Nunca tuve dudas de por qué Jesús Hermida se quedó prendado de su primera intervención en televisión. La cámara le quería. Su tono de voz cautivaba al público, su sencillez contrastaba con su traje oscuro  y sus maneras de sujetar la cruz sobre su pecho, con la que jugaba entre sus dedos. Su aparente ingenuidad al dar paso a la publicidad en medio de una de sus apariciones ha quedado en el recuerdo de su paso en sucesivos programas televisivos. Porque si hay que destacar algún rasgo esencial en don Javier Azagra ha sido el de ser un gran comunicador. De palabras, pero sobre todo de gestos, de miradas, de sonrisas… como las del papa Francisco. No ensayadas. Naturales, como de quien sale de suyo una forma de ser. Por eso fue tan fácil trabajar con él los años que compartimos en la sede del Obispado de Luis Fontes Pagán, entre la espalda del Seminario de San Fulgencio y del Hospital General.

Comunicar la buena noticia. Ese ha sido siempre su don natural. Y no se comunica lo que no se vive, lo que no se cree, lo que no se siente. Vidas, creencias, sentimientos… todos en uno al servicio de la gente de la gente. “Todos enviados a evangelizar”, esto es, a anunciar la buena noticia, fue su principal mensaje cuando tomó posesión como obispo de Cartagena el 11 de octubre de 1978, en una homilía en la que se preguntó dónde está Jesús, y en cuya respuesta definió su itinerario como pastor de este rebaño que en las últimas horas le recuerda emocionado: “Está en las pequeñas alegrías de la vida, en esas que no se compran con dinero, en el calor de la familia, en las fiestas, en la amistad, está en los pequeños y grandes sufrimientos de la vida; allí donde los hombres trabajan y luchan por una sociedad más justa, por un mundo más fraterno, más humano, más hermoso”.

Alegría, bondad, sentido del humor, cercanía, amabilidad, escucha, pasión… todos estos rasgos definen un carácter forjado en la longeva familia navarra que le vio nacer, estudiar en los Maristas, ordenarse sacerdote, ser cura de pueblo en Tafalla donde lo bautizaron como ‘el tractorico’ por ser “pequeño, dinámico y todo terreno”, vicario en Santander y llegar a Cartagena  de la mano de otro gran hombre de Iglesia, don Miguel Roca, quien un accidente de tráfico truncó su vida cuando era arzobispo de Valencia. Esos primeros años de don Javier en Cartagena le marcaron profundamente. Amó a la ciudad y a sus gentes, aunque al principio no le mostrara en exceso una buena acogida. Como obispo auxiliar conoció los conflictos con la autoridad civil por la actividad de los cursos obreros y los movimientos eclesiales implicados en los últimos años del franquismo.

Esas tensiones siempre estarían presentes en su trayectoria como obispo, porque ser uno de los pastores del Concilio Vaticano II llevaba aparejada la condición de vivir momentos complejos. De esa generación de obispos del cardenal Vicente Enrique Tarancón, como Javier Osés, Ramón Echarren, Victorio Oliver, José María Conget… la Iglesia española tiene mucho que aprender  y reconocer los esfuerzos pastorales y teológicos a los que tuvieron que hacer frente. Tensiones que nunca eludió, y a las que trató de abordar desde las claves que mejor entendía: la confianza y la cercanía. Sufrió con la secularización de sacerdotes a los que quería como hijos, y a los que trató de ayudar en lo que pudo. Con aciertos y errores.

El obispo Azagra durante uno de los muchos encuentros de jóvenes en La Fuensanta.

El obispo Azagra durante uno de los muchos encuentros de jóvenes en La Fuensanta.

Javier Azagra será siempre recordado por ser un verdadero pastor en medio de sus ovejas. Su agenda no tenía huecos. Nunca dijo que no a una invitación; a una entrevista de radio, periódico o televisión; a presidir una celebración, a acompañar a un grupo, a viajar a Lourdes como un hospitalario más, a acudir a la Fuensanta a los encuentros de Pastoral Juvenil y a lanzarse a las periferias del mundo, esas a las que Francisco insta ahora para llevar ‘la alegría del Evangelio’. Don Javier lo hizo, especialmente a las periferias de la pobreza y la exclusión. El Centro de Acogida de El Palmar, el CAYAM, el patronato Jesús Abandonado, Proyecto Hombre… son algunos de los proyectos impulsados durante su episcopado. Como los que han promovido en Honduras, Bolivia o en Mozambique sacerdotes diocesanos que siempre contaron con su apoyo y cariño.

Amó tanto a esta Región y a sus gentes que disfrutó en vida el reconocimiento de sus instituciones. Fue un gobierno socialista, el de María Antonia Martínez como presidenta en 1995 a la que invitaba a ir a misa, el primero en testimoniar su compromiso, nombrándolo Hijo Predilecto de la Región de Murcia al cumplirse sus bodas de plata episcopales. Le siguieron innumerables ayuntamientos y entidades. Su despacho siempre estuvo abierto a todos, en especial, a las gitanas Manuela y Ramona, que habitualmente se dejaban caer por su casa para pedirle alguna ayuda para ellas o sus hijos, o lo esperaban en el Paseo del Malecón, donde acudía como un reloj cada mañana tras sufrir un infarto. Un paseo matutino en el que un buen día una señora viuda, que no lo había reconocido en chándal como obispo, le propuso iniciar relaciones. Don Javier lo contaba como algo natural, porque si al don de comunicador hay que unirle otro rasgo, ese es el de la naturalidad.

La naturalidad que desbordó en sus innumerables visitas a Yecla, mi pueblo, aunque una de las más dolorosas fue cuando tuvo que oficiar el funeral de mi hermano Pablo el 4 de noviembre de 1993, al que había ordenado sacerdote en la misma parroquia de San José Obrero justo cuatro meses antes.

Estoy seguro que don Javier, cuando estos días lo recordemos, nos preguntará que por qué le lloramos, ya que él afirmará con seguridad que él está “entre bien y muy bien”. Y al sonreír nos dirá que está feliz junto al Padre con los suyos, su madre, con tres de sus hermanos, con sus sacerdotes más queridos que ya no están tampoco entre nosotros, como su vicario general Antonio Martínez Muñoz. Que lamenta que Osasuna esté en segunda, aunque el Real Murcia está peor, y que sigamos adelante, con energía, con fortaleza, con pasión… con esos rasgos con los que él trató de vivir y anunciar la buena nueva.

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Una versión reducida de este artículo fue publicado en el diario La Verdad de Murcia el 17 de noviembre de 2014, un día después de su fallecimiento.