En las escuelas de negocios del capitalismo que nos envuelve se habla de un curioso fenómeno que afecta a una marca o a una empresa: el efecto Woolworth. Tenemos que mirar al comerciante norteamericano Franklin Winfield Woolworth, nacido en la mitad del siglo XIX y que pasó a mejor vida al final de la Primera Guerra Mundial. Este visionario del mundo de los negocios creó en 1879 la cadena de tiendas Woolworth, las más famosas de las llamadas “five and a dime stores” (similar en sus orígenes a nuestras ya sepultadas ‘Todo a 100’) y que tras diversas peripecias sufrieron una crisis profunda ya en la década de los 80 del pasado siglo XX que llevaron a su práctica desaparición.
Se trata de un caso de libro de envejecimiento de la base de clientes tras una total incapacidad de renovar su oferta y hacerla atractiva a nuevas generaciones. Un caso que hoy sirve como advertencia para muchas compañías que perciben efectos similares. Hablamos, por tanto, acerca del hecho de que el público objetivo de una marca o empresa va envejeciendo y, aunque continúa leal a la marca, ésta no es capaz de atraer a nuevas generaciones para engrosar su base de clientes y desaparece casi a la par de ella.
El efecto Woolworth podemos trasladarlo a otras esferas de la vida social y política, no sólo a la economía de los negocios. Baste comprobar, simplemente, la desafección que existe entre muchas generaciones de ciudadanos con el mundo de la política institucional, visto lo visto con los casos de corrupción, la gestión de la estafa financiera por el boom inmobiliario de hace menos de diez años o la complicidad de las clases gobernantes con las élites.
También lo veríamos en nuestro actual modelo de Administración pública, que aun habiendo jugado un gran papel en los últimos cuarenta años, como reconoce Carles Ramió, exige un cambio radical solo posible si se dinamita su modelo organizativo y, en especial, su sistema de gestión de recursos humanos. Porque puede acabar convirtiéndose en moneda de cambio entre los defensores a ultranza de la no intervención pública en los asuntos vitales de organización de la sociedad y quienes rigen los destinos de la mayoría. Frente a un aparato administrativo que sería víctima del efecto Woolworth camino del cierre (o de la muerte en vida) hay que pensar de manera estratégica, con altura y con prospectiva, tal y como afirma este catedrático de la Universidad Pompeu Fabra. “No estamos hablando de cambiar ligeramente los temarios y otros elementos vinculados a la gestión de recursos humanos. Estamos planteando descartar todo lo que hay ahora y definir un imaginativo modelo de futuro”, señala.
Las relaciones personales, el sistema educativo, la solidaridad internacional, el mundo del trabajo, la propia familia (con los nuevos modelos que se han consolidado especialmente por la desigualdad), son algunos de los ámbitos que también pueden tambalearse si no somos valientes a la hora de abordar los retos que se presentan. De lo que se trata es de no acabar siendo víctimas de los sucesivos efectos Woolworth si al final se establece el modelo Rajoy de abordaje de conflictos: la inacción, la anomía, la resistencia o el ‘Luis, sé fuerte’. ¿Hasta cuándo?
Imágenes: Gentileza de Pixabay
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