Oct 11, 2020 | Al cabo de la calle, Articulos
Esa mañana despertó antes de lo habitual. Una pesadilla la sobresaltó. Caía en el vacío empujada por el peso de su cuerpo. Y sentía frío, mucho frío. La velocidad que alcanzaba al descender le golpeaba las sienes y sentía un intenso dolor que recorría la cavidad de sus oídos empezando por el martillo, lo superaba hasta el yunque y alcanzaba su culmen en el estribo. Ese fue el momento en el que volvió a la realidad. ¿Qué querría significar aquello? Otras veces había tenido sueños parecidos, pero en esta ocasión le vino en seguida una idea que comenzó a dar giros en su mente: aquello que no se puede cambiar… déjalo estar. (más…)
Jun 28, 2020 | Al cabo de la calle, Articulos, La Opinión
La vida es un continuo examen. Es una sucesión de pruebas que cada día hay que superar con el ánimo y el deseo de alcanzar no se sabe muy bien qué lugar en el mundo. En nuestro pequeño mundo. Es una evolución constante a golpe de tentativas frente a las que hay que demostrar un grado de preparación ante lo inexplicable, ante lo desconocido. De ahí que para alcanzar solo ese punto de partida haya que emplear un elevado nivel de energía que nos deja exhaustos frente a cualquier otra tentativa presente o futura. No obstante, somos capaces de manejarnos a fondo para no dejar pasar la oportunidad de colocarnos en la línea de salida de esa carrera, respirar profundamente, cerrar los ojos y recordarnos mentalmente que aquí estamos porque hemos venido y gritar aquello de ¡pies para qué os quiero! (más…)
Mar 15, 2020 | Al cabo de la calle, La Opinión
No uno, sino dos, son los virus que recorren en estos momentos el mundo atacado por la pandemia del Covid-19. Uno tiene que ver con el de la ponzoña, el germen, la infección o la toxina que genera el cúmulo de despropósitos de los que somos testigos en estos momentos críticos. Es el virus del desatino, el error, la equivocación y, en definitiva, del egoísmo más absoluto a la hora de hacer frente a una situación excepcional como la que sufrimos en esta Europa, epicentro de la calamidad. Ahora es el coronavirus, pero podemos extenderlo a otras manifestaciones de enfermedades físicas, sociales y culturales, como la desigualdad, el expolio de los recursos naturales o la manifestación de la ley del más fuerte.
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Oct 27, 2019 | Al cabo de la calle, Articulos, Mis lecturas
La exhumación del Caudillo, la precampaña electoral, los
datos de la EPA, la marcha de Mario Draghi, la nueva oportunidad para el
Brexit, los disturbios en Chile, la segunda vuelta en las elecciones
bolivianas, la aparición de 39 cadáveres de inmigrantes chinos en un camión
frigorífico en Essex (Reino Unido) o el serial del procès… Sí, sí, todo eso
está muy bien, pero no me negarán que lo que de verdad mueve a las mujeres y a los
hombres es la mirada ante la vida, ante las relaciones humanas. El juego de
pareceres, de sucesos cotidianos, de pequeñas decisiones que son capaces de hacernos
reír o llorar, soñar o poner los pies en la tierra, avanzar o quedarnos parados
el resto de la existencia, odiar o amar con la misma intensidad y volumen. Los
acontecimientos son importantes. Las noticias, también. Sean locales o
mundiales. Provoquen reacciones o simplemente deambulen en las parrillas sin
pena ni gloria… y a otra cosa, mariposa.
En lo de las relaciones humanas, cada maestrillo tiene su librillo.
Maestros hay muchos. Recetas, no digamos. Y librillos, lo que se dice
librillos, para todos los gustos. Desde el Cómo ganar amigos e influir
sobre las personas, hasta El monje que vendió su Ferrari,
pasando por Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Padre
rico padre pobre, Los cuatro acuerdos o el clásico Los
hombres son de Marte, las mujeres de Venus. Y no me digan que no les
llama la atención un perfecto manual de autoayuda de un bloguero de éxito
titulado El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda,
que viene a tirar por tierra todo lo que el resto de super ventas nos venían a
decir, como aquello de empoderarnos (¡Jo, qué tiempo verbal más moderno de un
verbo tan antiguo!) y alimentarnos de positividad. Su autor, Mark Manson,
viene a desmontar esas tesis con el siguiente argumento: pues mira, resulta que
no, que las expectativas sobre nosotros mismos carecen de sentido hasta que no
sepamos gestionar (otro verbo de moda) la adversidad.
Pero cuando creíamos saberlo casi todo resulta que andábamos
equivocados. O entretenidos. O engatusados, quién lo sabe. Que antes de que
vinieran a contarnos y describirnos, por ejemplo, las características de las
personas tóxicas, esas que su vida carece de sentido si no expelen a todas
horas veneno a su alrededor, ya teníamos modelos clásicos para identificarlas.
Es lo que William Shakespeare nos cuenta en el drama de Otelo con un
personaje que es el arquetipo o modelo original y primario en el arte de amargarle
la vida al más pintado. Hablamos de Yago, el alférez del moro, el general al
servicio de Venecia, que da nombre a la obra escrita, sin ir más lejos, en
1604, casi ayer. Su venganza por no haber sido elegido oficial frente al otro
candidato, Casio, le lleva a resarcirse construyendo una falsa historia de cama
de Desdémona, la prometida de Otelo, y que conduce al desenlace de… No, no, no
voy a hacerles un spoiler para quienes aún no hayan tenido la fortuna
de leer esta obra.
Si tienen la oportunidad y, por
supuesto, la dicha, de sumergirse en la trama, quizá descubran en Yago a esos
personajes que habitan a nuestro alrededor. A esos tránsfugas que destilan odio
y resentimiento a raudales por no haber sido elegidos para la gloria, para ocupar
un cargo o liderar determinadas organizaciones. A mí me vienen varias a la
mente, como quienes pierden unas primarias en un partido político o quienes han
depositada tantas expectativas en el logro de un objetivo para el que han
empleado toda su energía que no saben gestionar (¿les suena?) que todo no salga
como esperaban. O aquellos que tratan de ocultar sus complejos, frustraciones y
fracasos contaminando todo lo que encuentran a su paso. Personas falsas, sin vida interior, incapaces
de querer a nadie, que odian con el mismo ahínco que en algún momento han
podido amar. Y frente a ellas, un
consejo: miren hacia otro lado. Dejen que el veneno siga su curso y la
toxicidad encontrará un antídoto que todo lo vence: la indiferencia. Vamos, si
se puede.
Ilustración basada en el cuadro “Othello et
Desdémone” de Théodore Chassériau