Una de las mayores dificultades que tenemos el común de los mortales en la vida es la de no aterrizar en nuestros proyectos personales. Esto es, en no concretar las metas que nos disponemos a atravesar, las etapas para llevar a cabo nuestros propósitos y los medios posibles que nos permiten cumplir los objetivos. Y todo ello por algo tan sencillo como es el hecho de confundir el deseo que aspiramos con la voluntad de querer alcanzarlo. El deseo entra en el mundo de la fantasía, en el de las construcciones mentales que nos permiten dar gusto y placer a la parte más intelectual de nuestro ser. La voluntad, por el contrario, se presenta en el plano accesible y palpable de lo que se puede lograr o alcanzar. Es el ejercicio consciente que hace posible dar pasos poco a poco, sin quimeras inalcanzables, midiendo muy bien los tiempos, los esfuerzos, las posibilidades de errar y los recovecos hacia los que dirigir la mirada en el caso de que las cosas no salgan como estaban previstas.

Todo esto viene a cuento porque solemos emplear una estrategia en la manera de comportarnos que no conduce a casi ninguna salida. Es la estrategia llamada por algunos expertos como “gel”. Palabra cuyas siglas responden a “generalización”, “exageración” y “limitación”. Vayamos por partes. ¿No les ha pasado a ustedes que ante una adversidad tienen a considerarla como algo que afecta a todos los humanos, en todas las situaciones y frente a todas las circunstancias? Por ejemplo, frases como la de “todos los políticos son unos ladrones” no hacen justicia al hecho de que conozcamos algún caso de corrupción. A partir de un incidente, o incluso de algunos, convertimos en general unas situación particular. Estamos… generalizando.

En otras ocasiones nos situamos ante circunstancias contrarias a nuestros propósitos y una de nuestras reacciones más primarias es la de exagerar lo que sucede. Establecemos un paralelismo entre esa realidad puntual y momentánea con la extensión de todo lo que acontece a nuestro alrededor. De tal manera que nos salen expresiones como las de “es que nadie me escucha” o “es que nadie me entiende”, cuando en realidad tendríamos que circunscribirla a esa persona con nombre y apellidos que no nos dice lo que nosotros esperamos de ella. O esa otra que ya está cansada de nuestros “malos rollos”, y nosotros seguimos erre con erre con la afirmación de que “no hay nadie que me quiera un poco”.

Por si generalizar y exagerar no fuera suficiente, otro de los malos hábitos que desarrollamos en las relaciones humanas es el de negativizar todo escenario que se precie. Esto es, enlucir con una cera negra y espesa cualquier ámbito en el que nos desenvolvemos. Se trata de limitar cualquier posibilidad o circunstancia siempre en la alternativa más oscura. Seguro que usted conoce a más una persona que está afectada por el virus del pesimismo. La inoculación a algunos les llegó en el propio vientre de su madre y aún no han descubierto que hay vacunas y antibióticos para combatirlo. Estas personas se encuentran tan limitadas que desconocen las oportunidades que la vida les tiene reservadas, porque emanan negatividad allá donde vayan. Todos conocemos a gentes de estas características, y más pronto que tarde tendemos a huir de ellas por temor a contagiarnos. Incluso, en ocasiones, y por prescripción facultativa, tenemos que mantenernos alejados.

De lo que se trata, en definitiva, es de poner en marcha esa serie de mecanismos que nos permiten delimitar claramente cuál es nuestro plan de vida, nuestro proyecto personal, y sacar a flote los instrumentos que van a ponerlo en práctica. Instrumentos que deben tener en cuenta, de manera primordial, a la voluntad, frente a su principal enemiga: la pereza. Sí, sí, así como suena. Somos muy vagos a la hora de afrontar en serio nuestra vida. Somos tentados en mil y una ocasiones, porque tomar en consideración de una manera responsable un proyecto no es sencillo. Pero resulta que una vez iniciado ya no hay fuerza que pueda con él. Eso sí, siempre y cuando la mirada la tengamos puesta al frente y los cantos de sirena nos suenen a lo lejos cada vez más.

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Publicado el 20 de junio de 2002