La Cuaresma se está viviendo con intensidad en nuestra tierra. No hablo ya de los viacrucis propios del tiempo litúrgico para los católicos, o de los traslados de imágenes previos a las procesiones de la Semana Santa, sino de esas continuas presencias vivas de la religiosidad popular laica, permítaseme la expresión, que recorre las calles casi a diario en las últimas semanas. A la ya presencia de los vecinos de los barrios del Sur afectados más directamente por la apresurada y electoralista llegada del AVE a Murcia, se han unido los pensionistas con esa reclamación tan antigua y de otras épocas, que diría el ínclito Montoro, como es la de la actualización de estas prestaciones con el de la subida de precios. ¡Qué clásicos estos viejos con estas exigencias de tiempos pretéritos! No están a la última, el tiempo de la pos verdad, con lo que bien que les viene a algunos.

Y no digamos nada con esas pretensiones de los desarrapados de las oenegés, que quieren que Rajoy cumpla con sus compromisos para la acogida de personas refugiadas. Pero quién se ha creído que es esa gente tan mala, se pregunta alarmado el delegado del Gobierno, entre visita y visita, rueda de prensa y rueda de prensa, en una irrefrenable turné que le faltan días y especio en los noticiarios.

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Pues si éramos pocos, llegan los de la Marea Blanca, y van y dicen que la sanidad se degrada. Que el Sistema Nacional de Salud sufre desde hace años un continuo deterioro que los recortes indiscriminados justificados por la crisis económica han acentuado y acelerado. Una sanidad debilitada en sus principios morales por las diferencias de asistencia entre las autonomías que rompen la equidad y la solidaridad y con unas listas de espera crecientes que causan la desafección y el éxodo de quienes soportan el sistema y cuya única alternativa es a suscribir pólizas de seguro privado. Una invitación que conduce, de manera inexorable, a que la sanidad pública pierda progresivamente calidad y en pocos años quede degradada a un servicio de beneficencia, una medicina para pobres.

Las listas de espera, cada día más largas, embalsan y soterran la demanda desatendida y no permiten que la sociedad perciba la demora y la precariedad de la asistencia pública. En el caso más cercano, el de nuestra tierra, ha tenido que llegar de nuevo la Asociación en Defensa de la Sanidad Pública (ADSP) para alertar en un informe de su Observatorio de Demoras, de «un gravísimo problema de desigualdades» en el acceso a los médicos especialistas en la Región, de forma que mientras en el área del Altiplano la espera media para una cita es de 18 días, en Lorca el 77 por ciento de los pacientes sufren demoras superiores a los 60 días. En toda la Región, uno de cada cuatro pacientes sobrepasa los cien días de espera, según los datos recogidos en el informe y que conocíamos esta semana.

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Es verdad que se reconocen algunas mejoras significativas respecto a los resultados» anteriores, de julio de 2017, pero está claro que sin una opinión pública consistente no puede producirse la presión social que en democracia es el motor de la acción política. Y eso es lo que estos días nos ha recordado la Marea Blanca. Coger el testigo solo depende de nosotros.