Definitivamente la cooperación al desarrollo no está de moda. Ya no cuenta, apenas aparece en los medios de comunicación y, lo peor de todo, es que parece que ha quedado relegada a sectores minoritarios de la sociedad civil. Los efectos de esta estafa económica que llaman crisis son demoledoras. A la pérdida de derechos sociales, de justos salarios y condiciones de trabajo dignas, se une un elemento grave: que ha calado profundamente el mensaje del ‘sálvese quien pueda’, que podemos traducir también por el ‘no me calientes la cabeza con la solidaridad con los más pobres que aquí los pobres ya somos muchos’.

Esta semana la Coordinadora de Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo (CONGD) lo denunciaba sin apenas altavoces en los medios. El borrador definitivo del V Plan Director de Cooperación que el Gobierno presentó el pasado 26 de enero a los distintos actores que componen el Consejo de Cooperación condena a la agonía a la cooperación al desarrollo. Porque “ésta se perpetúa como una política corta de miras, sin ambición, sin capacidades y sin dotación de recursos. España continuará así a la cola de la comunidad de donantes y no podrá afrontar los retos de la Agenda 2030, un plan de acción internacional a largo plazo”.

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Y todo ello porque, a juicio de la CONGD, la iniciativa del Gobierno de Rajoy no tiene visión del largo plazo (se centra solo en la presente legislatura, a pesar de que se enmarca en la Agenda 2030), ofrece un marco estratégico aún inconsistente, sin medios ni recursos, con un relativo apoyo a la sociedad civil. Lo hace, además, como un plan alérgico al enfoque de derechos humanos y a que mejore la eficacia de la ayuda, y presenta muchas dudas en torno a la coherencia de políticas para el desarrollo sostenible.

Esta visión crítica también la han mostrado partidos políticos como el PSOE, para quien la cooperación al desarrollo se encuentra en una profunda crisis, en su momento más precario tras el desmantelamiento del que ha sido objeto por la llegada al Gobierno del PP, con una reducción de recursos de hasta el 72 por ciento, que asciende al 90 por ciento en el caso de la acción humanitaria, situándola en niveles de la década de los 80 del siglo pasado».

Compartir bienes y compartir experiencias son dos caras de la misma moneda

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El dolor por este desprecio a la ayuda al desarrollo llega en un momento de presunto crecimiento económico (a costa de la desigualdad) y con un triunfal ministro De Guindos a las puertas de entrar en el gobierno del Banco Central Europeo. Y ese malestar es especialmente intenso cuando estos días una ONGD a la que me siento estrechamente ligado, como es Manos Unidas, propone en su campaña el lema #ComparteLoQueImporta. Una etiqueta que quiere ser el mensaje directo para dar a conocer propuestas alternativas y experiencias concretas de cambio que nos hacen creer en la posibilidad real de un mundo sin hambre. Compartir bienes y compartir experiencias son dos caras de la misma moneda, la de la construcción de un mundo donde nadie se quede atrás y donde la familia humana pueda superar la vulnerabilidad y vivir en condiciones dignas.

Porque compartir lo que importa implica tomar conciencia y aceptar la propia responsabilidad, pero también denunciar (eso que tan poco le gusta a quienes nos gobiernan), educar y sensibilizar en la necesidad de asumir cambios en los estilos de vida si queremos que el mundo cambie. No nos quedemos con los brazos cruzados y apostemos por compartir lo que de verdad importa. ¿O no?


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