Hace más de veinte años, un ​cura de ojos vivos y mirada ocurrente me contaba que uno de los rasgos que caracterizan a sus compañeros de profesión es que se embarcan en actividades y proyectos tan personales que difícilmente pueden traspasar a otros. “A mi hijico que no me lo críe nadie” resumía​, expresando ese individualismo extensible al de otras profesiones​, como la política. Si además le añadimos que en este último caso las decisiones que alguien adopta afectan a la actividad laboral, profesional y vital de muchas personas, el camino está abierto. Eso es algo de lo que caracteriza a Ramón Luis Valcárcel.

¿Alguien había pensado que había dejado las riendas del Gobierno regional a no sé quién? ¿Que la marcha a Bruselas era un noble gesto para d​ar paso a otros? ¿Que estaba dispuesto a hacer tabla rasa en el presente y en el futuro político de esta Región? No. Solo estábamos hablando de practicar la mini semana europea en la capital comunitaria, porque siempre ha mantenido, de una manera más o menos visible, y ha​bía​ ​trasladado a los suyos ​desde hace tiempo ​​la​ afirmación​ de que​ su legado lo decidía él. Y lo había resuelto hace ya mucho tiempo. Su sucesión ha quedado cerrada, atada y bien atada. Como el Caudillo lo hizo entonces con el Príncipe borbón, el presidente lo ha hecho con la joven promesa alimentada en Puerto Lumbreras, protegida con mimos paternales desde sus tiempos de becario en San Esteban.

Quien conoce a Valcárcel sabe que sus palabras tienen un valor relativo. Lo que cuenta son sus tripas, sus gestos, sus impulsos, sus decisiones. La pura visceralidad, esa que le ha llevado a convertirse en la mano que todo lo da (por tanto, también la que todo lo quita) y que durante casi veinte años ha dirigido los destinos visibles de mucha gente a través del desembarco en las instituciones políticas y administrativas del antiguo Reino de Murcia. De este territorio profundo, caciquil, anclado en tradiciones y que precisa de un peón necesario para que la partida de ajedrez la sigan jugando quienes ostentan desde hace siglos esos apellidos familiares que Rodríguez Llopis describe magistralmente en su “Historia General de Murcia”.

Bien es verdad que para influir o liderar en un grupo humano es necesario, en primer lugar, conocerlo en profundidad. Saber lo que espera cada uno de sus miembros. Lo que quiere. Lo que está dispuesto a renunciar. Si encima encuentra aliados en una y otra parte, el camino está despejado, como ha sucedido. Una parte de la sociedad precisada en encontrar algún rasgo de identidad. Sumisa, dispuesta a ser engañada. Otra, ausente en la toma de decisiones y preocupada en salir adelante al margen de cauces institucionales. Y una oposición, desgraciadamente, empeñada durante estos años en personalismos y luchas internas, cuando no en purismos ausentes de un proyecto colectivo.

Sabiote, en La Opinión de Murcia (09/03/2015)

Sabiote, en La Opinión de Murcia (09/03/2015)

Las piezas políticas en este rompecabezas van encajando. Un sucesor alimentado desde la cuna, con un supuesto halo de buen gestor que alguien tendrá que explicar algún día. Envuelto en innumerables asuntos judiciales. El penúltimo, salvado in extremis a punto de agotarse el tiempo de la designación y aún pendiente de otro que tiene muy mala pinta para él. Un candidato a la alcaldía de la capital que ve cumplidas sus ansias con el alimento para un ego que desborda los límites del término municipal. Un alcaldable que vivió el boom inmobililario de cuando nos creíamos ricos al frente del Rectorado de la Universidad de Murcia y que, lamentablemente para él, poco pudo lucir como consejero de Obras Públicas, porque las rotondas las inauguró Joaquín Bascuñana, su antecesor (experto en espectáculos en rotondas, precisamente). Pero sí supo rodearse de una verdadera corte de lacayos que trabajaron para mayor gloria de su ego. Vacío de contenido, eso sí, pero más que suficiente para ser el escudero fiel del faro que nos ha guiado estos cuatro lustros.

Todo ello aderezado de un partido que dice amén a ese líder mesiánico. Con un supuesto recambio generacional formado por una camada de jóvenes -y no tan jóvenes- cachorros que no conoce otra nómina que no sea la de las instituciones, sin oficio ni beneficio al margen del cargo. Y lo que es más grave: sin proyecto a corto o medio plazo. Porque, ¿puede alguien pensar que después de veinte años hay algo nuevo bajo el sol de esta Región y de sus municipios? ¿Puede aportar algún proyecto diferente de gobierno de la Comunidad y de sus pueblos y ciudades quien los ha esquilmado y los ha puesto al servicio de los que de verdad mueven los hilos en esta tierra?