Estimado señor alcalde de Murcia, José Ballesta.
Aunque mis compañeros y compañeras de Murcia en Bici y de la Masa Crítica van a entregar hoy en el Registro del Ayuntamiento numerosas cartas dirigidas a usted para que en 2017 nuestra ciudad sea mejor para ir en bici, me permito aprovechar este pequeño balcón público para compartir unas reflexiones acerca del uso de la bicicleta en el entorno urbano. Muchas asociamos este medio de transporte a nuestros primeros recuerdos de la infancia. Esas caídas que nos asustaban en los momentos en que mantener el equilibrio se convertía en un reto que parecía inalcanzable. Los brazos de nuestro padre y sus palabras de ánimo aportaban una inyección de confianza ante los primeros desplazamientos sobre dos ruedas. Las sensaciones no tenían nada que ver con la experimentada en los triciclos, ni con esas pequeñas ruedas que, a modo de muletas, se adosaban al eje trasero para percatarnos de una primera transición hacia la aventura.
Las sensaciones de ir en bici, como el dolor ante una muerte, son personales e intransferibles. Se gozan o no. Las comencé a sentir cuando iba con mis amigos de la EGB a coger regalicia en las tardes de primavera, entre azarbes y caminos de la huerta de la Vega Baja. Continuaron en mis años de instituto manteniendo el equilibrio cargado con la guitarra al ir a clases de música. En el Madrid universitario de los 80, sorteando peatones en los atascos y siendo respetado por taxistas y conductores de autobús. Porque como ocurre en la vida, cuando te dejas ver en la calzada, afirmándote como un vehículo más, te ganas el respeto de los otros. De ahí que no entienda que haya ciclistas que circulen por las aceras. No por el temor a las multas que impone su consistorio, sino por el convencimiento de que no somos peatones.
No quiero reprocharle, señor alcalde, si hace o no lo suficiente por fomentar el uso de la bici en nuestro municipio. Usted sabrá. Lo que sí le pido es que no juegue con el anuncio y la foto con el tema de la bici. Si hay algo que detesto es la hipocresía, la de quien presume de algo que no lleva a sus prácticas cotidianas. No lo digo solo por usted, sino que aquí caben muchos más. No en vano, de toda su corporación solo hay una persona que usa regularmente la bici en sus desplazamientos, la suya propia o la del servicio público de alquiler. Y qué decir de su antecesor. Permitió que los nuevos desarrollos urbanísticos no contasen con carril-bici. Los hizo después, ejemplo de la voluntad que existe a la hora de apostar o no por la bici. Eso sí, las vías ciclistas no se hicieron compartiendo espacio con los coches sino con los viandantes. Y qué decir de las rotondas y los cruces peligrosos donde cada día nos jugamos la vida.
En fin, señor alcalde. Que con la movilidad no se juega. Pero tengo claro que solo conseguiremos interiorizar el uso de la bicicleta cuando los ciudadanos nos lancemos a la calle. Cuando nos dejemos ver como algo natural. Cuando nuestros críos se desplacen a los colegios e institutos sin necesidad de que los papás y las mamás tengan que llevarlos en coche casi hasta dentro del aula. Eso no es responsabilidad suya, sino nuestra. De todos. Y en este empeño juega el protagonismo ciudadano, el que tiene que coger el manillar, dejarse ver en mitad de las calzadas y respetar las normas de tráfico. Sin complejos.
Atentamente, un ciclista urbano.
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