El espectáculo debe continuar

El espectáculo debe continuar

Una de las canciones más potentes y emotivas de Freddie Mercury al frente de Queen fue The Show Must Go On, que se publicó seis semanas antes de la muerte del genial músico británico, y aunque la firmó el grupo parece que la escribió Brian May para su amigo y compañero en esos últimos días en los que el SIDA iba a dar cuenta de su vida. En ella se habla de un inminente final que parece preparar a los fans para indicarles que, pese a todo, el espectáculo debe continuar. Esto es. Que no había que caer en el desaliento, porque la leyenda empezó a ser construida veintiún años antes en Londres.

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Un virus infanticida

Un virus infanticida

En la última semana del año hemos alcanzado el triste récord de ser el décimo país del mundo que supera las 50.000 personas fallecidas a causa de la Covid-19. En concreto, el número de muertos en la pandemia según los últimos datos que ofreció el Ministerio de Sanidad en la festividad de San Silvestre llegaba a las 50.837 personas, de las que 744 eran de nuestra comunidad autónoma. Otras fuentes apuntan a que las cifras pueden superar las 70.000, como las que contabilizan el Instituto Nacional de Estadística (INE) o el Instituto de Salud Carlos III. (más…)

Constructora de dragones

Constructora de dragones

Cuando dejó de ser niña desaparecieron los dragones. Hasta entonces esas criaturas legendarias habían poblado sus sueños, jugado con su imaginación y formado parte de todas las aventuras que tenía por delante. Fue acusada de vehemente al defender su existencia cuando en clase de Naturales alguien había osado dudar de que algún día poblaron la tierra. Más tarde supo que dos tradiciones culturales tan distantes como la europea y la asiática, en momentos distintos, recogían señales de su presencia en la mente humana. Dragones europeos y dragones orientales, ni más ni menos. (más…)

A golpes, y no de calor

A golpes, y no de calor



Verano de 1970. La escena tiene lugar en el barrio de La Dulzura, en Ibi, a la sombra de una pequeña arboleda al caer del campo de fútbol del colegio de los Salesianos. Un grupo de chavales, ninguno supera los diez años, ata una cuerda a los troncos de cuatro de los árboles e improvisan un ring. En mitad del cuadrilátero (por llamarlo de alguna manera), Pedro Carrasco se enfrenta a José Manuel Urtain, animados por los gritos del respetable que incitan a no eludir los golpes. No hay árbitro. El combate es hasta que uno de los contendientes resista. El bautizo de los púgiles se corresponde con su nombre de pila. Así nos divertíamos los críos de esa época durante las vacaciones. En la calle. A golpes que no dolían y disfrutando alejados de los mayores. Yo estaba orgulloso de ser aquel Pedro, vitoreado por un público fiel.

Verano de 2019. La geolocalización de los teléfonos móviles (inteligentes, les llamamos) nos permite tener siempre controlados a los críos. Gritan, pero siempre pueden callar, porque ya los hemos acostumbrado a que miren a una pequeña pantalla y queden imbuidos de su encanto digital. Ya no pintan, ni leen tebeos, ni juegan a las chapas, a las bolas o a las cartas de las parejas. No se separan de los adultos, o cuando lo hacen, previamente han sido teletransportados a los destinos previstos, no vaya a ser que descubran su autonomía y no nos echen de menos.

En este verano del calentamiento global, del calentamiento postelectoral y de las mentes calenturientas que tratan de irritar a las del resto, ha muerto un boxeador de los de verdad. Un joven Hugo Dinamita Santillán, argentino e hijo de boxeador -que a la sazón era su entrenador- no ha podido resistir las consecuencias de los golpes que le asestó un armenio el 15 de junio en Hamburgo, y poco más de un mes después, el 20 de julio, los fatales del combate que apuntaba a empate contra el uruguayo Eduardo Abreu. Cuatro días después de desplomarse en la lona no se despertó del coma al que entró mientras iba en la ambulancia camino del hospital.

Recuerdo veladas veraniegas de boxeo en mi pueblo, la patria de El Tigre de Yecla y compañero de generación, José Ortega Chumilla. Pero sobre todo la nobleza y la seriedad con la que vivía este deporte una saga familiar, la de los hermanos y sobrinos del escultor yeclano Manolo Puche. Pese a los múltiples detractores que ha tenido y tiene esta disciplina, siempre he creído que ha estado por encima de los intereses cruzados de quienes solo han visto billetes e influencia en su entorno.  El escritor Sergio del Molino entendía “su juego de seducción literaria” en Lo que a nadie le importa al rememorar a un púgil en declive que llegó a ser campeón del mundo en 1974, aquel hombre también llamado Pedro, aquel Perico Fernández, que acabó sus días aquejado de alzhéimer y que había pasado de la gloria al ostracismo social en la capital aragonesa que le había visto nacer.  

Las únicas refriegas que quedan en la canícula son las de echar unas palas en la orilla de la playa. Pero cualquier parecido con un cuadrilátero y la rivalidad es pura coincidencia. Más golpes da la vida.



En modo vacaciones

En modo vacaciones

Uno es mortal y también tiene derecho a llegar al estado natural de las personas humanas que tienen vacaciones. Desde hace años no las ansiaba tanto. Estoy como Pedro Sánchez, que no sé lo que va a pasar desde hace meses. Y lo que te rondaré, morena. Aquí nadie da un paso, porque el contrario nos puede pillar desprevenidos. Moverse, lo que se dice moverse, sólo avanzan un poco las estrellas de los diferentes Sálvame, porque con las conexiones con Cantora y los reencuentros amargos de amistades pasadas y vueltas a empezar, nos enfrentamos a un bucle que amenaza con no dejar títere con cabeza.

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