Seguro que ustedes tienen alguna amiga o conocido que a punto de cumplir los 50 está cursando la ESO. Que dedica parte de su tiempo libre a repasar aquellas matemáticas que superó con apuros en el instituto, a sumergirse en la historia o a pelearse con la gramática y la lingüística que, maldita sea la hora, ha cambiado las denominaciones de los complementos y las normas esenciales que ya nos costó aprender en su momento. Todo ello para que los hijos y las hijas puedan seguir con relativa normalidad el ritmo académica en las aulas saturadas y con un profesorado que sobrevive como puede frente a la desmotivación, a las exigencias de los padres y a que sus gobernantes lo criminalice como empleado público sujeto a recortes.
Y después de intentar salvar los muebles de las ideas preconcebidas sobre la paternidad y maternidad ante los hijos, la escuela y resto de tribus familiares, ¡zas en toda la boca!: llega el Informe PISA y nos estampa la realidad acerca de la evaluación de educación más conocida del mundo. Uno ya no sabe si caer en la melancolía o directamente en la depresión, porque los datos son desalentadores. Especialmente si los observamos por comunidades autónomas, nivel educativo de los padres, el gasto público por alumno, la comprensión lectora o la competencia en ciencia. En el caso de nuestra Región de Murcia, pues apaga y vámonos, por mucho que nuestros responsables educativos traten de ofrecer un forzado optimismo que se desmorona en seguida como las tierras de los Baños de Mula.
Aunque la primera tentación es siempre la de eludir cualquier tipo de responsabilidad -empezando por la de los progenitores- bien es verdad que en materia educativa son diversos los factores que intervienen. Los recursos económicos son uno de ellos, porque no es lo mismo mantener escuelas rurales y una ratio alumno-profesor razonable que suprimir aulas o saturarlas de alumnos, pero no los definitivos. La implicación de las familias y la formación del profesorado son también factores determinantes. Si regiones como Castilla y León los han tenido en cuenta, pues no es de extrañar que sea la primera comunidad en la clasificación nacional de las pruebas PISA.
La ecuación para el éxito parece clara: madres y padres concienciados (y seguro que no obsesionados), exigencia con el profesorado (la formación como factor esencial), paz social (la comunidad educativa trabaja en una misma dirección), ratios bajas en zonas rurales (los recortes se han aplicado a otras cosas) y medidas innovadoras frente a los problemas detectados (la innovación es indispensable en las administraciones públicas). Y todo ello bañado por un alto sentido de la ética, del compromiso y de la solidaridad sostenida en el tiempo.
Por tanto, son muchos los elementos para jugar con ellos a la hora de afrontar los retos educativos. Porque una sociedad culta es más libre. Menos tentada a cultivar la ley del mínimo esfuerzo ni a valorar el enriquecimiento fácil, la política del trapicheo, del amiguismo y de la corrupción consentida. Al final, de lo que estamos hablando, es de un cambio cultural que hay que cultivar desde abajo, desde el principio, desde lo cotidiano… hasta llegar a comprender que esta empresa es tarea de todos. No solo de aquellos entendidos a quienes otorgamos un supuesto plus de autoridad moral. ¿Vamos a estudiar?
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