Que levante la mano quien esté libre de no haber asistido en los últimos días a algún acto de graduación de hijos, sobrinos, nietos y demás familia. O quien no haya dejado escapar unas lagrimitas en estos nuevos ritos de paso que encontramos en nuestro bien amado sistema educativo. Porque hemos incorporado tanta celebración de ritos varios que al paso que vamos conmemoraremos hasta la graduación de los bebés cuando abandonen la incubadora o la maternidad, y no me negarán que resultará muy tierno contemplarlos con una banda sujeta con esparadrapo o un birrete de esos que en Amazon los encuentras a partir de 2,99€.
Quien recuerde lo que era la mili hace unos años entenderá que para una buena parte de la población salir del pueblo, subirse a un tren borreguero, un maloliente barco o un avión con hélices y enfrentarse a la vida de un cuartel, era un paso de la vida protegida de la casa familiar a un mundo desconocido. Y esa etapa daría lugar después, tras la licencia, al trabajo, la boda, los hijos y vuelta a empezar. Previamente se había vivido también la Primera Comunión o la Confirmación como sacramentos de transición para el paso de la infancia a la adolescencia, y de ésta, a la juventud.
Confieso que vivir un acontecimiento de este tipo, desde la otra parte, esto es, de la de padre, remueve las entrañas del recuerdo y del sentimiento más arraigado en lo profundo. Me pasó el año pasado y lo vivo ahora. La paternidad siempre es un complejo entramado de emociones que salpican instantes de experiencias, decisiones, dudas, alegrías, aciertos y errores. Imagino que al igual que la maternidad, porque sentirte parte de crear una vida es algo maravilloso. Cada una de esas dimensiones con sus peculiaridades. De ahí que la defensa de la vida, de su dignidad en todas sus dimensiones y la lucha por la justicia sea la razón de ser de muchas personas a lo largo del todo el planeta.
La paternidad siempre es un complejo entramado de emociones que salpican instantes de experiencias, decisiones, dudas, alegrías, aciertos y errores
Pero llegados a la altura de esta película de la vida uno llega a comprender, en su esencia, aquel poema de Khalil Gibran que nos emocionaba de jóvenes cuando oíamos eso de que tus hijos no son tus hijos/son hijos e hijas de la vida/deseosa de sí misma. /No vienen de ti, sino a través de ti/y aunque estén contigo/no te pertenecen.
Sobre esos hijos e hijas de la vida depositamos innumerables expectativas, muchas de ellas alimentadas por la tradición o por esta cultura del consumo a tutiplén. Erróneamente solemos caer en las garras de esos intereses, que escapan de lo que, a mi juicio, es la esencia de la relación paterno-filial: el acompañamiento, el ejemplo, la apuesta por el respeto y, lo más importante, dejar las expectativas a un lado. Las emociones y los sentimientos están ahí, nadie los niega y no hay que eludirlos, claro está. Pero de lo que se trata es de gestionarlos con el fin de acompañar en su crecimiento a estas personicas humanas en toda regla, con recursos suficientes para afrontar los acontecimientos que la existencia va a presentarle. Empeñarse en lo contrario es errar el camino, por mucho que nos pese y nos cueste.
Imagen de la entrada: Olichel / Pixabay
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