Renacer

Renacer

He vuelto a recorrer las calles donde pasé la adolescencia y la primera juventud en estos luminosos días de la Semana Santa que llega a su fin. Sin esperarlas, he regresado a esas jornadas en las que saboreábamos la melancolía mientras que, cogidos de la mano, nos jurábamos que ese primer amor sería eterno. No habría nadie -ni circunstancia alguna- que fuera capaz de violentar un compromiso envuelto en sueños, ilusiones y fragancias. Era el sabor de amor, la espuma del mar.

Poco tardó el instante en el que todo se truncó. Llegó entonces aquello de que mi cabeza da vueltas persiguiéndote. Una apelación al no juegues más conmigo, esta vez tuviste una oportunidad y la dejaste escapar. Bien es cierto que una vez estuve equivocado y ahora no hay nada ya que puedas hacer. De ahí que concluyese con aquello de que ya nada tiene sentido y es mejor que sigas tu camino… que yo el mío seguiré, y por eso ahora déjame. Jugando a querernos o a que creas que te quiero.

ILUSTRACIÓN | Eva van Passel Gambín

Somos vulnerables

La vida siempre se ha ido construyendo con pasos titubeantes, emprendidos con diferentes sabores, en cada etapa de la existencia. Unas veces hemos llegado a tiempo de encontrar ese movimiento, en instantes con experiencias vitales distintas, hasta alcanzar las pequeñas metas que coronaban las fases en las que se han ido desenvolviendo las prácticas de la cotidianidad. En otras ocasiones los golpes han servido para constatar lo vulnerable que somos frente a las expectativas no cumplidas. Son los leñazos de realidad que tan a menudo precisamos para reaprender a golpe de impacto mortal, especialmente en esos ciclos en los que nos creemos superhombres o supermujeres por encima de la media.

A esas alturas de la vida ya sabemos que las cosas no son como parecen. Ni como las construimos en la mente. Son como son. Algo tan evidente como que, si tú no estás aquí, me sobra el aire. A veces me pregunto qué diantres hago en medio de este mundo. Me cuesta tanto encontrarle sentido a la existencia que, en ocasiones, no valen excusas para tratar de explicar lo que acontece. Es la presencia que forma parte de aquellos instantes de la sinrazón. Momentos en los que conviven aquellas diminutas luciérnagas que pululan en la imaginación en busca de los recovecos reales del sistema nervioso.

Es la vida

Hay días y días. Jornadas como las de hoy en las que renacer se convierte en una experiencia gozosa tras la oscuridad que proviene del dolor, la incomprensión y el desprecio. De la basura humana brotan instantes de esperanza. De manera sinuosa exploran los recovecos que han permanecido ocultos en mitad de la noche. Hasta que hallan ese diminuto cauce para desembocar en aquellos recodos que, lentamente, se extienden hacia lugares comunes en los que emergen libres de prejuicios y doble moral. Son soplos de una risa contagiosa que es capaz de sembrar luz en medio de la penumbra en la que hemos deambulado hasta ahora. Es el momento en el que florecen aquellos instantes tan ansiados. Es la vida, estúpidos, es la vida.

Aquello que no se puede cambiar

Aquello que no se puede cambiar

Esa mañana despertó antes de lo habitual. Una pesadilla la sobresaltó. Caía en el vacío empujada por el peso de su cuerpo. Y sentía frío, mucho frío. La velocidad que alcanzaba al descender le golpeaba las sienes y sentía un intenso dolor que recorría la cavidad de sus oídos empezando por el martillo, lo superaba hasta el yunque y alcanzaba su culmen en el estribo. Ese fue el momento en el que volvió a la realidad. ¿Qué querría significar aquello? Otras veces había tenido sueños parecidos, pero en esta ocasión le vino en seguida una idea que comenzó a dar giros en su mente: aquello que no se puede cambiar… déjalo estar. (más…)

Destino incierto

Destino incierto

Que la vida no es un camino de rosas lo descubres en cuanto tienes la oportunidad de saborear un golpe seco a causa de la muerte de un amigo, un amor no correspondido, un sueño no cumplido o una aventura que se queda en simple acontecimiento anodino. También cuando tratas de explicar los innumerables porqués ante tanta sinrazón y hallas un escenario tan amplio que apenas cabe lugar para una simple explicación que trate de entender lo sucedido. Ni siquiera el empeño desbocado en múltiples lances es suficiente para rebuscar las razones que el corazón es incapaz de revelar por qué las cosas son como son, por qué la vida es como es y morir es algo más que el final de una ruta a un destino desconocido. (más…)
Evaluación continua

Evaluación continua

La vida es un continuo examen. Es una sucesión de pruebas que cada día hay que superar con el ánimo y el deseo de alcanzar no se sabe muy bien qué lugar en el mundo. En nuestro pequeño mundo. Es una evolución constante a golpe de tentativas frente a las que hay que demostrar un grado de preparación ante lo inexplicable, ante lo desconocido. De ahí que para alcanzar solo ese punto de partida haya que emplear un elevado nivel de energía que nos deja exhaustos frente a cualquier otra tentativa presente o futura. No obstante, somos capaces de manejarnos a fondo para no dejar pasar la oportunidad de colocarnos en la línea de salida de esa carrera, respirar profundamente, cerrar los ojos y recordarnos mentalmente que aquí estamos porque hemos venido y gritar aquello de ¡pies para qué os quiero! (más…)

Un virus y un antídoto

Un virus y un antídoto

No uno, sino dos, son los virus que recorren en estos momentos el mundo atacado por la pandemia del Covid-19. Uno tiene que ver con el de la ponzoña, el germen, la infección o la toxina que genera el cúmulo de despropósitos de los que somos testigos en estos momentos críticos. Es el virus del desatino, el error, la equivocación y, en definitiva, del egoísmo más absoluto a la hora de hacer frente a una situación excepcional como la que sufrimos en esta Europa, epicentro de la calamidad. Ahora es el coronavirus, pero podemos extenderlo a otras manifestaciones de enfermedades físicas, sociales y culturales, como la desigualdad, el expolio de los recursos naturales o la manifestación de la ley del más fuerte.

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De tóxicos y clásicos

De tóxicos y clásicos

La exhumación del Caudillo, la precampaña electoral, los datos de la EPA, la marcha de Mario Draghi, la nueva oportunidad para el Brexit, los disturbios en Chile, la segunda vuelta en las elecciones bolivianas, la aparición de 39 cadáveres de inmigrantes chinos en un camión frigorífico en Essex (Reino Unido) o el serial del procès… Sí, sí, todo eso está muy bien, pero no me negarán que   lo que de verdad mueve a las mujeres y a los hombres es la mirada ante la vida, ante las relaciones humanas. El juego de pareceres, de sucesos cotidianos, de pequeñas decisiones que son capaces de hacernos reír o llorar, soñar o poner los pies en la tierra, avanzar o quedarnos parados el resto de la existencia, odiar o amar con la misma intensidad y volumen. Los acontecimientos son importantes. Las noticias, también. Sean locales o mundiales. Provoquen reacciones o simplemente deambulen en las parrillas sin pena ni gloria… y a otra cosa, mariposa.

En lo de las relaciones humanas, cada maestrillo tiene su librillo. Maestros hay muchos. Recetas, no digamos. Y librillos, lo que se dice librillos, para todos los gustos. Desde el Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, hasta El monje que vendió su Ferrari, pasando por Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Padre rico padre pobre, Los cuatro acuerdos o el clásico Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus. Y no me digan que no les llama la atención un perfecto manual de autoayuda de un bloguero de éxito titulado El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda, que viene a tirar por tierra todo lo que el resto de super ventas nos venían a decir, como aquello de empoderarnos (¡Jo, qué tiempo verbal más moderno de un verbo tan antiguo!) y alimentarnos de positividad. Su autor, Mark Manson, viene a desmontar esas tesis con el siguiente argumento: pues mira, resulta que no, que las expectativas sobre nosotros mismos carecen de sentido hasta que no sepamos gestionar (otro verbo de moda) la adversidad.

Pero cuando creíamos saberlo casi todo resulta que andábamos equivocados. O entretenidos. O engatusados, quién lo sabe. Que antes de que vinieran a contarnos y describirnos, por ejemplo, las características de las personas tóxicas, esas que su vida carece de sentido si no expelen a todas horas veneno a su alrededor, ya teníamos modelos clásicos para identificarlas. Es lo que William Shakespeare nos cuenta en el drama de Otelo con un personaje que es el arquetipo o modelo original y primario en el arte de amargarle la vida al más pintado. Hablamos de Yago, el alférez del moro, el general al servicio de Venecia, que da nombre a la obra escrita, sin ir más lejos, en 1604, casi ayer. Su venganza por no haber sido elegido oficial frente al otro candidato, Casio, le lleva a resarcirse construyendo una falsa historia de cama de Desdémona, la prometida de Otelo, y que conduce al desenlace de… No, no, no voy a hacerles un spoiler para quienes aún no hayan tenido la fortuna de leer esta obra.

Si tienen la oportunidad y, por supuesto, la dicha, de sumergirse en la trama, quizá descubran en Yago a esos personajes que habitan a nuestro alrededor. A esos tránsfugas que destilan odio y resentimiento a raudales por no haber sido elegidos para la gloria, para ocupar un cargo o liderar determinadas organizaciones. A mí me vienen varias a la mente, como quienes pierden unas primarias en un partido político o quienes han depositada tantas expectativas en el logro de un objetivo para el que han empleado toda su energía que no saben gestionar (¿les suena?) que todo no salga como esperaban. O aquellos que tratan de ocultar sus complejos, frustraciones y fracasos contaminando todo lo que encuentran a su paso.  Personas falsas, sin vida interior, incapaces de querer a nadie, que odian con el mismo ahínco que en algún momento han podido amar.  Y frente a ellas, un consejo: miren hacia otro lado. Dejen que el veneno siga su curso y la toxicidad encontrará un antídoto que todo lo vence: la indiferencia. Vamos, si se puede.

Ilustración basada en el cuadro «Othello et Desdémone» de Théodore Chassériau