A propios y extraños les cuesta entender que para la Justicia y la Iglesia el tiempo posee un sentido distinto que al resto de realidades humanas. Para explicar este hecho, un miembro de la Curia que estuvo cercano a don Miguel Roca, mientras era obispo de esta Ecclesia Carthaginensis in Hispania, me contaba hace unos años que le había llegado un asunto espinoso sobre el que solicitó recabar datos exhaustivos. Cuando obtuvo el informe, lo guardó en un cajón durante varios meses con la idea de dejarlo dormido antes de tomar una decisión. Pasado un tiempo lo sacó y adoptó un fallo, y zas, se equivocó. «¿Ve lo que ha pasado?», se dirigió a su interlocutor. «Todo ha sido por habernos precipitado». ¿Qué me dicen? El tiempo tiene otro sentido.
Quizá por ello me cuesta reconocer a la Iglesia que imagino dentro de treinta años. Pero, vamos allá. Estamos en 2048. Y esta Iglesia ha cambiado. Ya no es aquella de comienzos de siglo que peleaba por seguir siendo relevante, tal y como la hacía desde la Edad Media. Las primeras mudanzas llegaron de la mano de aquel pontificado de un papa llamado Francisco, argentino para más señas. Aquel que quería una Iglesia pobre y de los pobres, como la deseada por el santo de Asís. De ahí le vino ese bautizo papal cuando el arzobispo emérito de Sao Paulo, Claudio Hummes, lo besó y lo felicitó al ser elegido papa y le dijo: «¡No te olvides de los pobres!». Y como Jorge Bergoglio contó a los periodistas: «Esa palabra entró aquí (señalándose la cabeza): los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras que el escrutinio continuaba, hasta llegar a todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz», contaba.
Imagino, pues, que tenemos una Iglesia sin barreras y fronteras. Menudo plan. Las redes sociales, los grupos de whatsapp y los youtubers han tenido mucho que ver para que hablemos de una Iglesia ecuménica. Porque los nuevos templos poco se asemejan con la oscuridad, la tristeza y la soledad de esos espacios que los funcionarios clericales trataban de llenar. Parecía que todo era cuestión de números y de ir de víctimas por aquello que llamaban el relativismo moral y otras hierbas perniciosas. Fíjate tú que cuando menos lo esperábamos las Iglesias cristianas se unieron, aparcaron sus diferencias, se pidieron perdón por tantos siglos de incomprensión, se miraron de igual a igual y se fundieron en un fraternal abrazo. Iglesias cristianas unidas, ortodoxas, luteranas, evangélicas y católica. Unidas en la diferencia… y unidas con el resto de las religiones monoteístas… junto a los creyentes en un solo Dios Y, por último, con el resto de las confesiones religiosas. El diálogo interreligioso hecho realidad. Nadie más que nadie ni mejor ni única. Una verdad compartida porque lo esencial no es la doctrina, la moral y los dogmas. Lo esencial es invisible a los ojos, como dijo el Principito. Sólo con el corazón se puede ver bien.
Lo de celebrar un Concilio Vaticano 3.0 con el apoyo a través de la red ha tenido su punto. Sobre todo, por las intervenciones en directo desde todos los rincones de este planeta que empieza a regenerarse. Esa segunda encíclica de Francisco sobre el cuidado de la Madre Tierra, Laudato Si, fue determinante. Es verdad que algunos trataron de desacreditarlo, por aquello de que parecía más ecologista que los de Greenpeace, pero mira que tuvo visión de futuro a medio plazo. La Iglesia ha pasado la ITV después de aquellos avances del Vaticano II que tanto costó llevar adelante. Todo por el temor a que al abrir tanto las puertas de las iglesias se constiparan quienes estaban dentro, guarnecidos al calor de unas comunidades temerosas de salir al encuentro del otro, de los otros. Aterradas porque se tambaleasen los principios cosidos con palicos y cañicas de un apostolado y una evangelización mal entendidas. Bueno, entendidas desde claves que ya empezaban a estar superadas.
Mira que ha costado construir una Iglesia menos notoria. Es cierto que a lo largo de estas décadas hay mucha gente que seguía pensando que le quedaban un par de veranos. No ha sido fácil llegar a esta Iglesia de pequeñas comunidades, en las que se comparte la Palabra y se celebra la Eucaristía, comprometidas con su Misión. Esta Iglesia de las distancias cortas, de la cálida acogida, de la sencillez y la espontaneidad, es similar a esa nueva Asamblea de Naciones Unidas que ha dado paso a la de las Pequeñas Comunidades, porque las grandes potencias han visto que las fronteras no llevan a ningún sitio y que si no parábamos… nos íbamos al carajo.
Los revuelos causados por el celibato opcional ya parecen de otras épocas. Todo fue más natural de lo esperado. Fue desde el momento en que ellas se plantaron, dijeron que ya estaba bien y que se acabó lo que se daba
Los revuelos causados por el sacerdocio de la mujer y el celibato opcional ya parecen de otras épocas. Todo fue más natural de lo esperado. Desde el momento en el que las catequistas, sacristanas, monjas y teólogas, madres de familia y las más jóvenes se plantaron y dijeron que ya estaba bien, se acabó lo que se daba. El miedo paralizó a quienes se resistían a los cambios… hasta que descubrieron que la figura de la Virgen María no tenía que estar secuestrada por quienes querían que nada cambiara. Mujeres y hombres sin distinción de condición social ni sexual, parejas casadas, matrimonios, mayores aportando su experiencia y jóvenes su espontaneidad… hemos sido todos capaces de construir una nueva relación fraternal entre el sentido religioso y trascendente de la vida. Hemos restañado heridas emocionales y construido unas nuevas relaciones humanas, a partir de la experiencia de María, de su hijo Jesús, la otra María, la Magdalena, los apóstoles y el resto de seguidores de quien un día tambaleó las estructuras de un imperio desde la sencillez de una aldea.
Lo de darle un nuevo uso a los templos y edificios religiosos ha sido un gran acierto. Es verdad que las catedrales siguen ahí, como espacios del recuerdo y de alabanza de otras épocas. Pero destinar las iglesias a verdaderos centros de encuentro de niños y mayores, alojamientos comunitarios y dar techo a quien se le había privado de él, ha sido uno de los grandes logros de estas últimas tres décadas. Las personas refugiadas fueron las primeras en disponer de estos inmuebles. Durante un tiempo convivieron con los de la PAH, los afectados por las hipotecas, pero una vez que pudieron regresar a sus países y reconstruyeron sus vidas y pueblos, fue la gente joven quien encontró acogida en esos recintos llenos de vida y fiesta. Aquellos que se devanaban el seso a comienzos del milenio para volver a llenar las iglesias de jóvenes nunca imaginaron que, cuando las abrieron para que las parejas pudieran disponer de recursos para su proyecto de vida, faltaría espacio para tantos bebés que han llegado al mundo, poblándolo de felicidad.
Esta Iglesia 3.0 está comprometida a tope con la justicia. Lo hizo cuando descubrió que tenía poco que perder denunciando los abusos del poder. Le dolía de verdad la exclusión y la violencia cometidas con los más vulnerables. Se encarnó hace tiempo en la realidad del mundo obrero y del trabajo. Fue la Iglesia del precariado. Más preocupada por la suerte de los pisoteados que por la propia institución, gritó al principio con todas sus fuerzas cuando se ignoraba la suerte de los olvidados. Quedó limpia tras sacudirse mucho polvo que el camino de tantos siglos le hizo acumular. Y ha sobrevivido porque ha guardado lo esencial del Evangelio. Por eso fascina a mucha gente, que ha visto en ella un lugar donde sentirse acogido, y un punto de apoyo donde afianzar la Esperanza.
En definitiva, la Iglesia que imagino es la de ahora, misionera y orante, contemplativa y afable. Acogedora y cercana, cálida y amorosa, femenina y tolerante. En la que mujeres y hombres, niños y mayores… hallan ese paraíso en la tierra sobre el que construir su presente y, sobre todo, su futuro. Lo paradójico del caso es que, a lo largo de la historia, siempre ha existido una Iglesia 3.0 escondida en las catacumbas u ocultada en los grandes eventos oficiales de cada época. Destaparla ha sido tan sencillo como inesperado.
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