Una de las canciones más potentes y emotivas de Freddie Mercury al frente de Queen fue The Show Must Go On, que se publicó seis semanas antes de la muerte del genial músico británico, y aunque la firmó el grupo parece que la escribió Brian May para su amigo y compañero en esos últimos días en los que el SIDA iba a dar cuenta de su vida. En ella se habla de un inminente final que parece preparar a los fans para indicarles que, pese a todo, el espectáculo debe continuar. Esto es. Que no había que caer en el desaliento, porque la leyenda empezó a ser construida veintiún años antes en Londres.
Es un espectáculo bien diferente al que llevamos viviendo en la política murciana en los dos últimos años, pero con una especial intensidad en las seis semanas precedentes en las que hemos visto, oído, contemplado y escuchado casi de todo. Un espectáculo que cuenta con un elenco de funambulistas, trapecistas, charlatanes y payasos del mundo político que no le llegan a la altura de los zapatos a los verdaderos artistas circenses que, en otra época, provocaban la mayor de las sorpresas y hacían las delicias del respetable. Pero era eso, otro momento, en el que el asombro lo causaba lo extraordinario, aquello que resultaba hasta entonces desconocido. No por la situación tragicómica en mitad de una pandemia que, aunque solo sea por respeto, debería llevar a comportamientos con ciertas dosis de mesura.
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