s para evitar la pederastia, la soledad y el dolor de las vĆ­ctimas, la reacción de la Iglesia, la necesaria compensación económica a las vĆ­ctimas para la reparación del delito y las dificultades en la aportación de los datos por parte de las diócesis y los institutos de vida consagrada, son las cinco claves del Informe del Defensor del Pueblo. Frente a esta Ćŗltima, Ɓngel Gabilondo valoró durante la presentación del documento la investigación que desde el aƱo 2018 viene haciendo el diario El PaĆ­s. Una respuesta que la Iglesia, desde el papado hasta el Ćŗltimo rincón de la Ćŗltima diócesis o congregación religiosa, deberĆ­a de haber dado desde el minuto uno.

Gravedad mƔxima

No oculto el sentimiento de vergüenza, como creyente de a pie, al pertenecer a una institución que durante mucho tiempo ha guardado silencio, cuando no, cómplice, por sus cautelas o por querer minimizar unos hechos que son motivo y causa de escĆ”ndalo. Y, ademĆ”s, no comprendo las reacciones de algunos de nuestros obispos, sacerdotes y otras personas consagradas -ademĆ”s de seglares de la Iglesia- al cuestionar las cifras de posibles vĆ­ctimas en nuestro paĆ­s, extrapoladas de los datos que ofrece el informe. El problema no estĆ” en si son o no 440.000 las personas abusadas. El asunto ya es de una gravedad mĆ”xima con que solo una de ellas haya sufrido abuso sexual por parte de quien tenĆ­a encomendada su labor de formarla y/o acompaƱarla en la fe.

Aquí puedes acceder al Informe sobre los abusos sexuales en el Ômbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos.

Me cuesta pensar que sea el temor a hacer frente a indemnizaciones millonarias el principal motivo de las reacciones a la defensiva por parte de nuestros obispos. Los superiores de las órdenes religiosas han ofrecido una respuesta mĆ”s adecuada a la gravedad de este problema. Desde la petición de perdón y la disposición a colaborar con el Defensor del Pueblo y el resto de instituciones.

Valentía y determinación

Mirar para otro lado, trasladar a otro destino a la persona agresora, minimizar el asunto o extender y generalizar los abusos a otros Ć”mbitos de la sociedad (como el familiar, educativo o deportivo) han sido prĆ”cticas comunes por parte de muchas diócesis e institutos religiosos. No solo en EspaƱa, sino en una larga lista de paĆ­ses, con ejemplos y consecuencias muy notorias como las ocurridas en Estados Unidos o Irlanda. A esos comportamientos se suman otros, como tratar de victimizar a las propias vĆ­ctimas o no atenderlas como se merecen, o esconder la cabeza como los avestruces, sintiĆ©ndose incluso mĆ”rtires de una supuesta cruzada frente al ateĆ­smo o el anticlericalismo. Y todo por no abordar con valentĆ­a y determinación un asunto tan grave como el de la pederastia, en el que te juegas la credibilidad como institución educadora de las conciencias y valores para toda una vida. Lo sĆ© de primera mano porque en mi vida profesional me ha tocado gestionar comunicativamente mĆ”s de un caso de pederastia y abusos protagonizados por sacerdotes o religiosos.

Respuestas ambiguas

El propio Benedicto XVI ya identificó hace casi tres lustros, en su Carta pastoral a los católicos de Irlanda (como recordaba el periodista JosĆ© MartĆ­nez de Velasco en su prólogo al libro de Juan Ignacio CortĆ©sLobos con piel de pastor), varios factores como causa del escĆ”ndalo: procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y la vida religiosa; insuficiente formación humana, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados; tendencia a favorecer al clero y otras figuras de autoridad, asĆ­ como una preocupación desmesurada por el buen nombre de la Iglesia. En estos tiempos de sinodalidad no caben respuestas ambiguas, ni miradas esquivas, ni callejones sin salida. De frente y sin titubeos.