Creo no haber pecado de papolatría y ahora tampoco lo deseo, pero es que no puedo resistirme a sentir por Francisco un cariño especial. El que se siente por un hermano al que se le supone pastoreando un rebaño en medio de una jauría de lobos. No considero que sufra la soledad y el peso de la responsabilidad atribuida a Albino Luciani, el malogrado antecesor de Karol Wojtyla, con un pontificado de tan solo 33 días cuyas circunstancias de su muerte fueron recogidas de manera excepcional por el periodista John Cornwell en su libro Como un ladrón en la noche. Quizá por venir de un país del Sur, su formación y pertenencia a la Compañía de Jesús, y sobre todo, por su sentido pastoral –de pastorear en medio del mundo y no sólo en las bibliotecas o en los despachos– Jorge Bergoglio tiene mucho camino andado y nada que perder.
“El problema de este papa es que le gustan mucho los pobres”, le espetó hace unos días un joven estudiante a un amigo sacerdote. Y se quedó tan ancho. Es lo que piensan muchos cuando expresan aquello de que “Francisco no dice nada nuevo” o lo que ahora algunos cardenales, vaticanistas y recelosos de las nuevas formas de este pontífice afirman –sin ocultar un gran desprecio– que tenemos un papa pastoralista pero poco teólogo. Como si ser pastor fuera un grado inferior del papado, mientras que a un teólogo, aunque no le entiendan la gente sencilla y los alejados del hecho religioso, se le confiere de un estatus especial.
Reconozco que cuando conocí la afirmación de aquel chaval sentí un escalofrío similar al recordar a Koldo, un sacerdote donostiarra, que a comienzos de los 80 me contó lo que vivió cuando presidía en su parroquia de San Sebastián el funeral de un guardia civil asesinado por ETA. Uno de sus monaguillos se atrevió a decir en voz baja: “otro picoleto menos”. Y tuvo que llamarle la atención en plena misa. “Imagínate cuántas generaciones tienen que pasar para que se cierren las heridas en este pueblo”, me dijo este consiliario de la JEC. Escena que he tenido siempre muy presente al reflexionar sobre el problema de la violencia en el País Vasco.
En el caso de Francisco, imagino que también tienen que pasar muchas generaciones educadas en una fe que no parece tener casi nada que ver con la realidad social y política de este mundo. Una fe resguardada en el interior de una Iglesia que se siente perseguida por la increencia, el relativismo y no sé cuántos males tan malísimos de este mundo, frente a los que hay que combatir con un catolicismo militante y de grandes obras, como las de nuestra Universidad Católica de Murcia. Un diablo al que hay que batallar con un entramado académico en el que desde que Francisco ocupó la Cátedra de Pedro poco se le ha nombrado desde sus altavoces mediáticos, al contrario que a sus dos predecesores. Para la UCAM debe quedar lejos lo de ir a las periferias a anunciar la alegría del Evangelio, porque siempre ha primado más expandirse frente a los supuestos ataques de los enemigos. Cuando en realidad han proliferado los amigos. Interesados, pero amigos, a fin de cuentas. Francisco debería ser el primero.