Dentro de unos días será inaugurado el Aeropuerto Internacional de la Región de Murcia. Uy, cómo suena esto. Aeropuerto internacional, ni más ni menos. Una infraestructura donde las haya, para loor y gloria de nuestros gobernantes y empresarios. Eso sí, como dice nuestro consejero de Fomento, un aeropuerto que antes era de una concesionaria y ahora es de todos los murcianos y murcianas. Vamos, como si no lo hubiésemos pagado de una u otra forma, incluso antes de proyectarlo, y más ahora cuando tuvo que ser ‘rescatado’ por el papá Estado en forma de Aena, ese al que se le echaban pestes al comienzo del proyecto.

No voy a recordarles los capítulos de este entuerto que atraviesa más de una década, de sus sinsabores, de sus intereses, de sus anuncios y más anuncios. Un aeropuerto que, al igual que otras infraestructuras, es fruto de decisiones políticas en ocasiones difícilmente explicables. Un proyecto de aeropuerto alimentado mientras que el de Alicante estaba en plena ampliación y se construía una segunda pista en el de San Javier. Un aeropuerto con una prima hermana, la autopista de peaje Cartagena-Vera, preparada para asumir a las hordas de turistas que iban a poblar nuestro literal a golpe de resort y crecimiento desmedido. Un aeropuerto coetáneo con otra prima, la desaladora de Escombreras, esa que sigue dándonos quebraderos de cabeza (y lo que vendrá), proyectada para esquivar a esa Confederación Hidrográfica del Segura tan mala que no garantizaba el agua en los nuevos planes urbanísticos de cuando nos creíamos ricos.     

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Obras por pagar para todos. Como lo del enjambre ferroviario. Porque señoras y señores, si con la variante de Camarillas, la electrificación de la línea convencional a Madrid por Cieza y Albacete y la renovación de la flota de trenes de media y larga distancia (y por supuesto, los de cercanías) vamos a conseguir ponernos en Madrid casi al mismo tiempo que con el AVE, ¿hacía falta tanto lío estos años? Vale, ya sé que me dirán los políticamente correctos que todo tiene muchos matices y que no es tan simple la cosa. ¿Pero es que no había mentes preclaras que pudieran prever en serio estas circunstancias? Todas ellas, sí, todas ellas, por encima de quien gobernara.


Huyan cuando alguien diga que el proyecto tal o el proyecto cual no nos va a costar un duro al común de los mortales.

Aquí lo que parece haber pasado es que se entró en una espiral de a ver quién se llevaba el mérito de hacer la obra más grande, más visible, más estupenda estupendísima… sin mirar, eso sí, el bien común. Sin aportar un poco de racionalidad por encima del cortoplacismo de unas elecciones detrás de otras. ¿Hasta cuándo, señor? ¿Hasta que ya no podamos más? Si tras los primeros ayuntamientos democráticos el alcalde que precisara de gloria tenía que construir un polígono industrial, aquí los sucesivos gobiernos regionales (salpicados de apoyos o no en el Gobierno de España) han intentado pasar a la posteridad con esas obras por pagar.

Aviso a navegantes. Huyan cuando alguien diga que el proyecto tal o el proyecto cual no nos va a costar un duro al común de los mortales. O de aquellos que afirman que han bajado los impuestos más que nadie, porque a la vista de lo visto en los últimos años el conejo de la chistera ya no lo saca nadie. A no ser que sea un maltratado peluche al que no se le puede sacar punta. Porque ¿quién paga al final la cuenta? Usted y yo.