Entrevisté a Jordi Pujol y señora allá por el año 1988, en una visita privada que la pareja realizó a Elche, y coincidiendo con el recorrido que ambos realizaron al Huerto del Cura. A la afabilidad del entonces Molt Honorable presidente de la Generalitat se unía el halo del carisma que irradiaba este personaje tan crucial de la entonces laureada transición democrática. Entendías por qué decir Pujol era decir Catalunya, o por qué asumía que cualquier ataque a sus políticas, decisiones o medidas de cualquier signo eran en seguida equiparadas con una actitud contraria a la nación catalana. Desde entonces -y mucho antes-  y hasta la fecha, Pujol ha despertado filias y fobias. Su confesión de hace unos días ha acabado con cualquier resto de simpatía que quedase fuera de Cataluña. Ha destrozado la imagen del seny catalán o sensatez y sentido común del que siempre ha hecho gala frente a la supuesta irracionalidad, radicalismo o fundamentalismo españolista.

Valcárcel

El presidente Valcárcel junto a sus ‘colegas’ de Valencia, cataluña y Baleares, en una visita al Senado.

Salvando las distancias políticas de quien fue antifranquista y sufrió consecuencias por ello, y quien ha formado parte de la burguesía de la ciudad de Murcia, encuentro entre los ex presidentes  Jordi Pujol y Ramón Luis Valcárcel un punto en común que visto en este contexto creo que merece la pena resaltar. No es otro que haber asumido en primera persona la identidad de la tierra que han gobernado con un amplio respaldo popular, 23 años el primero y 19 el segundo.  Y esa asunción de ser Cataluña o de ser Murcia les ha llevado a considerar que cualquier crítica a sus políticas, a su gestión, a sus decisiones, eran un ataque a sus regiones, a sus gentes, a su identidad nacional, si se me permite. Las escenas en el balcón de la Generalitat acusatorias contra el Gobierno de España, e innumerables declaraciones públicas, tenían un mensaje nítido: quien le ataca a él atacaba a Cataluña, a lo que representaba como nación, como signo de identidad de sus gentes y de su historia reciente.

En nuestro caso particular, cualquier ataque a las políticas desarrolladas desde 1995, en especial las críticas a las sustentadas con la mentira del ‘Agua para todos’ tenían respuesta por el supuesto antimurcianismo de quienes osaban ofrecer otras alternativas. Un ataque que era coreado por un ejército de seguidores, estómagos agradecidos y cómplices de los desaguisados cometidos en estos años de mayoría popular valcarciana  que aún sufrimos en la Región de Murcia. Valcárcel, al igual que Pujol, han compartido muchos años la misma estrategia, al empuñar la idea del ataque de un enemigo exterior. A veces hasta el extremo de que el primero, el murciano, ha desacreditado de manera soez y maleducada al catalán, pero en este caso Pasqual Maragall, por su rechazo al Trasvase del Ebro, como ocurrió en febrero de 2004.

Y la estrategia del enemigo exterior ha sido llevada hasta el extremo de acusar a los propios políticos catalanes o murcianos de la oposición de ser anticatalán o antimurciano. Vamos, el colmo de la exageración, pero siempre con buenos resultados, porque un planteamiento tan simplista es capaz de calar en el imaginario colectivo de amplias capas de la sociedad. Especialmente las más fáciles de convencer de argumentos tan falaces.

En la Región de Murcia, hasta hace muy poco, quien denunciara los errores y excesos del ‘boom inmobiliario’ o los casos de corrupción era acusado, en primer lugar, de ser antimurciano. No digamos si la crítica se dirigía a que el problema del agua no respondía, objetivamente, a como desde el aparato mediático y propagandístico del Gobierno regional se pretendía. Un aparato, por cierto, que casi siempre encontró un amplio eco y seguimiento en la mayoría de los medios de comunicación , líderes de opinión y sociedad civil murciana (especialmente, en este caso, ligada a los poderes económic0s y empresariales, pero no solo a aquellos) . Tres patas de una misma moneda que, en el fondo, no querían sentirse al margen de ese nacionalismo murciano auspiciado por el PP regional y sustentado en un victimismo que tan buenos resultados electorales, políticos y económicos les ha venido ofreciendo a sus dirigentes más representativos.

Todo se ha desmoronado en torno de la figura de Jordi Pujol, su esposa Marta Ferrusola, y los hijos de ambos. Está por ver, pero todo apunta a ello, de que su partido y gran obra (Convergencia Democrática de Catalunya) puede sufrir graves consecuencias. De hecho, el proceso soberanista ya no va a ser igual que antes de la confesión. Pero Jordi Pujol está apartado de la política activa, aunque fuese el presidente de honor del partido.

PRESENTACIÓN NOVO CARTHAGO

Presentación pública de la urbanización Novo Carthago, en junio de 2003, cuando al parecer aún no había superado las autorizaciones medioambientales correspondientes.

En el caso de ex presidente murciano, sigue en la política activa, ya que es eurodiputado (uno de los 14 vicepresidentes del Parlamento Europeo) y presidente regional del PP murciano. Tres ex consejeros de sus gobiernos están imputados por el caso Novo Carthago, urbanización promovida por la empresa Hansa Urbana en el Mar Menor, a cuya presentación en sociedad asistió en junio de 2003 junto a su esposa, Charo Cruz. A raíz de la última imputación, en la persona del delegado del Gobierno y ex consejero Joaquín Bascuñana, Ramón Luis Valcárcel parece ser que acusó a la prensa, a la fiscalía (o un sector de la Justicia) y a los socialistas del PSRM-PSOE de una supuesta conjura contra el PP. Le faltó muy poco para acusarlos de antimurcianos. Vamos, a lo Pujol.