ILUSTRACIÓN | NANA PEZ
Que, si no se cumplen las expectativas electorales, la razón está clara: todo se debe a problemas de comunicación. Que una pareja llega a la ruptura, pues ya se sabe qué tiene la culpa: los problemas de comunicación. Que en una organización afloran las tensiones entre la dirección y las personas subordinadas, entre la dirección misma o las propias subordinadas entre ellas, todo se debe a lo mismo: a los consabidos problemas de… comunicación. Faltaría más. Este argumento repetido como un mantra lo he oído en infinidad de ocasiones, convocatoria tras convocatoria, ruptura de noviazgos o matrimonios y crisis organizacionales en empresas, asociaciones o entidades de diverso signo.
Maldita tesis
Recurrir a esta explicación es una de las fórmulas más utilizadas cuando no se quiere analizar en serio las causas que provocan las derrotas en unos comicios, la separación entre quienes comparten durante un tiempo una relación afectiva o las desavenencias en una organización cualquiera. Maldita tesis a la que se abonan supuestos expertos en comunicación política, terapeutas de andar por casa o consultores, coach o entrenadores de lo ajeno. Esos gurús del análisis consiguen hilvanar al principio una serie de ideas que embaucan a las personas afectadas por los resultados de esas expectativas no cumplidas, de las quiebras relacionales en el mundo de los afectos o como miembros de la institución dañada. Las primeras veces parece que dan en el clavo a la hora de explicar las causas de que se trate. Pero cuando se repiten una y otra vez demuestran la pobreza del argumentario esgrimido. Ya les vale.
La excusa de presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos
Las razones que explican este tipo de comportamientos vienen avaladas por una realidad que no se puede eludir. De una parte, por el bombardeo de mensajes que llegan desde todos los frentes. De otra, por los innumerables artilugios que nos hemos dotado para impedir una economía de la atención que facilite la absorción de hechos, noticias, conceptos, ideas y acontecimientos para su análisis sosegado y que permita colocar cada cosa en su sitio. La razón ha sido vencida, en buena medida, por la pasión, los mensajes simplistas, la fuerza de las emociones (especialmente aquellas que emergen desde las tripas) y los prejuicios convertidos en máximas que no escondan un escenario tal y como queremos verlo. Y entenderlo. El que nos anestesie y genere el mínimo conflicto posible.
Vayamos, sin embargo, a esas parcelas de lo concreto. La excusa de esos presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos. Por encima de los análisis simplistas cargados de una supuesta superioridad moral que no se corresponden con los verdaderos problemas del común de los mortales quedan, sin embargo, la ausencia de análisis y la corrección de comportamientos que se repiten sin solución de continuidad. En el fondo, lo que se quiere eludir es un enfrentamiento directo con las carencias personales y partidarias que anidan entre quienes concurren a esos procesos. Lo cómodo es hacer siempre lo mismo, mantener los espacios de confort, frente a los desafíos que generan incertidumbre. Las personas valientes escasean en este ámbito de la política. Predominan, desgraciadamente, las cobardes, las hipócritas. Las que buscan acomodo.
Mantener la distancia
Es el mismo destino de quienes no se la juegan en sus relaciones personales. De las que prefieren mantenerse en la monotonía frente a trabajarse en la intimidad del silencio, de la escucha y de la mirada desde una cierta distancia que incomoda. Esgrimir las razones de esos problemas de comunicación en las relaciones interpersonales solo tendría razón de ser cuando alguna de las partes no quiera asumir las riendas de su vida. Al final, sin embargo, de lo que se trataría es de eludir o no los compromisos adquiridos, la palabra dada, el empeño conjunto en ampliar la mirada y la responsabilidad en un camino iniciado juntos.
Y qué decir a la hora de abordar lo que surge en el seno de las organizaciones. Más que de comunicación estaríamos hablando de abordar la asunción de tareas y cometidos para garantizar el bien común. Se trata de compartir objetivos, interiorizarlos y poner el empeño en el logro de medidas y actuaciones que lleven al puerto que se ha fijado la entidad en cuestión. Ahí entran de lleno los factores personales de cada quien y de cada cual, sin dejar a nadie al margen, y aunando voluntades para alcanzar el logro desde las expectativas puestas sobre la mesa. De unos intereses que no son excluyentes, sino que permiten adecuarse a los fines compartidos.
Por tanto, en todos esos supuestos, la comunicación vendrá como un elemento que se suma a los que ya surgen a cada instante. Es un factor que adiciona al resto de los que entran en el juego, ya sea electoral, afectivo o, simplemente, organizacional. Sin ir más lejos.