Investidura y pluriindividualismos voraces

Investidura y pluriindividualismos voraces

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Tengo que confesarles mi temor a la hora de escribir esta columna. Mira que llevo dándole vueltas al tema desde hace tiempo. He buscado voces más autorizadas que la de este humilde columnista de provincias para contrastar argumentos porque me veo en la obligación moral, si me permiten, de aportar una mirada ante el debate que sobrevuela la actualidad política en los últimos meses.

Cuando alguno de ustedes me ha preguntado qué opino sobre la amnistía, el referéndum y la investidura para un nuevo gobierno de coalición, dejo de mirarlos a los ojos, carraspeo y salgo por peteneras. Algunas de las respuestas que se me ocurren, y según en qué contexto, son las de “uf, es un tema complejo; estoy seguro de que detrás de todas esas declaraciones de independentistas y políticos de distinto signo hay mucho teatro; espero que los socialistas del PSC pongan cordura en el asunto; hay que darle una salida al problema territorial” o “confío en que Pedro Sánchez tenga un as en la manga y vuelva a sorprendernos”.

Problema de España

Menos mal que cuando la oscuridad se cierne sobre cualquier debate siempre hay un jesuita que aporta algo de luz. En este caso, José Ignacio González Faus, quien hace poco más de un mes reflexionaba sobre la amnistía y el futuro de Cataluña (y de España) en Religión digital, una publicación de referencia que dirige un compañero de estudios de Periodismo y Sociología que tuve en el Madrid de los años 80. Del jesuita me quedo con su afirmación de que el problema actual de España no son las plurinacionalidades (como dice Íñigo Urkullu, que ahí se queda corto). El problema de España son hoy las pluriindividualidades: cada cual considera que él es la verdad y el bien absolutos y que quienes no piensan y sienten como él, son simplemente malvados (fascistas, terroristas, separatistas… y todos esos adjetivos que oímos en el Congreso).

Hay que tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación.

A pesar de lo distinto que parecemos ser los españoles, vivamos donde vivamos, hay un rasgo común que nos une y nos iguala a todos: la intolerancia. Ante las diferencias no buscamos respeto, acercamiento y diálogo. Todo lo contrario. Intensificamos los desacuerdos porque así parece que nos sentimos vivos. Así nos va, mientras que también somos astutamente incoherentes, porque en muchas ocasiones decimos en público unas cosas y en la trastienda las contrarias. Contemplamos, asimismo, un rasgo muy humano y que analizamos poco: nuestra forma de querer. En el caso de Cataluña, González Faus constata que muchos independentistas no aman a su tierra y sus gentes, sino que se aman a sí mismos en Cataluña, por eso quieren la independencia ya ahora y como sea. No les vale el ejemplo de Gran Bretaña y su Brexit o que la mitad de la población no la quiera. Porque siempre exigimos a los demás la ética en los comportamientos, pero ¡ay de los nuestros!

Convergencia paralela

Carlos García de Andoín, amigo y compañero de mil batallas políticas y eclesiales, acertaba al señalar hace unos días en Roma, en una conferencia pronunciada en la Universidad La Sapienza, el concepto de la difícil ‘convergencia paralela’ entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Una expresión que pronunció Aldo Moro en 1959 en el congreso de la Democracia Cristiana que se celebraba en Florencia, en su intento de mover un poco a su partido hacia la izquierda. Sorprendió a todos porque lo de las líneas paralelas que convergen no lo habían oído nunca. Este político católico, asesinado por las Brigadas Rojas, trataba de proponer una política de aproximación a los socialistas, un acercamiento entre dos antagonistas aparentemente irreconciliables. Es decir, tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación. Propósito de evitar el drama o el callejón sin salida, como Enric Juliana lo contaba hace unos años.

Me da la impresión de que esta es la figura geométrica que en las últimas semanas están intentado componer el Gobierno de España y las fuerzas independentistas. Es la que sobrevuela en la negociación.

Soberanismo catalán

No olvidemos que todo esto viene de lejos. Bien es verdad que la llave de la negociación es el soberanismo catalán, con la amnistía de los encausados del procés y la autodeterminación de Cataluña. Pero no se puede ocultar que el proceso soberanista arrancó con un pacto de gobernabilidad entre CiU y ERC, la aprobación de una Ley de Consultas, las elecciones de 2015 en la que ganaron esos partidos, pero sin mayoría, el referéndum del 1 de octubre de 2017 y la posterior Declaración Unilateral de Independencia. A cada iniciativa se respondió desde el Estado con un recurso inmediato al Tribunal Constitucional hasta la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Anteriormente se había vivido la crisis del Estatut, a partir de 2004, con un tránsito de las bases de CiU (y cuadros del PSC) del autonomismo al soberanismo, el derecho de decisión y las grandes movilizaciones frente a las políticas de austeridad. Hay que recordar que la autonomía que aplicó de forma más drástica los recortes fue la catalana.

Volviendo al momento presente, creo que es de justicia reconocer que en los dos últimos años se ha desinflado el proceso soberanista. Tienen la culpa el indulto y la excarcelación de sus principales líderes, con la reforma del Código Penal de los delitos de sedición y malversación, junto a la normalización del diálogo institucional entre los gobiernos de España y Cataluña. ¿Cómo se explicaría el liderazgo electoral del PSC-PSOE sino como un reflejo del cansancio de la sociedad catalana con una política inútil?

La oportunidad de un pacto

Llegados a este punto, siguiendo con las tesis de García de Andoín que comparto, y a estas alturas de la película política, el pacto de investidura sigue presentándose como una oportunidad. Por una parte, porque permite pasar página a la judicialización que ahora impide franquear a un nuevo escenario: la reconducción política. Una judicialización que, todo hay que decirlo, fue necesaria para detener el procés frente a la alternativa de la violencia. Por otra, para que Junts aterrice en la acción política ante la que necesita una pista: la amnistía, lograda, no concedida. Como signos positivos tendríamos la renuncia a aprobar una ley de amnistía antes de la investidura, el aplazamiento del tema del referéndum a una mesa de diálogo y la pregunta de la consulta a las bases de Junts sobre si deben bloquear la investidura, lo que legitimaría su apoyo o no.

Hay otros elementos en juego, entre ellos, las dificultades a la hora de explorar un acuerdo sobre la amnistía, como su constitucionalidad (no está expresamente prohibida); la inestabilidad del futuro Gobierno; la competición entre Junts y ERC; la opinión pública española dividida por la mitad o la renuncia a la unilateralidad por parte del soberanismo catalán, al menos de facto. Entre las razones a favor estarían el riesgo de la repetición electoral con un previsible gobierno PP-VOX, la necesidad de pasar página y de construir un acuerdo de convivencia frente al vacío que dejó el recorte al Estatut por parte del Tribunal Constitucional, sin olvidar que la antigua CiU necesita un espacio para reconstruir un partido en condiciones sin Puigdemont en Bélgica.

Continuar preguntando

En mitad de este camino el referéndum de autodeterminación quedaría descartado. Tanto el PSC como el PSOE lo han rechazado de forma categórica. Confronta a la sociedad catalana, presupone la soberanía, aunque gane el no, requiere una democracia más deliberativa que ayude a construir la sociedad y, por supuesto, no cabe la reversibilidad. Eso sí, no olvidemos que se puede plantear una consulta de un nuevo acuerdo. ¿Por qué cerrarse a abrir otras opciones? Un acuerdo necesario, que requiere un diálogo no solo entre España y Cataluña, sino entre los propios catalanes, porque esa sociedad también es plural. El problema sería entonces preguntarse si la Constitución (o sus interpretaciones) permiten ir más allá de aquel Estatut cercenado, que está en el origen del paso del autonomismo al derecho a decidir.

Pero no adelantemos acontecimientos, porque el debate está abierto. Queridos y queridas lectoras, sigan, sigan preguntando y preguntándose. Y no se queden con los mensajes simplistas. Vayan al fondo del asunto.


Soy sanchista, mire usted

Soy sanchista, mire usted

Al final lo habéis logrado, malditos bastardos. Soy Sanchista, mire usted. El caso es que no lo voté cuando tuve oportunidad en las primarias y me incliné por Patxi. Papá, eres un perdedor, me espetó uno de mis hijos cuando aquella noche le confesé que a quien había apoyado yo quedó tercero de tres. Seré un perdedor, pero soy tu padre, le contesté. Volví a experimentar un nuevo quebranto como cuando saboreé el amargo sabor de la derrota en aquel referéndum de la OTAN en el 86. Derrotas y capitulaciones padecidas en este mundo de la política de los sinsabores, las expectativas no cumplidas, los egos y liderazgos mal entendidos o las consecuencias de tomar partido por algo frente a esas mayorías que buscan acomodo en la falsa seguridad de una libertad mal entendida, que es todo menos liberal y liberadora.

Su resiliencia, ese carácter que parece mostrar que no le afecta nada y esa manera de crecerse ante las adversidades, ese temple… al final han conseguido que me haga sanchista. Sí, sí, amigos y amigas, no sientan que les he defraudado. A estas alturas de la vida ya no estamos para cogérnosla con papel de fumar. Basta ya de lo políticamente correcto. Es tiempo de arremangarse y gritar a los cuatro vientos que ya no valen las medias tintas. Que el periodismo siempre ha sido así, por mucho que idealicemos a sus asalariados, sus periódicos, radios o televisiones. Que lo de la libertad de expresión es una milonga, como ya nos decía en la Facultad hace cuarenta años el catedrático de Derecho de la Información Enrique Gómez Reino y Carnota, cuando nos invitaba a sindicarnos para poder ejercer nuestro poder frente a las empresas que nos iban a contratar.

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Pedro Sánchez y María Jesús Montero, durante el último Comité Federal | Foto: PSOE

¡Viva el vino!

A los medios de comunicación Pedro Sánchez nunca les cayó bien. Ni a los de la derecha (por supuesto, ni cuando está dormido), ni a los que leemos, escuchamos o vemos quienes estamos encorsetados en la centroizquierda. Ni cuando parecía un chico de la camada de Pepe Blanco y compañía que nunca había roto un plato ni, por supuesto, cuando le plantó cara a la máxima autoridad frente al Comité Federal que buscaba una abstención para que fuera investido presidente Mariano Rajoy al grito de ¡viva el vino! No daban un duro por él y mira tú que fue capaz de conquistar el corazón de la militancia socialista para mostrar que no hay aparato que valga cuando hay un relato que merece la pena. Años atrás sucedió algo parecido con Josep Borrell frente a Joaquín Almunia, pero en esa ocasión los poderes fácticos sí pudieron contra el actual jefe de la diplomacia europea. Es que es la economía (el poder, en realidad), amigos.

Camino del sorpasso

Esos mismos medios que nunca han apostado por Pedro son los que ayudaron a ganar visibilidad al primer Podemos, al que mimaron y promocionaron con ánimo de que pudiera dar el sorpasso al PSOE. Con unos mimos con tanta mala leche como los que prodigaron en su momento a nuestro Julio Anguita. En ambos casos estuvieron a punto, salvando las distancias, de dinamitar al PSOE, que ese, en realidad, ha sido siempre el principal objetivo de los poderes terrenales. Saben que, dañando al partido de Pablo Iglesias, el centenario, será mucho más fácil permitir que gobierne esa derecha que siente que el poder, la Justicia, la calle, la sociedad, la familia, el municipio y el sindicato son suyos por la Gracia de Dios. Sin descubrir que Dios no es un gracioso que consienta tanta tontería y maldad. Podemos lo ha sufrido en sus carnes, especialmente en las últimas semanas cuando se han hecho públicos los audios del excomisario Villarejo. Pero no sé de qué tenemos que extrañarnos. Esto ha pasado en la historia reciente de nuestra democracia y el fin no es otro que mantenerse en el poder sea al precio que sea.

Moción de censura

Confieso que, pese a no ser santo de mi devoción (en la intimidad, eso sí) aunque milite en su mismo club, empecé a ser seducido por sus encantos políticos con la moción de censura. Es verdad que el PP se había ganado a pulso su descrédito con la corrupción, la gestión de los recortes sociales y el híper nacionalismo español frente a la indómita Cataluña, pero no me negarán que no fue una gran jugada. Y esas primeras medidas en el Gobierno y esas elecciones en las que se retrataron todos, como nuestro amigo Albert Rivera (¿alguien se acuerda de él?), el Pablo Iglesias de entonces, la repetición electoral y la capacidad de adaptación a las circunstancias para poder formar un Gobierno progresista de coalición, el primero de la etapa democrática.

Pandemia y guerra

Y zas, con él llegó la pandemia. Ni más ni menos. Se gobernó mirando a los sectores más débiles de la sociedad. Y eso no lo pueden tolerar los poderes de este mundo. Ni lo van a reconocer jamás. Y joder, hemos tirado hacia delante. Con el acierto del trabajo conjunto de mucha gente, la que está metida en la política del día a día, que ha sido capaz de ir dando pasos legislativos en muchas materias, y de la propia sociedad en su conjunto. Aunque le haya calado el mensaje de que la culpa de todos los males la tiene Pedro Sánchez. De los ERTE, la reforma laboral, las medidas para los autónomos, las sucesivas subidas del salario mínimo, la política de becas, la estabilización del personal empleado público, el resto de las medidas sociales, por no hablar de la apuesta por la recuperación europea con los fondos next Generation … mejor lo dejamos de lado, ¿verdad? Y si éramos pocos llegó la guerra de Ucrania y, casi a la par, una nueva crisis del capitalismo con la inflación galopante. Las respuestas a nivel europeo con el tope del precio del gas han caído del cielo gracias a la derecha, ¿no es cierto? O los anunciados impuestos a la banca y a las energéticas… Y qué me dicen de colocar en la agenda la crisis ecológica, mientras apagamos los incendios (por cierto, con una UME cuya creación criticó la derecha) y controlamos el precio de la luz y los combustibles.

La derecha se siente ungida por un bien superior que le lleva a defender hasta el extremo que el poder es suyo, que los gobiernos son suyos

A estas alturas a lo mejor han dejado de leer este artículo porque piensan que he llegado al punto de ser abducido por el sanchismo, esa medicina que es la causa de todos los males que aquejan este mundo. Como la que José Luis Rodríguez Zapatero esparció en su momento, cuando le tocó hacer frente a una crisis en toda regla y que trató de cargar a sus espaldas con la responsabilidad que, siento decirlo, sólo sabe hacer la izquierda. Sea tibia o tenue…o socialdemócrata, para más señas. La derecha, sin ir más lejos, siempre busca culpables en los otros. Raramente reconoce sus errores. Se siente ungida por un bien superior que le lleva a defender hasta el extremo que el poder es suyo, que los gobiernos son suyos… y, cuando lo pierden o no alcanzan los segundos, siempre es porque hay alguien que se los ha arrebatado de manera ilegítima, se llame 11-M, los nacionalistas, los comunistas o ETA. Válgame el Señor. Si hasta ha integrado a quienes tuvo enfrente en los procesos internos del partido.

Imagen tomada de http://letraslibres.com/politica/anatomia-del-sanchismo/

La culpa es de…

Y, para terminar. Si la fobia contra Pedro Sánchez en el escenario nacional me ha llevado a caer en sus garras qué puedo contarles de la culpa que en esa caída le toca a esta Región de Murcia. A ese gran amor que le profesa la derecha, la ultraderecha y buena parte de la llamada sociedad civil, la de cualquier hijo de vecino que recibe la dosis diaria de mensajes contra todo lo que huele a aquél. Que, si sube el gasoil, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el Mar Menor se muere, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el soterramiento de las vías del tren se ha conseguido en Murcia, la culpa es de Pedro Sánchez (¡uy, no, el retraso del AVE!). Que, si hay un Gobierno regional repleto de tránsfugas con personas que no mantuvieron su palabra y su firma, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si la atención primaria está como está, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el presidente engaña a sus compañeras de partido, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si la agricultura intensiva es pan para hoy y hambre para mañana, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si hay agua del Trasvase o que no, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si nuestros jóvenes no ven futuro en Murcia, la culpa es de Pedro Sánchez…

Llegados a este punto, seguro que entenderán ahora que sea sanchista hasta más no poder. Si es que me lo han puesto muy fácil. Sean valientes, ande, anímense, rompan con las reglas y confiésenlo ustedes también. Que hay sitio.


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