ILUSTRACIÓN |NANA PEZ

Vaya por delante el reconocimiento de la distancia generacional que ya me separa de adolescentes y jóvenes. Que cuando escuchaba a mis hijos la expresión que encabeza estas letras como respuesta a alguno de los interrogatorios a los que tratamos de someterlos había algo en mi interior que se estremecía. Sí, con mala conciencia, porque debía despertarles algo que agudizaba más esa brecha generacional que siempre existe entre padres y prole. Cuando ya estoy a punto de alcanzar la tercera temporada de Merlí, la serie creada por Héctor Lozano y dirigida por Eduardo Cortés, entiendo mejor de dónde procede esa expresión que, en boca de esos chicos y chicas, reproduce un hastío hacia lo peripatético del mundo adulto. Lo más gracioso del asunto es que he llegado hasta esta serie un poco tarde y, manda huevos, por invitación del pequeño de mis vástagos, “porque creo que os va a gustar”, nos dijo hace unas semanas.

Y vaya que nos está gustando, sobre todo porque no tuve la suerte en mi Bachillerato de contar con una profesora que nos hiciera amar la filosofía para entender los grandes problemas existenciales que, como futuros boomers, nos armara nuestra estructura mental o, cuando menos, simplemente vital. Pero sin melancolía alguna, y con permiso o sin él, me apropio de ese grito de flojera que nos lanzan a los mayores esas jóvenes promesas que vienen pisando fuerte.

Victimismo fraudulento

Qué pereza, es verdad, resulta escuchar cada día a quienes niegan lo evidente de las consecuencias del cambio climático. Que ya no podemos esperar más. Que no hay tiempo para seguir demorando un alto en el camino de la destrucción de nuestros recursos naturales. Que Doñaña se seca, como el Mar Menor se muere, son la evidencia palpable de la esquilmación de nuestro territorio. Que los procesos son prácticamente irreversibles. Que la sequía ha llegado para quedarse. Que no valen ya los discursos del Agua para todos, entendidos como la expresión más palpable de un nacionalismo hídrico que ha servido en algunos territorios para pescar votos, aderezados con arengas de un victimismo fraudulento y cobarde en el que aún se amparan ciertas voces para esconder el fracaso de su gestión. O, lo que es más grave, con la defensa de los intereses de la agroindustria depredadora o el urbanismo y el turismo salvajes.

El ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, sobre todo en sociedades como la murciana, cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable

Qué pereza da, es verdad, encontrarse con el discurso de quien fuera durante casi veinte años un todopoderoso presidente regional al argumentar -por cierto, y para rizar el rizo de lo absurdo, a través de quien era su valedor mediático y asesor de prensa que ha estado a punto de sufrir una hernia por el tremendo esfuerzo de ejercer el periodismo independiente y crítico del que hace gala a la vez- que todo era pensando en el bien común. Vamos, ¿de verdad siguen pensando que nos chupamos el dedo?  Un poco de pudor, por favor. Pero si el argumento de que el agua de los ríos se pierde en el mar no va a ninguna parte, por muy poderosa imagen que se trate de llevar al imaginario de la gente. No es de recibo, sinceramente, que queden impunes quienes han defendido (y más grave aún, lo siguen haciendo) mensajes como esos.

Pero como el ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, en sociedades como la murciana cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable, pues se saca el tema del agua, y otra vez está el lío montado. Como no nos quieren, pues a repartir pitos y pelotas, fotografiarnos en las procesiones y buscar enemigos fuera. Porque de eso se trata, de que vuelva a triunfar la ignorancia, que para eso vivimos en la mejor tierra del mundo.         

Proyectos de saldo

Qué pereza da toparse con las palabras vacías de quienes aseguran promesas de mundos idílicos en nuestras ciudades y pueblos, de aquellos que venden proyectos a precios de saldo, de anuncios y más anuncios de estrategias, planes, marcas y habilidades en tiempo electoral. Menuda pereza da contemplar a quienes deambulan con principios que acaban en el momento de justificar lo injustificable. O el hastío que produce reconocer el fracaso ante una cultura dominante que cala hasta lo más profundo del ser humano.

Pero eso sí, señoras y señores, la verdadera pereza es la que sentirán en algún momento quienes hoy se sonríen cuando llegue el día -que llegará- en el que nos cansemos del desafecto y de la dejadez por las cosas que se deben hacer. Será el momento en el que cogeremos las riendas frente a esa falta de voluntad y esfuerzo. Sin cejar en el empeño. Vamos, que ya llega ese tiempo. A por ellos.