Cuando falta poco menos de un mes para la convocatoria del 22 de mayo, sólo recuerdo a un político que en plena campaña electoral no haya pedido el voto para su candidatura. Tenemos que remontarnos al mes de junio del año 1977, en los albores de la llamada transición política española, y a un pequeño pueblo de la Vega Baja alicantina. Era sábado por la tarde, y el lugar escogido para uno de los miles de mítines electorales de aquellos días fue un salón de banquetes de bodas y comuniones. Como muestra de la ingenuidad y la improvisación de esos momentos, el acto político fue convocado a una hora en la que los invitados a una boda aún no habían acabado de devorar su menú. Por lo tanto, las pocas personas que acudimos a la cita tuvimos que aguardar en la puerta hasta que los camareros y limpiadoras dejaron el local en condiciones. El candidato esperó también, como uno más. No estaba preocupado por la conexión con el Telediario de las 9, ni por el maquillaje, ni siquiera por el color de la camisa y la corbata.
Aunque en plena adolescencia, era consciente de que vivíamos un tiempo histórico muy especial. Las calles estaban repletas de carteles y, de vez en cuando, unos megáfonos colocados sobre el techo de un automóvil inundaban la tranquilidad de un pueblo de poco más de cinco mil habitantes con himnos y mensajes partidistas. Volviendo al mitin que nos ocupa, y despejado el salón, el candidato se dirigió a un exiguo auditorio, compuesto por unos cuantos matrimonios, una decena de jóvenes, tres viejos camaradas del Partido -uno por cierto bastante contento de vino- y dos de las mujeres que habían limpiado el local, que decidieron quedarse para ver qué pasaba allí. El aspirante a diputado comenzó a hablar con un tono pedagógico que rompía el estilo de los políticos del momento. Recordaba en su disertación el proceso político de la Dictadura a la democracia, las alternativas que presentaban los diversos partidos y terminó su intervención destacando lo importante que era participar en las elecciones del 15 de junio. De momento, nada más.
Ante la atónita mirada de los presentes, el candidato cedió la palabra a cualquiera de los que ocupábamos las sillas aún calientes de los comensales al festín. Como nadie se decidía a intervenir, una de las limpiadoras quiso decir algo. De mediana edad, empezó indicando que ella no sabía ni leer ni escribir; que toda su vida se la había pasado trabajando como una mula para llevar un sueldo a casa, y que entre tantos partidos políticos que lanzaban grandes promesas no sabía a quien votar. El candidato volvió a coger el micrófono y, mirando fijamente a la mujer, comenzó su respuesta. En primer lugar, le agradeció que hubiera compartido con el público su experiencia personal. A continuación le dijo que entendía el maremágnum que los mensajes políticos le producían en su cabeza, y le aconsejó, entonces, que no votara. «Pero eso sí, por favor, aprenda a leer y a escribir», concluyó. De los ojos de varios de los presentes brotaron en ese momento unas lágrimas inocentes.
Treinta y cuatro años después, esta anécdota puede sonar a ridícula, pero es una muestra del talante que transmitía un candidato como aquél. Se trataba de Pepín Vidal Beneyto, compañero de viaje del profesor Tierno Galván en aquella aventura que fue el Partido Socialista Popular. El PSP obtuvo en ese pueblo trece votos, pero fueron trece papeletas que habían sido ganadas a pulso por un político que nada tenía que ver con la mayoría de los de hoy al uso. Contemplaba la política como una actividad noble, inspirada en el bien común y alejada entonces de lo correcto, lo posible y lo bien mirado por nuestra sociedad mediática. Ese espíritu es el que, a mi corto entender, deberíamos recuperar los que pensamos que detrás de la descalificación de la política se esconden los intereses de una minoría que trata de perpetuarse en sus privilegios. Y encima lo hace amparándose en los beneficios de la supuesta mayoría, aunque maquillen la realidad.
Este recuerdo de la infancia me sirvió de base anoche en Yecla durante mi intervención en el primer mitin en el que participo como candidato a la Asamblea Regional de Murcia. Muchos de los presentes formaron parte de aquel PSP, Tierno Galván inauguró el Auditorio Municipal donde tuvo lugar el acto en ele año 1982, y recuperar el espíritu del acuerdo y del consenso es hoy más necesario que nunca.