Llámenme blando, flojeras o cobarde. Lo que quieran. A estas alturas de la película ya apenas me afecta. Nunca he llevado bien la mentira, la hipocresía, las medias verdades o las promesas que se lanzan a sabiendas de que no se cumplirán. Incluso cuando un servidor, oh pecador, ha caído en ellas. He sido testigo privilegiado de muchas de esas actitudes y comportamientos en diferentes etapas en las que estuve embarcado en la política institucional. Como también de lo contrario, ¿eh? De la generosidad, la bondad y el trabajo por el bien común. Pero ese lado oscuro en la gestión de los asuntos públicos me genera tal desasosiego que, a veces, las ramas del polarizado debate político nos impiden ver el bosque de las decisiones que afectan a la vida de la gente.
Individualismo indiferente
No resulta difícil aceptar que décadas de políticas neoliberales han socavado los fundamentos de la democracia y provocado una grave crisis política. La política se ha sometido a la lógica inmisericorde de la rentabilidad económica, reduciendo su función a la adaptación de las personas y la sociedad a las exigencias de la rentabilidad. Por otra parte, se ha fomentado un individualismo indiferente que ha conducido a muchas personas a buscar solo lo que consideran sus intereses y conveniencias. Esto es grave, puesto que se olvida la responsabilidad que tenemos hacia los demás y hacia el mundo que habitamos. Aunque suene muy fuerte, ambas dimensiones son destructivas para la vida social y para el valor humano de la política. Si trasladamos esto de lo que les hablo a algunas de las reivindicaciones que escuchamos estos días para la investidura del presidente del Gobierno de España… la suerte no está echada.
La explicación de que se hayan extendido los movimientos políticos de extrema derecha, tanto en nuestro país como en el resto de Europa y del mundo, tiene que ver con el crecimiento de la desafección hacia la vida política. Una inquina que, precisamente, viene generada por los efectos nocivos de las desigualdades sociales que han generado las políticas neoliberales y las dificultades de las instituciones políticas para afrontarlas. No olvidemos, sobre todo, sus consecuencias en las personas y familias vulnerables, empobrecidas y excluidas. De ahí que no sorprenda, por ejemplo, el importante apoyo que Vox ha cosechado en muchos de nuestros barrios olvidados.
Precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad
De lo que se trata, en realidad, es de una forma de neoliberalismo autoritario que enmascara con su demagogia la pretensión de someter la vida de las personas y de la sociedad a la rentabilidad económica, con un desprecio absoluto del bien común. Y aquí los discursos se superponen entre determinadas fuerzas políticas y poderes empresariales, culturales y mediáticos. Es una realidad muy peligrosa para la convivencia social y, particularmente, para la vida de las personas y familias empobrecidas, porque desvía la atención de los problemas sociales que necesitamos afrontar.
Recuperar la política
Llegados a este punto me sumo a defender una política para la fraternidad, la de “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”, tal y como la señala el papa Francisco. Porque no me negarán ustedes que precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad. Una verdadera reconquista que pasa por colocar en primer lugar las necesidades y derechos de las personas y familias empobrecidas, esencia del bien común. Es el único camino para que las personas sean siempre lo primero, para el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona. En la Región de Murcia, basta con ponerles rostro a las familias que se han visto privadas de las becas-comedor o las que padecen los problemas del transporte escolar o que sus hijos e hijas den clase en barracones.
Ausencia de diálogo
En la vida política, como en cualquier otro ámbito de la existencia, debe darse un diálogo auténtico y eficaz orientado a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. Cuánto se echa en falta ese diálogo en todos los debates que tenemos sobre la mesa. Desde nuestros colectivos, pueblos y ciudades, y no digamos en la política nacional e internacional.
Se trata de asumir la responsabilidad que todas las personas tenemos en la vida social y política, colaborando a caminar hacia la justicia y la fraternidad. Un compromiso que tiene que llevarnos a romper la dinámica de la creación de enemigos y de la permanente confrontación que descalifica a los demás. Y, por supuesto, al empeño en construir un diálogo desde la diversidad para avanzar en amistad social. Esa es la vida política en la que creo, la que recupera su sentido humano y humanizador. Aquí ya no hay cobardía que valga. Es tiempo de valientes.
Ilustración | NANA PEZ
Este artículo está inspirado en la Resolución «Una política para la fraternidad», aprobada en la XIV Asamblea Geneal de la HOAC, celebrada del 12 al 15 de agosto de 2023
Una joven ilustradora y aprendiz de psicóloga me ayudó a descubrir el otro día una expresión que hasta ahora jamás había escuchado: el artblock. Un instante que, al parecer, es más común de lo que parece entre quienes se dedican al mundo de la pintura y el dibujo. En una doble dimensión, además. Resulta que tiene que ver con el marasmo que se produce al comenzar un dibujo y no hay manera de que los trazos puedan seguir encontrando sentido, con su combinación de colores y formas, para poder expresar una idea preconcebida. (más…)
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Dentro de unos días se cumplen los diez años de la muerte de José Ramón Jara Vera. El periodista de Alguazas, Manuel Segura, lo recordaba hace una semana con una semblanza sobre su vecino de Ceutí. Al leer sus palabras afloraron las imágenes que hace poco más de una década provocaron una de las decisiones personales y profesionales que han marcado mi trayectoria en esta etapa de la vida. Decisiones que siempre he unido a los compromisos con personas que han sido referentes en los recorridos vitales que a todos nos persiguen.
En 2008 José Ramón Jara era vicesecretario general y
portavoz del Partido Socialista en este territorio comanche en el que las
complicidades y el caciquismo imperantes nos han llevado al lugar en el que
estamos, con los mismos problemas, cuando no agravados, que hace casi treinta
años. Acepté la invitación a sumarme al proyecto de cambio político que
pretendía liderar, con respeto a los procesos y procedimientos del partido en
el que militaba desde casi adolescente, pero con la clara perspectiva de romper
con la esclerosis sempiterna que el PSRM-PSOE adolecía desde que le entregó al
PP el Gobierno regional en 1995. Una entrega en la que, además del contexto
nacional, influyeron especialmente las luchas intestinas entre las diferentes
familias políticas del socialismo murciano.
Pasé al lado oscuro con la ilusión de quien encuentra
sentido a una decisión arriesgada que daba sentido a la inquietud política con
la que había crecido desde niño. Dejé a un lado las ambiciones profesionales
para apostar por una puerta que, estaba seguro, implicaba cerrar otras, como
más tarde comprobé. Por supuesto que había otro tipo de ambiciones, pero en
este caso ligadas a los ideales de un compromiso personal con lo que
representaba la figura de José Ramón, junto a un proyecto de cambio político. Hasta
entonces apenas lo había tratado, pero me bastaba lo que sabía de él a través
de uno de sus hermanos y amigos comunes, sus posiciones ante la UCAM o su
talante conciliador. La valía de su trayectoria en su pueblo, en la
universidad, soporte en su familia y recorrido como servidor público. Políglota
y, sobre todo, conocedor profundo del camino que había que impulsar, de manera
transversal, para dignificar la política en esta nuestra Comunidad, desde una
izquierda no excluyente.
No me equivoqué cuando le dije que sí, pero tuve la desdicha
de trabajar junto a él poco más de tres meses. Aún recuerdo su imagen en el
garaje de la Asamblea Regional, andando con su maletín en dirección al coche
tras haber intervenido en un debate sobre el agua ante el Pleno. Al día siguiente
ofreció una rueda de prensa en la sede de Princesa, pero ya se sintió
indispuesto y se marchó pronto a casa, de la que ya no salió apenas hasta ese
fatídico 18 de diciembre.
Sentí su muerte como experimenté la de mi padre. Al igual que la orfandad que, en este caso, traspasaba los lazos de sangre a los del vínculo político. O lo que es lo mismo, a la invisible red de una utopía de transformación social frente a la que aún profeso la ausencia. Nada sucede por casualidad y los tiempos han deparado escenarios distintos. Con sus luces y sus sombras, pero con aprendizajes que apuntan a mostrar qué mueve a las personas y a las organizaciones de las que formamos parte. Las expectativas no pueden guiar el mundo.
Francisco lo tiene muy difícil. También sus colaboradores. No digamos el resto de los católicos a lo largo y ancho de todo el planeta. ¿Por qué ha pasado lo que ha pasado con los casos de pederastia y del resto de abusos ligados al sexo con menores en la Iglesia católica en los últimos decenios? ¿Por qué la institución ocultó esos hechos, no puso a los agresores en manos de la justicia terrenal (además de la divina, que a veces parece demasiado laxa visto lo visto) y reparó a las víctimas con la acogida, la escucha y el apoyo sin fisuras, amen de otro tipo de desagravios? (más…)
¿Hay posibilidad de que política y amistad puedan ir unidas? ¿Qué pervivan unas relaciones sinceras de respeto, comprensión, diálogo y sana diferencia, junto a unos vínculos estrechos de afecto y confianza entre personas de signos políticos e ideológicos distintos? Esta es la reflexión que hace unas semanas planteaba el jesuita Josep M. Rambla en el blog de Cristianisme i Justícia, y se refería a un texto clásico, De Amicitia, del jurista, político y escritor Marco Tulio Cicerón, para recordar que ya desde la Antigüedad el debate sobre la amistad y la política estaba presente y era motivo de profundas desavenencias. A su juicio, la amistad no estaría reñida con la política, sino más bien que es un buen fundamento para la buena marcha de la vida política. Por tanto, es posible y hay que vivir la amistad en la política. No es soñar despiertos. (más…)
Una de las afirmaciones que más me repele en la vida es cuando alguien le espeta a otro que no sabe de lo que está hablando. Que de ese tema, asunto, problemática o materia, no tiene ni idea. Máxime cuando la afirmación viene de una persona que, supuestamente, es especialista de la cosa. Por ejemplo, en el caso de que uno de los progenitores no sabe ya qué decir a la criatura que lo ha sometido a un tercer grado, y le salta con aquello de que mira niño, eso es cosa de mayores. O frente a la sonrisa condescendiente de un vendedor, al hilo de la pregunta del millón por el producto que nos quiere colocar y las dudas que suscita el intercambio.
Es la misma respuesta que ofrece el maestro o la maestra que siente pavor ante las demandas de un alumnado inquieto, y aunque ya cada vez menos, la que brinda ese empleado público displicente en la atención a la gente desde el pedestal de la superioridad de un mostrador o mesa de oficina. O la actitud del varón que quiere humillar a la mujer con la misma prepotencia que ha alimentado su vida a lo largo del tiempo, y que en el fondo oculta es el complejo de no saber gestionar sus emociones y sentimientos. Esto es, lo esencial de para el comportamiento humano.
Pero la repulsión llega a extremos insospechados -que hasta yo me asusto a veces-, cuando en cualquier tipo de organizaciones sus presuntos profesionales de la materia tratan de infundir desprecio a quien se deja llevar por el poder que atribuye a su existencia. Cuando les concedemos una autoridad que suelen ganar o bien por el chantaje emocional, por el martilleo del discurso grandilocuente o al llevarse el gato al agua debido a la elevación de la voz por encima de los niveles aceptados. No me negarán que no son capaces de ponerles rostro a personas que intentan atormentar al respetable con cualquier acción reiterada hasta el extremo. Personas que necesitan engañarse continuamente con el convencimiento de que poseen la razón en todo lo que hacen, dicen o pretenden conseguir. Personas que, en el fondo y en la forma, tratan de ocultar su debilidad y vacío existenciales ocupando puestos visibles en sus lugares de trabajo o en las organizaciones de las que forman parte.
Gentileza / pixabay.com
En los ámbitos de la política, la economía, la enseñanza, el mundo de la empresa, la Administración pública o los negocios puros y duros proliferan quienes tratan de afianzarse frente al respetable desde esa hegemonía que esconde intereses distintos a los supuestamente defendidos. Esa soberbia de la que hacen gala les resulta a menudo suficiente para alcanzar sus objetivos. Y viven con ello, añadiendo capas a su persona, sin darse cuenta de que en realidad van desnudos como el rey que vivía rodeado de quienes lo adulaban sin contarle la verdad. Hasta que chocan con quienes no se dejan llevar por sus triquiñuelas. Quienes no aceptan el chantaje emocional o quienes no les confieren un poder que en realidad no tienen. Vamos, que de política, de la de verdad, sé por lo menos yo igual que tú. Como de economía, de la real, la de la desigualdad. O de sobrevivir, que al fin y a la postre, todos somos expertos, o cuando menos, alumnos aventajados.
Quien esto suscribe forma parte de ese 3,2 por ciento de ciudadanos de este país que asegura estar afiliado a alguno de los principales partidos políticos en activo, cuya actividad apenas forma parte de los aspectos esenciales de la vida de la gente. La familia, el trabajo, los amigos y el tiempo libre están por delante, con mucha diferencia, de los intereses por la religión o la política, que ocupa el último lugar. El avance de enero del Barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) así lo contempla, colocando a la política en la cola, con el mismo porcentaje que las asociaciones, clubes y otras actividades asociativas.
No resulta, por tanto, extraño que después del paro, la corrupción y el fraude sea el principal problema que preocupa a los españoles, al que le siguen las personas que se dedican a la política y los partidos, casi al mismo nivel que los problemas de índole económica.
Para que estos resultados se vengan repitiendo periódicamente, algo de responsabilidad tendremos los que de una manera más o menos intensa nos dedicamos a esto de la cosa pública. Y de manera ascendente, quienes se ocupan de dirigir aparatos organizativos en los partidos y en las estructuras administrativas y de gestión de los diferentes niveles de gobierno. Bien es verdad que las responsabilidades tienen diferentes grados, pero si como afiliados elegimos a personas que luego no están a la altura de las circunstancias, debemos de hacérnoslo mirar. Como también ser capaces de apostar por el cambio en los métodos, estructuras y procesos a la hora de la toma de decisiones.
A la hora de tratar de encontrar alguna explicación ya no sé si fue antes el huevo o la gallina. Si se trata de las personas o de las organizaciones. O si es una cosa y la otra. Y ambas relacionadas con el poder, como sinónimo de fuerza, capacidad, energía o dominio. Poder que afirmamos como capaz de cambiar la forma de ser y actuar de las personas, capaz también de desatar los instintos más primarios y de envolver los sentimientos más nobles en la justificación más rastrera para machacar al adversario y sus ideas.
La lucha por el poder, precisamente, está detrás de los males que acechan y contaminan a las principales fuerzas políticas. Aquellas que han corrompido las reglas del juego electoral con una financiación fraudulenta a costa de toda la colectividad. La del ‘finiquito en diferido’ en plena crisis que han pagado los más débiles. O una lucha de Caín y Abel, con celos y envidias adolescentes que pueden dar con el traste a las expectativas de canalizar la indignación. Un camino que no se puede construir machacando al otro, como se va a representar este fin de semana en una antigua plaza de toros madrileña. O la lucha por la dirección en el partido que milito, en la que una estrategia a corto plazo –la de la gobernabilidad- parece ser el absoluto frente a un debate sobre el presente y futuro de la socialdemocracia, el de las ideas, que queda arrinconado ante la dualidad del ‘estás conmigo o contra mí’.
Y lo más gracioso de todo, por llamarle algo, es que me resisto a creer a que la política no se pueda hacer y vivir de otra manera. A que en este tipo de política (porque la política es mucho más que los rifirrafes en los partidos) primen de verdad los valores, el trabajo por el bien común y por la defensa de los más débiles.
No hay día que pase que algún familiar me pregunte por qué me he metido en esto de la política. Por qué no he preferido quedarme en mi lugar de trabajo como periodista en la Administración regional, «en donde estabas muy bien», me dicen, o dedicado a mis aficiones y a los míos. Todos temen que la política me cambie, que me deje llevar por aquello que para ellos es el compromiso en un partido político: que sólo busque mi beneficio personal, que todo valga para conquistar algún fin y que mienta. Lamentablemente es una visión de la política que está muy extendida entre la gente, y de ahí que los últimos informes del Centro de Investigaciones Sociológicas y otros estudios reflejen la desafección que existe entre los ciudadanos y los políticos. (más…)
Tres curas acaban de escribir y publicar dos libros. De esos tres sacerdotes, dos están casados. Uno ha sido cura obrero, otro está empeñado en no dejar escapar la oportunidad de visibilizar su opción por los más pobres aquí en la Región de Murcia y con los refugiados en diversas partes del planeta. Y todos ellos decidieron en algún momento de su vida que su ministerio sacerdotal había que derramarlo en medio del mundo, alejado de oropeles y del boato, de un cometido que no fuera el de encarnarse en realidades que habitualmente parecen destinadas a otro tipo de personas. Una utopía compartida… en el tajo.
Amigos y compañeros
Hablar de Joaquín Sánchez Sánchez (Vilanova de Sau, Barcelona, 1962) y de Fernando Bermúdez López (Alguazas, Murcia, 1943) es hacerlo de dos amigos y compañeros en mil batallas por la solidaridad y el compromiso. Habitualmente aparecen en medios de comunicación, bien como destacados columnistas o como activistas frente a los desahucios, concentraciones en favor de las personas refugiadas, los derechos humanos y la cercanía a quienes son descartados del sistema. Joaquín Sánchez es la bondad personificada, portador de un corazón tan grande para amar que a veces le juega una mala pasada, capellán de prisiones y de centros de salud mental o de mayores. Fernando Bermúdez, con su barba cana, es la imagen de quien un día llegó a América Latina y se enamoró de su pobreza y rebeldía, de su pasión para vivir la fe de otra manera distinta a la que estaba acostumbrada en estas tierras. Y para dialogar entre las religiones desde una posición de igual a igual.
Diálogo epistolar
En La utopía compartida (Alianza Con-Vida 20, 2023) ambos entablan un diálogo epistolar repleto de reflexiones sobre todo aquello que les inspira en sus diferentes opciones de vida. Desde el sentido de la acción sociopolítica a la crisis de la ética, desde la conversión y el sentido de la propia vida a la corrupción y, paradójicamente, a los signos de esperanza o al Reino de Dios. Del diálogo interreligioso a preguntarse si las religiones sirven para algo. Por supuesto, sin dejar pasar la Iglesia que sueñan, los retos ante la vida y la declaración de principios de que el amor vence los discursos de odio.
Y para culminar este libro escrito a cuatro manos, un regalo tras este intercambio de cartas: su credo. Una confesión repleta del alimento de la fe y la esperanza de que este mundo tiene sentido, bajo el impulso de la utopía en la búsqueda de nuevos horizontes. Desde sentir a Dios como una fuerza espiritual, trascendente, en el corazón del Universo, infinitamente mayor que cualquiera de las religiones que lo hacen suyo. Una declaración de fe en Jesús de Nazaret, de su encarnación en los últimos y de su anuncio de la buena noticia y esperanza para las personas empobrecidas. Una proclama acerca del Reino de Dios en la historia presente que es capaz de convertir los corazones agrietados de los hombres y mujeres en semillas de liberación, en una Iglesia nueva soñada que ama a María que «sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes».
Mantener la memoria
El tercero de los autores es Pedro Castaño Santa (Yecla, Murcia, 1940), cura obrero afincado desde los comienzos de su ministerio en Cartagena y del que hace unos meses dimos cuenta de La otra cara de la Catedral Antigua (2022), un retrato de lo vivido en la parroquia de Santa María la Antigua entre los años 1967 y 1976, en los que estuvo adscrita a la Diócesis de Cartagena. Su anterior trabajo, en el que en sus poco más de cien páginas, logra cumplir el principal objetivo que le llevó a remover recuerdos y a recopilar documentos y fotografías de esos años: mantener viva la memoria de lo que allí aconteció.
Pedro Castaño acaba de publicar En el tajo. Avatares de un cura en su trabajo (octubre 2023), prologado por el historiador y secretario comarcal de CC.OO. José Ibarra Bastida, en el que se narra todo su periplo vital como cura obrero desde sus tiempos de seminarista, atravesado por el impulso que estos testimonios de encarnación en el mundo del trabajo llevaron a cabo los curas obreros franceses. Una inspiración que le llegó de la mano de los grupos de Jesús Obrero, la experiencia de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y de la presencia de Guillermo Rovirosa, primer promotor de la HOAC, y del sacerdote Tomás Malagón, en el propio Seminario Mayor de Murcia.
Encarnación en el mundo obrero
A lo largo de sus páginas podemos conocer los diferentes lugares de trabajo que este yeclano conoció desde adolescente, en su pueblo, y ya de joven, en la vendimia francesa. Su verdadero bautismo como cura obrero, como él mismo reconoce, en Unión Explosivos Río Tinto, ya en Cartagena, en empresas auxiliares, en la Refinería de Escombreras, su posterior despido, el paso por la cola del paro hasta llegar a una empresa auxiliar de Bazán, para luego emplearse en otra de jardinería. Un periplo como estibador frustrado, pescador, reparador de barcos de recreo, librero en Espartaco durante unos meses y miembro de una cuadrilla de yesaires o yeseros en Zamora y Cocentaina (Alicante), así como en La Palma, hasta recalar en Correos, donde conoció diferentes destinos hasta su jubilación. Un recorrido vital en el que ha primado siempre su deseo de encarnación en el mundo obrero. Desde su condición sacerdotal, aunque en un momento de su vida decidiera unirse a Rosa, su mujer, con la que ha tenido dos hijos y nietos.
Dos libros que son unos nuevos hijos para estos jóvenes inquietos, ministros de la utopía, la dignidad y el compromiso. De la esperanza que no desfallece.
Nunca he sido un gran forofo de las banderas. Es verdad que en mi etapa escolar me gustaban esas hojas satinadas de los diccionarios en las que aparecían, por orden alfabético, las insignias de todos los países. Al menos de aquellas que venían del último siglo, junto a las que correspondían a naciones surgidas tras las dos guerras mundiales y los procesos descolonizadores de los años 60. Las había unas que eran fácilmente reconocibles (entre ellas, la francesa o la portuguesa y, por supuesto, la de los Estados Unidos de Norteamérica, que identificábamos por las películas del Oeste y las bélicas). También otras muy exóticas que pertenecían a las antiguas colonias de las grandes potencias, tras haber culminado sus respectivos caminos hacia la independencia. A quienes fuimos a la EGB (y no digamos, a nuestros predecesores) nos pasaba con las banderas como con los ríos o las capitales de provincia: que las memorizábamos con tal interés, como si nos fuera la vida en ello).
Bandera y 23-F
Solo una vez en la vida he colocado una bandera en el balcón de mi casa. Fue un día como el de hoy del año 1981. Y todo por el amago de golpe de Estado, el del 23-F, que estuvo a punto de cargarse la naciente democracia española en el tardofranquismo. Quienes vivieron esos días saben lo que había detrás de un hecho de esas características y cada uno y cada cual retiene en su cabeza los recuerdos de ese acontecimiento.
Quienes me conocen con más detalle saben de mi creencia en que las cosas nunca suceden por casualidad. De mi gusto por la anécdota y la fábula de las que podemos extraer de acontecimientos aparentemente anodinos y que, desdichas del destino, nos colocan a cada uno en el lugar de la historia que nos toca vivir.
Constitución y procés
No me negarán que no tiene su gracia que quien coordinó el operativo de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que trató de evitar la celebración del referéndum de independencia de Cataluña de 2017, el coronel Diego Pérez de los Cobos, alumno de COU en el InstitutoJ. Martínez Ruiz ‘Azorín’, en Yecla, estuviese en la puerta del centro de bachillerato esa tarde del 23-F, ataviado con su camisa azul junto a un destacado falangista amigo suyo, hijo de otro médico como su padre, dirigente de Fuerza Nueva. Una escena que se nos quedó grabada a quienes acabábamos de hacer un examen de Griego y salíamos del instituto camino de nuestra casa, con las primeras noticias del asalto al Congreso de los Diputados. Tiempo después supimos de su trayectoria en la Guardia Civil, en la lucha antiterrorista, en su asesoramiento a ministros del Interior del PSOE y del PP y, sobre todo, de ser el principal garante de la Constitución en Cataluña en esos fatídicos tiempos del procés.
Pero estos recuerdos no acaban aquí. Algo menos de tres años antes, casi en la misma puerta del instituto, junto al bar Los Tambores, otro joven estudiante de bachillerato, hermano mayor de Diego, rompió en pedazos un ejemplar de la Constitución que había recibido en clase de manos de la profesora de Literatura, María Martínez del Portal, sobrina-nieta del escritor del Monóvar que da nombre al centro. No olvidemos que el gobierno de la UCD de entonces distribuyó miles de ejemplares de la Carta Magna por toda España en su campaña de difusión, incluyendo, creo recordar, su encarte en los periódicos. Un amigo que fue testigo del hecho me lo recordaba ayer como si hubiera sucedido hace pocos días.
Tolerancia y sentido del deber
Ese estudiante que protagonizó su rechazo a la incipiente Ley de Leyes cursó Derecho en la Universidad de Valencia y se especializó en Derecho del Trabajo en la Unión Europea. En el año 2005 fue el encargado de leer el discurso oficial del acto conmemorativo del Día de la Constitución en Yecla, cuyo ayuntamiento organiza este evento de manera ininterrumpida desde 1989. Un servidor se encargó de presentar al jurista Francisco Pérez de los Cobos, entonces catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Complutense de Madrid, y posteriormente, magistrado desde 2011 hasta 2017 y presidente del Tribunal Constitucional de España de 2013 a 2017.
Podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente
La vida es capaz de presentarnos acontecimientos como los descritos y poder recordarlos en la distancia como el mejor ejemplo de que las personas tenemos muchos rostros, gozamos de la capacidad de cambiar y de poder lograr el entendimiento entre diferentes. Siempre, eso sí, desde el mayor respeto ante las posiciones que defendemos en determinados momentos de nuestra historia personal y política. Ahí radica la democracia, la tolerancia y el sentido del deber. Y quizá, por qué no, podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente. Con la pasión que no ha sido obstáculo para que hoy, todos juntos, todas juntas, podamos compartir el deseo de seguir viviendo en paz, en justicia y en libertad.
En el instante en el que una joven universitaria me llamó de usted al finalizar una clase descubrí que había empezado a ser mayor. Fue un zasca en toda la boca frente a la creencia de que todo el mundo es bueno y que somos todos lo mismo. Cuando se recurre al pronombre en cuestión es que la persona que tienes delante te merece respeto o está poseída de una cierta autoridad. O que la coronilla ya es patente. Se había acabado el tiempo de percibirme uno más en los ambientes de la calle. Hubo un tiempo, una vez, en que siempre fui el más joven en los lugares donde deambulé.
Desde niño recorrí los espacios de los adultos. Y me sentía cómodo. Creo que les sorprendía que un pipiolo hablase como ellos y coincidiera en sus gustos, lecturas, preocupaciones y demás. Hasta que años después descubrí que, en realidad, no había tenido infancia. Al menos de una manera consciente. Adoraba a los mayores en busca de una identidad que no era capaz de configurar.
Nuevo escenario
Al cabo de los años he descubierto que en el camino hacia la vejez se transita por un territorio repleto de circunstancias salvables y que merecen toda nuestra atención. Asimismo, constato que hay un nuevo escenario en el que no me siento cómodo. No es otro que aquel en el que se alcanza la edad en la que ya todo parece entrar en la recta final para que quien se sitúa en ella. Esto es, que quienes vienen por detrás empiezan a desbrozar su camino apartando todo lo que presenta por delante. Es una mezcla de la práctica del adanismo por jóvenes generaciones que carecen de memoria con el ejercicio, por el contrario, de una tácita descalificación hacia quienes nos han precedido.
Para quienes despliegan el apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio.
Bien es verdad que en este itinerario aparecen aquellos que sufren el síndrome de Peter Pan, ya que son incapaces de asumir las obligaciones propias de la edad adulta. Pero no se trata de eso. Es más. Se ríen de quienes les han precedido en los escenarios en los que ahora son protagonistas. Bien sean en el mundo de la política, la empresa, la enseñanza o de cualquier otro ámbito de la sociedad civil. Además de la sorna, la ironía o la simple descalificación, ejercen la segregación de los espacios en los que se toman decisiones de cualquier signo.
Aprender de otros
Para quienes despliegan ese apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio. Mujeres y hombres de la actividad política presentados como carcamales, actrices y actores que no encuentran papeles que representar, maestros y maestras relegadas a los peores horarios, empleados y empleadas públicas que se llevan tras su jubilación todo su bagaje y conocimientos sin haber tenido la oportunidad de desarrollar un relevo generacional en condiciones. Qué decir de aquellos artesanos que ven desaparecer sus habilidades y recursos por no encontrar quién siga sus pasos o aquellas profesionales que pasan de un día a otro a la monotonía de una vida carente de sentido.
Cuánto nos queda por aprender de esas culturas tradicionales en las que la edad es un valor añadido para el presente y el futuro de nuevas generaciones. No hay que irse a un poblado africano para comprobar que la persona anciana merece toda la consideración. En la cultura gitana, sin ir más lejos, es fácilmente comprobable esto que les hablo. Abuelas que, como gallinas cluecas, son capaces de garantizar el día a día de hijos y nietos llenando la olla de forma misteriosa, o patriarcas que son atendidos hasta el final de sus días por toda la prole, sin que les falte el cariño y la preocupación.
Final del camino
Entre un extremo y otro hay un lugar en el que cuidar el tránsito de una etapa de construcción de la persona adulta hacia otra en la que la madurez y la experiencia se convierten en valores añadidos. El final del camino, por suerte o por desgracia, nunca se sabe cuándo va a llegar. De ahí que sea imprescindible el respeto al presente. De quien lleva poco tiempo y de quienes nos han precedido.
En plena vorágine a causa de la polarización política, las preocupaciones por el encendido de luces navideñas, los sobresaltos por la subida de los precios y los bombardeos de los ‘single days’, ‘Black Friday’ y demás zarandajas consumistas, se asoma la cotidianidad. Esa que lleva consigo los pequeños acontecimientos de la vida que conforman el verdadero relato de la actualidad de la gente común. Esa que no termina de completar el cambio de temporada en los armarios y lleva un lío de ropa de mil demonios. La que empieza a preguntarse dónde cenará en Navidad. La que ansía en que finalicen las obras en su ciudad o la que se sorprende del porqué de esa proliferación de tiendas de productos y accesorios para uñas, bien sean de gel, acrílico, polygel, de esmaltado permanente o decoraciones. Un sinvivir, ya lo ven.
Irse del mundo
La muerte se cruza en esa ruta de la normalidad y, en algunos casos, en silencio y sin llamar la atención. Como la que he vivido este pasado fin de semana con la marcha de la hermana Catalina Mediola, ‘Cati’, una religiosa de la orden Concepcionista Franciscana de la comunidad del convento de Santo Antonio, en Murcia. Una marcha que ha sido la confirmación de que nos vamos de este mundo, en buena parte de las ocasiones, como hemos transitado por él. En su caso, calladamente, de manera imperceptible, rodeada de las personas con las que ha compartido cercanía en su opción de vida y con tiempo suficiente para la despedida de familiares y amigas. Una muestra de que el paso a otra dimensión se puede recorrer desde la contemplación amorosa a su nuevo estado.
Sencillez y humildad
Cuando la velaba en el silencio de la capilla monacal, repasaba aquellos valores que habían sido su sello a lo largo de más ocho décadas de vida. Cualidades necesarias que cobraban especial sentido en estos días donde el ruido, el odio, los insultos y las descalificaciones sin más se han convertido en moneda común. Tanto es así que estamos contagiados de una irascibilidad imperdonable frente a la búsqueda del bien común.
En el inventario rememorado ante las imágenes de Clara de Asís y Antonio de Padua destacaba la humildad, ese conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo a aquel. Por supuesto, ser una persona agradecida. También la sencillez para actuar sin pretensión, dobles intenciones ni vanidad, sino de modo sincero, espontáneo o natural. O el cuidado de cada detalle, emocionar con pequeños gestos, pensar con qué sorprender a cada persona, dedicar un poquito de su tiempo.
Don de la escucha
Que Cati fuese una artista de lo minucioso dan fe las innumerables piezas de frivolité o de encaje de bolillos que elaboró a lo largo de su vida. Pendiente de cada pormenor humano de quien se cruzase en su vida, ha sido el más vivo ejemplo de que no podemos pasar por la existencia de las personas sin conmovernos ante sus historias, ante sus ilusiones y desvelos. Incluso para intentar una última puntada a la ropa de quienes han sido sus cuidadoras en los últimos días. Un botón a punto de desprenderse o una costura suelta eran motivo suficiente para una invitación a bordarlos.
Las religiosas contemplativas tienen ese don especial para no dejar escapar ese pespunte, ese dobladillo, ese hilvanado. Es el don de la escucha, de captar lo que se esconde detrás de unos ojos, de una mirada, de un gesto. Seducidas por la gracia de quien nos quiere por encima de todo, la vida contemplativa está repleta de una actividad que trasciende los muros de un monasterio. Poseen la fuerza incontenible que les permite la capacidad de alcanzar la esencia del corazón de quienes deambulamos en el proceloso mar de la vida ordinaria. Una fortaleza que llega de quien nos trasciende y que se hace vida en la oración, verdadero alimento que no sufre de altas y bajas de precios, que no es pasto de especuladores ni de índices bursátiles. Cati, como el resto de sus hermanas, nunca da puntada sin hilo.
De izquierda a derecha, Concha, Cati y Maribel, junto a otra hermana de la orden concepcionista franciscana, en el Obrador Convento San Antonio (calle Zarandona, 4, en pleno centro de Murcia), donde se venden los productos artesanos elaborados por esta comunidad religiosa.
Cati es una de las tres últimas religiosas de la orden Concepcionista Franciscana que mantvieron abierta la comunidad del Monasterio de La Encarnación en Yecla (Murcia). Junto a sus hermanas Concha y Maribel se trasladó hace unos años al Convento de San Antonio, en Algezares (Murcia), donde falleció el pasado viernes 10 de noviembre. Desde niño he estado siempre muy ligado a esta comunidad contemplativa. En su convento de Yecla participé en sus encuentros de oración, además de meditación zen. Fui testigo de su cercanía a la gente, desde la clausura, y su iglesia está ligada a celebraciones familiares y parroquiales. El ejemplo de vida y de ejntrega generosa a la contemplación siempore están presente en mi vida y en la de mi familia.
Uno de los días más tristes de mi padre que recuerdo se remonta a mediados de los años 70, antes de la muerte del Caudillo y después del atentado al almirante Carrero Blanco. Trabajaba en un taller mecánico de Crevillente, en la provincia de Alicante, y fue el día en el que su jefe le entregó la carta de despido. Su delito: promover las elecciones sindicales. Era una osadía. Ya tenía experiencia de esa circunstancia tiempo atrás en Ibi, cuando acudía a las reuniones del sindicato vertical, a las que en ocasiones yo le acompañaba, en un oscuro edificio del centro de esa ciudad juguetera. Su abatimiento, sin embargo, no tenía que ver con el despido en sí, sino por el hecho de quien lo arrojaba a la calle era su jefe, quien había sido militante de la Acción Católica. Como él lo era en ese momento. No podía entenderlo. De otro empresario podía esperar una reacción así. De aquel, no.
Testigos incómodos
Esta evocación que se esconde entre las historias infantiles volvió a ver la luz la semana pasada al conocer la noticia de la marcha de Rosa Roda de Onda Cero, de su despido, tras más de tres décadas de trabajo en la antigua red de emisoras de la Cadena Rato. Nos conocimos desde aquel momento en el que se puso delante de un micrófono para contar la actualidad de la Región de Murcia. Luego creó su blog personal y se prodigó en la red social Twitter, ahora ‘X’. Qué paradojas. Desde hace veinte años siempre ha tenido a un señor o a una señora X a su espalda, velando por los intereses de algún poder político o económico, que se ha sentido incómodo por el trabajo informativo (y opinativo, por qué no) que ha desarrollado sin descanso.
Esa espada de Damocles que siempre ha pendido sobre ella es la misma que, en ocasiones, lo ha hecho con otros testigos de la actualidad de esta Comunidad que son incómodos al poder. Y todo por cometer el delito de ejercer una función social encomendada a la prensa, la radio, la televisión o en internet, esto es, a cualquier medio de comunicación. Un empeño que no es otro que el control del propio poder en nombre de la sociedad a la que sirve. Si la gravedad es contar lo que pasa, preguntar, indagar, poner luz a esas sombras entre las que se mueven quienes manejan los hilos de los entresijos de la política, las finanzas o la economía regional, es que algo no funciona en nuestro sistema democrático.
Tristeza profunda
Y aquel recuerdo infantil viene a cuento porque entre quienes han intentado cercenar la libertad de expresión se encuentran personas que un día soñaron, o dijeron, que querían ser periodistas. Algunas aún presumen de ello. Cuando en realidad se tratan de meras mercenarias del poder de turno, estén en nómina directamente o a través de terceros. Porque se han alegrado, cuando no inspirado o impulsado, de este despido. Lo intentaron otras veces y, bien porque en la empresa no encontraron eco o por el apoyo sindical, no lo consiguieron. De ahí viene esa profunda tristeza que me produce tratar de aceptar este despido, como el cese en otro momento de algún responsable de Informativos o la invitación a buscar nuevos caminos profesionales que han sufrido algunos periodistas murcianos.
Ingenuidad
No somos ingenuos al creer que los medios de comunicación los gestionan empresas que no miran las cuentas de resultados. Pero la prensa libre e independiente no nació para someterse al beneficio puro y duro. Lo hizo para ejercer de contrapeso. Si todo vale, los medios acabarán sucumbiendo a una mera función propagandista. En la mano de sus profesionales, de todos ellos, de la información y de la gestión empresarial, dependerá buena parte de que sigan siendo esa molesta mosca que sobrevuela los rincones en los que se esconde la basura. Quienes los leemos, los vemos y escuchamos, también tenemos una voz que alzar. Por eso, Rosa, hoy sentimos tu marcha, pero no tu ausencia. Porque los malos no siempre ganan. Y estoy seguro de que en ese camino andan muchos y buenos profesionales como tú. Que no se achantan, aunque les vaya la vida en ello.
Tengo que confesarles mi temor a la hora de escribir esta columna. Mira que llevo dándole vueltas al tema desde hace tiempo. He buscado voces más autorizadas que la de este humilde columnista de provincias para contrastar argumentos porque me veo en la obligación moral, si me permiten, de aportar una mirada ante el debate que sobrevuela la actualidad política en los últimos meses.
Cuando alguno de ustedes me ha preguntado qué opino sobre la amnistía, el referéndum y la investidura para un nuevo gobierno de coalición, dejo de mirarlos a los ojos, carraspeo y salgo por peteneras. Algunas de las respuestas que se me ocurren, y según en qué contexto, son las de “uf, es un tema complejo; estoy seguro de que detrás de todas esas declaraciones de independentistas y políticos de distinto signo hay mucho teatro; espero que los socialistas del PSC pongan cordura en el asunto; hay que darle una salida al problema territorial” o “confío en que Pedro Sánchez tenga un as en la manga y vuelva a sorprendernos”.
Problema de España
Menos mal que cuando la oscuridad se cierne sobre cualquier debate siempre hay un jesuita que aporta algo de luz. En este caso, José Ignacio González Faus, quien hace poco más de un mes reflexionaba sobre la amnistía y el futuro de Cataluña (y de España) en Religión digital, una publicación de referencia que dirige un compañero de estudios de Periodismo y Sociología que tuve en el Madrid de los años 80. Del jesuita me quedo con su afirmación de que el problema actual de España no son las plurinacionalidades (como dice Íñigo Urkullu, que ahí se queda corto). El problema de España son hoy las pluriindividualidades: cada cual considera que él es la verdad y el bien absolutos y que quienes no piensan y sienten como él, son simplemente malvados (fascistas, terroristas, separatistas… y todos esos adjetivos que oímos en el Congreso).
Hay que tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación.
A pesar de lo distinto que parecemos ser los españoles, vivamos donde vivamos, hay un rasgo común que nos une y nos iguala a todos: la intolerancia. Ante las diferencias no buscamos respeto, acercamiento y diálogo. Todo lo contrario. Intensificamos los desacuerdos porque así parece que nos sentimos vivos. Así nos va, mientras que también somos astutamente incoherentes, porque en muchas ocasiones decimos en público unas cosas y en la trastienda las contrarias. Contemplamos, asimismo, un rasgo muy humano y que analizamos poco: nuestra forma de querer. En el caso de Cataluña, González Faus constata que muchos independentistas no aman a su tierra y sus gentes, sino que se aman a sí mismos en Cataluña, por eso quieren la independencia ya ahora y como sea. No les vale el ejemplo de Gran Bretaña y su Brexit o que la mitad de la población no la quiera. Porque siempre exigimos a los demás la ética en los comportamientos, pero ¡ay de los nuestros!
Convergencia paralela
Carlos García de Andoín, amigo y compañero de mil batallas políticas y eclesiales, acertaba al señalar hace unos días en Roma, en una conferencia pronunciada en la Universidad La Sapienza, el concepto de la difícil ‘convergencia paralela’ entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Una expresión que pronunció Aldo Moro en 1959 en el congreso de la Democracia Cristiana que se celebraba en Florencia, en su intento de mover un poco a su partido hacia la izquierda. Sorprendió a todos porque lo de las líneas paralelas que convergen no lo habían oído nunca. Este político católico, asesinado por las Brigadas Rojas, trataba de proponer una política de aproximación a los socialistas, un acercamiento entre dos antagonistas aparentemente irreconciliables. Es decir, tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación. Propósito de evitar el drama o el callejón sin salida, como Enric Juliana lo contaba hace unos años.
Me da la impresión de que esta es la figura geométrica que en las últimas semanas están intentado componer el Gobierno de España y las fuerzas independentistas. Es la que sobrevuela en la negociación.
Soberanismo catalán
No olvidemos que todo esto viene de lejos. Bien es verdad que la llave de la negociación es el soberanismo catalán, con la amnistía de los encausados del procés y la autodeterminación de Cataluña. Pero no se puede ocultar que el proceso soberanista arrancó con un pacto de gobernabilidad entre CiU y ERC, la aprobación de una Ley de Consultas, las elecciones de 2015 en la que ganaron esos partidos, pero sin mayoría, el referéndum del 1 de octubre de 2017 y la posterior Declaración Unilateral de Independencia. A cada iniciativa se respondió desde el Estado con un recurso inmediato al Tribunal Constitucional hasta la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Anteriormente se había vivido la crisis del Estatut, a partir de 2004, con un tránsito de las bases de CiU (y cuadros del PSC) del autonomismo al soberanismo, el derecho de decisión y las grandes movilizaciones frente a las políticas de austeridad. Hay que recordar que la autonomía que aplicó de forma más drástica los recortes fue la catalana.
Volviendo al momento presente, creo que es de justicia reconocer que en los dos últimos años se ha desinflado el proceso soberanista. Tienen la culpa el indulto y la excarcelación de sus principales líderes, con la reforma del Código Penal de los delitos de sedición y malversación, junto a la normalización del diálogo institucional entre los gobiernos de España y Cataluña. ¿Cómo se explicaría el liderazgo electoral del PSC-PSOE sino como un reflejo del cansancio de la sociedad catalana con una política inútil?
La oportunidad de un pacto
Llegados a este punto, siguiendo con las tesis de García de Andoín que comparto, y a estas alturas de la película política, el pacto de investidura sigue presentándose como una oportunidad. Por una parte, porque permite pasar página a la judicialización que ahora impide franquear a un nuevo escenario: la reconducción política. Una judicialización que, todo hay que decirlo, fue necesaria para detener el procés frente a la alternativa de la violencia. Por otra, para que Junts aterrice en la acción política ante la que necesita una pista: la amnistía, lograda, no concedida. Como signos positivos tendríamos la renuncia a aprobar una ley de amnistía antes de la investidura, el aplazamiento del tema del referéndum a una mesa de diálogo y la pregunta de la consulta a las bases de Junts sobre si deben bloquear la investidura, lo que legitimaría su apoyo o no.
Hay otros elementos en juego, entre ellos, las dificultades a la hora de explorar un acuerdo sobre la amnistía, como su constitucionalidad (no está expresamente prohibida); la inestabilidad del futuro Gobierno; la competición entre Junts y ERC; la opinión pública española dividida por la mitad o la renuncia a la unilateralidad por parte del soberanismo catalán, al menos de facto. Entre las razones a favor estarían el riesgo de la repetición electoral con un previsible gobierno PP-VOX, la necesidad de pasar página y de construir un acuerdo de convivencia frente al vacío que dejó el recorte al Estatut por parte del Tribunal Constitucional, sin olvidar que la antigua CiU necesita un espacio para reconstruir un partido en condiciones sin Puigdemont en Bélgica.
Continuar preguntando
En mitad de este camino el referéndum de autodeterminación quedaría descartado. Tanto el PSC como el PSOE lo han rechazado de forma categórica. Confronta a la sociedad catalana, presupone la soberanía, aunque gane el no, requiere una democracia más deliberativa que ayude a construir la sociedad y, por supuesto, no cabe la reversibilidad. Eso sí, no olvidemos que se puede plantear una consulta de un nuevo acuerdo. ¿Por qué cerrarse a abrir otras opciones? Un acuerdo necesario, que requiere un diálogo no solo entre España y Cataluña, sino entre los propios catalanes, porque esa sociedad también es plural. El problema sería entonces preguntarse si la Constitución (o sus interpretaciones) permiten ir más allá de aquel Estatut cercenado, que está en el origen del paso del autonomismo al derecho a decidir.
Pero no adelantemos acontecimientos, porque el debate está abierto. Queridos y queridas lectoras, sigan, sigan preguntando y preguntándose. Y no se queden con los mensajes simplistas. Vayan al fondo del asunto.
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