Parto de la base de que soy militante del PSOE en la Región de Murcia. O sea, que asumo formar parte de un proyecto político con todas las consecuencias. Pero también de que eso no impide que tenga criterios propios, equivocados, quizá, pero son míos. Única y exclusivamente. Y que mi pasión por la política no se ha quedado nunca en el hecho de pagar religiosamente mi cuota, participar de la liturgia de un partido de la izquierda tradicional y emplearme a fondo en las contiendas electorales. Es más, si solo hiciera eso no estaría haciendo política. Siempre me ha gustado participar en el mundo de los movimientos sociales, y sobre todo, tener claro que la política no es una profesión sino una apuesta porque las cosas cambien de verdad. Desde las actitudes personales hasta los entramados institucionales. Y termino: teniendo en el horizonte la opción por los últimos, por los más castigados del sistema, por quienes no suelen tener voz. Por quienes no cuentan. De esta parte hay un culpable: Jesús de Nazaret. De las otras también, pero dejémoslo ahí.

La lectura de urgencia de las elecciones europeas celebradas el domingo me lleva a varias constataciones. En clave general, en el conjunto de España, las señales son claras: el bipartidismo deja de ser el referente; el PSOE precisa de una verdadera y urgente refundación -sin complejos y medias tintas- porque no somos lo mismo que el PP, pero para la gente nuestros líderes y nuestra política están en el mismo saco; Izquierda Unida no puede darse por satisfecha porque reproduce prácticamente los esquemas de la izquierda tradicional y Podemos ha sabido recoger el descontento y la necesidad de la gente de encontrarse con la política de otra manera.   Todas estas afirmaciones precisan de análisis más sosegados pero no valen las medias tintas, ni las interpretaciones enrevesadas que suelo escuchar entre dirigentes de mi partido, tanto a nivel nacional como en el caso de la Región de Murcia, donde vivo.

A esos análisis de alcance nacional hay que sumar los de pie de calle en los pueblos y ciudades en los que habitamos. En el caso de Murcia se produce un hecho singular. O varios. De una parte, que la hegemonía del PP ha sido quebrada. No me vale la excusa de que como gobierna, ha pagado el precio. Claro que sí. Gobierna y ha reflejado los modos y maneras de una sociedad que les ha consentido mucho. Que ha creído en sus falsos mensajes de que nos ha faltado el agua, que nos la quitó Zapatero y que la solución pasaba por el boom inmobiliario y por hacernos ricos. Hay más argmentos, pero valgan esos más simples. Y además esa quiebra tiene un punto central: la figura de Ramón Luis Valcárcel. El presidente que se marchaba a Europa después de dejar una Región en la ruina (con las complicidades de una sociedad que en su mayoría ha preferido mirar hacia otra parte durante años) no ha sido capaz de recoger algo de apoyo de su legado. Ese 37,4 por ciento de votos le hace ser el partido más votado y ganador, pero hace cinco años ese porcentaje era del 61 por ciento. Algo serio se ha producido. Algo ha cambiado.

El PSRM-PSOE, sin embargo, no ha subido nada. Seguimos sin ser vistos por la gente como una verdadera alternativa de gobierno. O al menos una alternativa seria de oposición a la derecha murciana y a su complaciente mayoría de la sociedad civil. Nuestro liderazgo es difuso y somos vistos como un partido más del entramado institucional establecido. Sé que suena fuerte, pero por favor, que las ramas no nos impidan ya ver el bosque. Es hora de hacer frente, de verdad, a una realidad que nos negamos a asumir.

A nuestra izquierda hay una que ha subido mucho, IU, pero que a mi juicio tampoco se puede dar por satisfecha, porque a su lado hay también mucha gente joven, progresista, indignada e implicada en que las cosas cambien que tampoco se siente representada por sus dirigentes. Me aventuro a decir que es porque se mueven bajo similares arquetipos que los que tenemos en el PSRM: pensamos que somos los llamados a encabezar los cambios desde formas y maneras tradicionales, a como lo hemos hecho en tiempos pasados… Y la cosa no va por ahí. Ya no valen los viejos análisis, las estructuras caducas de las organizaciones políticas, la cooptación de los líderes. Sí, sí, la selección realizada por cuotas y afinidades (o sumisión) a los dirigentes.

Finalizo este primer análisis de urgencia. O abordamos de verdad la reforma de las estructuras, los modos y maneras de hacer política desde los partidos tradicionales de la izquierda, o se aumentará la brecha con los ciudadanos. Me niego a formar parte de eso que algunos llaman ‘la casta’, porque no me resisto a cambiar las cosas, a cambiar la situación de esta sociedad desigual y excluyente. No quiero ser cómplice y creo que debemos trabajar por construir otras alternativas. En ese camino creo que debemos encontrarnos mucha gente. Pero sin prejuicios. Sin actitudes preconcebidas de ir de listos y expertos por la vida. Porque estamos cansados de los expertos, de los que llevan en las estructuras de los partidos y las instituciones desde hace más de veinte años, de los que miran por encima del hombro porque se sienten especiales. Esos sí son de la casta. O quienes desde su juventud biológica han sido educados por unos mayores a los que quieren imitar por encima de todo. Es hora de hablar, de debatir, de reflexionar… y sobre todo, de establecer puntos de encuentro y mover estructuras. De hablar menos y de demostrar más, en el día, que de verdad se desea un cambio.

Y escribo esto antes de conocer la rueda de prensa de Rubalcaba en la que ha anunciado la celebración de un congreso extraordinario que pretende elegir una nueva dirección. Las incógnitas se disparan. Y tiempo habrá.