No me negarĆ”n el hecho de que cuando experimentamos esa emoción nos encontramos a pie de pista, en primera lĆnea de una carrera a punto de comenzar. El punto de mira lo tenemos activado hacia una meta con el fin de restablecer un territorio que consideramos perdido de antemano gracias a la fuerza y a una resistencia envidiable.
Cauces desbordados
En ese camino de restitución de lo extraviado o lo dejado escapar se configuran una serie de respuestas a esa emoción frente a las que podemos situarnos de desigual forma: no expresarla nunca, hacerlo habitualmente o ejercer un control sobre ella. En este Ćŗltimo caso, decidir si se muestra o no. De esa trĆada de reacciones, la primera es, a mi juicio, la peor. Es la que vivimos a diario cuando nos reprimimos de tal manera que nuestro cuerpo nos pasa factura cual acreedor cansado del engaƱo de la persona mal pagadora.
Hay que saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor prƔctica de supervivencia en los recorridos vitales.
La energĆa que se moviliza no encuentra vĆa alguna de canalización. Es lo que sucede con esas ramblas invadidas por la construcción en nuestras ciudades que, cuando llegan unas simples lluvias, no hay conductor atrevido que las cruce. Pues aquĆ nos enfrentamos a esos desbordamientos de cauces sentimentales que arrasan con todo lo que se les pone por delante. Esa supresión nos permite, de manera aparente, llevar una vida considerada como normal, pero las consecuencias estĆ”n ahĆ y las conocemos bien.
Equilibrio necesario
Bien es verdad que expresar de manera habitual la ira, por el contrario, resulta mĆ”s que saludable para el organismo, pero, a nivel social, las repercusiones son negativas en las relaciones de la persona. El equilibrio es necesario porque una expresión desmedida de esa rabia puede conducirnos a la toxicidad y a derramar, por tanto, toda esa bilis generada en el Ć”mbito de los intercambios sociales, y por ende, humanos. De ahĆ que el control de esta emoción aporta la madurez y las vitaminas necesarias para gestionar el alimento que nuestro cuerpo precisa para afrontar cualquier circunstancia que se nos presente. La vida no es una lĆnea continua, por mucho que nos empeƱemos, sino que en el trayecto aparecen continuos cambios de rasante, intersecciones, lĆneas continuas y pasos de cebra. Saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor prĆ”ctica de supervivencia en los recorridos vitales.
No me negarĆ”n que esto no les suena. De aquĆ al victimismo hay un hilo muy fino, y es el que a los idiotas les facilita el terreno para comportarse en la vida como si nada les fuera exigible. Es decir, el hecho de carecer del menor sentido de la responsabilidad de lo que pasa a su alrededor tratan de paliarlo buscando siempre la excusa de que no son responsables de nada. Tenga ese cometido que ver con el medio ambiente, la polĆtica, la economĆa o los comportamientos cotidianos. Nos referimos al trecho que apenas alcanzan en cualquier comportamiento y es el que para otras personas marca la frontera del compromiso y la mala conciencia o el sentido extremo de la autorĆa del aspecto que sea.
Conozco a muchas personas a las que les cuesta sobremanera abandonar ese espacio de dolor.Si uno no es capaz de reconocer esa parte de la realidad difĆcilmente pondrĆ” los medios para sanar esas heridas.
Conozco a muchas personas a las que les cuesta sobremanera abandonar ese espacio de dolor. En primer lugar, porque no son conscientes de hallarse en un oscuro rincón que solo conduce a la autoagresión. Si uno no es capaz de reconocer esa parte de la realidad difĆcilmente pondrĆ” los medios para sanar esas heridas. De ahĆ que sea complicada combatir la infección de esas magulladuras, porque es entrar de lleno en unas grietas de las que no somos conscientes. Cuesta mucho identificarse, por otra parte, como el principal arquero de esas flechas que tenemos repartidas por el cuerpo, por esas saetas lanzadas sin destino fijo, de manera aparente, pero que mĆ”s pronto que tarde asoman clavadas en la piel y que explican el dolor sentido.
Pero llegado el instante de la consciencia, que no es otro que el del conocimiento de la propia existencia, las riendas de la vida ya no pueden estar en manos de nadie mÔs que de la propia persona. Por salud, por derecho a la felicidad, por la fuerza que el ser humano posee frente al propio ser que quiere llevarle al fracaso. No, queridas heridas, hÔganse a un lado porque ha llegado el tiempo de la sanación.
Acaban de regalarme un reloj de arena. SĆ, amiguitos y amiguitas, un reloj de arena es ese instrumento mecĆ”nico que sirve para medir un determinado perĆodo de tiempo. Tiene dos receptĆ”culos de vidrio conectados entre sĆ permitiendo el flujo de arena desde el situado en la parte superior al de la inferior. A quienes no lo hayan visto en vivo y en directo les remito a esos dibujitos que aparecen girando sobre sĆ mismos cuando en ocasiones cambiamos de pantalla en un ordenador personal o intentamos arrancar una aplicación. Los hay de diferentes tamaƱos y, por tanto, de cantidad de arena que pasa de un lugar a otro, lo que permite delimitar claramente el principio y el final del periodo de tiempo en el que se requiere concentración.
Paso del tiempo
Desconozco la intencionalidad profunda que anidaba en quien me ofreció el obsequio, porque el tiempo de duración del que desde hace unos dĆas estĆ” sobre mi mesa de trabajo es de quince minutos. Ni mĆ”s⦠ni menos. Un espacio suficiente para que la vista se me nuble si quiero seguir el ritmo con el que esos granos de arena se derraman desde el cubĆculo de arriba al de abajo. La donante me ha confesado que era una invitación a ser consciente de la realidad, a reconocer el paso del tiempo y a valorar el silencio. SĆ, como suena. La paz, el sosiego o la tranquilidad, esos instrumentos imperceptibles y tan repletos de valor. Esos lujosos instantes que a menudo anhelamos pero que, en buena parte de las ocasiones, eludimos porque nos ponen en un brete. Menudo despropósito.
Guardar silencio en estos tiempos convulsos y de polarización no es un hÔbito que goce de gran predicamento
No es mĆ”s verdad que esa sentencia atribuida a Aristóteles de que uno es dueƱo de sus silencios y esclavo de sus palabras, en cuanto que nos sitĆŗa en una posición de control de situaciones y, sobre todo, de las emociones que se disparan en multitud de momentos. Porque en innumerables circunstancias tendrĆamos que habernos mordido la lengua antes que destapar nuestras cartas. Pero guardar silencio, mĆ”xime en estos momentos de convulsiones polĆticas y sociales, no es un hĆ”bito que goce de gran predicamento. Todo lo contrario. Cuanto mĆ”s ocurrente sea una respuesta ante una situación de enfrentamiento o debate quien ejerce ese papel dominante parece ganar mĆ”s terreno. Lamentablemente es asĆ, pero el precio que a menudo hay que pagar es muy alto.
Esa niƱa habĆa querido ser un dĆa un hombre cuando su padre la habĆa interrogado sobre su futuro. Un varón para no tener que hacerse cargo de sus hermanos pequeƱos y compartir habitación sin tener que avergonzarse por ello. Y ademĆ”s, en ese tercer grado al que la sometió su progenitor manifestó su deseo de poder convertirse en vagabundo con el fin de saborear lo que supone no depender de nadie ni de las circunstancias que la atenazaban a diario. Estoy seguro de que, sin saberlo de antemano, querrĆa haber sido Momo, la protagonista de la novela de Michael Ende, que solo con escuchar conseguĆa que todos se sintieran mejor. Tampoco se dejarĆa engaƱar por la promesa de los hombres grises de que ahorrar tiempo es lo mejor que se puede hacer, lo que provocaba que, poco a poco, nadie tuviese tiempo ni para jugar con los niƱos. Ā Ā Ā
No me extraƱa que el silencio se haya convertido en el perĆodo mĆ”s nutritivo de su existencia. De la suya y de la nuestra. Un territorio en el que reencontrarse con esas voces apagadas durante tantas estaciones atravesadas por relojes de arena.
La vida no retrocede ni se detiene en el ayer. CuĆ”nto tiempo y vida ganarĆamos si llegĆ”semos a comprender que esto es asĆ. No estarĆamos paralizados con la mirada atrĆ”s, a la espera de que suceda algo que ya estĆ” aquĆ. Porque resulta muy comĆŗn eludir nuestras propias responsabilidades a causa del miedo y la culpa, esas dos amigas y aliadas que forman un tĆ”ndem para hacernos la existencia mĆ”s difĆcil todavĆa. El primero es capaz de sojuzgar la voluntad del mĆ”s pintado. El miedo paraliza, provoca el caos existencial, somete y avasalla ante cualquier atisbo de libertad, de autonomĆa. Y lo hace frente al que ostenta el poder en cualquier faceta de la vida. De ahĆ que plantar cara a quien nos provoca temor -que muchas veces somos nosotros mismos- sea el primer paso para la libertad. Ā Ā Ā
La segunda, la culpa, es la hija perfecta del chantaje emocional. Es aquella dimensión que provoca ansiedad, angustia y un malestar que se derrama por el cuerpo, la mente y el propio hĆ”bitat. En ocasiones, nuestros progenitores -seguro que muchas veces de manera inconsciente- nos la han inoculado. Somos herederos de esa manera de actuar y, en determinados momentos, caemos en la trampa de intentar perpetuarla. No olvidemos que es un sĆntoma de la pandemia de mediocridad e infantilismo que pulula por el mundo. Muchos son quienes pretenden contagiar de miedo y culpa las relaciones humanas. Con esa pareja de hĆ”bitos se sienten poderosos y se permiten juzgar la conducta del respetable, mientras que eluden la mirada de su yo mĆ”s profundo.
El ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, sobre todo en sociedades como la murciana, cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable
Pero como el ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, en sociedades como la murciana cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable, pues se saca el tema del agua, y otra vez estĆ” el lĆo montado. Como no nos quieren, pues a repartir pitos y pelotas, fotografiarnos en las procesiones y buscar enemigos fuera. Porque de eso se trata, de que vuelva a triunfar la ignorancia, que para eso vivimos en la mejor tierra del mundo.
Pero eso sĆ, seƱoras y seƱores, la verdadera pereza es la que sentirĆ”n en algĆŗn momento quienes hoy se sonrĆen cuando llegue el dĆa -que llegarĆ”- en el que nos cansemos del desafecto y de la dejadez por las cosas que se deben hacer. SerĆ” el momento en el que cogeremos las riendas frente a esa falta de voluntad y esfuerzo. Sin cejar en el empeƱo. Vamos, que ya llega ese tiempo. A por ellos.
Las segundas oportunidades son ese momento en el que despierta la pasión reprimida tras las falsas creencias de lo correcto, de lo preestablecido, de lo destinado a cumplirse por los siglos de los siglos
Son esos instantes en los que, desde la bruma, aparece una mano que envuelve el desĆ”nimo. Cuando menos se le espera hay una persona, un pequeƱo grupo, una lectura sugerente, una historia nacida del frĆo, una fotografĆa, una sonrisa, una visita inesperada, una llamada imprevista, un encuentro de sopetón, un poema arrugado, una mirada cargada de ternura, un deseo sin filtrar⦠que es capaz de desencadenar un gran remolino de incontrolables emociones. Es el momento en el que despierta la pasión reprimida tras las falsas creencias de lo correcto, de lo preestablecido, de lo destinado a cumplirse por los siglos de los siglos. Es el brazo de alguien sin nombre y apellidos, ese anónimo ser viajero que acompaƱa una travesĆa repleta de sobresaltos y sentido a la vez.
El mundo adulto estƔ sobrevalorado. Es una meta a alcanzar que aparece ya en las etapas iniciales de la vida, aquellas que arrancan desde el instante en el que nuestros progenitores se empeƱan en presentarla como una cima a conquistar a costa de lo que sea. Un trayecto que deja a su paso tal reguero de frustraciones y sinsabores que uno llega a preguntarse si merece la pena pagar ese precio. Especialmente en lo tiene que ver con ese mapa tan complejo como es el de la denostada adolescencia, un mundo que hemos atravesado como hemos podido. En buena parte de los casos, cuando nos tocaba. Pero no nos engaƱemos, conocemos a quienes ni siquiera han salido de ese estado en el momento que ahora se encaminan a la senectud.
La historia de sus personajes es la de la carrera emprendida en la bĆŗsqueda del reconocimiento, mientras resulta muy complejo encajar las piezas de un rompecabezas en el que se convierten las historias de estos niƱos y niƱas. Unos pequeƱos seres que son los nuestros, carne de cañón de las apuestas con las que se enriquecen esos adultos farsantes e hipócritas que se llenan la boca (y, por supuesto, los bolsillos) de promesas de un mundo mejor. Un camino lleno de obstĆ”culos que intenta vencerse con innumerables retos. La trama conjuga a la perfección el horror y la belleza, con evocaciones repletas de poesĆa, el mundo de los retos virales y las apuestas de todo tipo. Una gran novela en la que se mezcla la realidad y la ficción con un sinfĆn de guiƱos a personajes cercanos y a lĆderes sociales.
Son cinco compromisos que, para los primeros, pasan por decir siempre la verdad, no prometer lo que no pueda cumplir y por combatir la polarización creciente en nuestra sociedad. El tercero es el de intentar buscar puntos de encuentro y consenso con otros partidos polĆticos, mientras que los restantes pasan por la renuncia a la corrupción en todas sus formas, asĆ como al insulto, la descalificación y el ataque personal hacia el otro. Ni mĆ”s ni menos. Menuda responsabilidad que habrĆa que exigirle a quienes asuman cualquier puesto polĆtico en nuestras instituciones. La misma que tendrĆamos que adoptar quienes queramos practicar ciudadanĆa: ejercer mi derecho al voto con la seriedad que merece, el compromiso a informarme con mĆ”s rigor y pluralidad, y la renuncia a la crĆtica destructiva hacia polĆticos e instituciones hacia cualquier forma de violencia como modo de protesta y a la corrupción en todas sus formas.
Logros elevados
La riqueza de esta iniciativa, como las vidas golpeadas de los personajes de la novela de Cristina Morano, es que ambas realidades tienen que ver con un momento vital en el que las expectativas estƔn a flor de piel y los golpes no han permitido malear una estructura de la personalidad que aspira a los logros mƔs elevados. Es el momento de los ideales, de las metas a alcanzar, de las cimas a coronar, de la vida por vivir pese a las adversidades y al empeƱo de joderlas de quienes solo saben aprovechar las oportunidades para edulcorar de manera artificial su maldita vida.
Es la estación de los amores interesados, de la cooptación de voluntades, de la apropiación de ideas y proyectos, de opiniones inusitadas, de esas que nunca se han utilizado para algo mĆ”s que presumir de ellas. Es la era de las traiciones, de las puƱaladas por la espalda, del si te he visto no me acuerdo, de cuĆ”ndo he prometido yo algo, venga ya. Del reproche y la venganza, que se sirve incluso en plato frĆo y sin fecha de caducidad. Incluso es tiempo frugal de los impactos frontales, porque mirar a los ojos para comunicar decisiones no es costumbre a la hora de poner en prĆ”ctica la asertividad.
Un dĆa descubres que esa realidad no elegida te sacude en la cara como si una puerta hubiera aparecido de la nada en tu camino,
En ese fardo se guardan aquellos recuerdos de lo que un dĆa fueron experiencias felices de un tiempo vivido en plenitud. No importaba entonces que algunas incluso fueran el resultado de una imaginación desbordante. Ni que otras ni siquiera hubieran acontecido. Bastaba con el hecho de constatar que aquellas formaban parte de la biografĆa de una infancia a punto de romperse. De la pequeƱez vibrante ante lo desconocido. De la sorpresa continua al sentirse querido y acompaƱado, sin juicios, chantajes o exigencias. Simplemente custodiado en ese tiempo vital de pasos adelante, de sorpresas continuas, de asombros de inocencia, de cĆ”lida candidez, de bĆŗsqueda incansable para lograr ese lugar en el mundo del que no puedas marcharte.
Un dĆa, de manera inopinada, descubres que esa realidad no elegida te sacude en la cara como si una puerta hubiera aparecido de la nada en tu camino, en mitad de un pasillo o al girar una esquina. Sin avisar. Sin adivinar apenas que era una posibilidad plausible, lo real se convierte en aquello que finamente va a marcar tu existencia. AhĆ ya no queda apenas espacio para la duda, ni para un atisbo de voluntad. El golpe es tan fuerte que llega a tambalear los exiguos cimientos que hasta entonces sustentaban la vida.
Trayecto a ninguna parte
La edad adulta es como ese equipaje arracimado que inunda espacios sin sentido alguno. Desprovisto de finalidades, una y otra vez se guardan esos objetos que jamÔs encuentran acomodo en lo que resta por venir. Es la constatación palpable de que es necesario despojarse de tantos paquetes superfluos que acumulamos a lo largo del tiempo. Es la prueba de que es el trayecto a un lugar en ninguna parte, el empeño en llevar la contraria de próceres e insignes adultos frente a quienes tratan de sobrevivir.
La muerte regresa de nuevo a la vida cotidiana. Son dĆas en los que el tripotaje nos recuerda que nuestros difuntos siguen muy presentes, pese a que hayan transcurrido aƱos desde que iniciaran ese viaje sin retorno. Aprovecho para recorrer las calles del cementerio cercano a las Pozas, en Yecla, y vuelvo a rezar ante los nichos de mis abuelos, de mi padre, de Pablo y de algunos tĆos paternos y maternos. No olvido su sonrisa. Ni las historias familiares, algunas plagadas de partidas violentas. Nuestros muertos continĆŗan en innumerables conversaciones, nos transmiten sus nombres de generación en generación y perpetĆŗan su legado trascendiendo espacio y tiempo.
ILUSTRACIĆN | Eva van Passel GambĆn
#Lunes 01nov | SANTIDAD
Cada dĆa tengo mĆ”s claro hay personas que tienen un brillo especial desde el momento que ponen un pie en la vida de otra gente. Que siembran paz donde hay discordia y enfrentamientos. Que aportan sensatez frente a la sinrazón. Que miran de frente a los estrĆ”bicos, esos especĆmenes que tratan de eludir sus responsabilidades. Pero eso sĆ, sin reproche alguno. Estoy de enhorabuena cada vez que me cruzo con estas personas santas, las que van en zapatillas, las que apenas dejan un hilo de voz en sus intervenciones, las que tienen pudor, porque su sencillez preside sus comportamientos. No precisan de la beatificación previa. Irradian santidad por los cuatro costados.
#Martes 02nov | A DOS BRAZOS
Comienza la doble campaƱa de vacunación de la gripe y la tercera dosis contra la Covid_19. MaƱana se vacuna mi madre y miles de mujeres como ella que hasta el momento han resistido este aƱo y medio pandemia con una fortaleza fĆsica y anĆmica envidiables. No obstante, a personas mayores con una salud mĆ”s deteriorada este tiempo maldito sĆ les ha pasado factura. Confiemos en que hemos aprendido algo. Por lo menos, la lección de que somos vulnerables.
El mismo dĆa que acabo con la lectura de dura historia personal de Tienes que mirar(Impedimenta, 2017) de la escritora y periodista rusa Anna Starobinets comienzo a degustar la Ćŗltima novela de Petros MĆ”rkeris de la saga del comisario Kostas Jaritos: Ćtica para inversores (Tusquets,2021). Me siento ya de la familia de este personaje tan entraƱable, prototipo del policĆa que rompe los esquemas preconcebidos, y que arrancó allĆ” por el aƱo 1995 con Noticias de la noche (Ediciones B, 2000). No desvelo nada, pero quien quiera conocer la historia reciente de Grecia, de manera similar a la EspaƱa de la transición con el Pepe Carvalho de Manuel VĆ”zquez MontalbĆ”n, la Cuba castrista del Mario Conde de Leonardo Padura o la Sicilia de la Cosa Nostra del Salvo Montalbano de Andrea Camilleri, no debe de perder la oportunidad de sumergirse en esta serie.
El inicio del curso escolar es un momento de cambio de costumbres, en una semana en la que el recibo de la luz sigue acaparando titulares y tertulias. Mientras tanto, en nuestro pueblos y ciudades se respira un ambiente repleto de alegrĆa, porque hay ganas de Feria y fiestas.
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SƔbado #04sep | BULOS
Desmontar un bulo lleva lo suyo. Las redes sociales, familiares, laborales y, hasta incluso, de supuestas amistades, estĆ”n llenas de ellos. El caso de una supuesta ocupación de una vivienda por parte de una marroquĆ, presunta cuidadora de una octogenaria, es de libro. Sobre todo, cuando se mete por en medio el negocio de la desokupación, el odio al inmigrante o la gota malaya de los mensajes comerciales de las empresas de alarmas. Es fĆ”cil creer una mentira, pero desmontarla siempre es mĆ”s complicado, aunque periodistas de investigación lo han hecho, no sin gran esfuerzo. La mentira siempre se comunica mal, hasta que la audiencia quiere dejarse llevar por el prejuicio, por las ideas preconcebidas.
Menudo dĆa me ha tocado pasar. Me enfrento a los efectos del insomnio, que apenas puedo combatir intercalando la Ćŗltima temporada de The Good Fight y el sabor de las emociones cruzadas con la lectura de Los Miserables de VĆctor Hugo (confieso que no he visto, ni sabĆa prĆ”cticamente nada, del musical a la espera de devorar la novela). En la trastienda, preocupaciones propias de la edad, encajes de las relaciones paternofiliales y de la comunicación en la pareja. Soy de una generación en la que leĆamos El Profeta de Khalil Gibran, en especial aquel poema de Tus hijos no son tus hijos. Ā Cuando la realidad te enfrenta a interiorizarlo de verdad, descubres la certeza profunda de esas estrofas. Eso sĆ, con insomnio de por medio.
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Viernes #10sep | GANAS DE FERIA
Septiembre es mes de feria y fiestas. Esta noche me ha tocado la cita anual con mi sobrina Clara en la Feria de Yecla. La atracción del Saltamontes tiene dos clientes fijos y estalla la locura. El año pasado no pudo ser. La pandemia tuvo la culpa, pero en esta ocasión no hay excusa que valga. Ganas de Feria es el lema escogido para volver a encontrarnos con los caballitos, la ola y sus cocioles, los coches de choque, las tómbolas (gloriosa aquella referencia a la Chochona, la muñeca del premio principal) y degustar las mazorcas o los churros con chocolate. Ganas de fiesta.
Un amigo me ha contado un descubrimiento singular acerca de su personalidad. Su terapeuta le ha dicho que es un coleccionista de sensaciones novedosas. Tate. AsĆ por las buenas. Y lo ha hecho entre el partido de la Roja, esa que denigramos cuando empata y ensalzamos cuando el cuero atraviesa la red, y la eliminación de los franchutes en la Eurocopa. Casi nada. Sin tiempo para respirar y comprender en su acierto. Ahora entiendo que sea un culo de mal asiento y que se permita el tĆo cambiar de lugar de trabajo como quien lo hace de calzoncillos. Dice que necesita nuevos estĆmulos y que, pese a sentirse a veces culpable, es la primera vez que alguien atina con un diagnóstico. Acordamos volver a hablar de esto en otro momento.
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