Con la etiqueta #esmicura la Diócesis de Cartagena ha invitado a través de las redes sociales a sacar a la luz aquellos curas que han formado parte de nuestra vida. La iniciativa surge en torno a la fiesta de San José, la de los Pepes, Pepas, Pepitas y señoras Josefas que mañana celebramos. Una jornada que en la Iglesia española está asociada a la conmemoración del día del Seminario, o lo que es lo mismo, a la campaña en favor de las vocaciones sacerdotales.
Si quien lee estas letras vuelve la vista atrás seguro que encuentra en algún momento de tu vida a algún cura que se ha cruzado en el camino. Yo lo he hecho, y el resultado es muy positivo. Vivir la fe en comunidad, junto a otros, te permite reconocer el rostro de quienes sirven a los demás desde su carisma. Esto es, desde las peculiares circunstancias y sentido de su misión. Es verdad que el nacional-catolicismo ha marcado la historia de España de tal manera que la experiencia de mucha gente con la Iglesia no es la de la acogida o el encuentro sincero. Es más, incluso en ocasiones sus vivencias están marcadas por acontecimientos traumáticos. Pero como no podemos quedar paralizados, siempre llega el tiempo de dar un paso adelante y superarlos.
En mi caso reconozco que la lista de curas es muy larga, precisamente porque la fe siempre la he vivido en comunidad. Los salesianos de Ibi, los tradicionales don Manuel y don Iván en la Vega Baja alicantina, hasta empezar a compartir aquellos curas comprometidos en el mundo obrero, como Antonio Cartagena, Manolo Torregrosa, Pepe Lozano, Antonio Sicilia, Isidoro… O en Yecla, en plena juventud, con Pepe Saorín, Mateo Clares y Pepe Carrasco. También Pepe Nicolás, Ramón Jara y el obispo Juan Mari Uriarte en la época estudiantil en la JEC… hasta llegar a los años 90 en los que estuve al frente de una oficina de información diocesana a través de la que ya conocí y trabajé junto a decenas de ellos. Javier Azagra, Antonio Martínez Muñoz, José Manuel Lorca, Tomás Cascales, Juan Fernández Marín, Raimundo Rincón… son algunos de ellos.
No quiero ni puedo olvidar a los curas de la HOAC, a Juan Luis Chillón, Domingo Pérez, Pepe Tornel, José Antonio Sánchez ‘el Bullicas’, Antonio Murcia y, por supuesto, el incombustible Joaquín Sánchez. La lista no se acaba aquí: José Luis Bleda, Quini Ferrando, Juan Carlos García Domene o Juan Carrascosa, éste último un gran compañero en el camino de la contemplación y la madurez espiritual. Y lógicamente, con quienes nos une, además de la fe en Jesús de Nazaret, los lazos de sangre: José Miguel Gambín y, en especial, mi hermano Pablo, que disfrutó poco más de cuatro meses de un ministerio al que llegó con la alegría derramada del Evangelio.
Hablo de hombres, de personas, con sus historias de vida marcadas por el devenir de las opciones que tomaron, como tomamos otros en diferente sentido, en un momento determinado de la existencia. Que muchas veces viven la incomprensión de la soledad y las contradicciones de su condición. Con carismas y estilos diferentes pero en el fondo con un rostro común: el de acompañar y el de sentirse acompañado para construir una vida plena.